Con Lola en su cocina
Mi primera vez con mi amiga Lola, tras 10 años de amistad entre los dos matrimonios
Más tarde o más temprano tenía que ocurrir. Llevábamos varios años tonteando de palabra, pero sin pasarnos de la raya roja que marca la amistad entre matrimonios. Era muy evidente para los dos que había una atracción, pero jamás lo reconocíamos. Dejábamos que nuestros cuerpos se rozaran en nuestros besos amistosos de bienvenida o despedida cuando nos veíamos y, en muchas ocasiones, nos wasapeábamos rayando el límite. Ninguno de los dos nos atrevíamos a dar el paso, pero ambos lo deseábamos. Éramos carne de cañón.
Lola es una mujer de 65 años con un feeling especial. No es muy exuberante, aunque sí guapa. Rubia, media melenita, ojos azules, muchas arrugas, unos pechos pequeños, pero duros con unos pezones que se erectan con el ambiente frio y que me ponen muy nervioso y cachondo. Su culo es firme y su coño grande y marcado por lo que deja entrever cuando se coloca esos leggins negros y ajustados. Casada con mi amigo Paco, enfermo del corazón, no tiene según ella ninguna vida sexual y solo la anima el poco coqueteo que pueda tener con los hombres de su entorno, que son muy pocos.
Fueron 10 años de continuos encuentros amistosos entre las dos parejas . Comidas, viajes, tertulias, baños en la piscina… todo lo normal que hacen dos parejas cuando tienen una amistad. Mis fantasías sexuales siempre estaban basadas en ella. Me gustaba masturbarme pensando en su boca, su culo, sus tetas… era una musa sexual que me llenaba cada vez que mi virilidad lo pedía.
Me gustaba buscarla cuando íbamos a nuestro chalet en un pueblo cerca de la capital, donde pasábamos los fines de semana y los veranos. La buscaba para poder tocarla con disimulo, cosa a la que ella no hacía ascos y se arrimaba para facilitarme el disfrute del momento. Me encantaba ir a su jardín cuando había hecho la colada y ver su ropa interior colgada de la cuerda secándose. Le hacía fotos a escondidas con mi móvil y ella, que no es tonta se daba cuenta y ponía esa cara de morbosa que sabía que me gustaba… en fin, mil situaciones muy calientes a la que los dos accedíamos y acudíamos siempre que podíamos.
Yo soy un hombre de 64 años , grande y fuerte con una polla de 18 cm muy gorda y aun muy activa. Eso Lola lo sabe porque no pierde ojo al bulto de mi bañador cuando compartimos la piscina o la playa. Cuando nos besamos castamente, pero con abrazo incluido ella se aprieta contra mí buscando la dureza de mi polla sobre su pubis. Así durante todos estos años en los que ninguno de los dos movía ficha, pero que ambos disfrutábamos de nuestra intimidad pensando en el otro.
Cierto día, estando en su casa del campo haciendo una barbacoa tuvimos el primer encuentro morboso, que dio pie a una serie de encuentros sexuales de los que disfrutamos como jamás lo habíamos hecho. Por fin nos decidimos. Fue después de comer, en la siesta. Mi mujer y su marido dormitaban en el jardín tras haber dado cuenta de unas buenas chuletas y tres botellas de vino blanco. Lola y yo subimos a la cocina a lavar los platos mientras charlábamos.
Lola llevaba un vestido corto y ajustado, que dejaba intuir sus formas sensuales, sin que debajo llevara nada, ni bragas ni sujetador. Yo, mi bañador y mi gran pecho al aire. Mientras ella lavaba los platos yo estaba sentado en una silla mirando sus piernas y su culo. Comencé a calentarme al ver e imaginar esa figura desnuda y me dije: “¿por qué no?” Me levante, me acerqué, coloque mis maños en sus caderas y acerqué su culo a mi polla ya endurecida mientras mis labios rozaban su oreja.
-“Lola, no puedo más. Esto tenía que llegar”, le dije al oído.
Ella no dijo nada, pero acomodó su culo en mi polla y levantó la cabeza dejando su cuello a mi merced. Mi lengua jugueteaba con su cuello y su oreja y ella se estremecía mientras giraba su cabeza buscando mi boca. Mi lengua alcanzó sus labios carnosos y calientes que ella abrió para que su lengua comenzara a entrelazarse con la mía. Sus manos buscaron las mías y cuando las encontraron las subió hasta sus turgentes pechos. Comencé a magrearla disfrutando de esas tetas con las que tantas veces me había masturbado en mis sueños. Entre gemido y gemido, Lola lo pedía, lo rogaba…
-Fóllame, amor, fóllame…
Sus manos bajaron mi bañador dejando al descubierto mis 18 cm de polla dura y erecta que se restregaba contra su culo. Ella, mi polla, fue acomodándose entre sus piernas ya mojadas de sus abundantes flujos hasta que mi glande encontró la puerta de la felicidad. Comencé a masturbarme con sus labios vaginales hasta que la dureza de esos 18 cm comenzaron a entrar en ese grande, caliente y mojado coño.
-Fóllame, amor, fóllame. No pares. Necesito tu leche. Lléname…
-Sí, Lola, te deseo tanto...
Ella se apoyó sobre la encimera con las dos manos y empujó para facilitar la entrada de mi polla, que se deslizó muy suavemente hasta lo más profundo de sus entrañas. El vaivén de sus caderas y de las mías acompasadas nos daban el placer que buscábamos desde hacía muchos años. Sus pechos bramaban de placer y sus pezones asomaban cada vez más deleitando a mis dedos con su dureza.
Cada vez más mojada, Lola gemía discretamente mientras me pedía que me corriera.
-Dame tu leche mi amor. Lléname mientras me corro yo…
Sus flujos abrazaban mi polla y la hacían mucho más vulnerable por lo que mi leche comenzó a brotar sin cesar en un orgasmo largo y placentero como jamás había tenido. Ella se estremecía y pedía más mientras mis manos azotaban su culo dotándola de un placer adicional. Nos corrimos a la vez y nos quedamos un rato inmóviles. Mi polla fue saliendo y mi leche escurriéndose por los muslos de Lola, que bajó su mano derecha y recogió la leche para llevársela a la boca y saborearla.
-La quiero toda para mí, que no se escape ni una gota.
Nos besamos profundamente, me subí el bañador y salimos al jardín como si nada, pero muy felices. No fue la última vez.