Con la boca llena
Me pasé horas con la boca llena: la cena, las copas, el tío que me comía la boca cuando me descuidaba, el desayuno, otra vez las copas, una polla, otra polla...
Una noche de sábado que decido quedar con mi amiga María para salir de fiesta por Chueca. No es un lugar que me guste especialmente, pues aparte de que nunca ligo cuando voy allí, me parece un escaparate para lucirse a no ser que a algún tío bueno le entres por el ojo y la noche acabe follando con algún desconocido. Después de cenar algo por ahí se nos une César, un amigo de María, que también es gay y que me ha tirado los trastos las dos veces que nos hemos visto. Pero va del rollo oso y a mí no me atrae. Y tampoco sé por qué le atraigo yo a él, pero el caso es que me intenta comer la boca cuando lleva un par de copas de más.
Y aquella noche transcurrió con más de dos copas. Y más de dos lamentaciones porque ninguno habíamos pillado y nos iríamos a la cama solos ("porque tú quieres", me repetía César continuamente). Con el amanecer nos fuimos a desayunar. Algo de tranquilidad después de la noche de empujones y música alta. Pero esa paz que requiere el café de la mañana se interrumpió por los inesperados gritos de César.
-Acaba de entrar el hombre de mi vida. Mmmm, me encanta, no paraba de repetir.
Mi amiga y yo nos reíamos de él y de su pueril actuación con tan mala suerte que el tipo se sentó en la mesa de al lado, lo que provocó que César se pusiera aún más nervioso. El tío estaba bien, pero no era para tanto. Parecía tener un buen cuerpo, pero su cara era bastante normal. César no paraba de mirarle sin el menor disimulo. Tanto, que él y su acompañante se cambiaron de mesa y se pusieron de espaldas al pesado de César, pero en frente de mí. La curiosidad de un segundo vistazo más a fondo me llevo a mirarle yo esta vez. De frente ganaba, pero tampoco me detuve a contemplarle mucho tiempo para no seguir haciéndole sentir incómodo y que no pensara de nosotros que éramos un par de locas desesperadas.
Pero César seguía con el títere del chaval e insistía en querer decirle algo.
-Pues aprovecha que ha ido al baño, le animé yo, pensando que no sería capaz de ir tras él. Pero sí lo fue y se levantó con dirección al baño ante la mirada incrédula de María y yo.
-Le gustas tú, me dijo decepcionado mientras se sentaba tras volver de su breve visita al baño.
María se descojonaba. Yo tampoco pude evitarlo, aunque no sin cierto nerviosismo por el hecho de ser la primera vez que le molo a un tío en Chueca.
-No me lo creo, le contesté.
-Que sí tío. Le he dicho "hola" en el baño y lo primero que me ha soltado es "me gusta tu colega". Eres un cabrón, concluyó.
Yo seguía riéndome. No podía evitarlo. Total, no era culpa mía que le molase a un tío. Esta vez fui yo quien fue al baño, pero para hacer uso de él. Al momento de cerrar la puerta apareció el príncipe azul de César.
-¿Te lo ha dicho tu amigo?, comenzó.
-¿El qué?, ¿Qué le molas?, pregunté yo ingenuamente.
-No, que me molas tú a mí.
-Ah sí. Eso también me lo ha dicho.
-¿Y bien?, insistió.
-Pues nada, que no nos ponemos de acuerdo, me hice el duro.
-¿Por qué, yo no te pongo?
-No tanto como al pobre de mi amigo, alegué.
-Bueno, pues para compensar nos montamos un trío en mi casa y todos salimos ganando.
-¿Y qué gano yo?, me eché a reír.
-No tienes pinta de haber estado con dos tíos a la vez, sugirió.
-¿Ah no? ¿Y qué pinta es esa?
-Desde luego no la tuya, me respondió sonriente.
-Pues nada, es la cara que tengo, y hoy no me apetece cambiarla. Y tras esa mentira enorme, porque sí que me apetecía convertirme en un vicioso esa mañana, entré en la cabina del aseo. No se escuchó la puerta, así que el pavo seguía allí.
-¿Estás seguro?, volvió a insistir.
Algo se me pasó por la cabeza.
-Espera un segundo, le pedí.
-Ya sabía yo que querrías jugar.
-Se me ocurre algo mejor. Ya que voy a perder mi pinta de niño bueno, la pierdo bien. ¿Por qué no le dices a tu colega que nos vamos los cuatro a mi casa a pasar un buen rato? Yo no me había fijado en cómo era su colega, así que me aventuré demasiado en decirle que así ganaría yo también, imaginándome que el colega estaría igual de bueno o más.
El tío se quedó pensando por un momento.
-No creo que acepte. Es tan mojigato como tú, señaló.
-Bueno, pero yo al final he aceptado, ¿no?
Después de tirarme aquel farol salí del baño con ansias de ver al colega. Y sí, me aventuré demasiado, porque en un primer vistazo no parecía gran cosa. Tenía barba, y eso ya me paraba mucho. Al llegar a mi mesa se lo conté a María y César.
-¿Te has vuelto loco?, me pregunto César descompuesto.
-Eres un crack, me festejó María, mientras se descojonaba por lo cómico de la situación. A ver si con un poco de suerte el colega no es también maricón y así follamos todos hoy, continuó.
-Esto lo escribo yo en Todorelatos aunque al final no pase nada, pensé yo en voz alta mientras digería lo que había sido capaz de hacer.
-Ni de coña me monto yo una orgía, declaraba César, haciéndome pensar que al final por su culpa no pasaría nada.
-¡Serás tonto! Dices que conoces al hombre de tu vida, te lo puedes montar con él y ¿lo rechazas porque esté yo con el otro? Encima que lo hago por ti mentí. Pues nada, me iré yo con los dos.
Y me levanté de la mesa mientras escuchaba a César en un tono casi melancólico advirtiéndome que no sería capaz.
-Mira tío, con la borrachera que llevo, el subidón de adrenalina de haber rechazado al tío ese y el calentón que por tu culpa me has hecho pillar, me atrevo a eso y casi a cualquier cosa.
Y entonces me fui para la mesa de los dos tipos y les conté que mi amigo no quería hacer nada, así que nos olvidábamos del tema.
-¿Olvidarnos?, refunfuñó el del baño. Si mi colega ha dicho que sí.
-No inventes, interrumpió el afectado.
-Ves como no, le repetí yo.
-Pero si me has dicho que antes que te molaba, le reprochó a su amigo.
Aquella situación era surrealista completamente. Más propia de patio de instituto que de una cafetería de Chueca. Al final, con tanta chiquillada, me tendría que aliviar yo solo en el baño de mi casa, y no estaba dispuesto, así que propuse la última idea y que saliese lo que fuera.
-Mirad, ¿por qué no vamos los tres a mi casa, así se anima mi amigo, y ya allí decidimos lo que nos apetezca?
Ambos aceptaron, aunque el tímido con algo más de esfuerzo. Pensaría que su colega le volvía a meter en otro lío y que el fanfarrón acabaría follando mientras él se iba resignado a su casa porque "el guapo" del grupo le levantaba a otro tío.
Nos acercamos los tres a nuestra mesa, se los presenté a mis amigos (aunque aún no sabía sus nombres) y nos sentamos mientras les contaba la situación. María alucinaba, pero en el fondo estaba disfrutando más que yo. César seguía rechazando la propuesta, así que sin insistirle más nos marchamos Mario, Carlos y yo para mi casa.
Durante el trayecto en el coche Mario seguía dejando ver que era él quien quería llevar la voz cantante. Que Carlos sólo le acompañaba en sus noches de fiesta, pero que no esperaban lo mismo. Llegué incluso a pensar que a Carlos le gustaba Mario en realidad, y por eso seguía aguantándole y salía con él, pero eran todo suposiciones mías.
Al llegar a casa se sentaron en el salón mientras yo preparaba unas copas.
-¿Bueno qué?, preguntó Mario dejando ver las ganas de follar que tenía. Te gustaba mi amigo, ¿no?, pues cómele la polla o algo, sugirió.
-También te gustaba yo, ¿no?, ¿por qué no me la comes tú a mí?, le sorprendí.
Hubo un momento de silencio. Carlos dijo que se iba. Yo le dije que se quedara. Mario me dijo que si quería irse que le dejara. Yo le dije a Mario que se callara. Carlos también le dijo a Mario que se callara. Mario nos dijo a Carlos y a mí que le íbamos a comer la polla.
Y entonces se desabrochó el cinturón, se bajó los pantalones y dejó intuir su verga medio tiesa bajo un slip blanco. Por mi parte la situación estaba clara. Sólo faltaba ver la reacción de Carlos. Mario se levantó y se acercó hacia mí, que estaba sentado en el otro sofá. Me agarró de la cabeza y acercó mi boca a su paquete. Un olor intenso y fuerte al sudor de toda la noche y a restos de orina. No puedo decir que no me gustase. Negaría con palabras la evidencia que dejaba mi polla endureciéndose bajo el pantalón. Con mi mano izquierda empecé a sobarle el paquete y con la derecha intenté buscar a Carlos, que seguía de pié a ese lado tras su intento de marcharse.
Al fin pude agarrarle del cinturón y le acerqué hasta nosotros, poniéndole también frente a mí. Mario, sin mediar palabra por una vez, le ayudó a deshacerse de la ropa y yo comencé a lamerle la polla por encima del calzoncillo. No tardó en responder y se puso dura. No parecía muy grande bajo la tela blanca y así lo comprobé cuando le deslicé los slips. Soy muy malo para describir tamaños, pero diría que aquel falo mediría unos 15 ó 16 centímetros. Pero el tamaño no importaba, y me la metí en la boca sin más dilación. Disfrutaba de ella como Mario disfrutaba de mi mamada, demostrándolo con sus gemidos. Le lamía el glande, le pasaba mi lengua entre el pellejo, me la metía hasta lo más profundo de mi garganta. Su sabor me estaba poniendo a mil.
Carlos ya tenía los pantalones y los calzoncillos quitados. Mario le acariciaba la polla con desgana y entonces me la llevé a la boca. Tardó más en ponerse erecta, quizá estaba nervioso o menos acostumbrado que su colega a ese tipo de situaciones. Pero tras notar mi ansiosa lengua y mis dientes empezó a reaccionar. Mario no quería quedarse al margen y acercó aún más su polla a mi boca. Estaba cumpliendo una de mis fantasías de toda la vida: tenía dos pollas delante de mi cara. Intenté comerme las dos al mismo tiempo, pero no funcionó.
Entonces Carlos se sentó a mi lado y ambos nos centramos en la polla de Mario. Lo que estaría disfrutando el muy cabrón, pensé yo. Porque allí nos tenía a los dos, sometidos y dispuestos a compartir su verga entre nuestras lenguas, que a veces se juntaban e intercambiaban fluidos. Otras veces provocaban besos más largos entre Carlos y yo. Mario gemía, intentaba controlarnos con las manos y trataba de follarnos las bocas.
Me aparté y me agaché para volver a buscar la polla de Carlos. De tamaño eran muy similares, aunque quizá la de Carlos un poco más gorda y circuncidada. Por tanto, mientras él le mamaba la polla a su amigo, yo se la lamía a él con todas mis ganas, me comía sus huevos y me tragaba su falo hasta sentirlo en el fondo de mi gaznate. Seguro que estaba disfrutando, pero sus gemidos no encontraban salida entre el pollón de su amigo.
Pero Mario me quería a mí, así que apartó a su amigo, me cogió y me volvió a tirar sobre el sofá. Me empujó hasta apoyar mi columna sobre el respaldo, se puso de pie sobre el asiento y volvió a introducirme la verga en mi boca. Carlos se arrodilló en el suelo y empezó a chupar la mía. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, que se retorcía ante aquella primera lamida. Mario parecía ansioso por follarme la boca. Arqueaba sus piernas para encontrar su postura más cómoda para el mete y saca al tiempo que yo luchaba para que su miembro no me quitase el aire y no diera arcadas. El bombeo sonaba a húmedo. Notaba mi saliva deslizarse entre su polla hacia mis labios. Cada vez lo hacía más rápido, parecía querer correrse dentro de mí. No me importaba, pero cierto es que apenas me dejaba disfrutar de la mamada que me estaba haciendo su amigo, cuya barba que antes desprecié, ahora me proporcionaba un placer extra al rozarse con mis huevos.
Mario, ante tal agilidad de movimientos no tardó en soltar su leche dentro de mi boca. Noté los trallazos en todas las partes de mi garganta y sus espasmos haciendo temblar el sofá mientras las paredes se hacían eco de sus gritos. Su lefa ardiente, agria y sabrosa se resbalaba acariciando mis labios hasta que Mario sacó la polla algo blanda y mi lengua pudo devolver todo el líquido al interior de mis tragaderas que buscaban de nuevo la cada vez más flácida verga del colega que pronto desfalleció y se tumbó en el otro sofá para fumarse un cigarrillo.
Carlos aprovechó el hueco que había quedado y pasó de estar en el suelo a sentarse sobre mí. Sus labios fueron directos a los míos y nos fundimos en un apasionado beso. Aquí la barba no me gustaba tanto, pero después del rato con Mario sin que aquél mostrara un ápice de delicadeza, este gesto no me disgustó en absoluto. Al mismo tiempo, Carlos buscaba con su mano mi polla e intentó llevársela a su ano mientras yo le acariciaba su fuerte pecho.
Se clavó entonces mi verga y comenzó a contonearse lentamente hasta que encajara bien dentro de su culo. Ambos gemíamos y entretanto Mario nos miraba mientras se fumaba el cigarro con su postura de macho. Carlos iba cada vez más rápido. Su ano estaba receptivo y mi polla le respondía expandiendo su placer a todas las zonas de mi cuerpo. Yo seguía acariciándole la espalda y el pecho y él apoyaba sus manos contra el respaldo del sofá para no perder el equilibrio y poder disfrutar más de mi miembro en sus entrañas.
Al terminarse el cigarro Mario se levantó con la polla algo dura de nuevo y con la intención de apartar a Carlos y ser él quien me follara. No hubo palabras ni gestos, pero los dos llegamos a la determinación de que Mario no nos interrumpiría y que continuaríamos los dos solos hasta corrernos.
-Vas a saber lo que es follar, afirmó Mario en un tono varonil.
Pero ninguno le hicimos caso y seguí follando a Carlos. Al notar nuestro desprecio se apoyó sobre las rodillas en el sofá y acercó su polla a nuestras bocas, que por la postura, estaban muy cerca la una de la otra. Y entre beso y beso sí que se la chupamos, más por la excitación de ambos de estar a punto de corrernos que la repentina decisión de darnos placer sólo entre nosotros.
-Me corro, pude balbucear, pero Carlos hizo caso omiso y siguió cabalgando sobre mi falo hasta que éste no pudo aguantar más y solté toda mi leche entre sacudidas y convulsiones que colmaban de placer todas y cada una de las partes de mi cuerpo. Entretanto Carlos no necesitó masturbarse mucho para soltar sus trallazos de líquido caliente sobre mi pecho. Intenté con mi mano que Mario acercase su lengua para tragárselo, pero no accedió. Entonces Carlos recogió su propia leche con sus dedos y los llevó a mi boca para poco después acercar sus labios y mezclar semen, saliva y lenguas mientras los cosquilleos de gozo se iban apagando.
Nos encendimos un cigarrillo sin mediar palabra dando a entender que ahora era nuestro turno de fumar mientras la polla de Mario había comenzado a emblandecerse a pesar de que se ocupó de masturbarse para tenerla a punto. Tampoco dijo nada. Me costaba adivinar lo que podría estar pensando. Se encendió otro cigarro. Querrá más, pensé yo. Pero no decidí nada en ese momento. No era cuestión de intentar darle una lección después de haberme tragado su polla y su leche, pero tampoco iba a hacer sólo lo que él quisiese y cuando él quisiese. Carlos estaba también allí, y tenía más iniciativa de la que parecía, así que ya se nos ocurriría algo. Quedaba mucho día por delante para mantener la boca llena.