Con la amiga de mi esposa 2

El esposo continua con su nueva vida junto a Lidia, la amiga de su esposa

Me desperté abrazada a Lidia. Llevaba puesto el camisón y la ropa interior femenina que Lidia me hizo poner la noche anterior. Me gustó verme con toda aquella ropa. Mis movimientos hicieron que Lidia también se despertase y se me quedó mirando con una sonrisa de oreja a oreja. –Buenos días Verónica- me dijo. Yo sonreí porque me gusto lo que me dijo, Verónica; en una noche había pasado de ser un marido formal que amaba a su esposa a una travesti lesbiana que había perdido su virginidad. En vez de sentir pánico me sentía satisfecha con aquella metamorfosis. Lidia se levantó y fue a darse una ducha para ir al trabajo, ella trabajaba como peluquera en un centro esteticista. Yo me quedé en la cama y el mundo se me vino encima, caí en la cuenta de que debía ir a trabajar, de repente baje de mi nube y puse los pies sobre la tierra. Me di una ducha después de Lidia y me puse la ropa que llevaba puesta el día anterior, no tenía nada más que ponerme, me hubiera gustado vestirme de mujer para ir al trabajo pero la vida real no funciona así. No obstante me deje puestas las braguitas, necesitaba llevar puesto algo que me hiciese sentir mujer.

Yo trabajaba en unas oficinas de informático, llevaba 6 años trabajando allí. El presidente de la empresa era uno de mis mejores amigos. Desde pequeños fuimos juntos al colegio y nuestra relación era muy cercana. El heredó la empresa de su padre y no dudó en darme trabajo. Cuando llegué a mi oficina me puse a trabajar, no sabía cómo hacer para poder dar rienda suelta a la mujer que acababa de despertar en mí sin perder mi empleo. Necesitaba la aportación económica de un empleo para poder llevar a cabo mi cambio pero aparecer de la noche a la mañana en mi lugar de trabajo como una mujer me supondría el despido automático además de ser el centro de atención de toda la empresa. Pensé en dejar aquel trabajo y buscar otro ya como mujer pero las cosas no estaban como para perder un puesto de trabajo con tanto paro. A media mañana mi cabeza estaba a punto de explotar cuando abrí mi correo electrónico y leí un comunicado de un abogado. Era del abogado de mi esposa y me decía que ante el abandono del hogar matrimonial perdía los derechos de todos los bienes comunes. Mi esposa me donaba toda mi ropa, era lo único que podía ir a recoger pero a través de un mensajero, yo no podía ir. Increíble. Todo lo que poseía en ese momento era la ropa que llevaba puesta, el piso era de ella, el dinero que guardábamos en el banco también, el coche,… todo, ya nada era mío, estaba en la más absoluta ruina. Dejar mi trabajo no era la mejor opción. Decidí atreverme a contarle a Marcos, mi jefe, mi situación, él era el único que me podía ayudar en todo esto, al fin y al cabo era mi amigo y él me comprendería. Antes de ir a su despacho respondí el correo del abogado de mi esposa, me sentía tan animado por la decisión que acababa de tomar que le manifesté mi conformidad, me nombraba en femenino para que cuando Laura la leyera comprendiera mi decisión.

Marcos estaba solo en su despacho cuando me recibió y nos saludamos efusivamente. Yo estaba nerviosísima y apenas podía hablar. Marcos se dio cuenta  y me pregunto el motivo por el que yo estaba así. Tome aire para tranquilizarme y le dije que me había separado de mi esposa, el se compadeció de mi, ya más tranquilo le conté la causa de mi separación, mi deseo de mostrarme al mundo como mujer, como descubrí este deseo oculto, le conté todo, hasta lo que hacía de pequeño con la ropa de mis hermanas. Marcos se me quedó mirando con cara de lástima, no sabía cómo reaccionar ante semejante confesión. Yo me sentía muy avergonzado después de habérselo confesado todo. Apareció una leve sonrisa en la cara de Marcos y me dijo que estaba dispuesto a ayudarme en todo lo que estuviese en su mano. Yo respire de alivio. Marcos me dijo que una amistad de tantos años no se podía perder así como así y me preguntó por mis planes de futuro. Yo le confesé que no quería perder mi empleo, le hablé de la carta del abogado de mi esposa y de mi actual situación, pero también me daba pánico presentarme al trabajo como mujer, sería el centro de atención de mis compañeros de trabajo y el hecho de no ser aceptada me atormentaba. Marcos miró a su alrededor y se fijó en una puerta que había en un lateral de su despacho. Me preguntó si estaba dispuesto a ser su secretaria. Su anterior secretaria había estado toda la vida a las órdenes de su padre y se acababa de jubilar, el puesto estaba bacante y era mío si lo aceptaba. Nadie se daría cuenta, todo el mundo pensará que me habían echado del trabajo y nadie sabrá que en realidad ahora soy la secretaria del jefe. No me lo podía creer, la felicidad me desbordaba, me abalancé sobre Marcos y me lo comí a besos, él reía por verme tan feliz, yo no sabía cómo agradecérselo, mi alegría se torno en excitación y me desabroché el pantalón para enseñarle mis braguitas. Le dije que estaba ansiosa por empezar a trabajar en mi nuevo empleo y señalándole mis braguitas le dije que ya no podía vivir un minuto más sin ir vestida de mujer por eso las llevaba puestas. El se bajó sus pantalones y me enseñó sus slips. Como yo le había enseñado mis braguitas él había decidido enseñarme sus slips, aquello parecía una jaula de grillos. De repente me fijé en su enorme paquete, era algo descomunal. Que lastima que Marcos siempre había sido muy vergonzoso y nunca jamás tuvo novia, aquel enorme paquete haría muy feliz a muchas mujeres. Yo estaba excitadísima de alegría y no se me ocurrió otra cosa que ponerme de rodillas delante de Marcos, vi que Marcos no se avergonzó y no se retiró, entonces le bajé los slips y cogí aquel enorme pene con mis manos. Nunca había tenido en mis manos otro pene que no fuese el mío pero me dejé llevar. Empecé a masturbarlo con las manos y cuando estuvo bien erecto me lo acerque a los labios, fui besándolo poco a poco con mucho cariño hasta que abrí mi boca y me lo tragué enterito, me llegó hasta la entrada de mi garganta y me dio una arcada, lentamente lo fui sacando hasta poner mis labios sobre su glande. Sabía salado pero me gustaba, lo rocé con mi lengua y muy despacio volví a introducirme aquel inmenso falo en mi boca. Empecé a perder el control de mis actos y los movimientos de mete-saca empezaron a ser cada vez más rápidos. Sentía una ansiedad enorme por tener aquel pene dentro de mi boca hasta que un mar de leche caliente inundo mi boca, aquello fue maravilloso, mi amigo de toda la vida se acababa de correr en mi boca, me gustaba el sabor de aquel liquido espeso y caliente y me lo tragué todo, con mi lengua rebañé su pene hasta dejárselo bien limpio y dispersé aquel jugo por mi paladar para degustarlo. Le subí los pantalones y me puse de pie. El me dio las gracias y yo le mostré una leve sonrisa. Marcos se alejó hasta su mesa y sacó de un cajón un fajo de billetes. Me pagó el mes por adelantado debido a mi escasez de fondos y me dio una propina bastante generosa por los trabajos realizados. Yo me sonrojé y acepté el dinero. Me dijo que me marchara a mi casa, me daba vacaciones toda la semana para preparar mi transformación y el lunes debía presentarme a trabajar en mi nuevo puesto de secretaria.

Lo primero que hice cuando salí de las oficinas fue llamar a Lidia para contárselo y ella me dijo que se tomaría la tarde libre para ayudarme. Comimos juntas y me llevó de compras, como mi aspecto todavía era masculino tuve que ir con mi ropa de hombre. Antes de empezar a comprar ropa debía moldear mi cuerpo para conocer mi talla. Lidia me llevó a un sex shop enorme donde ella compró los arneses y se puso a charlar con el dependiente, este desapareció y al rato volvió a aparecer con varias cosas entre sus brazos, nos indicó un almacén y le seguimos. Dejo todo sobre unas cajas de cartón y salió. Lidia me hizo desnudar y me hizo probar varios corsetes, al final elegí dos que me hacían una cintura de avispa, después me colocó una especie de arnés con anillas que escondían mi pene y testículos en la entrepierna y que además me obligaba a orinar sentada, el problema era que impedía la erección pero eso a mí me daba igual, no conocía a ninguna mujer que tuviese erecciones. Me lo dejó puesto. Después elegimos entre varios modelos de pechos postizos y me decante por los que parecían más reales, además eran permanentes debido a una cola especial que no dañaba mi piel y los fijaba durante bastante tiempo. Más tarde elegimos unas fajas con almohadillas en caderas y glúteos y nos decantamos por dos que su tamaño iba acorde con el tamaño de mis pechos postizos. Lidia me dijo que debía llevar puesto el corsé y la faja para probarme ropa a la medida de mi nueva talla. Los pechos no hacían falta porque en la caja marcaba la talla 95 y además se me notarían demasiado. Lidia me puso el corsé tirando ella de los cordones traseros hasta que yo ya no podía casi ni respirar. Mi cintura de 78cm se quedó en tan solo 62cm, quedándome una figura muy femenina, después me puse una de las fajas y me vestí con mi ropa de hombre dejándome la camisa por fuera para disimular mi anchura de caderas. Pagamos y nos dirigimos a un centro comercial. Estuve toda la tarde entrando a los vestuarios haciendo que acompañaba a Lidia pero era yo quien se probaba toda la ropa. Compré todo lo necesario para comenzar con mi transformación, no me faltaba de nada. Tenía todo lo que una mujer necesita en su vida cotidiana: calzado, ropa, lencería, maquillajes, perfume, complementos,… no me olvidé de nada.

Lidia y yo nos volvíamos a casa agotadas pero mis ganas por llegar a casa me hacían sentir llena de vida. Antes de llegar a casa Lidia me dijo que me guardaba una sorpresa y condujo el coche hasta su lugar de trabajo, yo pensé que debía hacer algo pero me pidió que la acompañara. La esteticista estaba cerrada pero Lidia llamó y nos abrió una chica de no más de 18 años. Pasamos y estaban todas sus compañeras sentadas charlando como si esperasen a alguien, Lidia me presentó y todas a la vez me dieron la bienvenida. Lidia me dijo que esa era la sorpresa. Ella comentó a sus compañeras mi caso y a todas les sedujo el reto de transformarme en una bella mujer. Me tumbaron en una camilla y me taparon los ojos con un pequeño antifaz para que yo no pudiese observar los progresos y no me lo quitarían hasta que hubiesen terminado. Me advirtieron que algunas cosas me iban a doler bastante y me pusieron una almohadilla en la boca para que la mordiese con rabia cada vez que sintiese dolor. Al principio me quería morir, me depilaron todo el cuerpo y sentí un dolor horrible al igual que cuando me perfilaron las cejas con pinzas. Después las sentía enredar con mi pelo, con mis uñas de manos y pies,… No se cuanto tiempo pase entre la camilla y la butaca, yo creo que más de 1 hora. Al final noté un par de pinchazos en cada lóbulo de mis orejas y que me colocaban unos pendientes antes de quitarme el antifaz. La luz me cegaba hasta que mis pupilas se adaptaron, no había ningún espejo frente a mí por lo que no pude apreciar la totalidad de mi cambio pero si vi que me habían colocado los pechos postizos que me había comprado, mi cuerpo estaba completamente depilado y en mis manos lucía unas uñas postizas larguísimas de color rosa, las de mis pies estaban pintadas del mismo color y no pude descubrir ningún cambio más, me sentaron en una silla alta y entre todas me pusieron mil cremas en mi rostro y después me maquillaron, yo las veía poner cara de satisfacción por el trabajo bien hecho y me moría de ganas por verme en un espejo. Cuando terminaron me dijeron que debía vestirme antes de mirarme en el espejo y empecé a ponerme los pantalones que traía puestos pero Lidia me dijo entre carcajadas que las mujeres no usamos ropa de hombre y me mostró las bolsas con mi nuevo vestuario. Me aconsejó que como iba a ser la primera vez que saldría a la calle como mujer no eligiese un conjunto provocativo para no llamar mucho la atención. Me ayudó con el corsé. Después elegí un conjunto de braguita y sostén negros, el sostén me quedaba impecable y sujetaba perfectamente mis recién estrenados pechos que eran tan reales que no se notaban que eran postizos. Después me puse la faja de almohadillas. Para no llamar mucho la atención escogí un vestido blanco y negro ceñido que me bajaba hasta la mitad del muslo, debajo me puse unos leotardos negros gruesos para que me abrigaran mis piernas depiladas del frio invernal que hacía fuera, terminé con unas botas altas de medio tacón pues no dominaba muy bien los altos, abrí el bote de perfume que elegí en la perfumería y me puse dos gotas, después rebusque por las bolsas algo de bisutería y me llené una muñeca de pulsera, en la otra un reloj de mujer precioso, un colgante y varios anillos en cada mano. Las uñas postizas me dificultaban los movimientos de los dedos pero me dijeron que al principio era normal hasta que me adaptase. Me colgué del hombro un bolso negro enorme y les dije que estaba lista. Todas reían y por fin me pusieron frente a un espejo. No me reconocía entre tanta chica que reflejaba el espejo hasta que me localicé gracias al bolso. Casi me desmayo. Me habían transformado en una autentica mujer de los pies a la cabeza. Nada hacía pensar que yo en realidad fuese un hombre. Mi cambio ya era un éxito. Quien me iba a decir 24 horas antes que estaría frente a un espejo totalmente transformada en mujer. Nos despedimos y recogimos nuestras bolsas, el traje de hombre con el que entré vestido a aquel salón acabó en la basura porque después de verme en aquel espejo había decidido irrevocablemente que nunca jamás iba a necesitar ropa de hombre. Por fin me gusto lo que vi. Verónica había nacido para quedarse.