Con mi esposa 1
En el ascensor mi esposa me prefirió a mí. Se colgó de mi cuello y entrelazamos las lenguas. Busqué las manos de Pepe por el reflejo del espejo y las puse en los pechos de mi esposa. Llegamos al noveno. Las puertas se abrieron y cerraron. Permanecimos un buen rato en el camarín del ascensor.
Con mi esposa 1
El Caballero Solitario
por Román Fons
Aún no os he hablado de mi esposa. Es quince años más joven que yo. Bien formada. Uno setenta, con suaves curvas, pelo rubio oscuro algo ondulado apoyado en los ombros, noventa de pecho copa grande y es liberal como yo.
Casi cada jueves, después de cenar, vamos a tomar algo en una disco que por ser tranquila se está relajado.
Ultimamente, ya entrada la madrugada, aparecían famosos periodistas que intervenían en un popular show de cotilleos en la tv local.
Ellos y pocos más deambulábamos por la sala.
En varias ocasiones reparé en un Caballero Solitario sentado siempre en la misma butaca.
-Será policía o de seguridad- comenté.
Mi esposa le miró a él y me miró a mí dibujando una mueca lasciva.
-Voy vestida para investigar, no?- preguntó.
Pantalón lencero corto de seda rosa palo y americana ancha color blanco abrochada por un boton, a la altura del ombligo, forrado con la seda del pantalón. Al inclinarse sólo una pizca dejaba ver sus pechos. En el coche me enseñó que no se puso tanga.
Era un hecho que el Caballero, a unos cinco metros de nosotros, sin nada más que hacer, ni que ver, porque la Karmele y la San Tana no es que se pudieran comparar con mi esposa y de vez en cuando nos dirigía la mirada para observarla.
Esperó el momento en que aquel nos mirara. Ella encendió un cigarrillo y me lo puso en los labios. Cogió otro cigarrillo, sin encenderlo, y se levantó diciendo – no te lo pierdas.
Pasó entre varias butacas y mesitas con lamparita. Tiró una. Se agachó. Colocó la lamparita en su sitio. Llegó frente al Caballero Solitario. Desabrochó el botón forrado de seda e inclinó el tronco dejando que la chaqueta cobrara vida y se abriera como las alas de un angel. El Caballero mantuvo la mirada sobre aquel torso perfecto, bronceado, con dos pechos impecables de pezones duros y guerreros.
Tienes fuego?
Ahora sí. Por todo el cuerpo. Que parte quieres?
Les contemplaba charlando. Relajados. De vez en cuando una mano del Caballero desaparecía dentro de la chaqueta blanca con botón forrado. A lo que mi esposa respondía con una sonrisa de consentimiento.
Subí al servicio. Al pasar por el de señoras, la puerta estaba abierta, ví como unas de las famosillas se empolvaban la nariz. Una me vió
-Quieres un tirito - dijo en andaluz
-Gracias ya llevo. Otro día si me falta.
-Lo mismo digo guapura
Volví a mi asiento. El Caballero Solitario estaba dentro de la boca de mi esposa. Me empalmé de golpe. Giré la cucharilla del dosificador y esnifé un buen tiro. Me pasé pero era igual. Estaba disfrutando como un loco. Se movieron. Ella se sentó sobre las piernas del caballero y él se perdió dentro de la chaqueta blanca. No tenía buen ángulo y deambulé por la sala sin perderles de vista. Lo estaba haciendo como nos gusta a los dos. Paré en la barra y pedí otra bebida. Se acercó un famoso y con voz peculiar me dijo al oido
-Vaya con tu amiga. Te la van a preñar aquí mísmo.
-No es mi amiga. Es mi esposa
-Pues si quieres quedamos un día tu esposa, tú y yo - dijo pasáno la mano por mi paquete al marchar.
-Joder con el tío! Exclamó al notar mi empalme. - Carmeeeele!!!! ven guapa que te cuento.
Me fuí aproximando al sofá donde intuí que ya estaban follando. De más cerca ví que sí.
Fuí prudente y volví a la barra. Una Media hora más tarde llegó mi esposa.
-Te a gustado, amor? dijo con sonrisa lasciba mientras se limpiaba la comisura de los labios.
-Casi me corro. Y a tí? Has disfrutado?
-Muchísimo. Tengo que repetir con él en plan cómodo. Los tios maduros me poneis el coño como un manantial.
-Mejor será que marchemos porque la moqueta y el sofá son una piscina.
Saludó con la mano lanzándo un beso al Cabalero Solitario y salimos del local. En la puerta estaba el pesado diciendo. - Sujeta a tu esposa que te la van a preñar.
Nos acercamos y mi esposa le pidió un autógrafo y un selfi. Ya eramos todos amigos.
Entretanto, el Caballero Solitario salió a tomar el aire. Mi esposa lo vio y nos acercamos a saludar. Me presentó. Pepe. Román, mi esposo.
Mientras nos estrechábamos las manos, mi esposa carraspeó. Entendí la señal.
- Dónde te hospedas – le pregunté
La discoteca estaba en los bajos del hotel donde se alojaba Pepe, el Caballero.
Mi esposa propuso subir y tomar algo en su habitación
En el ascensor ella me prefirió a mí. Se colgó de mi cuello y entrelazamos las lenguas. Busqué las manos de Pepe por el reflejo del espejo y las puse en los pechos de mi esposa. Llegamos al noveno. Las puertas se abrieron y cerraron. Permanecimos un buen rato en el camarín del ascensor.
Las manos de Pepe cambiaron de posición. La derecha chapoteaba la vagina de mi esposa y la izquierda buscaba dentro de mi bóxer. Supuse que mi esposa en alguna pausa le ampliaría el significado de abiertos a todo. Me dejé hacer y él siguió haciendo. Alcé una de las piernas de mi esposa anclando el tacón entre la barandilla y la pared de espejo. Sin preámbulos le hinqué toda mi polla de golpe. Pepe me la había puesto a reventar. Paré de embestir y ella bajó la pierna haciendo que mi polla saliera de la calidez. Al sacarla formé un considerable charco en el suelo.
Mi esposa le pidió a Pepe que se la metiera por el culo. Pepe me pidió que se la pusiera dura. Lo conseguí pero seguí chupándole la polla. Era ancha y venosa. Ella se impacientó y dejé de tragarme la polla de Pepe. Chupé el ano y todo el coño de mi esposa sin dejar de menear la polla de Pepe hasta que me entraron con facilidad dos dedos. Escupí la punta del capullo y el asterisco. Situé a tocar ambos músculos y con las dos manos apreté sus cuerpos viendo como se introducían el uno en el otro. Le estuvo dándo unos minutos mientras yo besaba y chupaba los pechos a mi esposa.
Pepe dio un brinco y quedó haciendo el pino con la polla afuera, súper empalmado y a un milímetro de los labios de mi esposa. No dábamos crédito. Nos quedamos de piedra. Le agarré el pollón con una mano y con la otra la cabeza de mi esposa y se la hinqué hasta la campanilla. La compartimos un buen rato hasta que flaquearon sus brazos. El aplauso en el silencio de la noche hizo que alguien bajara el ascensor. En el trayecto nos recompusimos, pero las risas fueron imparables - Eres la ostia tío. Le dije.
Fue integrante del equipo olímpico de gimnasia deportiva, contó más tarde.
Le daba corte volver a pasar por recepción por la mañana – El conserje vería el charco. Mi esposa al sacar el tacón astilló el espejo y el ascensor huele a sexo. Tengo que cambiar de hotel.
-Cómo? que qué? Un hotel. Nada de eso. Dijimos al unísono.