Con la pierna escayolada
De donde nace mi afición a la lectura... y a otras cosas
Tenía yo dieciocho años cuando me caí por la escalera de casa y me rompí la pierna derecha; también me hice algún moratón y una pequeña herida en la frente. Vivía solo con mi madre.
Me escayolaron la pierna casi hasta la cadera y estuve tres días ingresado en el hospital. Mi madre no se separó de mí ni un solo momento, estuvo día y noche conmigo, pese a que yo le decía que descansara, que podía quedarme solo, que ya me atenderían las enfermeras.
Una vecina nuestra fue la única visita que recibí. Tenía unos pocos años menos que mi madre. Me trajo cosas para leer. Se llamaba Luisa, aunque en todo el vecindario se la conocía por “Luisita la coja”, debido a tal defecto físico.
Cuando salí del hospital, vino y me acompañó, junto con mi madre hasta casa y entre las dos me acomodaron en la cama, de donde me dijeron los médicos que no me tenía que mover durante unos días.
Naturalmente mi madre me cuidaba muy bien. Me arreglaba la cama, me traía la comida, me lavaba, me limpiaba y me ponía el orinal cuando era necesario.
Luisa venía todos los días a casa, aunque la verdad, es que casi siempre lo hacía, porque era muy amiga de mi madre. Se portaba muy bien. Era culta, daba conversación agradable y me trajo libros para leer. Recuerdo que los primeros fueron El conde de Montecristo y Robinsón Crusoe.
-¡Qué buena que es esta mujer!, ¿verdad?, decía mi madre.
-Si, y además es simpática.
-Pero ha tenido muy mala suerte en esta vida.
Aunque ya me lo había contado en alguna ocasión, me lo volvió a repetir.
-Era hija única, estaban en muy buena posición económica. Empezó a estudiar Filosofía y Letras. Creo que cuando estaba en el segundo curso fue cuando enfermó su madre y tuvo que dejar los estudios para cuidarla hasta que murió al año siguiente o a los dos años, no recuerdo muy bien.
-¿Pero no fue su padre el que murió primero? -pregunté haciendo como que me interesaba mucho la historia-.
-No, fue su madre. Entonces reanudó los estudios y poco tiempo después tuvo que dejarlos otra vez para poder cuidar a su padre que cayó enfermo. También murió poco después.
-¿Y volvió a reanudar los estudios de Filosofía y Letras?
-No, no. Se hizo auxiliar de clínica y estuvo trabajando en un hospital durante unos años, pero el destino le volvió a hacer una jugarreta: Yendo al trabajo la atropelló un camión y como consecuencia de ello, se quedó cojita.
-¿Y desde entonces no trabaja?
-Si es que no puede. Le dieron la invalidez. Ya ves que a veces tiene que ir con bastón.
-¡Joder, que putada!
-No hables así, hijo mío, que no está bien. Y bueno, dentro de lo que cabe no se puede quejar, pues aunque la pensión no es muy alta, tiene otras rentas, ya que sus padres le dejaron varios pisos y locales, creo que cuatro o cinco en total, de los que saca buenos dineros.
-Pues me cago yo en la pensión y en las rentas si la dejaron coja. ¡Oye mamá! ¿Puedo quedarme yo también cojo como ella?
-No hijo, no. Los médicos han dicho que fue una rotura muy limpia y que te quedara muy bien. Incluso podrás jugar al fútbol, me dijo uno de ellos.
Como pasados varios días ya me encontraba bien le dije que por qué no volvía a trabajar, que ya me las arreglaría solo. Con que me dejara todo preparado y a mano bastaría. Ella se negaba rotundamente.
Cuando por la tarde pasó Luisa, fue lo primero que le dijo.
-¿Qué te parece lo que dice este hijo mío? Pues nada menos que vaya a trabajar yo, que él ya se las arreglará solo. ¡Si es que está loco!
-Mujer, no es ninguna tontería lo que dice. Además si no trabajas, no cobras, digo yo.
-Pero lo tengo que cuidar.
-También él tiene que empezar a cuidarse por sí solo. Con que respete lo que le han dicho los médicos, basta.
-Sí, pero no es lo mismo.
-Mira, si queréis yo me puedo pasar algún rato para hacerle compañía o ayudarle en lo que sea.
Allí estuvieron discutiendo, que sí, que no, que no que sí, hasta que finalmente Luisa convenció a mi madre, así que dos días más tarde fue a trabajar y me quedé solo en casa.
Sobre las ocho y media de la mañana (mi madre trabajaba de siete a tres), entró Luisa en casa, pues le dimos una copia de la llave.
-¡Hola! ¿Cómo estás, has descansado bien?
-Si muy bien.
-¿Ya has desayunado?
-Sí me lo preparó mi madre antes de irse a trabajar.
-Y te ha despertado para dártelo.
-Si.
-Pues ya le diré que no te despierte y te lo prepararé yo ¿te parece bien?
-No hace falta, Luisa, no te molestes.
-¿Te importa que te haga compañía?
-No, no, al contrario, me agrada tu compañía. Los libros que me vas dejando me gustan mucho.
-Pues a ver si te aficionas a la lectura.
En conversaciones como esta se nos pasaron un par de horas.
Lo más molesto de la escayola es cuando te pica y sobre todo porque no te puedes rascar, y precisamente me empezó a picar. Tenía una aguja larga, de las de hacer punto, y me la metía entre la escayola y la piel y así conseguía aliviar el picor.
-Que mal se pasa cuando te pica, ¿verdad?.
-Sí, menos mal que tengo esta aguja.
-Pero ten cuidado, no te hagas mal.
Un rato después le pedí la aguja para rascarme nuevamente.
-¿Dónde te pica?
-Aquí, en la parte de arriba de la escayola.
-Espera, que quizá yo te pueda ayudar.
Con mucho cuidado metió dos dedos entre la escayola y la piel y me preguntaba si era ahí donde me picaba. Me gustaba la suavidad de roce.
-¿Te gusta, verdad?
-Si. Es ahí justo donde me pica-
Yo iba con la chaqueta del pijama y el pantalón corto con bragueta, al que habían cortado por el lado de la pierna escayolada para que cupiese. Con el roce de su mano el pene empezó a hacer de las suyas y se me empezó a endurecer. Cogí una manta que tenía al lado y me tapé con ella para evitar que me lo viera.
-¿Tienes frío?
-Un poco, dije disimulando.
-Pero la manta te dará mucho calor. Espera que te ponga esta sábana que estarás mejor.
No me dio tiempo a decir nada. Me quitó la manta y al ir a ponerme encima la sábana, se dio cuenta de lo que ocurría.
-¡Ah! No tenías frío. Era por esto.
Me puse colorado como un tomate, no sabía que decir. Intenté taparme con las manos, pero ella no se inmutó.
-¿Tienes vergüenza?. No te preocupes, eso es una cosa natural. Por mí no tienes que preocuparte, que he visto muchas cosas cuando trabajaba en el hospital.
-Es que me parece que te molesto.
-No, hijo, no. No me molesta.
Se sentó en el canto de la cama y su conversación me sorprendió.
-Hace días que no te masturbas ¿verdad?
-Yo, no… bueno, yo…
-No digas cosas raras. Tú como todos, también te la meneas.
-¿Por qué me dices eso?
-Porque es verdad. Es una necesidad natural. Yo a veces también me masturbo.
A la par que esto decía, me desbrochó el botón del calzoncillo y me cogió el pene acariciándolo suavemente.
-Te voy a ayudar. Pero no te muevas, que tienes que guardar reposo, como te dijo el médico.
Con suavidad empezó a subirme y bajarme el pellejo. Lo bajaba hasta que todo el glande quedaba al descubierto y lo subía para taparlo nuevamente. En pocos movimientos estalló el volcán. La lava en forma de semen se depositó en las manos de Luisa y encima de mi polla, llegando hasta los pelos.
-¿Te has quedado relajado, verdad?. Espera que voy a traer algo para limpiarnos.
Fue y ella se lavó las manos en el lavabo. Trajo una palangana con agua, una esponja y toalla. ¡Con qué delicadeza me limpió!. Nunca me habían hecho una paja, y mucho menos, me habían limpiado la polla. Fue delicioso de verdad.
-¿Ves como esto es una cosa natural, que no tiene importancia?.
El caso es que ella realmente no le dio importancia alguna, como si fuese lo más natural hacerme una paja, pues no me dijo nada al respecto, sino que me preguntó por los libros que me había dejado, si los había leído, y cosas de esas.
-A mí me hubiera gustado ser profesora de literatura.
-¿Y por qué no lo eres?
-No pude terminar los estudios.
-Algo me ha contado mi madre.
Salió un rato para ir a comprar. A la vuelta volvió para hacerme compañía. Me curó la pequeña herida de la frente.
Me trajo una revista que había comprado para mí. Se lo agradecí, esperando que en algún momento surgiera la ocasión de hablar de lo ocurrido, pero no hubo manera. Parecía como si lo hubiese olvidado
-Esto va muy bien, en cuatro o cinco días lo tienes curado del todo.
-Ya no me hace daño.
-Si haces bien el reposo como te dijeron los médicos, ya verás que pronto te quitan la escayola.
Al día siguiente sobre las ocho y media, estando yo todavía algo dormido, pasó Luisa a casa.
-¡Ay!, perdona, ¿te he despertado, verdad?.
-No, no, acabo de despertarme.
-¿Has desayunado?
-No. Me dijo mi madre que lo dejaría preparado para cuando llegaras tú.
-Es que yo se lo dije. Así descansarás mejor y no tienes que despertarte tan pronto.
-Muchas gracias. Eres muy buena.
Desayuné mientras me hablaba de las noticias que había escuchado por la radio. Me trajo un nuevo libro, no recuerdo cual y como no pasaba nada, empecé a leerlo, mientras ella ordenaba y limpiaba un poco la habitación.
Yo la observaba. Desde luego cojeaba bastante, parecía como si tuviera una pierna más corta que la otra, pero era delgada y con unos pechos algo abultados. Pensé que antes del accidente, debió tener muy buen tipo. Cuando terminó, se sentó al borde de la cama.
-Vas muy desarreglado. Te voy a asear y peinar un poco.
-No, no hace falta Luisa, muchas gracias.
No me hizo caso. Volvió con la palangana con agua y todo lo demás. Me lavó la cara, las manos, me peinó.
-¿Ves, como ahora estás más guapo? ¿Hay algo más que limpiar?, -dijo con algo de retintín- Quiero decir si te has manchado esta noche.
-No te entiendo.
-Que si te ha pasado lo de ayer, si se te ha ido…
-¡Ah, ya!, ya te entiendo. No, no.
-No estoy yo muy segura. Déjame que mire.
Dicho y hecho, levantó la manta, me desabrochó el pantalón del pijama y me pasó la mano por todo el miembro y los testículos. Como es natural, de inmediato se me puso tiesa y Luisa empezó a meneármela suavemente. Esta vez tarde más rato en eyacular, mientras ella hacía algún comentario.
-No se por qué eres tan tímido. No tienes que tener miedo. Esto es lo más natural del mundo, además tienes un pene muy hermoso.
Yo no decía nada, porque no sabía que decir. Ella intentaba que dijera algo, pero yo no decía nada.
-¿Te da gusto, por lo menos, verdad?
-Si, si, mucho gusto, respondí finalmente.
-No tengas reparo en hablar de estas cosas conmigo, yo te comprendo. A mi no me importa hablar.
-Yo es que… de esto no he hablado nunca.
-¿Nunca, con nadie?
-Bueno, quiero decir con una mujer. Con los amigos si que hablo.
-Pues desde ahora, puedes hablar conmigo.
-Es que no se que decir.
-Mira, vamos a hacer una cosa, tú me hablas, no como si fuese mujer, sino como si fuese un amigo, ¿me entiendes?. Hablemos de nuestras cosas como dos buenos amigos, que se cuentan sus experiencias
-Si, creo que te entiendo bien.
-Vale, si quieres hablamos. Por ejemplo, ¿te haces muchas pajas?, quiero decir, si te la meneas mucho.
-Bueno… sí, bastantes.
-¿Todos días?
-Si, casi todos.
Se acercaba la hora de la llegada de mi madre, seguimos hablando, pero con un poco más de confianza. Cuando oímos el ruido de la llave en la cerradura, ella dijo que seguiríamos otro día, a la vez que me dio un ligero beso en la boca.
Al entrar mi madre, preguntó a Luisa si le había dado mucho mal.
-No, al contrario, se porta muy bien. Sigue los consejos del médico a rajatabla. Además le está tomando gusto a la lectura con los libros que le traigo.
-No sabes como agradezco lo que haces, de verdad, muchísimas gracias.
-No tiene importancia. Tú también me ayudaste cuando el accidente, así, que para mí casi es una obligación.
Al siguiente día se repitió lo mismo, pero en orden inverso, quiero decir, que empezamos hablando. Me dijo que si quería preguntarle alguna cosa.
-¿Es verdad lo que me dijiste el otro día, de que tú también te masturbas?
-Pues claro, ¿por qué iba a mentirte?.
-¿Puedo preguntarte algo muy personal?
-Claro, pregunta lo que quieras.
-¿Cómo lo haces?
-¿Cómo crees tú que lo hacemos las mujeres? Te lo imaginas, ¿no?
-¿Metiéndose el dedo?
-Pues claro, e incluso dos o tres, depende. ¿Ves?, ya hemos roto el hielo, ya podemos hablar de nuestras cosas.
-¿Te da gusto? Quiero decir, si llegas al orgasmo.
-No siempre, pero gusto si que me da. ¿Te gustaría verme masturbándome, verdad?
-Pues si, si que me gustaría.
-Vamos a hacer algo mejor. Deja que me tumbe un poco en tu cama. Ya te ayudo a apartarte hacia una orilla.
Me aparté con su ayuda hacia una orilla de la cama. Ella se tumbó de costado, mirándome a mí. Ya tumbada, se quitó la falda y la braga. Me cogió la mano y se la puso encima de su sexo. Yo estaba ya con la verga durísima, pero no me hacía nada ella, al contrario.
-Mira, pásame tus dedos por la rajita, -decía mientras me acompañaba con su mano- Así, muy bien.
-Tienes el pelo muy suave.
-Sigue un poquito más, ahora tú solo. Procura frotar un poquito en la parte superior ¿sabes dónde?
-Si por donde empieza la raja, ¿no?.
-Más o menos. En el clítoris. Méteme si quieres un dedo en la rajita, en la vagina, o sea, en el chocho.
A la vez que esto decía, me cogió la verga y empezó a meneármela. Yo seguía metiéndole primero un dedo y luego dos. Intentaba frotarle el clítoris, aunque no se si lo conseguía.
-Lo haces muy bien, sigue, que me das gusto.
No pude aguantar mucho rato. Me corrí. Noté como le llenaba la mano de semen, pues cuando salió la estampida, ella me había puesto la mano sobre el capullo, de tal forma que no se manchó, la sábana, ni la escayola. Terminé yo, pero no ella.
-Sigue, sigue un poco más, que ya estoy llegando, me dijo con la voz un poco entrecortada.
-¿Te corres?
-Si, si, me corro. Mete los dedos a fondo.
Mientras esto decía se puso el dedo corazón en la parte de arriba del coño, o sea, en el clítoris, como yo había hecho, o al menos intentado, y empezó a frotarse.
-Ya me llega, ya me llega… ¡Aggg!. Ya he acabado. ¡Qué bien!
-¿Te has corrido?
-Si, si, y muy a gusto. ¿lo has notado?
-No, solo porque lo has dicho.
-No has notado algo más de humedad que al principio.
-Puede ser, pero no me he dado mucha cuenta.
-Bueno, vamos a limpiarnos un poco.
Como los días anteriores, me lavó con una esponja y me secó con una toalla.
-Lo has hecho muy bien, seguro que ya se lo habrás hecho a alguna chica.
-No, de verdad, no lo he hecho nunca.
-Bueno, si quieres hablamos como amigos, como si yo fuera un amigo, quiero decir, con las palabras con que le hablarías a un amigo, no a una amiga. ¿Qué le dirías a tu mejor amigo sobre lo que hemos hecho?
-No sé, le diría que una chavala me ha hecho una paja y que yo también le he hecho otra a ella.
-¿Con una chavala? Yo ya soy mayor. De todas formas, gracias por el cumplido. Ahora, como amigo, te pregunto como lo habéis hecho.
-Le he metido dos dedos por el coño, mientras ella me la meneaba. Me ha salido una cantidad de leche, que no veas.
-Y ella, ¿se ha corrido?
-Si, se ha corrido, además me lo ha dicho.
-Bueno, vale, vale, ya veo que me tienes confianza. Pero, ¿te gusta que lo hagamos, o no?. Si tienes algún reparo, dímelo, en confianza.
-Si, si, me gusta. ¿lo haremos más?
No dijo nada. Cuando vino mi madre, se fue a su casa. Al día siguiente, vino con un paquetito en la mano.
-Mira, son toallitas de papel húmedas. Son para limpiarnos.
-Nos podemos limpiar con las de casa.
-No, que tu madre puede llegar a sospechar algo. Porque, no se lo contarás ¿verdad?
-No, no te preocupes.
-Ni a tu madre, ni a nadie ¿eh?. Esto es un secreto entre tú y yo.
-De acuerdo, te lo juro.
Antes de nada, me preguntó si ya me había leído el último libro que me trajo. Me habló sobre el mismo, preguntándome si me gustaba, si lo entendía y cosas parecidas.
Me daba gusto estar con ella, no solo por lo que hasta ahora me había hecho, sino por lo bien que hablaba y lo bien que comentaba los libros. Se lo dije.
-Ya te dije que me gusta la literatura, me hubiera gustado ser profesora.
-¡Qué buena profesora se ha perdido la enseñanza!, le dije.
-Gracias por el cumplido, te lo agradezco. Vas a ver mi forma de agradecimiento.
Me desabrochó el pantalón del pijama y me lo quitó del todo.
-No la tienes tan dura cono ayer. Voy a ayudarte.
Empezó a darle con la mano hasta que se puso en forma.
-A ver si te gusta esto.
Decirlo y metérsela en la boca, fue todo uno. Empezó pasando la lengua por el capullo, luego se la metió prácticamente toda en la boca y empezó a subir y bajar la cabeza. Un par de veces o tres se la sacó de la boca y escupió un poco de saliva encima del glande, y se la volvía meter en la boca.
En los pocos momentos que no la tuvo dentro, me miraba y me preguntaba si me daba gusto. Ella había puesto el paquete de toallitas encima de la cama. Creo que notó cuando me iba a correr, porque cogió una de ellas, y la puso encima del capullo.
-Ya te sale, mira que chorro de leche, dijo mientras con la toallita recogía todo el semen.
-¿Te he manchado las manos, como las otras veces?
-No, no, tranquilo. ¿Te ha dejado relajado?
-Si, mucho. Pero me fastidia que tú te quedes sin nada.
-No te preocupes, otro día será ¿Te ha gustado, verdad?
-Si, muchísimo.
-¿Nunca te lo habían hecho?
-No nunca.
-Y follar, ¿has follado alguna vez?
-Yo…
-Dímelo como si fuera un amigo tuyo, en confianza.
-Es que no estoy seguro.
-¿Cómo que no estás seguro? ¿Cómo se entiende eso?
-Es que una vez me fui de putas con un amigo, hará cosa de dos o tres meses.
-¿Y no te atreviste a entrar con alguna?
-Si, nos fuimos los dos con la misma. Primero entró mi amigo y luego yo. Ella ya estaba desnuda encima de la cama, me dijo que me desnudara y me pusiera encima. Lo hice y empecé a moverme, pero creo que no se la metí en el coño, pero ella no dijo nada. Me corrí, se levantó rápidamente y fue a lavarse en el vidé.
-Eso es que te corriste encima, que no se la llegaste a meter.
-Eso me parece, porque luego me di cuenta que llevaba todos los pelos de los huevos llenos de leche y me imagino que ella también llevaría igual los pelos del coño.
-Le tenías que haber dicho que te la cogiera y se la metiera ella.
Esto era asombroso. No me imaginaba yo que iba a llegar a hablar así con mi vecina Luisa. Incluso ella me notó algo, porque me preguntó si me parecía bien nuestra conversación, Le dije que si, que me gustaba.
-Y lo demás ¿también, verdad?. Bueno ya seguiremos hablando.
Al día siguiente, se ve que había pensado ella que me faltaba experiencia, o incluso conocimientos (en lo cual no se equivocaba) y me trajo un libro que se titulaba Enigmas de la sexualidad o algo parecido.
-Te he traído este libro. Yo creo que te gustará. Todos tenemos que aprender algo de los libros. ¿no te molesta, verdad?. Lo lees y si quieres comentamos algo sobre él.
-Muchas gracias. ¿Puedo pedirte algo?
-Si, lo que quieras.
-Hazme como ayer.
-¿Qué te haga una mamada?
-Si.
-Bueno, pero con una condición. A continuación me tienes que hacer una paja como la de anteayer.
Nos pusimos a la faena. Me la chupó con mayor delicadeza, si cabe que el día anterior, pero me dijo que procurara no correrme dentro de la boca.
-Avísame cuando te vayas a correr.
No hizo falta, lo notó ella enseguida e hizo la misma operación con la toallita. A continuación me dijo: “Ahora te toca a ti” Se quitó la falda y la braga.
-¿Por qué no te desnudas?
-Otro día. Si quieres puedes tocarme las tetas.
Se tumbó, de costado, a mi lado y la empecé a masturbar, pero en la posición que yo estaba no llegaba a tocarle los pechos mientras con la otra mano le metía los dedos por la raja.
-Espera, un poco, -dijo a la vez que se puso como sentada en la cama- Tócame ahora las tetas, que también me da mucho gusto.
Por debajo del sujetador empecé a tocarle los pechos.
-¡Qué bien que me masajeas las tetas!. Espera un momento, creo que será mejor así.
Se quitó la blusa y el sujetador, o sea que quedó en pelotas.
-¿Te gusta más así?, dijo.
-Sí. Estás muy guapa desnuda.
-Cuando te diga yo, me masturbas.
Poco rato estuve masajeándole los pechos, porque casi a continuación, me dijo que volviera a masturbarla. Lo hice poniendo todo mi interés en darle gusto. Ella estaba quieta, aunque me decía que siguiera, que no parara, hasta que comenzó a moverse, empujando por la parte pélvica hacia arriba y haciendo pequeños movimientos laterales.
-¡Me voy a correr, me voy a correr! ¡Dale más aprisa! ¡Así, así!.... ¡Ayyy!, ya he llegado.
-¿Te has corrido de verdad?
-Como una chavala de dieciocho años.
-Los que tengo yo, entonces. Desde ahora pensaré que tienes solo dieciocho años.
-Que agradables que son tus cumplidos, parecen piropos
La curación de la rotura de la pierna iba bastante bien. Con la ayuda de unas muletas, ya podía caminar un poco por casa, incluso iba yo solo al baño para hacer mis necesidades. Luisa se empeñaba en ayudarme hasta el último momento. Incluso pretendió una vez limpiarme el culo, a lo que yo me opuse, porque lo podía hacer yo solo perfectamente.
Varios días siguieron así. Mejor dicho, solo dos días. Me preguntaba sobre el libro de la sexualidad que me había prestado.
-Está muy interesante.
-¿Tienes alguna duda de lo que vas leyendo? Si puedo ayudarte, pregúntame.
-De momento, lo entiendo bien, le decía.
Bien pues al tercer día, directamente me preguntó:
-¿Quieres que hagamos el amor?
-Me encantaría, pero no se si podré ponerme sobre ti.
-No te preocupes, buscaremos una postura adecuada. Acuérdate que yo también estuve escayolada, y además de las dos piernas.
-¿Hiciste el amor escayolada?
-Si. Entonces tenía yo un novio con el que ya había tenido relaciones sexuales. Cuando yo ya estaba más o menos como estás tú ahora, lo intentamos y lo conseguimos, pues encontramos una postura adecuada para los dos.
-Podemos hacerlo en la cama.
-No, creo que será mejor en el sofá. Levántate y vamos al salón. Yo te ayudo. Yo me pondré arriba, pero como no puedo apoyarme en ti, lo haré de pie.
Ya en el salón, anduvo mirando como nos podíamos poner. Finalmente dijo que lo mejor sería en el sillón. Yo sentado y con las piernas apoyadas en la mesita baja. Me puse en esa posición, pero le pareció algo baja, así que me puso un par de cojines para que levantara algo más la zona pélvica.
-¿Ves?, así llegaré, dijo mientras se ponía a horcajadas sobre mí en el hueco que formaba la mesita y el sillón.
Efectivamente llegaba bien, si necesidad de tumbarse o apoyarse sobre mí.
-He traído esto, por si acaso, -dijo a la vez que me mostraba un preservativo- porque tú no tendrás, ¿o sí tienes?
-No, no tengo.
Se desnudó totalmente, me dio un largo beso en la boca, me quitó la chaqueta y el pantalón y empezamos a sobarnos el uno al otro, hasta que ya estábamos los dos a punto. Se puso a horcajadas sobre mí y probó a ver si funcionaba bien la cosa. Me agarró la polla con la mano y me puso el preservativo.
-Para que no te pase lo mismo que me contaste, ya me la apunto yo dentro del chichi. No te muevas para nada que yo haré todo, pero nada, nada, ¿eh?.
-Vale, te obedezco.
Noté como se introducía. Ella bajaba y subía, pero siempre procurando no apoyarse en mí ni en la escayola.
-Si te hago daño, avisa.
-No, no me haces daño, además pesas poco.
-Ahora si que la tienes metida del todo, no como te paso con la puta que fuiste.
-Si ya lo veo.
Siguió subiendo y bajando y preguntándome si me hacía daño. ¡Que cosa más maravillosa! Me estaba follando Luisa. Entonces me di cuenta que realmente era la primera vez, quiero decir que con la puta con la que estuve, no llegué a follar, sino a hacerme una paja encima de ella.
-¿Qué tal, te da gusto?, me preguntó Luisa.
-Muchísimo. Siento el calorcillo de tu chochete.
-Vamos a hacerlo despacito y en silencio, ya verás que bien que nos sale.
Yo procuraba aguantar, casi llegaba ya al final, cuando ella se empezó a mover con más rapidez.
-¡Me corro, me corro!, dijo a la vez que era yo el que ya me estaba corriendo.
Solo unos segundos más dejó de moverse, pero se quedó de pie con una pierna a cada lado de las mías. Me dio un gran beso en la boca.
-Lo he pasado muy bien. No creía que saldría así.
-¿Pensabas que no llegarías a correrte?
-Si quieres que te diga la verdad, si que lo pensé. Pero estoy muy contenta. Te has portado muy bien.
Me sacó el condón, me limpió con una de la toallitas de papel y se fue a tirar el preservativo y me imagino que a lavarse, porque tardo un rato.
-¿Qué hacías, que has tardado tanto?, le pregunté cuando volvió.
-Me estaba lavando el chocho. La higiene en estas cosas es muy necesaria.
-¿Volveremos a hacerlo?
-Lo que tú quieras, a mí me ha gustado.
-¿Mañana?
-Mañana.
Llegó mañana y fue todavía mejor que ayer. Solo de recordar el polvo, se me volvía a poner dura, hasta que al final de la mañana ella se dio cuenta de que estaba totalmente empalmado.
-¡Madre mía, si estás otra vez forma!. Espera que te voy a hacer una pajita.
-¿Puedo chuparte los pezones?
-Claro, además me gusta.
Se quitó la blusa y el sujetador y me acercó un pezón a la boca, pues yo seguía sentado en el sillón.
-¿Quieres que te haga una paja? le pregunté.
-No déjalo, que yo voy bien servida.
Le chupé repetidamente uno y otro pezón a la vez que le masajeaba los pechos. Mientras tanto empezó a masturbarme.
-Ahora si que estarás bien relajado ¿verdad?
-Yo si. ¿Y tú?
-Hacía tiempo que no me echaba un polvo igual que este.
Casi todos los días follamos, salvo los fines de semana, porque estaba mi madre y varios días que vino con bastón. Le pregunté si le dolía la pierna.
-Un poco, si. Esto es que anuncia lluvia. La humedad se nota mucho. No creía en estas cosas, pero resulta que es verdad.
-O sea que es como un barómetro o algo así ¿no?
Pues, efectivamente, al atardecer de ese día empezó a llover.
Llegó el momento en que me iban a quitar la escayola. Me dijo que le gustaría seguir haciéndolo conmigo sin la escayola. Mi alegría fue inmensa… ¡Seguir follando con Luisa!
Ya sin la escayola, me sentía más libre. Tenía que ir por la tarde a hacer ejercicios de recuperación. Aunque siempre me acompañaba mi madre, pues por la tarde no trabajaba, casi todos los días vino Luisa con nosotros. Cuando salíamos, nos íbamos a tomar algo, un café, una cerveza o cosas parecidas.
Por la mañana, siguió pasando. No quiso follar los tres o cuatro primeros días porque dijo que tenía miedo a hacerme daño, pero en cambio me la chupaba estando yo tumbado en el sofá. Un día le pedí que se masturbara delante de mí, no le pareció bien al principio, pero finalmente, cedió.
Se sentó en una silla enfrente de mí, se subió la falda se separó un poquito la braga, lo justo para tocarse el coño y se empezó a masturbar, pero se metía poco el dedo, más bien solo se frotaba el clítoris.
-Casi no te metes el dedo, le dije.
-Es que yo soy más clitoriana que vaginal.
-¿Qué es eso?
-Espera, que ya termino, Luego te le explico, -dijo a la vez que comenzaba a agitarse y tener la respiración entrecortada.
-Explícamelo
-Pues mira, hay mujeres que prefieren que el pene les roce bien en el clítoris y así consiguen mejor el orgasmo y más rápidamente, sin embargo, otras les gusta más que el pene del hombre les penetre bien a fondo en la vagina, sacan más gusto de esta manera, por eso dicen que hay orgasmos de clítoris y orgasmos vaginales.
-Entonces a ti no te hace falta que te la metan toda.
-No es eso. A todas nos gusta que nos la metan toda, vamos, es que siempre hay que meterla toda, lo que pasa es que unas gozan más con el clítoris y otras con la vagina, aunque no hay vaginales puras ni clitóricas puras.
-Ya, que casi siempre es una combinación de ambas, ¿no?
-Eso mismo, veo que lo has comprendido.
Al día siguiente, vino con el preservativo. Nada más entrar, incluso antes de desayunar fue tajante.
-Por fin vamos a follar los dos totalmente desnudos, quiero decir, sin el engorro de la escayola. Pero todavía tienes que tener cuidado, no te vaya a hacer daño. Lo mejor es que me ponga yo encima.
Se desnudó totalmente, me acarició la polla, me puso el preservativo, se sentó suavemente encima de mí, con una pierna a cada lado, procurando no echar todo el peso, se la apuntó en medio de la rajita y despacito se la empezó a meter.
-Sobre todo, no te muevas, no te vayas a hacer daño.
Empezó a subir y bajar, yo notaba que no podía aguantar, empecé a empujar hacia arriba.
-No te muevas, que te hará daño. Déjame a mí sola.
Me corrí muy pronto, creo que ella no llegó al final, porque al otro día cambió de táctica. Se puso encima de mí, pero no a horcajadas sino larga. Sus pechos se apretaban contra mí, yo la abrazaba. Me la cogió y se la metió, recordándome una vez más que no me moviera, que lo haría todo ella. Se movía como una lagartija, el gusto que daba era impresionante, la explosión de leche debió ser grande porque con voz entrecortada me dijo: “¡Vaya corrida!”. Ella también gozaba.
-Vaya polvazo que me has echado, dijo al final.
-Me parece que me lo has echado tú a mí.
Bueno, pues pese a haber follado tan a gusto, la conversación no siguió por esos derroteros.
-¿Qué tal llevas El Quijote?.
-Muy bien. Ya lo había leído pero en una edición infantil, hace muchos años.
-Veo que te estás aficionando a la lectura. Ya te traeré otros libros algo más difíciles de leer. Cuando quieras leer algo solo tienes que pasar a mi casa y pedírmelo.
-¿Podré pasar cuando ya esté recuperado del todo?
-Puedes pasar cuando quieras ¿O es que no te gusta estar conmigo?
-Me gusta mucho. Lo paso muy bien.
-Si te portas bien, podremos seguir leyendo juntos. Bueno, leyendo y… lo que quieras, pero ha de ser nuestro secreto, ¿De acuerdo?
-De acuerdo.
Varios días lo hicimos de la misma postura.
-Hoy vamos a hacerlo en la postura que se hace normalmente, dijo mientras se desnudaba y se tumbaba en la cama.
-Entonces, ¿ya me puedo poner encima?
-Si, pero ten cuidado, no te vayas a hacer daño.
Me colocó el condón, me puse encima de ella y me la apuntó en su coño. Empecé a metérsela con cuidado.
-No te muevas mucho, hazlo despacito, no te vayas a hacer mal. Además, sacaremos más gusto.
Despacito, parando unos segundos cuando era necesario, hasta que los dos llegamos casi simultáneamente al orgasmo.
-Hacía años que no me habían follado tan bien como me lo has hecho tú.
-¿De verdad? Me parece que me lo dices para que me quede tranquilo.
-No, no. De verdad, desde un principio he notado que iba a ser un gran polvo. En serio, me he corrido muy a gusto. Lo haces muy bien. Seguro que con las chicas tendrás éxito.
-A mi me gusta hacerlo contigo.
-Pero llegará un momento que ya no querrás porque tendrás novia.
-Haré siempre lo que tú quieras.
Diez días después me dieron el alta y tuve que volver a trabajar. El contacto con Luisa ya no era tan permanente, además con la presencia de mi madre, no podía hacer nada, aunque debido a la afición que cogí a la lectura, pasaba frecuentemente a su casa y de paso nos acostábamos y follábamos todo lo que podíamos.
No se si mi madre notó algo raro en mi comportamiento, porque me decía que le extrañaba mucho mi afición repentina por la lectura.
Luisa creo que la convenció de que era solo por la lectura, para lo que pasaba a su casa.
Y así siguió la cosa durante muchísimo tiempo. Me eché novia, y como es natural al principio me pegaba calentones con ella y llegaba a casa que no podía aguantar y me tenía que masturbar.
Una vez me vio cuando llegaba y me hizo pasar a su casa. Algo debió de notar.
-¿Has estado con la novia? –me preguntó-
-Sí.
-¿Lo haces ya con ella?
-¿Hacer, qué?
-Qué va a ser, follar.
-No.
-¿Estás caliente, verdad?. Seguro que os habéis pegado un buen lote.
-Si,
-Ven, vamos a la cama que te hace falta, pero procura aguantar, no vayas a terminar, y yo no me entere de nada.
Follamos muy a gusto, ella si que se enteró, se corrió a sus anchas y me dijo que para estas ocasiones, me vendría muy bien que pasara antes por su casa. Le obedecí ciegamente.
No voy a decir que todos lo días lo hacíamos, porque sería mentira, pero cada semana más o menos caía nuestro buen polvo. Quizá esta situación hizo que no lo hiciera con mi novia hasta poco tiempo antes de casarnos.
Porque me casé. La vida sexual con mi esposa fue y sigue siendo fantástica. Incluso ya no me hacía falta Luisa para mis desahogos. Ella estuvo varios meses que no me decía nada cuando yo iba a visitar a mi madre, hasta que un día, al verme, me dijo directamente.
-¿Te gustaría recordar viejos tiempos?
-¿Qué quieres decir?
-Mira, yo comprendo que no quieras volver a hacerlo conmigo, que para eso tienes a tu mujer, pero de vez en cuando…
-Bueno, si es por eso, no me importa…
-Entonces, cuando lo hacíamos, tú te desahogabas conmigo. Ahora soy yo la que de vez en cuando necesito que me deshogues tú a mí. No necesito hacerlo con la frecuencia de cuando era joven, pero de vez en cuando… me pongo algo nerviosa ¿Me comprendes?
-Te comprendo. ¿Vamos ya?
-Vamos.
Tenía unas ganas de follar, impresionantes. Se desnudó rápidamente. Me ayudó a desnudarme y ya en la cama me la empezó a chupar.
-¿Te lo hace así tu mujer?
-No, solo follamos.
-¿Solo por delante?
-¿Qué quieres decir?
-Si le das por atrás.
-No, ni siquiera lo hemos intentado.
-Yo lo he hecho, pero muy pocas veces. Bueno, ahora fóllame como solo tú sabes hacerlo.
Estaba necesitada de un buen polvo. Cuando se la saqué, cogió el preservativo y lo puso al trasluz.
-Que cantidad de espermatozoides que debe haber aquí. ¿Todos entran?
-¿Cómo que si todos entran?
-Que sí con tu mujer lo haces a pelo o tomáis precauciones.
-Lo hacemos sin nada, me corro dentro. Queremos tener un niño lo antes posible.
-Me gusta todo eso. Como me hubiera gustado tener un novio como tú, casarme con él y tener hijos.
-También te hubiera gustado ser profesora de literatura, y finalmente lo has conseguido.
-¿Cómo que lo he conseguido?
-Yo fui tu alumno, me aficionaste a los libros, me enseñaste a gozar de la lectura… bueno… y de otras cosas.
-Yo también he gozado tanto aficionándote a la literatura como a las otras cosas. ¿Vendrás de vez en cuando a repasar las lecciones?.
-Si, si sigues prestándome libros.
-Te los prestaré con mucho gusto. El mismo que sacaré cuando me hagas las otras cositas.