Con la madrina

Bubi, padrino de casamiento de Quique, termina en la cama con su comadre.

Con la madrina

Que un amigo como Quique me eligiese para ser padrino de su boda fue uno de los honores de los que más me enorgullezco en esta vida. Un tiro al aire como él, a los casi cincuenta años y después de tres años de convivencia con Clarita decidió blanquear la situación pasando por el Registro Civil y la Iglesia. Ignoro los motivos y no pregunté para no invadir su privacidad.

¿Por qué yo y no otro? Meca, su madre de 71 años, enviudó diez años atrás luego de un feliz y prolongado matrimonio. Los padres de Clarita querían estar en el altar junto a su hija y como Quique pensó que la madre no podía estar sola, decidió que yo, Bubi su amigo de correrías desde la infancia, era el candidato ideal para acompañarla en un momento tan feliz y poco esperado.

No pude esquivar el ofrecimiento pero le adelanté que no pensaba vestirme de pingüino, de frac o jaquet, porque me vería como un ridículo disfrazado para Carnaval.

-"Mamá te va a asesorar, no te preocupes" – contestó lapidariamente.

Cuando mencioné a Meca y sus 71 años seguramente habrán pensando en una mujer achacosa, encorvada, arrugada, canosa y con aires de arpía. ¡Nada más errado! Si la pudieran ver dirían que no tiene más de 55, como mucho. Delgada, 1,75 de estatura, piernas esmeradamente cuidadas, trasero robusto, cara aniñada surcada por muy pocas arrugas, cabello cortado a la garconiere teñido de color castaño, voz suave y sensual. ¿Y el busto? Deliciosamente imperceptible aunque recatadamente sexy si se la miraba con atención. Parecía la hermana mayor de Quique y no su señora madre.

¿Cómo es posible que una mujer de 71 aparente no tener más de 55? Tres visitas semanales al gimnasio, masajes, largos paseos diarios en bicicleta, dieta controlada, muchas cremas, poco alcohol y cigarrillos. En fin, vida metódica y controlada.

Cuando ella todavía era joven y yo un chiquilín, solía excitarme al verla luciendo su malla enteriza de color negro. ¡Era una verdadera belleza! Recuerdo que una fotografía en la que aparecía con su legendaria malla negra motivó más de una de mis masturbaciones juveniles. ¡A pesar de ser la madre de Quique, era una mujer con todas las de la ley! Perdón Meca, la carne es débil.

No puedo dejar de aceptar que me aconsejó apropiadamente en materia de vestimenta. Traje oscuro, camisa blanca con corbata al tono, zapatos negros y bouquet de flores en el ojal. Me impuso autoritariamente que la pasase a buscar con mi coche porque no quería ir en la limusina que los futuros consuegros pretendían que utilizara.

  • "Me voy a sentir más cómoda si me llevás vos".

En el día y a la hora indicada estacioné mi coche frente a la casa de Meca, descendí, golpeé la puerta y esperé pacientemente. Abrió apenas y me hizo pasar. Como cualquier mujer normal, todavía no había terminado de arreglarse. No la pude ver porque corrió hacia el baño.

  • "Me termino de arreglar las pestañas y estoy con vos. Dame cinco minutitos".

Tardó casi media hora y al fin...apareció. Me quedé con la boca abierta. Pensé que me estaba engañando porque ésa mujer no podía tener 71 años. ¡Espléndida! Negro y largo vestido, escote pronunciado y sugestivo, zapatos con tacos aguja, capelina negra haciendo juego. ¡Cómo me gustan las mujeres con la cabeza cubierta!

¡Diosa total!

No seas hereje – me recriminó haciendo un mohín.

Si yo tuviese 20 años más de los que tengo le proponía casamiento.

Vamos, vamos que puedo ser tu madre y ya no estoy para requiebres amorosos.

Salimos a la calle, abrí la puerta del coche y le pregunté si, para estar más cómoda, quería viajar en el asiento trasero.

"No, voy adelante con mi pareja. Porqué esta noche sos mi pareja. ¿No?"

Sin contestarle, la ayudé a ubicarse junto a mi.

La ceremonia religiosa fue muy emotiva, incluyendo el llanto de las dos "mamitas" que lagrimearon intensamente cuando los "chicos" dieron el sí. ¿Chicos? ¡Ba! Es un decir.

Inmediatamente sucedió lo que sucede en todos los casamientos, los saludos en el atrio y algo más. Un enjambre de familiares, amigos y curiosos rodeando a novios y padrinos, pugnando por felicitarlos. En resumen: un entrevero de gente yendo y viniendo alrededor de seis personas. Empujones y apretujones. Dentro de esa confusión tuve una reacción inconsciente de la que no me arrepiento. Mal, pero muy mal, le toqué el culo a Meca. Digo mal porque puse mi mano derecha en el centro de su trasero Lo hice tan profundamente que hasta pude notar sus labios mayores entre mis dedos. "¡Cuidado, que me están pisando!" ¿Pisando? Movió levemente la cara hacia la derecha dirigiéndome una mirada penetrante y acusadora. No cabía duda de que sabía que había sido yo. Era el único que estaba a sus espaldas y en condiciones optimas para meterle mano de esa manera. Pensé que se iba a dar vuelta para abofetearme pero me equivoqué. Sin inmutarse, continuó saludando a todo el que se le puso a tiro. Fueron veinte minutos durante los que pensé que me había mandado la mayor cagada de mi vida. Le había tocado el culo a la madre de mi mejor amigo y, para colmo, en su casamiento. ¡Cartón lleno! ¡Bubi, te portaste como un imbecil al dejarte llevar por la calentura del momento! ¿Qué pasa si Meca te lo recrimina? Aguantar, Bubi, aguantar como buen macho que sos.

Pero no pasó nada. Terminaron los saludos en el atrio, buscamos el coche y nos dirigimos al salón donde hacían la fiesta. Pensé que cuando estuviésemos solos me iba a encarar, pero de nuevo me equivoque. Nada. No dijo ni una palabra sobre el asunto.

La fiesta se desarrolló como todas las fiestas de casamiento. Abundante comida, mucha bebida y baile hasta las cinco de la mañana, cuando se retiraron los novios. A esa hora eramos muy pocos los que todavía estábamos totalmente sobrios. Evité tomar demasiado porque tenía que conducir.

"Bubi, ¿me vas a llevar a casa?" – preguntó Meca.

"Cuando quiera" – contesté vacilante.

Se acomodó la capelina negra sobre la cabeza, me tomó del brazo y me llevó casi a la rastra hasta el coche. Durante el viaje no dijo palabra, miraba hacia el frente de manera pensativa. ¿Qué estará pensando? Seguramente de qué manera me va a recriminar el desliz.

Estacioné frente a la puerta, la ayude a descender y, tomando sus llaves, abrí la puerta. - "¿Entrás a tomar un café?" - preguntó de improviso.

Si Meca hubiese tenido veinte años menos esa era un invitación que podía interpretarse como la insinuación para hacer algo más que tomar un café. Sin decir palabra ingresé detrás de ella, encendí las luces y esperé. ¿Qué esperé? El próximo movimiento, si así puede llamárselo, de la madre de Quique.

Se paró en el medio del living, me dio la espalda y, de improviso, me sorprendió con una pregunta por demás sugerente.

  • "¿Me bajás el cierre del vestido? Parece que se trabó"

En silencio, me acerque, busqué la parte superior de su vestido, tomé el cierre y lo deslicé suavemente hacia abajo. Llegué hasta el borde inferior de su cadera notando así que no usaba corpiño. Se inclinó hacia delante, el vestido resbaló hacia el suelo y giró sobre si misma para enfrentarme desafiadoramente.

  • "¿Vas a continuar lo que empezaste en el atrio o resultaste un maricón de cuarta?"

Me quedé mudo, mirando a una Meca que se me presentaba vestida solamente con una tanguita negra, tacos aguja y capelina. ¿Era un sueño?

  • "¿Por qué no contestás? ¿Los ratones te comieron la lengua?"

Seguí callado, admirando ese cuerpo que parecía de una mujer de mi edad.

  • "¿Ahora vas a decirme que no fuiste vos el que me manoseó el culo en el atrio?".

  • "Si, fui yo pero no pensé que reaccionaría así".

  • "¿Vos te crees que porque tengo 71 pirulos dejé de ser mujer?"

Después de deshacerse completamente del vestido pateándolo hacia un costado, se acercó a mi para iniciar una lenta ceremonia durante la cual me despojó de casi toda la ropa. Sólo el calzoncillo permaneció en su lugar.

  • "Te lo dejo para mantener el suspenso. ¿Cómo está el aparatito?"

Continué callado mientras ella pasaba las manos por todo mi cuerpo. El "aparatito" respondía favorablemente, con cada caricia se ponía más duro.

  • "Vamos a la camita, mano larga".

Se incorporó dirigiéndose hacia el dormitorio mientras yo la seguía con la mirada. De espaldas, era una escultura. Con cada paso que daba movía los glúteos con una sensualidad insospechada para una mujer de su edad. ¡Felina en el andar!

Displicentemente llegó al borde de la cama matrimonial, se recostó y me miró con los ojos entrecerrados.

  • "Buscá un pomito que está en el primer cajoncito de la mesita de noche y abrilo. A mi edad se necesita un buen lubricante para que no sentir molestias".

Obedecí inmediatamente, abrí el cajoncito y encontré el pomito junto varios objetos que estaban cubiertos con ropa interior.

  • "Si querés sacá también los juguetitos que más te gusten".

Intrigado, aparté la ropa para encontrarme con dos consoladores simil pene de diferente tamaño y una lapicera.

  • "La lapicera es un vibrador, traela también".

Sin salir de mi asombro, saqué los tres objetos para depositarlos sobre la cama. Los consoladores parecían pijas auténticas, con testículos incluidos. Me resultaba inaudito que a los cincuenta y pico me sorprendiera que una mujer tuviese ese tipo artefactos en su mesita de noche. No tenia nada de malo pero, en este caso en particular, tengo que reconocer que me cambiaba la imagen que tenía de Meca.

"Querido mío, a falta de pan, buenas son tortas. Acompañan muy bien las noches de soledad y de forzada abstinencia".

Me acerqué a su cuerpo para comenzar a acariciarlo lenta y suavemente. Ella tiró de la parte baja de mi calzoncillo hasta que logró que estuviese a la altura de mis rodillas.

  • "Bueno, bueno. ¡Cuánto que creció desde que te bañaba a los cinco años!"

  • "¿Cómo creía que iba a reaccionar en una situación como esta?".

Sentí que con su mano izquierda me estaba acariciando los testículos para luego llegar a la base del pene. Incentivado de esa manera tan particular, decidí buscar con mi boca los hasta ese momento imperceptibles pechos. Me encontré con dos pezones pequeños, duros y de color marrón claro que lamí en forma circular.

  • "Seguí, seguí" – dijo en tono de súplica.

Mi lengua pasaba alternativamente de un pezón al otro provocándole leves gemidos. Con la mano derecha fui despojándole la tanga negra para llegar finalmente a tocar sus labios mayores. Me encontré con un territorio intensamente templado, rodeado por vello suave y relativamente corto. Como por arte de magia, al tomar contacto con las yemas de mis dedos, los labios mayores se separaron un poco. El índice buscó con mucho cariño la entrada del conducto vaginal hasta encontrarlo. Con movimientos lentos pero seguros lo fui introduciendo para luego retirarlo una y otra vez.

  • "¡El lubricante, Bubi, no te olvides del lubricante!".

Torpemente, busqué el tubito, lo abrí, me unté generosamente los dedos y volví a realizar el movimiento de entrada y salida. Abandoné los pechos para dedicarme a lamerle el clítoris, lo que provocó temblores en todo su cuerpo. Comencé a oír un zumbido suave que me hizo dirigir la mirada hacia arriba. Mientras balanceaba la cabeza de adelante hacia atrás, se masajeaba los pezones con la lapicera vibradora manteniendo la mirada fija en un punto indeterminado de la pared opuesta de la habitación. ¿Esta mujer tiene 71 años?

"¡Basta, basta! ¡Metémela adentro por favor!".

Abandoné los trabajos preparatorios, la hice acostar sobre la espalda, abrió las piernas, tomé mi miembro por la base, lo lubriqué abundantemente y lo introduje en la vagina. Estaba en el primer movimiento de entrada cuando se me ocurrió preguntar si me ponía un preservativo.

  • "¡Olvidate, soy menopáusica!" – fue la corta y tajante contestación que recibí.

Una, dos, tres veces entrando y saliendo sin demasiada rapidez hasta que sentí que sus piernas se entrelazaban por detrás de mi espalda, atenazándome, uniéndome más intensamente a su cuerpo, colaborando en el balanceo. Desatendiendo a todo lo que sucedía a nuestro alrededor, nos dedicamos mutuamente a darnos placer.

  • "¡Terminame adentro, quiero toda la leche en el fondo de la concha!"

Entendí lo que deseaba pero no contesté. De pronto, no pude contenerme más y eyacule abundantemente dentro de su vagina mientras ella continuaba prendida como deseando que nunca nos separáramos.

  • "¡No la saques, dejámela adentro hasta que se te achique!"

Jadeante, tumbé todo el peso de mi cuerpo sobre el suyo dejando que la verga retornara a su estado de reposo. Luego de largos minutos de relajación, el miembro salió sin ayuda seguido por un torrente de semen.

Mientras me erguía noté que Meca, aprovechando la lubricación que le había dado mi semen, se estaba colocando uno de sus consoladores en la vagina.

  • "¡Por favor, garchame con el consolador!"

Poniendo la palma de mi mano derecha detrás de los testículos artificiales comencé un entra y sale que fue aumentando en intensidad cada vez que ella lo pedía. Cada embestida con el pito de goma generaba un acompañamiento de sus caderas.

  • "¡No pares, no pares! ¡Más fuerte, más fuerte!"

Noté que tenía contracciones rítmicas en los músculos que rodeaban la vagina, su cuerpo se convulsionó, arqueó la espalda, se le ruborizó la cara y comenzó a gemir.

Después se quedó quieta, abandonándose en silencio a las sensaciones que estaba experimentando. Interrumpí el juego para permitir que se relajara y volviera a su estado de reposo. Colocó ambas manos sobre su cara cubriéndose los ojos y suspirando

Le bastaron sólo cinco minutos para reponerse. Se incorporó haciendo un movimiento felino con el que sentó frente a mis piernas.

  • "¡Te voy a dejar el pito bien limpito!"

Me bajó la piel del pene para empezar a lamerlo desde la punta hasta los testículos mientras yo la acompañaba con mis jadeos. ¿Quería más?

Aseguraría que me había leído el pensamiento.

"Si hicimos una, podemos hacer dos. ¡Preparate!". .

Ignorándola, me quedé tumbado sobre la espalda, disfrutando de la limpieza a la que estaban sometiendo.

"¿No me oíste? Empezá a chapármela que me gusta".

"Pero la tenés llena de leche".

"¿Tenés asco de tu propia leche?"

No sé cómo pero me acordé de algo que había leído no sé donde ni cuando: después del primer orgasmo ellas no necesitan reiniciar el proceso de excitación, les alcanza con seguir con la estimulación hasta que lleguen al próximo. Lo primero que se me ocurrió fue preguntarme ¿Y yo qué hago mientras tanto? ¿Lograría otra erección en tan corto tiempo?

No lo volví a pensar, coloqué la cabeza entre su piernas para empezar a lamer todo lo que se pusiera al alcance de la lengua. Comencé por el abdomen para seguir por los muslos, los labios mayores, los menores y el ojete, donde me detuve largo rato. Noté que mi cara estaba impregnada de semen pero no me importó, lamí hasta que eliminé hasta la última gota que encontré. No me acuerdo del sabor porque la excitación del momento lo borró de mis papilas gustativas. Por primera vez, me animé a besarla en la boca. Me introdujo la lengua hasta lograr tocarme el fondo del paladar, absorbiendo la mezcla de semen y saliva que inundaba mi cavidad bucal. Duró poco porque en un ágil movimiento se colocó a la altura de mi entrepierna para introducirse mi miembro dentro de la boca. Sentí que su lengua se esmeraba recorriendo toda la longitud del pene, que todavía no estaba respondía como se esperaba.

"¡Meteme el consolador más grande!"

Lo lubriqué, lo introduje lentamente como unos veinte centímetros y empecé la tarea de pone y saca.

  • "¡Más fuerte, más fuerte!"

Tomé la lapicera vibradora para terminar ubicándola sobre el clítoris. La reacción fue formidable. Gemidos múltiples, palabras ininteligibles y cortadas, espalda arqueada. Meca ya estaba por su segundo orgasmo y yo en veremos.

Debe haber pasado algo más de media hora antes de que pudiera lograr una erección aceptable la que, una vez comprobada, aproveché lo mejor posible. Me incorporé, la coloqué en cuatro patas y la penetré desde atrás sin dificultad. La lubricación era excelente así que el vaivén de los cuerpos se convirtió en movimiento rítmico. Y llegué a la segunda eyaculación, también adentro de su vagina.

Siguiendo la misma rutina que la primera vez, esperé a que la pija se saliera sola antes de volver a la posición acostada.

  • "Bubi, haceme el favor de alcanzarme el toallón que está de tu lado porque tengo ganas de mear".

  • "¡Andá al baño!"

  • "No quiero levantarme para no romper la magia del momento".

Se lo alcancé, lo dobló, lo colocó apretado entre sus piernas y...¡meó! Sin decir palabra, desnudos, nos pusimos en cucharita y quedamos profundamente dormidos. El reloj indicaba que eran las 9 de la mañana.

Me desperté sintiendo el miembro duro y con la sensación de que me lo estaban succionando. Abrí los ojos para comprobar que Meca era la causante de la finalización de mi descanso.

  • "¿Todavía querés más?" – pregunté con voz entrecortada.

  • "Hace años que no desayuno con semen" - contestó riéndose a carcajadas.

  • "Que tu hijo no se entere porque me mata"

  • "Olvidate de mi hijo, bien que andará revolcándose con la mujer y nadie se lo reprocha ni le pide cuentas".

Continuar el relato sería repetir casi todo lo contado hasta el momento. Esta mujer de 71 años me había dejado perplejo con su oculta afición por el placer sexual. Vital, sensual, enérgica, logrando lo que se proponía sin importarle nada. Con cincuenta y pico de años en mi haber, sigo sorprendiéndome con las mil facetas insospechables de Meca, pero las reservo para futuros relatos.