Con el zapatero

Estaba muy excitada, y el zapatero estaba ahí.

Me llamo Carla, y lo que voy a narraros en este relato es lo que sucedió un buen día cuando fui a comprar un nuevo calzado a mi zapatería habitual. Pero antes de todo eso voy a hablarles un poco de mi vida y de mí.

Tengo treinta y siete años y estoy felizmente casada desde hace siete. Tengo una niña de tres años que es preciosa y a la que quiero con locura. Trabajo de traductora en una editorial de la ciudad en la que vivo. Mi marido es cirujano en un hospital de una ciudad vecina. Vivimos muy felices en una casa recién comprada que está un poco a las afueras de la ciudad, lo que me da mucha tranquilidad por no vivir en pleno bullicio de la urbe.

En cuanto a mí, se podría decir que soy una mujer agradable y simpática, amiga de mis amigos, sincera, y que no le tengo miedo a la vida. Algunos dicen que soy un poco arriesgada, pero me gusta serlo.

Físicamente me describiré como una mujer normal, tengo mis pros y mis contras. Soy castaña, de pelo largo y liso. De cara soy normal, nada del otro mundo, ojos marrones, nariz pequeña, labios finos. De cuerpo creo que estoy bastante bien, mido un metro setenta, mis pechos son bastante grandes, algo caídos, mi culo y mis muslos están bastante firmes, es sin duda lo que más me gusta de mi cuerpo.

Desde que tuve a la niña mi vida ha sido bastante rutinaria. Entro a trabajar a las siete de la mañana y salgo a las tres. Paso a recoger a mi hija de la guardería. Como sola en casa ya que a mi marido no le da tiempo a venir a comer y lo hace fuera. Y las tardes las dedico y cuidar de la niña y hacer un poco de ejercicio nadando en la piscina de la urbanización.

La verdad es que esta vida no me disgusta, ya me he acostumbrado a ella, sin embargo echo de menos que pase alguna sorpresa, algo que cambie la rutina, aunque sea solo por un día. Y ese día llegó.

Ese viernes me levanté a las seis como todas las mañanas, mi marido aún dormía. Me duché en agua tibia para despejarme bien. Tomé el desayuno y comencé a vestirme. Para ese día había elegido un conjunto veraniego que se componía de una falda larga con sandalias, y una camiseta sin mangas. Me coloqué el pelo recogido con una pinza y me maquille ligeramente como todos los días. Me despedí de mi marido que aún estaba en la cama y me fui al trabajo.

La jornada laboral se llevó bastante bien. Aunque un poco acalorada ya que el aire acondicionado de la oficina está estropeado. En ese momento estaba traduciendo un texto de un autor británico especialista en novelas románticas. Ya había traducido unas cuantas novelas suyas, y la verdad es que me encantaban. Eran relatos muy apasionados entre enamorados que daban rienda suelta a la lujuria que sentían el uno por el otro. En una parte de la novela se narraba una escena de cama de una pareja. Las descripciones y detalles eran tales que me sumergí en la escena. La pareja hacía el amor desenfrenadamente. Ella era la mujer de un poderoso magnate. Él, un criado de la casa del que ella se había enamorado fervientemente, un amor imposible, pero que al final terminó con ese encuentro tan apasionado y prohibido para los dos.

Al poco rato estaba completamente empapada en sudor, pero no solo provocado por el calor del ambiente, sino también por el calentón que había tenido al traducir esas cinco páginas tan fogosas.

Inmediatamente me fui al baño a secarme un poco el sudor. Sacudí la falda para que el aire fresco aliviase mis muslos y me refrescase. Subí la mano a mi braguita y la palpé por encima, estaba bastante mojada, y no solo de sudor. Había lubricado mis braguitas por culpa del maldito libro que estaba traduciendo. Miré el reloj y me di cuenta de que solo faltaban treinta minutos para salir, así que decidí quitarme las bragas, me sequé con unas toallitas, y salí del baño súper fresca. Volví a mi puesto y metí la braga en el cajón de la mesa sin que nadie se diese cuenta.

Me puse a navegar por internet esa última media hora. Buscando en una página de compra-venta de libros, se me abrieron unos fastidiosos anuncios de páginas de casinos, eróticas…. En una de las eróticas aparecía una pareja haciendo el amor, lo que causó un efecto dentro de mí que volvía a hacer que empezase a sudar. Ese efecto hizo que entrase en la página para ver más. Estuve esos últimos treinta minutos recreándome con páginas pornográficas como si fuera una cría adolescente.

Me pasó esa media hora volando. Cuando me di cuenta la oficina estaba ya prácticamente vacía. Pasaban diez minutos de la hora de salida. Apagué el ordenador y me levanté de la mesa. Volvía a estar completamente empapada en sudor. La falda se me pegaba a las piernas. Cuando salía me di cuenta que un compañero se me quedaba mirando muy fijamente. Comprendí que era porque llevaba la falda completamente pegada al culo, y al no llevar braga se me metía por las nalgas. Estiré la falda poniéndome como un tomate y salí casi corriendo de la oficina.

Ya de camino a casa, más fresca gracias al aire acondicionado del coche, se me ocurrió pasar un momento por casa de una amiga para recoger un vestido que le había dejado para una boda, y que me quería poner ese fin de semana ya que mi marido y yo teníamos planeado salir a cenar a un restaurante de categoría.

-¡Hola Carla!, que alegría verte, tengo muchas cosas que contarte de la boda.

-Hola Carol, lo siento, pero no puedo quedarme a charlar, tengo que ir a buscar a la niña a la guardería. Te prometo que la semana que viene quedamos para tomar un café y me lo cuentas todo.

La verdad es que no tenía que ir a buscar a mi hija, esa mañana la había dejado con mis suegros. Pero no tenía ganas de pasarme una hora escuchando las historias de mi amiga, que es muy buena, pero también muy pesada a veces.

-¿Vienes a por el vestido?, la verdad es que gracias a él fui la envidia de la boda, y eso que a mí no me queda tan bien como a ti.

-Pero mujer, no me tires flores, si tenemos las dos el mismo cuerpazo, jajaja. Oye ¿y al final que zapatos llevaste?

Le había dejado también dos pares de zapatos que combinaban bien con el vestido.

-Pues al final no llevé ninguno de los que me dejaste. Vi unos muy bonitos en la zapatería de Álvaro y me enamoré de ellos. Mira.

Cuando vi los zapatos yo también me enamoré de ellos. La verdad es que uno de mis grandes hobbies son los zapatos. Eran los zapatos perfectos para el vestido, y mi amiga lo había advertido igual que yo al verlos.

-Dios mío, son preciosos. ¿Y dices que los has comprado en la zapatería de Álvaro?

-Sí, y me parece que solo le quedaban un par, así que si quieres unos yo que tú iría ahora mismo.

-Pues niña, me voy corriendo. Siento mucho no poder quedarme más. Te llamo el lunes y quedamos.

Le di dos besos a mi amiga y salí pitando hacia la zapatería de Álvaro que estaba a solo cuatro manzanas de allí. Eran las tres y veinticinco de la tarde. Cuando llegué la tienda aún estaba cerrada y no abría hasta las cuatro. La verdad es que era un fastidio tener que esperar media hora, pero los zapatos lo merecían.

Llamé a mis suegros y les dije que iría a recoger a la niña un poco más tarde de lo previsto. Por supuesto no les dije que era porque me iba a comprar unos zapatos, sino porque me había surgido un asunto de última hora en el trabajo. A mis suegros nos les gusta mucho que sea tan coqueta, son muy chapados a la antigua.

Esperé mirando el escaparate del local, no veía los zapatos que quería por allí. Me impacienté pensando en que ya los habían vendido. A los diez minutos de estar allí apareció Álvaro.

-Hola Carla, cuánto tiempo sin verte. Ya pensaba que había perdido a una de mis mejores clientas.

-Hola Álvaro, que va, eso ni lo sueñes. No puedo abandonar al mejor zapatero de esta ciudad.

Álvaro era un hombre muy profesional con su trabajo, te aconsejaba como nadie y tenía un ojo clínico para ver que zapatos te sentaban mejor o peor. La verdad es que me encantaba aquel hombre. Nunca paraba hasta que daba con los zapatos adecuados. Físicamente era un hombre fuerte, pero no muy corpulento, era más bien fibroso, y muy moreno de piel. Rondaba los cincuenta y tantos años, tenía el atractivo de ser un hombre maduro pero que aún no se consideraba un viejo. Las canas ya poblaban su cabello y siempre llevaba camisas con las que dejaba ver parte de su velludo pecho.

Aún no era la hora de abrir. De hecho aún faltaban veinte minutos. Pero muy amablemente, Álvaro, me invitó a entrar.

-No te preocupes que hoy no pienso darte mucho la lata, vengo a tiro fijo. Mi amiga Carol se ha comprado hace poco unos zapatos aquí, y quiero unos iguales.

-¿Y cómo son esos zapatos?

-Pues son de ante azul y de tacón alto, no recuerdo la marca.

-Uhm...ya sé cuales dices, y me temo que tengo malas noticias, he vendido el último par esta mañana.

-Vaya hombre, que mala suerte, ¿y no te vendrán más?

-Claro mujer, pero no hasta dentro de un par de semanas.

-Bueno, pues me tendré que esperar. Pero ya que estoy aquí, voy a echar un vistazo.

-Sin problema, ya sabes que esta es tu casa, y si necesitas algo, dímelo.

Me puse a ojear las estanterías llenas de calzado. Mientras, Álvaro, se dedicaba a sus tareas de reparar zapatos.

La verdad es que era una delicia eso de tener la tienda para mi sola. Decidí quitarme las sandalias y andar descalza por la tienda, así podía probarme los zapatos más rápida y cómodamente.

Había tanto donde elegir que, como siempre, tuve que pedir consejo a Álvaro.

-Álvaro, ¿puedes aconsejarme unos zapatos para una cena importante?.

-Por supuesto, para eso estamos. ¿Sabes el vestido que llevarás?

-Sí, de hecho lo tengo en el coche, voy a por él.

Salí a por el vestido y me di cuenta de que aún estaba descalza, pero como el coche estaba justo aparcado en frente seguí igualmente, con tan mala suerte, que cuando ya volvía de vuelta con el vestido, pisé un trocito de cristal que me hizo un corte en la planta del pié.

Entré en la tienda saltando a la pata coja y con el pié ensangrentado. Al instante Álvaro vino a ayudarme. Cogió el vestido y me agarró para que pudiera apoyarme. Sentí sus brazos fuertes y fibrosos rodear mi cuerpo, y la verdad es que ese contacto tan directo me hizo sentir un ligero hormigueo en la barriga.

-¿Pero como sales descalza a la calle mujer?

-No me he dado ni cuenta, que mala suerte.

Me llevó hasta uno de los sofás que hay en medio de la tienda. Era amplio y largo, donde podía haber al mismo tiempo hasta diez mujeres probándose zapatos.

Me dejó allí sentada y fue rápidamente a buscar el botiquín de primero auxilios. Volvió y lo primero que hizo fue presionar la herida con unas gasas para que dejase de sangrar y luego vertió un poco de alcohol en un algodón y lo aplicó a la herida, lo cual me hizo retorcer de dolor.

-Tranquila, ya está. La verdad es que el corte es poca cosa y ya ha dejado de sangrar. Ahora te pondo una venda y listo.

Me colocó la venda alrededor del pié con mucho cuidado. Sus manos eran suaves y delicadas, aunque en apariencia parecían fuertes como sus brazos y su torso. Había leído que los pies son una de las zonas más erógenas de la mujer, y  la verdad es que en ese momento pude comprobar que así era. Entre el sofocón de la mañana con la novela y ese toqueteo de pies, me estaba poniendo muy cachonda.

Me di cuenta que mientras me ponía la venda, Álvaro miraba de reojo para mi entre pierna. Había agarrado la falda con todas mis fuerzas y la había subido hasta la altura de mis muslos a causa del dolor por el alcohol.

El hecho de que Álvaro se estuviese fijando en mis piernas me excitó mucho más de lo que ya estaba. Y entonces lo recordé, no tenía las bragas puestas. Me había olvidado por completo, mis bragas seguían en el cajón de mi escritorio en la editorial.

Un gélido escalofrío recorrió mi espalda, me puse muy nerviosa. Mi primera reacción fue bajar mi falda a toda velocidad. Álvaro apartó rápidamente la mirada y vi como se ponía un poco colorado. Se levantó también muy nervioso.

-Eh...bueno, esto ya está. Intenta no apoyar mucho ese pié.

Yo seguía estando muy nerviosa, pero a la vez también súper excitada, era una sensación que no había sentido en mi vida, sabía que estaba mal, pero el deseo de lo prohibido me ganó la partida. Dejé la razón a un lado y me dejé llevar por el deseo irrefrenable de entregarme a aquel hombre.

Estaba empapada de sudor. Nuevamente tenía la falda pegada a mis piernas, y la camiseta también se ajustaba a mis pechos.

Me quedé allí sentada mirando fijamente a Álvaro, y él me miraba también fijamente a mí. Se le veía nervioso, también sudaba. Pero como si nos comunicásemos telepáticamente, sin decir ni una palabra, se abalanzó sobre mi metiendo su lengua en mi boca, lo correspondí metiendo la mía en la suya, y nos fundimos en un apasionado beso.

Nos tumbamos en el largo sillón, y con sus manos empezó a subirme la falda hasta la cintura, sus dedos comenzaron a hurgar en mi entre pierna hasta encontrar la entrada a mi perfilado coño que estaba ya muy mojado.

Uno de sus dedos me penetró e hizo que soltase un gemido suave.

-Por dios Álvaro, estoy súper cachonda. Sé que me voy a arrepentir de esto pero ahora mismo solo quiero que me folles. Fóllame por favor, te quiero dentro de mí.

Álvaro, sin decir ni una palabra, se desabrochó la bragueta, y se bajó los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas. Ante mi quedó el miembro viril más grande que había visto en mi vida, complemente duro y empalmado.

-Joder, que polla tienes cabrón. Fóllame ya joder!

Abrió mis piernas y acomodó su verga en la entrada de mi coño, y de un solo empujón me penetró hasta que sus huevo tocaron mi culo. Sentí como aquella polla me llenaba cada centímetro, y sentí tal placer que empecé a gemir como una bestia.

-Ahhhh, sí joder, vaya polla!!

Comenzó una frenética follada, un mete saca que me hacía estremecer. Con mis piernas rodeaba su cuerpo, y él con sus manos me agarraba de la cintura para poder embestir con más fiereza.

Me saqué la camiseta y me quedé en sujetador, pero pronto Álvaro de un tirón se deshizo de él y mis pechos quedaron al descubierto.

Como un poseído comenzó a comerme las tetas que saltaban al ritmo de las embestidas.

-Cómeme Álvaro! que bien me follas, sigue por favor, fóllame más!

Otra vez sin mediar palabra y de forma brusca, paró de penetrarme y me puso boca abajo. Me agarró del culo y lo subió hasta la altura de su polla. Lo volvió a colocar y comenzó de nuevo a perforar mi útero.

Mis nalgas bailaban al son de sus latigazos, y con sus manos agarraba mis pechos y pellizcaba mis pezones. Mi coño estaba chorreando de placer, estaba completamente empapada de sudor, me sentía sucia, sabía que aquello estaba mal, pero estaba sintiendo el mayor placer de mi vida, me estaban echando el mejor polvo del mundo.

De repente sentí que sus penetradas subían de intensidad y noté como un chorro de lefa inundaba mis entrañas, se había corrido dentro de mi coño. Pero lejos de parar, siguió con sus embestidas y con su polla perfectamente dura.

-Que cabrón eres, te me corres dentro y me sigues follando como si nada. Pues ahora me toca a mí.

Lo empujé hacia atrás y cayó de espaldas sobre el sofá, me puse sobre él, y nuevamente incrusté su polla en mi coño. Comencé a cabalgarlo como una fiera, sube y saja, suba y baja. Él me agarraba de la cintura y me atraía con fuerza en cada penetración. Le desabroché la camisa y sobé con mis manos aquel torso velludo, aquello me excito sobremanera y noté como algo en mi interior reaccionaba, y de pronto tuve el mayor y más placentero orgasmo de mi vida.

-Dioooos! aaaaaah! dios mío! aaaaaaah! que polvazo joder! que bien follas coño!

Me quedé sobre él sin moverme durante un buen rato. Su pene aún estaba dentro de mí, pero ya iba perdiendo fuerza.

Me levanté y me puse en pié, y fue entonces cuando fui consciente de lo que había hecho. Noté como la corrida de Álvaro salía de mi coño y  se deslizaba por mi entre pierna, estaba empapada de pies a cabeza.

Nos quedamos mirando el uno al otro. Y como antes, telepáticamente, sin decir ni una palabra, supimos que eso nunca volvería a pasar, o sí.