Con K de Kasa

La verdad, yo no sé por qué los okupas tienen tanta mala fama... ¿Qué no?

Con K de Kasa. Eso ponía en la camiseta de aquella chica a la que seguía por las calles del barrio del Cabanyal de Valencia. Hasta mi nariz llegaba el aire húmedo, salado y pegajoso que denotaba la cercana presencia del mar. Al torcer una esquina, salimos al paseo marítimo y nos encontramos de frente con la playa de las Arenas. El invierno mediterráneo en Valencia ya se notaba y sólo un par de parejas caminaban por el paseo marítimo. Unos niños jugaban en unas estatuas de metal construidas a semejanza de dos delfines, sobre un suelo embaldosado de los pequeños azulejos blancos y azules que se pueden encontrar en cualquier piscina, que hacían las veces de superficie marina para los cuerpos fríos y sin vida de los dos delfines que presidían el paseo. El aire acariciaba la tarde con sus dedos cargados de arena y de sal.

  • ¡Vamos! ¡Es por aquí!- Gritó Clara, mientras se alejaba en la dirección hacia donde se encontraba el puerto.

Recogí la bolsa de deporte que traía del suelo y me fui detrás de ella. Unos pocos minutos después, nos detuvimos ante un edificio antiquísimo, que parecía a punto de caerse. Encima del tejado, una bandera ondeaba al viento de forma descarada y arrogante. La bandera, compuesta por una rayo blanco dentro de una circunferencia del mismo color, sobre un fondo morado, disipaba toda duda sobre los habitantes del edificio. La casa okupa del paseo marítimo me abría sus puertas.

Clara abrió la cerradura de la pesada reja que habían colocado y entró. Clara era alta, de facciones dulces con un pelo negro peinado en forma de cresta de cinco grandes puntas. Sus formas delgadas quedaban ocultas en una camiseta negra donde se leía "Con K de Kasa" justo encima del mismo símbolo que presidía la bandera de allí arriba. Tenía una cara preciosa, a pesar del peinado. Sus dos ojos también negros no hacían sino aumentar el halo de misterio que la rodeaba. Dos piercings adornaban sus labios gordezuelos, además de otro que llevaba en la ceja izquierda y los incontables que casi desbordaban sus orejas, sobre todo la derecha.

La entrada del edificio era lúgubre, como todo él, y la oscuridad en el interior era sólo desterrada por unos leves rayos de sol que se colaban entre las ranuras y agujeros de las dos persianas cerradas que tapaban las ventanas. Clara me llevó hacia unas escaleras que habían en una habitación contigua y subimos por ellas.

  • ¿QUIÉN ES?- La voz era varonil, fuerte y joven, y sonó tan violenta que no pude evitar el miedo.

  • Tranqui, Gonci, soy yo, con un amigo que se va a quedar una temporada.

  • Esta bien.- De las sombras salió el tal Gonci. El tío medía más de un metro noventa y llevaba en la mano un bate de béisbol. Su pelo castaño se entretejía en desordenados rizos sobre su cabeza. Pese a no ser extremadamente corpulento, su estatura era la suficiente para infundir respeto, y la espesa barba que cubría su cara le daba cierto aire peligroso.

Pasamos a una sala donde había una mesa, unas sillas y un sofá bastante hecho polvo como único mobiliario. Clara se sentó en el suelo y yo hice lo propio, enfrente de ella. Una bombilla que pendía del techo iluminaba débilmente la estancia, apagándose y encendiéndose a cada rato, sufriendo la inconstancia del generador.

  • Lo primero, ¿Qué tienes en esa bolsa?- dijo, señalando la bolsa de deportes que llevaba.

  • ¿Eh?

  • Mira, la primera regla aquí es que no hay nada de nadie. La ropa se deja aquí- señaló el armario.- y cada uno puede coger la que le salga de los cojones. Así con todo. Lo único que tiene trato especial son cosas como el inhalador de Gonci o las libretas de Ruth, que tienen mucho valor para ella.

  • ¿Ruth?

  • Ya la conocerás, ahora... ¿Qué coño llevas en esa bolsa?- sus manos se adelantaron hacia ella, como queriendo arrebatármela...

  • ¡Ye! Tranquila, ansiosa...- respondí con una sonrisa mientras abría la cremallera. Volqué el contenido sobre el suelo. Ropa, tabaco, una libreta, y un par de libros se desparramaron entre Clara y yo.

  • mmmm, bonita camiseta.- dijo mientras cogía y extendía ante sí una camiseta roja con la efigie del Che pintada.

  • ¡Hostia, que bonita! ¡Me la pongo!- por la puerta apareció otra muchacha de no más de veinte años, bajita, rechoncha aunque sin llegar a ser obesa, con el pelo rapado, y vestida únicamente con una falda, lo que dejaba sus dos suculentos y grandes pechos al aire. Los únicos piercings que veía (Uno nunca puede saber dónde hay más de esos), los llevaba en los pezones. Si no me hubiera quedado completamente anonadado viendo ese par de maravillas, me hubiera lanzado hacia ellos para lamerlos a gusto. Se veían ciertamente apetitosos.

  • Ésta es Ruth- me dijo Clara.

  • encantado.- dije sin despegar los ojos de sus gloriosas tetas. Ella agarró la camiseta y muy a mi pesar se la puso.

  • Ruth, éste es Carlos.- la joven se agachó y me dio dos besos con una sonrisa simpática en sus labios.

Mi primer día en la casa okupa iba sobre ruedas. Por lo que me habían contado, aún faltaba por llegar otro chaval, Jorge. Las horas fueron pasando entre charlas y bromas, y la noche del sábado cayó suavemente y sin avisar. Cuando estábamos a punto de acabar la cena, apareció el tal Jorge. Un tipo extraño, sin lugar a dudas. Estatura media, ojos azules, piel pálida... Vestía una gabardina negra, al estilo de "Matrix", y una media melena castaña le llegaba a los hombros.

  • Hola, joven valiente, que te nos unes a nosotros, los locos y desterrados en este infierno celestial...- Me ¿Saludó? Jorge. Su voz tenía un acento extraño, dulce y suave, bello, casi andrógino, como la voz de un hipnotizador. Realmente era alguien que se podía ganar la vida con su voz.

Seguimos charlando hasta bien entrada la noche. Gonci fue el primero en irse a dormir, y al rato, todos nos íbamos a las camas. Si hay que hacer honor a la verdad, las camas eran simplemente cinco colchones divididos en dos habitaciones. Me desvestí hasta quedarme en ropa interior y me tumbé en el que me habían otorgado a mí. No tardé en quedarme profunda y cómodamente dormido

Las primeras luces del sol se elevaron sobre el mar y golpearon mi cara sin piedad. Me levanté y vi que mis dos compañeros de cuarto aún dormían. El tal Jorge dormía con su gabardina puesta como única prenda y con las manos cruzadas sobre el pecho, como un vampiro dentro de su ataúd. Gonci dormía a pierna suelta, arrebujado en un mar de mantas, que parecían en problemas para cubrir su gigantesco cuerpo. Sentía la boca seca, pero si quería algo de beber tendría que salir fuera, ya que las cañerías dejaron de llevar agua hace muchos años. No obstante, las duchas que usábamos eran las de la playa, que no tenían precisamente agua caliente...

El aire de invierno se colaba por el mismo sitio que el sol, el hueco donde años atrás hubiera estado una ventana, y envolvió mi piel erizando los pelos de mis brazos y piernas. Fui a vestirme, pero la ropa que había usado el día anterior ya estaba en la bolsa que tenían para lavarla, así pues, caminé por la casa hasta el cuarto que hacía las veces de salón, y donde estaba el armario que se usaba de guardarropa.

Cuando entré al salón, lo primero que vi fue a las dos chicas en el balcón, sentadas de espaldas a mí, mirando al mar, que se perdía por el horizonte, coronado por el sol recién levantado. Clara llevaba el pelo caído, supuse que se acabaría de duchar en la playa. Las dos vestían una camiseta y unas bragas cada una, dejando sus hermosas piernas expuestas al viento matutino y a mi mirada audaz.

  • ¿Ya estás despierto?- preguntó Ruth, volviéndose hacia mí.

  • ¿Y vosotras?

  • Nos gusta ver el amanecer, desde aquí. Es muy bonito...

  • Aunque no tanto como eso...- terció Clara señalando a mi entrepierna.

En cuanto miré, supe a lo que se referían. Mi única prenda, un bóxer negro, se levantaba como una tienda de campaña, fruto de una típica erección matutina.

  • ups...- Dije, intentando girarme, rojo de vergüenza...

  • Pero no te avergüences, chacho...- Dijo Ruth, acercándose a mí de rodillas y poniendo sus manos sobre el elástico del bóxer

  • ¿Qué haces?- dije, como si no lo supiera.

Las chicas estaban mucho más liberadas de lo que yo había creído. Mientras Clara se acercaba, Ruth me bajó el bóxer hasta las rodillas, haciendo que mi miembro encabritado saltara como un resorte.

  • Pinta delicioso, ¿No crees?- dijo la del pelo rapado.

  • Lo creo...- respondió Clara arrodillándose y metiéndose mi verga en la boca...

El calor de su respiración me puso la piel de gallina. Los piercings de sus labios rozaban suavemente el tronco de mi miembro, extasiando cada centímetro, como si llevaran la electricidad y la descargaran sobre mí en forma de placer. Creía que no podía haber en este mundo nada más placentero. Creía. Hasta que Clara le dejó su puesto a la otra chica y descubrí que Ruth tenía otro piercing en la lengua. Cuando la superficie lisa del adorno acarició con pura delicadeza mi prepucio, de puro gusto no pude evitar un:

  • Diosssss...

  • tsch. No digas palabrotas.- Dijo Clara, sonriendo inocentemente y agachándose para llevar su boca a mis testículos.

Ruth seguía a lo suyo, dejando que fuera su lengua la que hiciera el trabajo. Yo ya no sabía dónde poner las manos, me estaban matando de placer entre las dos. Cada contacto de la bola que llevaba Ruth en la lengua me elevaba al cielo, un cielo de contracultura y fotos del Che. Por su parte, Clara jugueteaba con su lengua unos cuantos centímetros más abajo. Sentí que el orgasmo se abría paso por mi cuerpo y casi no tuve tiempo de avisar a Ruth, que no tuvo problemas en tragarse aquello.

  • Nenas, nenas, nenas...- La inconfundible voz de Jorge hizo aparición desde la puerta.

La escena era como mínimo cómica. Las dos muchachas arrodilladas ante mí, que estaba desnudo, y Jorge mirando desde la puerta vestido con unos pantalones y su gabardina negra. El tío además, era una mole de músculos. Los abdominales se marcaban orgullosos en su vientre y el pecho ancho era digno de cualquier gladiador romano.

  • ¿Ya lo habéis vuelto a hacer?- preguntó Jorge.- ¡Gonci! ¡Lo volvieron a hacer! ¡Empezaron de nuevo sin nosotros! ¡Vente para acá!

Vale, ahí ya la acabé flipando. Vale que las muchachas estuvieran un poquito más "liberadas" de lo normal. Vale que me acabaran de hacer la mejor felación que recuerdo. Pero de ahí a montarse una orgía iba un trecho. Un trecho que gustosamente iba a recorrer...

  • ¡Joooo! Es que sois unos vagos de mierda, tardáis tanto en levantaros que nos tenemos que entretener con lo que tengamos más a mano.- dijo Clara con una mueca de niña buena.

  • Pues venís y nos despertáis.- La voz ronca y dura de Gonzalo, apareció por la puerta un segundo antes que él. Llevaba en la mano un inhalador, y vestía ya sólo unos gallumbos.

Extrañamente, parecía que el aire frío que se colaba no nos afectara, ya que ninguno de nosotros estábamos abrigados para un día como aquél. Y yo el que menos, que seguía desnudo delante de Ruth, puesto que Clara ya se había levantado y estaba abriendo un cajón. En cuanto lo abrió, pude ver su contenido. Condones. Pero no una caja ni dos, era un cajón lleno a rebosar de condones sueltos. Extrajo tres y nos lanzó uno a cada uno.

  • Aunque antes...- dijo, quitándose las braguitas- ¿Quién nos va a devolver el favorcito que le hemos hecho a Carlos?

Se levantaron al instante tres manos, una de cada uno de los "hombres" de la casa. Luego, las chicas se despojaron suavemente de la ropa que les quedaba, y sus cuerpos desnudos se recortaron ante el horizonte marino que se veía a través de la ventana. Jamás olvidaré esa imagen. Clara y Ruth, Ruth y Clara, desnudas, con sus sexos cubiertos de vello mostrándose apetitosos, con los pechos firmes y pequeños de Clara, y los generosos y carnosos de Ruth, mirándonos con los pezones erguidos sobre aureolas rosadas.

No pude estarme quieto. Agarré a Clara y la senté en el sofá. Me arrodillé ante ella y estuve a punto de rezarle como a la diosa Afrodita que parecía. Sin embargo, opté por la otra ofrenda. Por acercar mis labios a su sexo, y acariciar con mi lengua toda su longitud, notando su clítoris crecido emerger de su interior buscando caricias.

Ruth también empezaba a recibir el mismo tratamiento que su compañera a manos de Jorge, que parecía saber usar la boca para algo más que para hablar. Gonci, con el preservativo en la mano, acercó su miembro erecto (Completamente proporcional con su tamaño) a la boca de Ruth, que lo engulló sin más. Simplemente por la situación, por los cuerpos desnudos de las dos okupas, por los gemidos que se escapaban de sus bocas, por todo eso, mi verga ya estaba lista de nuevo para la batalla.

Ruth fue la primera en llegar al orgasmo, sacando el miembro de Gonci de su boca y gritando con fuerza. Clara la siguió un par de minutos después, cuando ya su compañera se estaba colocando encima del grandullón, introduciendo lentamente su verga en su interior. La okupa lo empezó a cabalgar mansamente, encima del sofá, haciendo que sus caderas iniciaran un vaivén que me recordaba a las olas del mar, que nos miraban desde allí fuera. Cuando Jorge vio que mi partenaire había acabado, se acercó a ella, con su verga erecta embutida en el preservativo, y se acercó hacia nosotros para "ocuparse" de Clara. Yo, recordando aquél contacto del piercing de la lengua de Ruth sobre mí, fui hacia ella...

  • ¿Por qué no entras por la puerta de atrás?- Dijo, con la voz entrecortada por jadeos excitados.

¿Cómo negarme? Me fui detrás de ella, viendo como la verga de Gonci entraba y salía de su cuerpo, y, pese al "respeto" inicial que pudiera tener por acercarme tanto a una polla, me agaché y pasé mi lengua entre sus nalgas. Noté que se estremecía cuando acaricié su agujero posterior. Introduje un dedo, que entró sin dificultad, para luego acompañarlo de otro compañero que tampoco encontró resistencia para introducirse. Al ver que ese santo culito ya andaba suficientemente trajinado, me puse de pie, me coloqué el preservativo (no sé por qué, puede que por costumbre, pero en fin) y metí lentamente mi miembro por aquél agujero. Notaba la presión que hacía desde abajo la tranca de Gonci.

Ruth se quedó quieta, sintiendo como entraba cada pulgada de mi verga, mientras yo disfrutaba de la estrechez de aquél conducto que se abría suavemente a mi lenta embestida.

  • ¡Jorge! Ven aquí...- gritó Ruth, a la vez que yo hundía todo mi miembro en su culo.

El chaval la obedeció, y Ruth le quitó el preservativo. El único agujero que le quedaba libre quedó silenciado con la verga del compañero. Clara veía la escena con una mezcla de expectación y celos y una mirada maquiavélica. Después de unos segundos, se agachó detrás de mí y me besó las nalgas, primero, luego me dio dos cachetadas en el mismo lugar que, extrañamente, me excitaron aún más, si cabe, para después meter su lengua entre ellas y lamerme el ano. La sensación que me produjo su lengua sobre esa parte tan "prohibida" de mi cuerpo, fue de un placer absoluto, el súmum de la excitación.

Ruth reanudó su movimiento entre los tres cuerpos, dándonos placer a los tres que tapábamos sus agujeros. La chica ahogaba sus gemidos sobre el cuerpo de Jorge, parecía estar muriéndose del gusto, mientras Clara seguía volviéndome loco con su lengua allí atrás, atreviéndose incluso (bendita sea) a introducir un dedo.

No tardamos en ir acabando. Ruth fue la primera, aunque después de unos segundos, volvió a sus frenéticos movimientos, en busca del siguiente premio. Yo fui el segundo, como quien dice, "atacado por dos frentes", y casi me derrumbo sobre Ruth, mediomuerto por aquél orgasmo. Salí de ella y me senté en el sofá, intentando descansar, mientras Jorge iba a por otro condón para acabar el trabajo empezado sobre Clara.

Me dormí oyendo gemidos y jadeos. Estaba terriblemente agotado después de esa sesión, y ni siquiera había desayunado. Cuando desperté, sólo Clara continuaba en el salón, sentada en una silla delante del sofá, mirándome fijamente, vestida con la gabardina de Jorge.

  • ¿Te apetece algo?- preguntó, quitándose la gabardina y mostrando de nuevo su cuerpo desnudo.

¿Qué me importaba no haber comido?