Con la boca llena; iniciación
SEXO. LUJURIA. TRAICIÓN ¿Cómo llega a degradarse la decencia de una mujer criada en un colegio católico bajo estrictos códigos morales, y ahora casada con un buen hombre que hace todo por mantenerla feliz tanto económica como sentimentalmente, por un deseo profundo de convertirse en una puta?
CON LA BOCA LLENA; INICIACIÓN
¿Cómo llega a degradarse la decencia de una mujer criada en un colegio católico bajo estrictos códigos morales, y ahora casada con un buen hombre que hace todo por mantenerla feliz tanto económica como sentimentalmente, por un deseo profundo de convertirse en una puta? ¿Por qué una mujer arriesgaría todo cuanto tiene (un esposo comprensivo, estabilidad, trabajo y amor) por una aventura que la está llevando al precipicio de lo prohibido?
¿De verdad vale la pena perderlo todo por instantes de placer desbordado?
Yo no entiendo lo que me pasa; no tiendo cómo he perdido la cordura a extremo, ni cómo fue que caí en las redes de mi jefe, un hombre frívolo, intransigente, un caballero ante la sociedad; un filántropo y buen mozo que cuando se transforma en mi macho se convierte en mi perdición.
—Tú serás mi puta, Lydia, y lo serás por voluntad —me dijo el día que cambiaría el rumbo de mi vida. Llevaba tres meses trabajando para él, tres meses fantaseando con su cuerpo, con su voz, con sus enormes manos y con lo que sería ser atravesada por su falo—. Yo no te obligaré a nada ni te exigiré que te abandones a mí, pequeña Lydia. Tú solita lo harás porque así lo deseas. Aún cuando ahora me demuestras mesura, templanza y fineza en tus modales y tu andar, tú cederás. Me cederás tu cuerpo, tus pensamientos y tus deseos, y seré yo quien los administre desde entonces hasta que ya no seas nada salvo mía.
Me había tomado por sorpresa que me mandara llamar a su oficina justo a la hora de la salida, pues ese hombre se limitaba a darme órdenes por la mañana, y a dejar que el día trascurriera sin novedades, excepto cuando tenía que acompañarlo a alguna reunión de negocios, pues yo era su asistente personal. Después de un episodio donde lo descubrí cogiendo con la mujer del gerente de recursos humanos (episodio que ya relataré en otra ocasión), y que me obligara a decirle lo que yo había visto, Ivo se había mantenido distante ante mí, y yo temía que tal episodio lo llevaran a despedirme un día de estos. Por eso me asustó cuando me dijo que fuera a su oficina cuando se hubieran marchado todos los trabajadores de escritorio, pues tenía que hablar conmigo urgentemente.
Y solamente entrar, le vi sentado en el borde de su escritorio, tan machote y fibroso como un monumento forjado por Miguel Ángel. Sus manos apoyadas detrás de la superficie de cristal, y sus pies entrecruzados. Me miraba con suficiencia, como un amo que mira a su perra, y sonreía de una forma tan seductora y diabólica que estuve a punto de caer tirada en el suelo de la impresión.
—Sí, querida Lydia, después de todo lo que has visto y sabido de mí me queda claro que tú serás mi puta.
—¿Quéee? ¿Qué me está diciendo, Licenciado Mier? —le grité ese día con miedo; miedo a perder un trabajo que tanto me había costado tener, miedo a mis propios impulsos, que no dejaban de hacerme estremecer. Miedo a que en verdad se cumplieran sus amenazas y que yo cayera rendida a sus pies. Y debo confesar que lo que en realidad aterrorizaba era precisamente eso, inflarle aún más su ego si yo me dejaba embaucar por su dominio, su seducción y todo cuando él era.
—En determinado momento, pequeña Lydia, cada vez que entres a esta oficina, tus propios impulsos te llevarán a ponerte de rodillas, como una buena gatita que quiere lamer el calzado de su amo, y a gatear sumisamente hasta donde yo me encuentre, dispuesta a besar mis pies, para luego con tus pequeñas manitas buscar mi bragueta para sacar mi enorme polla y acariciarla con la lengua; chuparla solemne y devotamente como si fuera el santo de tu devoción. Le rendirás honor con tu hermosa boquita, y tus carnosos labios no atinarán a hacer otra cosa que no sea la de besarla, frotarla de arriba abajo hasta que el barniz rojo de tus labios quede impregnado en cada centímetro de mi falo.
—¡Está usted loco, licenciado Mier, completamente loco! —dije impresionada, petrificada y sin poder parpadear.
El corazón me latía violentamente y en mi vientre comenzaba a arder una especia de mariposa cosquillosa.
—En determinado momento, pequeña Lydia, querrás vestir como una puta para mí, por el simple hecho de satisfacer mis fantasías más profundas. Por el simple hecho de saber que verte así, sometida ante mí, me pondrá cachondo y con deseos de taladrarte. Por eso diario querrás traer puesta una diminuta tanga a juego con tus medias de red, liguero y tu sostén, que te pondrás a escondidas de tu marido. Te pondrás los zapatos de plataforma con el tacón más alto y delgado que encuentres, porque sabrás que mientras me estés chupando la polla, yo querré perforarte tu profundo y apretado ano con la punta de ese tacón, al que previamente le pondré un condón para que no te lastime.
—¡Está enfermo, licenciado Mier, loco y enfermo! ¡Es usted un pervertido! ¡Me causa repulsión!
—Y si te causo repulsión, querida mía, ¿por qué estás tan mojada? —me preguntó con una vil sonrisa—. ¿Por qué estás chorreando para mí? ¿De veras te causo repulsión, Lydia? ¿Logras ver el bulto que tengo entre las piernas, debajo de mi pantalón de raso? Lo estás provocando tú; me pone tu actitud tan inocente, que guarda falsamente esa personalidad de puta que quieres sacar conmigo, esa oscura personalidad que el soso de tu maridito nunca podrá sacar en ti. Soy muy perceptivo, Lydia, ¿lo sabes? Y por esa razón puedo oler tu aroma a sexo; tu aroma a hembra caliente que no se aguanta las ganas venir a mi polla para acariciarla con tu boca.
—¡Cállese y déjeme ir, degenerado!
—¿Dejarte ir? ¿A dónde? —me preguntó como si ignorara mi verdadero sentir—. Vamos, pequeña Lydia Riquel, pero si no te estoy deteniendo. La puerta no tiene seguro, y yo en ningún momento he evitado que te vayas. Eres tú la que ha decidido permanecer aquí, ¿y saber por qué? Porque en el fondo sabes que eres una linda zorrita; que detrás de esa fachada de santurrona hay una puta caliente queriendo salir. De hecho ya se está saliendo justo ahora, querida, por tus labios vaginales. Esos líquidos calientes que escurren entre tus piernas, mojando esas bonitas pantimedias transparentes que ocultan con maestría tus torneadas piernas, son los destellos de esa puta que está escapando de tu caparazón de santa. ¿A que nunca te habías corrido con tu marido sin siquiera tocarte? ¿A que nunca te habías corrido con las simples palabras que un macho te externa en voz alta?
—¡Es usted un ser perverso y despreciable…!
—Y tú eres una hermosa hembra insatisfecha, querida; reprimida y cohibida sexualmente, que lucha constantemente contra su propio cuerpo que no puede evitar reaccionar de forma lasciva a los estímulos de mis palabras. Pero llegará el momento, querida Lydia, en que solo querrás tener mi polla en tu boca —me sentenció—. Y entonces te diré, “¿cómo se ve más hermosa Lydia?!”. Y tú, con tu pequeña carita angelical y una mirada perversa me dirás; “Cuando Lydia tiene una polla en la boca” —Y su estridente carcajada chocó contra mis senos, contra mi vulva, contra mis piernas, contra mis labios.
Ahí, esa noche que terminaba mi jornada laboral, frente a Ivo Mier, me corrí como una maldita perra sin siquiera proponérmelo. Sin que él me tocara. Sin que yo misma me estimulara con los dedos. Pasó así, sin más, exploté a chorros, y caí de rodillas sobre la alfombra, sintiéndome humillada. Ivo lo había logrado, me hacía hecho venirme sin una sola caricia.
—¡Dios, Dios, Dios! —grité como una histérica, mientras mi vagina ardía y se estremecía como si estuviese recibiendo una corriente eléctrica—. ¡Ay, ayyyy! ¡Aahhhh!
Quise escapar de esa oficina arrastrándome hasta la puerta, pero cada una de las carcajadas de mi futuro macho parecían bofetadas que me impedían moverme hacia ningún lado. Me sentía sumida, desquiciada.
—¡Córrete más, perra, córrete más! —exclamaba Ivo mientras se masajeaba con ganas su polla sobre el pantalón—. ¡Quiero verte así, tirada, mojada para mí! ¿Ves que yo tenía razón? ¿Ves que en el fondo eres una perfecta zorra?
Y cuando menos acordé, me vi mojada de verdad. Parecía que me había orinado sobre mi falda negra de sastre. Mis pantimedias, mis zapatos de tacón cuadrado y mis dos piernas estaban bañadas de líquidos vaginales. ¡Dios mío! ¿Cómo iba a salirme de la oficina así? ¿Cómo iba a presentarme de esta manera ante mi marido?
Quise rogarle que me ayudara a levantar, pero sus burlas y humillaciones me impedían proferir palabra alguna. Entonces le vi la polla abultando su pantalón, le vi su enorme cuerpo. Sus facciones varoniles. Su barba finamente recortada. Sus gruesos labios, sus ojos verdes, y me perdí. Ahí supe que él había ganado la batalla, porque de pronto le comencé a rogar.
—¡Dame polla, por favor, dame tu polla, Ivo, te lo ruego!
Como respuesta recibí de Ivo una sonora carcajada de triunfo. Al final estaba como él quería, tirada en su alfombra, llorando, empapada de arriba abajo con mis propios fluidos vaginales a causa de un orgasmo que él mismo me había provocado.
—No te escucho, Lydia hermosa, ¿qué me estás diciendo?, ¿qué me estás suplicando?
—¡Que me des tu polla!
—Usa otro sinónimo para referirte a ella, querida, sé unn poquito más vulgar.
—¡Dame tu trozo!
—¡Otro!
—¡Dame tu pito!
—Otro
—¡Dame tu verga, quiero tu verga!
—¿Dónde la quieres?
—En mi boca, por favor, te lo suplico.
—¿Dónde quieres mi verga?
—¡En mi boca!
Y tras quince minutos de agonía, de súplica y de desesperación, Ivo terminó de reír y me respondió:
—No. No te daré mi polla.
—¿Qué? —lloré desesperada.
—Para que tu hermosa boquita de puta tenga derecho de chupar mi polla, primero me tendrás que demostrar con hechos que eres una vil puta.
—¿Cómo? ¿Cómooo? ¡Dígamelo por favor!
—Eso no te lo diré, querida mía. Las putas actúan por instinto. Por ahora levántate y vete a tu casa.
—¿Qué? ¡Pero cómo! ¿No ve cómo estoy de mojada y con mi ropa hecha un desastre?
—Yo no te pedí que te vinieras, pequeña Lydia. Yo no te pedí que te corrieras como una zorra barata.
—¡Tiene que ayudarme, por favor!
—No, no lo haré. Tendrás que arreglártelas sola como lo hacen las verdaderas putas. Háblale a tu marido y dile que venga por ti.
—¡Pero… !¿Qué le diré?
—Recuerda que eres mi empleada, Lydia, y que cuando te contraté te especifiqué claramente que una de tus funciones era la de resolver todos mis problemas. Si no puedes resolver un problema propio me cuestionaré si de verdad hice lo correcto a la hora de contratarte. Así que anda, pequeña gatita, ve a tu oficina y dile a tu marido que venga por ti. Ya sabrás cómo ingeniártelas.
Y sin más, con toda la frialdad del mundo me vio salir casi arrastras de su oficina escurriendo líquidos orgásmicos como una perfecta prostituta que es abandonada a su suerte.
Salir al parqueadero toda mojada, donde ya me esperaba Patricio, fue la peor experiencia que sufrí; aunque casi ya no había nadie en el edificio, sufrí la vergüenza de ser criticaba y burlada por los intendentes y guardias del lugar. Además, sabía que Ivo estaría destornillándose a carcajadas desde las cámaras de circuito cerrado que tenía en su oficina, viéndome salir hasta donde mi amado esposo. A él le tuve que decir que había explotado un tubo de agua en el baño y que había terminado empapada.
—¡Por Dios, mi amor! ¿Pero qué ese olor… que tienes encima? —me preguntó mientras conducía hasta nuestro apartamento—. ¿Por qué estás llorando, Lydia?
—Por nada… Pato, por nada. Simplemente… me siento frustrada porque todas las cosas malas me pasan a mí.
Esa noche me masturbé cinco veces, y en todas me corrí. Una fue mientras me duchaba, y las otras cuatro fueron en nuestra propia cama matrimonial, mientras mi Pato dormía. Esa noche, y después de ese episodio, perdí el apetito sexual con Patricio. Él lo adjudicaba a mi estrés laboral, y el pobre chico se tuvo que resignar.
El verdadero motivo era Ivo, que me había logrado cautivar. Que me había metido esa pequeña espinita de querer sacar lo más frívolo y ardiente que tenía en mí. De alguna manera yo ya me consideraba suya aún si ni siquiera me había fornicado ni prestado su polla como Dios manda. Pero le quería ser fiel. Fiel a su polla. Tuve deseos enfermizos de guardarme pura y casta para él, para cuando Ivo quisiera tomarme como cosa y posesión suya.
Sufrí la siguiente semana en el trabajo porque Ivo tuvo que hacer un viaje de negocios a Monterrey, y solo se comunicaba conmigo estrictamente por mensajes de texto a través del whatsapp, ¡y con lo que añoraba escuchar su ronca voz!
Por eso, cuando me avisó que llegaría al día siguiente, mi vulva palpitó; mis redondos y puntiagudos pezones se endurecieron y mi vagina comenzó a chorrear.
Y recordé su sentencia “Para que tu hermosa boquita de puta tenga derecho de chupar mi polla, primero me tendrás que demostrar con hechos que eres una vil puta”.
Y así lo hice. Me aseguré de que cuando él entrara a su oficina esa mañana me encontrara de rodillas detrás de la puerta, vestida únicamente con unas medias de red rojas, una diminuta tanga que se enterraba entre mis nalgas y un sostén de encaje a juego con el color de mis medias; también tenía puestos unos zapatos de plataforma negros con tacones de 25 centímetros de largo, con una cola de zorra encajada en mi ano que compré por amazon, unas orejas de zorra en forma de diadema sobre mi cabeza, y con mi lengua de zorra de fuera, dispuesta a recibir su polla dentro de mí cuando él me lo ordenara.
Ivo se sorprendió al verme. Luego sonrió victorioso, me acaricio mis orejitas de zorra, mis mejillas y mi boca pintada de rojo. Cerró la puerta con seguro y por fin me entregó ese premio que tanto había fantaseado tener entre mis labios.
—¿Cuándo se ve más hermosa Lydia? —me preguntó cuando encajó su verga en mi boca.
—Cuando Lydia tiene una polla en la boca —respondí atragantada.
____________
Continuará.
La historia es ficción y solo pretende entretener. Recibo sus comentarios aquí en todorelatos o en mi correo electrónico. Besos para todos.