Con mi esposa en un sitio exclusivo

Fuimos invitados a un lugar especial, un fin de semana inesperadamente excitante. Cuando pensaba que nuestro matrimonio caía en la rutina, descubrimos que todo puede cambiar y elevar nuestras fantasías sexuales a un nivel increíble. Nunca imaginé lo que disfrutaríamos mi esposa y yo...

CON MI ESPOSA EN UNSITIOEXCLUSIVO

Hace algún tiempo un amigo mio me había regalado una invitación para pasar un fin de semana en un club privado. Me dijo que era un lugar ideal para ir en pareja y que lo disfrutaría porque no era un sitio al uso. Al parecer tenía alto nivel y por lo que pude mirar en su página web, sus instalaciones eran de categoría, con marcado aire clásico, propio de una palacete del siglo XVII.

Mi mujer tiene cuarenta y dos años, hace diez que estamos casados y lo pasamos muy bien juntos. Es atractiva, pelo oscuro y grandes ojos azules, conserva un cuerpo cuidado, le gusta verse bien y llamar la atención por su elegancia. Debo decir que tiene pechos pequeños pero bonitos y un trasero redondo y firme. Disfrutamos el sexo aunque últimamente estamos un poco encerrados en la rutina.

A ella le pareció una idea curiosa para explorar y divertirnos un rato, como la propuesta venía de alguien de cierta confianza no dudamos mucho antes de decidirnos.

El lugar era magnífico, los jardines exteriores amplios y muy bien cuidados. La entrada principal generosa y señorial, estaba adornada con grabados en piedra en su parte superior y dos columnas a los lados que le daban no poca importancia. Al traspasar la puerta de vidrio corrediza, el hall de recepción abrumaba por su tamaño, resaltando la lustrosa madera del suelo y las pinturas de las paredes, cuyos colores alternaban con algunas estatuas de piedra grisácea destacadas por los focos de luz adecuadamente dirigidos.

El buen ambiente se envolvía con música suave y relajante. La amabilidad de la recepcionista entonaba con el resto de lugar; de inmediato nos asignaron la habitación. Puerta sólida de madera, enorme interior donde destacaba la importante cama en el centro y la ventana que dejaba pasar la luz proveniente de exterior con vistas a uno de los jardines.

Al atardecer decidimos bajar y tomar algo en el salón, que apenas habíamos podido espiar cuando subimos a la habitación.

El salón era similar a la mayoría de las estancias, amplio y de buen gusto. Tenía una barra muy larga donde las personas se acercaban para beber. Había bastante gente aunque lejos de la capacidad que tenía el sitio; la mayoría dispersos por todo el lugar, charlando con serenidad y en tono normal, lo cual era de agradecer.

Sobre un lateral del salón había un enorme ventanal que también daba hacia el jardín, y que bajo las luces de la noche estaba estupendo para tomar algo.

Hacia el otro extremo había una entrada que conducía a otro salón, que prolongaba la estancia más allá de lo que podíamos ver. Aparentemente el sitio era más grande de lo que parecía en un primer momento.

Podría definirse como un bar de copas, pero de alto nivel y por lo que teníamos delante, la gente también lo era en su mayor parte.

Nos dedicamos a observar detenidamente a las personas que se encontraban allí. Había gente de todas las edades, aunque predominaban las personas de cierta madurez. Nos llamó la atención que no había tonos estridentes, ni en las voces ni en los gestos, todo era como muy acorde a la atmósfera distendida que reinaba.

La invitación incluía una copa de bienvenida, que de forma inmediata un camarero se acercó para ofrecernos. Mirábamos con ojos exploradores todo a nuestro alrededor, intentando descubrir las cosas diferentes y las señales de calidad que identificaban a ese lugar.

Cotilleamos un buen rato sobre las caras, las vestimentas y cualquier detalle que nos parecía de cierta notoriedad. La verdad es que todo resultaba de buen gusto y hasta podría decir que por elegancia parecía demasiado formal.

Después de los primeros minutos en los que nos dedicamos a “investigar”, terminamos relajándonos y disfrutando de las copas.

Fue entonces cuando una persona se acercó a nuestra mesa.

-Hola buenas noches, soy Pablo, Relaciones Públicas - Se presentó. - Tu eresDiegosupongo-

-Si claro- Contesté con curiosidad, mientras nos saludábamos y presentaba a mi mujer.

-Encantado de recibirles. Siempre intento conocer a los que vienen con pases de invitación porque suelen ser gente recomendada y me gusta atenderlos personalmente -

Pablo era un hombre de unos treinta años, alto y delgado, pelo castaño y llamativos ojos grises. Vestía con unos vaqueros que le quedaban muy bien y una camisa ajustada, marcando el buen físico que tenía. De primera impresión era atractivo, agradable y con un trato cordial.

-La primera vez imagino; no os preocupéis por nada, tenemos un clima de lo mejor y aquí se trata de disfrutar- Los dejo tranquilos y cualquier duda que tengan no dejen de preguntar por mi y trataré de resolverla-.

-Si están a gusto como espero, no dejen de subir al primer piso donde se encuentra el SPA exclusivo para socios y en este caso vuestra invitación incluye un pase por si desean ir. Dentro de una hora más o menos suele ponerse interesante- Y con la misma nos dejó una tarjeta y se marchó.

-Que pena que se tenga que ir...-Dijo con picardía mi esposa, un vez que Pablo se apartó de nosotros, dejando esa nota de curiosidad.

Entrada la noche, estábamos dispuestos a explorar la recomendación de Pablo y subimos las escaleras buscando en la dirección indicada. No era muy complicado porque potras personas parecía dirigirse al mismo lugar.

Había una puerta que ponía “SPA – Private Room” que era toda una tentación. Una vez del otro lado, la iluminación cambiaba radicalmente, se hacía mucho más tenue, tanto que los ojos tardaron un poco en acostumbrarse a ese tono de penumbra. El largo pasillo terminaba haciendo un giro por lo que no se observaba nada al final del mismo. Caminamos con lentitud hacia él y de inmediato una persona se acercó con amabilidad para solicitarnos el pase.

-P or favor, bienvenidos, siéntanse cómodos, en el interior tienen lo necesario para cambiarse- Dijo con voz suave mientras con su brazo extendido nos señalaba la dirección a seguir.

Entramos en una sala en cuyo interior se disponían gabinetes como si fueran probadores de las tiendas de ropa. Cada uno estaba preparado para que dos personas pudieran dejar sus prendas y colocarse los albornoces identificados como “EL” y “ELLA”. También había toallas grandes de telas suaves y perfumadas.

Una vez listos salimos por la puerta interior indicada y al traspasar la misma nos vimos sorprendidos por una enorme estancia, ligeramente iluminada, envuelta en vapores de sutiles y exquisitos aromas, con suave música lírica de fondo.

Poco a poco fuimos divisando las siluetas de las personas que transitaban lentamente, algunos dentro de las piscinas con aguas de diferentes temperaturas, otros bajo los chorros de agua o bien entrando a alguna de las salas de relax de los diferentes saunas. La mayoría dejaban los albornoces colgados en la pared y se desplazaban desnudos. Después de dudar un instante, nosotros hicimos lo propio y nos entregamos a disfrutar sin prejuicios la experiencia.

Animados con paso seguro nos acercamos al jacuzzi más cercano que tenía temperatura templada y suaves burbujas explotando en la superficie. Nos acomodamos en un rincón y desde allí lo primero que observamos atónitos fue una pareja follando en el otro extremo. El hombre estaba de pie y ella colgada de su cuello se mecía arriba y abajo gimiendo.

Aún no habíamos asimilado la escena cuando otra mujer entró al agua, se acercó al borde donde se sentó un hombre que venía con ella. Era una pareja de unos treinta y cinco años, bien parecidos. Al rato de estar charlando, la chica empezó a hacerle una mamada en toda regla. El chico la envolvía con sus piernas y ella se la chupaba sin descanso. Él tenía una polla enorme, pero ella se la metía casi toda en la boca. Tengo que decir que empezamos alucinando con aquellas escenas pero al cabo de unos minutos, nos estábamos poniendo como motos y no podíamos apartar la mirada de ellos.

-Cariño salgamos del jacuzzi o me follas aquí mismo- Dijo mi esposa suplicando

Al salir del agua mi mujer apenas podía ocultar la excitación. Decidimos ir a uno de los cuartos de relax que estaba vacío. En el interior había butacas de madera con espuma de acolchado para descansar. Nos tumbamos unos instantes comentando las escenas que habíamos presenciado, pero enseguida entraron otras parejas.

-¿Interrumpimos o molestamos?- preguntaron con educación.

-No...no...está bien- Contestamos sin mucho énfasis.

Las parejas pasaban los cincuenta, evidentemente se conocían; una de ellas eran de físico algo grueso, en especial el hombre. Ella de pelo moreno y rizado y él ligeramente calvo. La otra tenía otro perfil más cuidado, el hombre incluso bastante atlético.

Al cabo de unos minutos, la cosa se empezó a calentar y para cuando nos quisimos dar cuenta, ambas parejas estaban follando a gusto.

Una se había puesto sobre una tumbona y la otra había colocado unas toallas en el suelo. La mujer morena estaba a cuatro patas sobre la tumbona, con la cara hacia donde nos encontrábamos nosotros; estaba desencajada de placer y gemía sin parar. El tío le daba con fuerza y la hacía sacudir vigorosamente.

En el suelo estaba la otra pareja de espaldas a nosotros; ella se había montado encima, subía y bajaba dejando ver el garrote duro del hombre. Cuando éste la hizo girar para clavarla a cuatro patas pude observar el enorme palo que tenía.

-Madre mía!- Exclamó mi mujer. -Has vistoel penede ese?- Ella no podía contener su expresión. Ver una polla de ese calibre entrando y saliendo con el vigor que tenía, ponía caliente a cualquiera.

Después de unos instantes, y para mi continua sorpresa, los hombres cambiaron de sitio y con ello sus parejas; la morena de la tumbona lanzó un grito cuando el de la polla enorme la montó de una embestida. Comenzó a sacudir su cadera mientras ella le rodeaba la espalda con las piernas.

La escena era muy caliente y excitados como estábamos mi esposa comenzó a masturbarse mientras yo la besaba besaba. Llegué a oir gritos de los orgasmos de alguna de las mujeres, pero nosotros estábamos envueltos en lo nuestro.

-Qué ganas de follar cariño, o me lo haces tú o me tiro al del pollón- Me susurró ella excitándome a tope. Ver tan excitada a mi mujer, encendía mi pasión más allá de lo que podía pensar. Así calientes, decidimos hacerlo en nuestra habitación...

Salimos del lugar abrumados por la experiencia erótica que habíamos vivido; las imágenes que flotaban en nuestras cabezas tenían eco en el cuerpo encendido por el deseo.

Deseábamos llegar a la habitación lo antes posible y entregarnos a la pasión que apenas podíamos contener. Yo le metía mano a mi esposa mano mientras caminábamos por los pasillos, en una de las escaleras le quité las bragas, nos besamos y comencé a meterle mis dedos en su sexo húmedo; ella se entregó al placer de la masturbación.

Su clítoris estaba muy sensible al tacto de las caricias, las piernas se retorcían provocadas por el deseo voraz, y cada beso, cada palabra sensual que intercambiábamos subía la escalada erótica.

Mi pene estaba duro como piedra, firme dentro del pantalón, mi esposa lo sacó de su prisión para dejarlo a merced de su boca que tanto deseaba sentirlo. Sus manos apretaron el miembro que estaba tan mojado como su propio sexo, rodeándolo con la mano lo acarició y después de arrodillarse lo rodeó con sus labios carnosos para comérselo como ella sabe hacerlo. Sentí como el dulzor de mis fluidos inundaban su boca con cada succión.

Chupó golosamente mi herramienta, sabiendo que no resistiría la tentación de volcarme en su boca. Mi pasión no tardó en estallar copiosamente entregado a sus caricias, su lengua, sus labios…mi mente estaba nublada por el deseo y el placer.

Preso de lujuria levanté la mirada y pude ver en el extremo del pasillo un hombre que salía de la habitación. Se detuvo un instante sorprendido ante el furtivo encuentro y se quedó inmóvil, observando desde allí. En lugar de preocuparme, la verdad es que me excitó cómo nos miraba. Besé a mi mujer que también se había percatado de su presencia y sin decir nada empezamos a comernos los labios con un beso apasionado.

Su entrepierna chorreaba literalmente, los fluidos escapaban de su sexo que palpitaba ardiente. Mi esposa abrió las piernas para que le acariciara el sexo sin pausa, descansando la cabeza sobre la pared sumida en el éxtasis. El hombre del pasillo se estaba masturbando con movimientos enérgicos sin apartar su mirada. Comencé a fantasear con que se sumara a nosotros y eso me ponía más caliente aún.

Le susurré a mi mujer como le estaba calentando al hombre que nos observaba y sus gemidos se intensificaron. Continué acariciándola sabiamente, al principio lento y sensual, con sus dedos jugando a placer; luego aceleré mis movimientos acompañados por la contorsión de su cuerpo. Ella se corrió con desesperación, con una seguidilla de orgasmos que parecían no acabar, exhalando bocanadas de aire entre gemidos.

Cuando pude reaccionar, levanté la vista y ya no logré ver a nuestro hombre testigo, quien seguramente se marchó alucinando con la escena.

Llegados a la habitación nos desnudamos al traspasar la puerta y follamos como dos posesos. Nuestros sexos se prodigaron dando rienda suelta a todo lo que había generado esa noche tan particular.

Intercambiamos expresiones que iban desde la fantasía y el erotismo sutil, a las más audaces y morbosas que nos prometíamos con indudable deseo. Creo que nunca antes habíamos fantaseado a tal extremo, pero no era para menos.

Mi pene dejaba de taladrarle sin pausa, haciendo saltar sus orgasmos, retumbando en las paredes de la habitación. Solo después de disfrutar varios polvos llegó la calma y el descanso.

A la mañana siguiente recordábamos la experiencia de la noche, anterior y era casi imposible nos encendernos de inmediato. Nos pasamos casi todo el día tejiendo fantasías mientras paseábamos por los alrededores.

A media tarde recibí un mensaje de Pablo, para saber nuestra opinión; cómo nos habíamos sentido. Mi respuesta calificó la experiencia como “interesante y morbosa” y aunque ahorré algunos detalles posteriores a nuestra visita, dejé claro que lo habíamos pasado bien.

Al caer la tarde nos preparamos para bajar al salón, con ganas de disfrutar nuestra últimas velada en aquel lugar.

Mi esposa se vistió para la ocasión, zapatos rojos de tacón alto, con un vestido ajustado, ciertamente provocador. Como propuesta de mi parte, a la cual accedió de inmediato, no se puso ropa interior, se sentía elegante y seductora. Así empezamos, pensé, veremos como acaba la noche…

El salón estaba bastante más concurrido que en la noche anterior, casi no había mesa disponible.

Al cabo de un rato, Pablo se acercó para saludarnos. Aduló el estilismo y la apariencia de mi mujer, calificando su estilo como apabullante. Si bien era parte de su trabajo, sus palabras no dejaban de adularla. Le invitamos a que se sentara con nosotros. Aceptó con una sonrisa, -Aunque sea un momento- dijo.

Aprovechamos entonces para comentar nuestra opinión, acerca de la calidad innegable del lugar y la propuesta audaz y excitante que habíamos tenido; aunque nuestra falta de experiencia en lugares como ese, relativizaba el valor de nuestra opinión. Pablo nos escuchaba con atención, parecía encantado de nuestros comentarios.

Luego él nos desarrolló la idea del lugar.

-Este es un club muy selecto y nos gusta mantenerlo de ese modo. Es un espacio para que la gente se lo pase bien en un ambiente tranquilo, privado y de total libertad. Sólo permitimos entrar a las personas que son recomendadas por otros socios. Es un proyecto en el que deseamos mantener la exclusividad de nuestros clientes-

-Por otra parte, está todo pensado para crear un ambiente elegante y distendido, nada que no sea de buen gusto y estimulante-.

Luego pasamos a hablar de otros temas, el clima cordial y cercano que generaba Pablo, hacía que la charla fuera muy agradable y entretenida. Además de ser atractivo, tenía un toque de seducción que resultaba perfecto con el ambiente del sitio.

No sé si era el morbo de ese lugar, la charla compartida con Pablo o que no llevaba ropa interior, pero me estaba poniendo cada vez más caliente.

Finalmente se excusó lamentando que tenía que dejarnos para atender otras diligencias y esperaba que pudiésemos seguir disfrutando como hasta el momento.

-Espero que nos volvamos a ver- Sentenció con una sonrisa.

Nosotros nos quedamos tomando algo, hablando del morbo de la situación, de lo guapa que estaba ella con aquel vestido y como su sexo se había humedecido mientras hablábamos con Pablo. Toda nuestra conversación era como un juego lleno de erotismo.

-Parece que te pone un poquito eltal Pablo- Afirmé con seguridad

-Más que un poquito- Respondió ella con perversa sonrisa.

Excitados ambos, decidimos visitar nuevamente el SPA.

- Cariño si las cosas se dan como anoche, no me importaría que me folles allí mismo -

- Si se dan como anoche, no llegamos a la habitación- Afirmé.

-Ufff...es que ya siento como me arde la entrepierna- Dijo con toda intención.

No esperamos ni un instante más y subimos a vivir la experiencia.

Estábamos más cómodos porque ya sabíamos que nos encontraríamos en el salón privado, pero aun así, la excitación nos mantenía con cierto nerviosismo.

Una vez dentro nos desnudamos con cierta comodidad y volvimos a meternos en uno de los jacuzzi. Sentados dentro, dejamos que nuestros cuerpos se aclimataran a la temperatura cálida y el torbellino de las burbujas, relajándonos por completo.

Una pareja se sumergió luego, eran jóvenes, ella tenía unos pechos enormes; él era alto, bastante guapo. Comenzaron a besarse y magrearse, hasta que él la subió sentándola en el borde y allí sentada comenzó a comerle el coño. Vimos en primer plano como le mordisqueaba y lamía su sexo hasta que se corrió loca de placer. Me había excitado muchísimo la forma en que le comió el coño, y cuando el salió del agua pude ver lo empalmado que estaba.

-Ufff como me está poniendo esto-Dijo mi mujer con esa voz felina que me encendía tanto.

Salimos a dar una vuelta para ver otros ambientes y descubrir más cosas, de lo contrario teníamos que ponernos a follar de inmediato, porque era difícil resistir tanto morbo.

Encontramos una sala de relax abierta, en el interior había dos chicos y una chica. La mujer estaba doblada sobre una especie de mesa con el torso apoyado sobre ella y los brazos extendidos por encima de su cabeza. Llevaba las muñecas atadas con las cintas de los albornoces, los pechos apretados en la superficie que parecía de cristal. Tenía las piernas abiertas y su trasero levantado en pompa. Su cuerpo espigado, terso, joven, temblaba mientras gemía ardiente.

Detrás de ella un hombre le separaba los glúteos con las manos a la vez que su lengua se perdía en su sexo o su ano, o quizás ambos indistintamente. Lo que resultaba claro era el placer que estaba recibiendo la chica, porque no dejaba de sacudirse como si quisiera escapar de sus cuerdas a la vez que cambiaba entre gemidos y gritos presa de la excitación que dominaba. Luego se alternaron entre ambos para penetrarla en esa postura.

Tanto mi mujer como yo nos estábamos poniendo muy calientes y mientras hacíamos algún que otro comentario, le metí la mano en su culo, acariciando su orificio excitado. Nos besamos deseando ir a otro lugar para desatarnos. En ese momento otra pareja se acercó para ver la escena del trio y mientras le dejábamos el lugar pude observar que el hombre ya venía amenazando con su pene erecto.

Entramos en uno de los saunas que tenían menor temperatura, con lo caliente que teníamos el cuerpo no nos hacía falta aportar mucho más. Nos sentamos dentro hablando del morbo que nos estaba generando la situación, recordando algunas escenas, algunos cuerpos...

Yo no aguantaba más y después de besarla empecé a morderle y chuparle los pezones que se endurecieron de inmediato; ella no pudo más que entregarse a mis caricias. Estiró su cuerpo y comencé a bajar por él hasta que por fin llegué a los pliegues de su vulva. Al meter mi lengua soltó un gemido pidiendo por más. No dejé de comérselo, chupando sus fluidos que para entonces no dejaban de brotar.

La puerta se abrió y me pareció que entraban otras personas, pero a esa altura no me importaba nada más que disfrutar el placer del momento. Yo seguía lamiéndole y jugando con mis dedos en su clítoris acariciando el interior de su sexo.

-Métemela ya- Exclamó con frenesí.

La penetré clavándola de una estocada, tan calientes estábamos y tan jugosa estaba su vulva que entró con mucha facilidad. Sentí las paredes de su sexo ardiendo dentro, mi pene duro y voraz comenzó a hacerle gozar. Mi esposa estaba excitada como nunca le había sentido; continué aserrándola con deseo febril, abriéndole con firmeza. Mientras la penetraba una y otra vez, un hombre se acercó para masturbarse delante de ella; tenía el miembro a tope y parecía de buen tamaño. Me relajé un instante y dejé que mi mujer se acomodara, fue entonces cuando levanté la vista y me dí cuenta que el otro hombre era Pablo. Tenía el cuerpo depilado y cuidado, su cuerpo desnudo era fibroso y extendía un pene altivo como extensión de él.

Mi esposa se lanzó hacia mi polla, acariciando el tronco con su lengua desde la cabeza hasta su base. Las manos de ella se prodigaron en mi culo y mis testículos a la vez que hacia desaparecer mi pene henchido en su boca. Entregada como estaba casi me muerde al sentir la lengua del otro en su sexo. Después de la primera reacción cerró los ojos disfrutando a tope. Pablo manejaba la lengua en su sexo con mucha habilidad, tanto fue así que mi esposa no tardó en soltar el primer orgasmo.

Sin mediar pausa, el miembro de Pablo no se hizo esperar y la clavó en cuanto pudo. Sentir los gemidos de mi mujer mientras él la empujaba a cuatro patas era una escena tremendamente excitante; su miembro enorme le estaba llenando el sexo, abriendo las paredes de su vulva jugosa. Sacudió su cuerpo con dureza haciéndole soltar orgasmos uno tras otro.

Absorbido por el deseo luego me acomodé por detrás para penetrarla, la clavé golpeando su culo con cada sacudida. Pablo se puso delante, con su polla altiva delante de su boca. Mi esposa no resistió la tentación y se la chupó golosamente. Su palo era considerable, lo aferraba con ambas manos mientras le dedicaba una mamada colosal.

La follamos entre los dos un buen rato; creo que otros entraron al sauna para observar la morbosa escena que hacíamos los tres, pero yo no prestaba demasiada atención. Solo recuerdo que al final Pablo se tumbó en el suelo y mi mujer lo montó cabalgando sobre su cuerpo, disfrutando de su enorme palo que se mantenía tan duro como al principio. Yo me coloqué por detrás y le abrí el culo para metérsela con firmeza. Entre ambos penes le hicimos sucumbir y retorcer de placer hasta que nos corrimos entre gritos de lujuria…

Menos mal que estábamos en un SPA, porque mi esposa y yo pasamos a relajarnos luego con unos masajes tranquilos antes de regresar a la habitación.

Nunca había experimentado una situación así. Mi mujer y yo lo disfrutamos como jamás habríamos imaginando. A la mañana siguiente, nos despedimos de aquel excitante lugar, al que no sé si regresaremos, aunque como salió a despedirnos Pablo...todo podría ocurrir...