Con la misma moneda (2)

El dolor, la incomunicación, la indiferencia

Con la misma moneda

Capítulo 2

—Vamos a hacer una cosa. Tony, quítate la camisa; Patricia, quítate la blusa.

—¿Cómo dices?

—Me has oído, quítate la blusa, ¿tienes algún problema en quedarte en sujetador delante de mí?

—No es eso.

—Entonces hazlo, sabes que es necesario. Hazlo.

Se miraron sin saber qué hacer, a Patricia no le preocupaba mostrarse en sujetador delante de Rodrigo, era Tony quien le provocaba un bloqueo que nada tenía que ver con el pudor y mucho con su intimidad. Ya no tenía derecho a verla desnuda, eso es lo que sentía, además de un toque de rencor al verse forzada por el terapeuta a hacer algo que no deseaba. Tony parecía acobardado, no hacía nada por quitarse la camisa, estaba esperando a que ella tomase la decisión y eso comenzaba a irritarla.

Se desabrochó la blusa y la dejó en el respaldo de la silla que estaba a su espalda, Tony parecía a punto de echarse a llorar. ¿Por qué?, lo iba a estropear todo con ese absurdo victimismo.

—Ahora tú, Tony, quítate la camisa. Bien, acercaos, quiero que os acariciéis como antes.

No estaba siendo sincero y sintió pena porque aquel ejercicio le estaba abriendo los ojos sobre su marido. Tony le acariciaba como si le tuviera miedo, seguía con esa expresión en su cara mezcla de pena y arrepentimiento que no se creía. Le puso las manos en la cintura y le dejó hacer, no atendió las instrucciones de Rodrigo que le pedía más interacción con él. No podía, sencillamente no podía acariciar al actor que tenía delante interpretando un papel mal escrito: el de marido infiel y arrepentido. Tony sabía que no la estaba convenciendo y no fue más allá de los hombros y la espalda por mucho que Rodrigo trató de hacerles «entrar en faena».

—A ver, Patricia, cuéntame que te sucede.

—¿Y por qué has decidido que es a mí a quien le sucede algo? ¿has observado a Tony durante el ejercicio?

—Por supuesto, Patricia, cálmate, pero ahora estoy hablando contigo.

—Estoy calmada, Rodrigo, es que me sorprende que me preguntes cuando parece evidente que a quien le pasa algo es a él.

—Y en eso entraré después, ahora quiero saber lo que te sucede a ti.

—Lo que me sucede es que no puedo quitarme de la cabeza que me ha tenido engañada desde que murió nuestro hijo. Que mientras pensaba que estaba destrozado por el dolor, él se estaba tirando a otra. Y ahora, cuando hacemos este ejercicio delante de ti se pone una mascara de penita y arrepentimiento y me toca como si yo fuera a saltar a arrancarle los ojos. Mira, no puedo con esto, es superior a mis fuerzas, no conozco a esta persona que tengo delante.

—¿Es cierto, Tony?, ¿esa expresión de tristeza que yo también he visto cuando te acercabas a Patricia es solo una máscara, como dice ella?

—No me vas a perdonar nunca, ¿verdad?

—Mientras no seas sincero, no.

Mediados de Abril

—No me lo puedo creer.

—No es lo que piensas, es parte de la terapia, vamos paso a paso, solo compartimos cama.

—¿Y puedes soportarlo a tu lado?

—¡Joder Mayte! Tenemos que aprender a confiar, de otra manera se acabó.

—¿Y la solución es meterlo en tu cama?

—No seas bruta. Nos hemos dado un tiempo, en las sesiones estamos hablándolo todo.

—¿Te das cuenta de que estás a un paso de justificarlo? Y lo siguiente que va ser ¿olvidar y volver a ser la esposa que mira a otro lado y cumple con sus obligaciones conyugales?

—Mayte —dijo bajando la voz —: Hemos intentado hacerlo y no puedo, no lo soporto.

º º º º º

—Ahora es el momento, cara a cara, debéis hablarlo si queremos solucionarlo.

Patricia lo tenía claro pero no quería hacerle daño. Si lo confesaba podía ser irreparable.

—¿Es que ya no sientes nada por mí?

—Si no sintiera nada no estaríamos haciendo esto, Tony, pero no puedes forzar las cosas.

—Patricia —intervino Rodrigo—, hay que dar pasos, existe un bloqueo que os impide restablecer vuestra vida sexual, por eso estamos aquí, para que lo hablemos.

Lo habían intentado, la convivencia había vuelto a ser casi normal, sin darse cuenta habían vuelto a reír, cocinaban juntos, se repartían las tareas como antes, como si la vida no les hubiera asestado un hachazo. A veces olvidaban lo que les había ocurrido y se comportaban como antes, y cuando uno de los dos volvía a la realidad le cambiaba el semblante y el otro entendía que el sueño había concluido. Dos o tres veces se llevaron el embrujo a la cama y trataron de continuar como si fuera real.

—No puedo, no quiero herirte pero si insistes, ahí va: Cuando te acercas, en la cama, y te siento, ¡Oh joder!

—Vamos, continua.

—No puedo olvidar que… eso, ha estado en otra mujer. Ya lo sé, es irracional, pero no lo soporto cerca.

—¿Quieres decir que te doy asco?

—No es eso, es…

—No sigas, lo he entendido.

Tony se levantó y dio unos pasos por la sala. Patricia vio un gesto de despecho que le hizo sentirse mal por lo que había dicho, estuvo a punto de disculparse. Entonces reaccionó.

—Espera. No te voy a tolerar que ahora el ofendido seas tú. Me engañaste, me dejaste sola. No lo olvides.

º º º º º

—¿Se lo dijiste a la cara?

—¿Y qué iba a hacer? El terapeuta es muy persistente.

—Entonces no lo entiendo.

—Estuvimos sin hablarnos unos días, no le iba a consentir que actuase como si fuera él la víctima. A la siguiente sesión conseguimos acercar posturas, fue cuando acordamos que regresara a la alcoba a dormir, solo dormir, para que volviéramos a habituarnos a, como dijo, la cercanía de nuestros cuerpos.

—Qué poético. ¿Y cómo va?

—Es incómodo, dormimos cada uno en un extremo de la cama procurando no rozarnos, pero es casi imposible. Creo que ha sido peor el remedio que la enfermedad,  apenas nos hablamos.

º º º º º

—Por lo que me contáis creo que habéis establecido una guerra de trincheras, habéis fortificado vuestras posiciones y ni vais a avanzar ni vais a retroceder salvo que encontremos algo que os haga salir de la trinchera.

—¿Crees que nos resulta agradable esta situación? —dijo Patricia, molesta porque la tratase como si fuera una niña—, si piensas que no tienes ningún medio para hacer avanzar la terapia dínoslo y lo dejamos, pero no hagas recaer en nosotros toda la responsabilidad del fracaso.

—No ha sido esa mi intención, Patricia; disculpa si me he expresado mal, si esto no avanza es en gran parte porque no he sabido entender el fondo del conflicto. Puede que haya llegado el momento de tomar vías más radicales.

—¿De qué estás hablando?

—Voy a ser muy claro en mi análisis: Formáis una pareja en la que, tras un suceso traumático uno de los dos lo afronta recuperando su vida y transformando el dolor en actividad y el otro sin embargo lo cursa mediante el ensimismamiento y la negación a través de la búsqueda del placer fácil. Esa misma estructura de caracteres tan distinta se ha expresado durante la terapia; me ha sido más sencillo comunicarme contigo, Patricia, que contigo, Tony; me cuesta arrancarte lo que piensas y lo que sientes. Tú planteas clara y contundente los problemas que tienes para reanudar la relación y tú en cambio respondes con la queja que eso te provoca pero no me aportas nada, Tony, no he conseguido arrancarte un motivo; sigo sin saber por qué te aislaste de tu mujer en los peores momentos, ¿por qué elegiste tener una aventura en lugar de acudir a ella?

Tony dejó pasar unos segundos preciosos sin dar una respuesta y Patricia se levantó desolada.

—Necesito salir de aquí. Cinco minutos, por favor.

No llegaron a ser cinco minutos. Caminó por la avenida dejando que el viento batiera en su rostro. Le sirvió para terminar de convencerse de que esa era la ultima sesión, no tenía ningún sentido continuar con aquello. Pensó en su suegra cuando le dijeran que se iban a divorciar; pobrecilla, con lo que la quería.

Cuando subió se encontró a Rodrigo sentado en su mesa y a Tony mirando por la ventana. La estampa de la derrota.

—¿Continuamos? —dijo Rodrigo.

—He estado pensando y no creo que sea necesario.

—Yo también he estado pensando. Sentaos, por favor. Tienes todo el derecho a tomar esa decisión pero creo que te equivocarías. Por hacer una mala comparación, diría que estás viviendo con un moribundo. Si lo dejamos aquí el moribundo terminará de expirar. La otra opción es hacerle que reaccione. En las películas les ponen las palas y les sueltan una descarga para que el corazón vuelva a latir o les hacen algo al estilo de McGiver. Lo que yo te propongo es eso. Tony entró en shock cuando murió vuestro hijo y cometió una serie de estupideces: dejó de comunicarse contigo y se folló a varias putas antes de enrollarse con una compañera de trabajo.

—Mira, ya sabes más que yo, que suerte tienes.

—Es la hora de que tomes una decisión; o dejas morir al enfermo, que es a lo estabas dispuesta cuando has entrado por la puerta, o te marcas un McGiver.

—No estoy para bromas, Rodrigo, di lo que tengas que decir de una vez.

—¿Conoces eso de que la mancha de una mora con otra verde se quita?