Con ganas de más

Me despierto, sobresaltada. Otra vez. Otra vez tú, otra vez el mismo sueño. Desde aquella noche, desde aquel beso… No dejo de pensar en ti, en ello.

Me despierto, sobresaltada. Otra vez. Otra vez tú, otra vez el mismo sueño. Desde aquella noche, desde aquel beso… No dejo de pensar en ti, en ello. Día y noche recreando el momento, pensando en lo que podría haber pasado. Noches enteras sin pegar ojo, aliviando las pasiones y los deseos más íntimos, y una vez dormida, siempre el mismo sueño, contigo en él, y mucha pasión desenfrenada de por medio.

Salgo de la ducha, el agua gotea de mi pelo y recorre todo mi cuerpo. Me seco, me envuelvo en la toalla, y salgo descalza hacia mi habitación. Una vez allí, dejo caer la toalla, y contemplo mi figura en el espejo. Metro setenta, medidas casi perfectas, pelo pelirrojo hasta la cintura… nunca me ha gustado fardar de cuerpo, pero realmente el mío me gusta. Pienso en ponerme el pijama, pero realmente prefiero hacer otra cosa. Mis manos empiezan a recorrer mi cuerpo. Pasan por mis senos, se quedan ahí un rato, tocándolos, magreando, hasta que los pezones están erectos. Entonces, mientras una de las manos sigue ahí, la otra, la derecha, se desliza lentamente hacia abajo, por mi vientre, hasta llegar a mi sexo, que ya está húmedo. Abro los labios superiores, y mis dedos buscan el clítoris, el botón mágico, el punto del placer. Me tumbo en la cama, situada a mis espaldas, y sigo jugando con mi botoncito favorito. Entonces bajo algo más, y entra un dedo, y luego otro en mi interior. Y mientras hago esto, cierro los ojos e imagino.

Te imagino a ti. Besándome. Lentamente. Nuestras lenguas juegan por un rato, hasta que decides aumentar mi excitación. Besas mi cuello, lames, muerdes, y no paras hasta conseguir lo que quieres: un gemido que escapa de entre mis labios. Una de tus manos empieza a masajear mis senos. Lentamente, pellizcas los pezones, consigues que mi temperatura corporal aumente. Cuando te cansas, decides usar tu boca, y los muerdes, succionas, lames. Me haces gemir con tan solo eso, me excitas a la más mínima. Yo ya noto la humedad en mi sexo, llamándote, suplicándote que le prestes atención. Y así lo haces.

Comienzas a bajar, lentamente. Vas dejando besos y mordidas allí por donde pasas, y cuando llegas a la zona, te demoras, para aumentar mi calor. Muerdes el interior de los muslos, acercándote cada vez más hasta llegar a mi vagina. Y ahí empieza la verdadera magia. Tu lengua se posa sobre mi clítoris, y empiezas a lamer. Lentamente, y después aumentas la velocidad. Arriba y abajo, de lado a lado, círculos… No puedo parar de gemir. Sin darme cuenta, introduces dos dedos en mi interior, y eso me arranca un gemido mayor de la garganta. Empiezas a combinar los movimientos de tu mano con los de la boca, hasta encontrar el ritmo perfecto. Yo siento cada vez más y más placer, y siento que llego a la cima, que en nada voy a terminar y en tu boca. El orgasmo está cada vez más próximo, la velocidad de tu lengua y dedos va en aumento al darte cuenta de esto.

Y exploto, en un gran gemido.