Con el rabo entre las piernas

Ana y Paco son una pareja en crisis. Ella acaba de perder su trabajo y llegan justos a fin de mes. De modo que Ana decide grabar vídeos porno para salir adelante. ¿Naufragará la relación o podrá Ana arreglárselas para que salga a flote? Una histora de la era Internet.

CON EL RABO ENTRE LAS PIERNAS

Me llamo Ana y tengo veintiséis años. Llevo dos viviendo con Paco, mi novio de toda la vida, en un piso nuevo cuya hipoteca nos pesa como una losa atada al cuello o, más bien, como una lápida que no nos permite tomar el aire. Al principio todo parecía que iba a ser más fácil. Ambos trabajábamos y la cuantía de las cuotas que debíamos pagar mensualmente no era elevada. Pero es que resulta que yo me quedé en paro hará cosa de un año. En la fábrica donde trabajaba, llevaron a cabo un Expediente de Regulación de Empleo y me quedé de patitas en la calle con una indemnización de veinte días por año trabajado.

Ni que decir tiene que harta estoy de echar currículos sin éxito, así como de hacer entrevistas infructuosas. Las empresas no se quieren pillar los dedos contratando a más gente de la que previsiblemente puedan necesitar y ni el más optimista ve todavía luz al final de este túnel oscuro y tenebroso que tanto nos está perjudicando a casi todos.

He estado cobrando el paro, pero éste se me agotó el mes pasado. La situación no pinta fácil. Ya no hay dinero para lujos. Nuestra vida ha pasado de ser bastante desahogada, a ser más bien espartana. Nada de salir a cenar, nada de ir al cine, nada de comprar ropa y mucho menos pensar en fines de semana o en vacaciones.

Paco siempre me anima cuando estoy de bajón, pero, a ratos, estoy un poco desquiciada. Reconozco que todo esto me está afectando mucho. Ahora tengo un humor de perros, ahora hay más roces por motivos nimios; tengo los nervios a flor de piel. Alguien dijo que cuando la miseria entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Menos mal que él conserva su puesto de trabajo y no hemos tenido que recurrir a la suprema humillación de volver a casa de los padres.

Una tarde, después de dejar mi currículo por Internet en varias empresas, apareció en la pantalla de mi ordenador portátil un “banner”. Era un rectángulo de color rojo con letras blancas que decía textualmente: “Vídeos Pornográficos. La mejor Web española de contenido erótico. Altos ingresos. Infórmate.” Una web pornográfica, pero con la particularidad de que hablaba de la obtención de altos ingresos. Pensé que altos ingresos era justo lo que necesitaba y que por entrar a informarme no iba a pasar nada.

Así que cliqueé dos veces en el “banner” y me metí en una página de vídeos eróticos clasificados en muchas categorías. Había un apartado en una barra de menús que decía “¿Quieres participar?”. Me picó la curiosidad y pulsé con el puntero del ratón. En la pantalla apareció el siguiente un texto que rezaba así: “Mándanos una foto de cuerpo completo y dinos el nombre por el que quieres que se te conozca. Si pasas la selección, nos pondremos en contacto contigo por correo electrónico. En la página, como puedes comprobar, hay varias categorías. Puedes simplemente exhibirte en ropa interior. Lógicamente cuanto más atrevido sea tu vídeo, más te pagaremos. Ingresos mínimos garantizados al mandarnos el vídeo y variables según el número de descargas que éste tenga.”

Siempre pensé que los vídeos caseros los mandaba la gente a éstas páginas por puro morbo o por amor al arte. Y que, en general, los protagonizaban actrices del mundo del porno y no mujeres de la calle. Nunca creí que pudiera una obtener ingresos de ello, pero me equivocaba.

Es evidente que, teniendo pareja como era mi caso, no iba a participar en una orgía, pero ponerme un conjunto de lencería y sonreír un poco a la cámara no me parecía tan descabellado como para no poder planteármelo. No especificaban ninguna cantidad, pero quizá pagaran bien.

Sin pensármelo más les envié una foto de cuerpo completo que me hice en una despedida de soltera de una amiga, donde llevaba un traje de cóctel blanco con escote palabra de honor. El nombre escogido fue “gatita traviesa”. Tengo unos pechos firmes que suelen atraer las miradas de los hombres, piernas fuertes y bien desarrolladas y una retaguardia bien dibujada que también suele figurar en el disparadero de los que van de cacería. Hice atletismo hasta los dieciséis y esta práctica deportiva me dejó como legado un cuerpo equilibrado y bastante bien proporcionado que aguanta muy bien los embates del tiempo. Además soy extrovertida y de risa fácil, así que siempre he gozado de mucha aceptación entre los hombres.

Al día siguiente ya tenía una respuesta en mi correo electrónico. Lo miro a diario por si alguna de mis solicitudes laborales tiene respuesta. Además de un aviso de cumpleaños del “Facebook” de una amiga que no veía hace una eternidad, había un mensaje de un tal Eduardo Medina, gestor de “Vídeos Pornográficos”: “Buenos días, “gatita traviesa”. Hemos recibido tu foto y estaremos encantados de que nos envíes un vídeo tuyo en cualquier formato digital. Tenga en cuenta que “gatita traviesa” será el único dato público, porque la privacidad en nuestra página web es total: los usuarios no tendrán acceso a ningún dato personal suyo, ni siquiera al correo electrónico. Así mismo, sírvase facilitarnos el número de cuenta corriente en el que debemos efectuar el ingreso.”

Evidentemente lo primero era el vídeo y luego la pasta. Dar un número de cuenta corriente a un desconocido por Internet no es plato del gusto de nadie, pero se me antojó bastante seguro. Poniéndome en el peor de los supuestos, si alguien sacaba dinero de mi cuenta, tendría muchos días para ir al banco a deshacer la operación, porque la entidad bancaria tendría que mandarme recibo si en lugar de ingresar, sacaran mi dinero. Si me hubieran pedido el número de una tarjeta de crédito no me habría fiado.

Antes de rodar el vídeo quise exponérselo a Paco. Supuse que no se pondría a dar saltos de alegría, pero no podía ocultárselo. No es que fuera mi jefe o mi amo, pero tampoco me gustaba hacer nada a espaldas suyas.

Aquella misma sobremesa, tras la comida, mientras tomábamos té mentolado, aproveché para sacar a relucir el asunto.

—Paco, quería comentarte algo, a ver qué te parece.

—Tú dirás.

—Como estoy en paro, y ando un poquillo desesperada, había pensado en rodar un pequeño vídeo para una página guarra.

Paco me clavó una mirada entre la estupefacción y la incredulidad, supongo que analizando si estaba hablando en serio o bromeaba.

—¿Pero de qué estás hablando? ¿Cómo que vas a rodar un vídeo para una página guarra?

—Paco: estoy muy jodida. No encuentro trabajo y la situación parece que va para largo. No me sale nada, ni siquiera a media jornada o días sueltos…

Paco me interrumpió:

—Ya hemos hablado de esto muchas veces, cariño. Ahora están las cosas complicadas para ti y para mucha gente. Pero yo me ocupo de que a ti no te falte de nada…

—¡Oh, menos mal que el señor de la casa se ocupa de que a mí no me falte de nada! —me solivianté con falsa admiración—. ¿Sabes cuanto pagamos de hipoteca el mes pasado?

—Ni idea, tú eres la que llevas las cuentas.

—Ochocientos cincuenta euros —le aclaré yo—. Al paso que vamos, vamos a acabar en concurso de acreedores. Pagada la contribución, el agua, la luz, el teléfono, apenas nos queda margen. Peor es no tener para comer o estar a punto de palmarla, como es natural, pero si de algo puedes estar seguro, es de que nuestra situación no es como para tirar cohetes, señor de la casa.

El joven se encastilló en el topicazo barato:

—Estamos juntos en esto. Ya vendrán tiempos mejores.

—Menudo consuelo —ponderé—. Ya vendrán tiempos mejores, claro que sí, porque lo que es peores... Vivir con tantas privaciones es un infierno. Estoy hasta el moño de tener que mirar cada céntimo como las abuelas. Tú no entiendes hasta que punto estoy desesperada. Paco, por Dios, ¿a ti que más te da que aparezca por Internet? Hoy es lo más normal del mundo.

—Claro: en pelotas. Mira: Ana. No me puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Pero tú te has vuelto loca?

—Será un vídeo en el que ni siquiera estaré desnuda —argumenté para quitarle importancia al asunto—. Llevaré puesta lencería fina.

Paco seguía en sus trece:

—Ni hablar, Ana. Para mí, que salgas en bolas en Internet, es como si te estuvieras prostituyendo. Así de sencillo.

Encogí los hombros en señal de desconcierto:

—Explícamelo porque no entiendo nada. O sea que si me quedo en tetas en la playa, eso no es prostitución. Porque el verano pasado bien sabes que hice “topless” delante de tus narices. Tampoco eras muy partidario que digamos, pero al final te convencí.

—Es diferente —respondió categórico.

—¿Por qué?

—Porque en la playa muchas mujeres lo hacen.

—También hay muchas mujeres que enseñan las tetas para ganarse la vida —argumenté—. Hay cientos de revistas y tropocientas páginas en Internet. ¿Cuál es la diferencia?

—Pues que en la playa lo hacen para poder tomar el sol, no para que una cuadrilla de cerdos babosos se pajeen viéndolas. Mira, solo de pensarlo me da grima.

—Ah, o sea que es muy noble dejar las tetas al aire para tomar el sol, pero no para ganarse el sustento en un momento de apuro económico. ¿Dónde está la lógica ahí, si me la puedes explicar?

—Ana, no insistas, tía —dijo Paco agarrándome suavemente del brazo—. Sabes que yo no querría nada malo para ti. No quiero que hagas eso. Me da asco ese mundillo y la gentuza que hay en él. Y mí no me importa lo que hagan otras. Que las zurzan. Allá cada cual. A mí me importa lo que hagas tú. Por favor, recapacita y quítate esa idea de la cabeza. Imagínate que se enteran tus padres. ¿Crees que les haría gracia?

—Mis padres no se van a enterar porque ni siquiera saben conectarse a Internet —objeté.

Pero él volvió a la carga con sus argumentos:

—Imagínate que alguien se lo cuenta y les enseña el vídeo. ¿No se te caería la cara de la vergüenza? ¿Crees que los podrías volver a tratar como si tal cosa?

—Se tendría que dar el caso para saberlo con certeza —consideré—, pero a mí de lo único que se me cae la cara de vergüenza es de que pasen los días a lo tonto y no estar tratando por todos los medios a mi alcance de revertir mi situación. ¿Qué más te da que un pavo que vive a miles de kilómetros de mi casa, se haga una paja viéndome el culo a través de una pantalla? Creo que estás sobredimensionando la situación. Yo no creo que sea para tanto. Con un poco de suerte, quizá no se entere nadie conocido. Y aunque se enteren. ¿Qué importancia tiene? Tampoco sería el fin del mundo. Además, hoy tengo físico para hacer esto, mañana será tarde.

Paco adoptó una actitud terminante.

—Ana: no. A la larga, te arrepentirías. Lo sé. Olvídalo. Además, si se enteran mis amigos de que tienes vídeos de esos en Internet me estarás dejando a los pies de los caballos. Quedaré como un calzonazos de antología. ¿No te das cuenta?

Sabía que Paco no era un liberal de mente abierta y emprendedora, pero tampoco pensaba que fuera tan carcamal, tan retrógrado, tan reaccionario. Y parece que también estaba más preocupado de mantener su prestigio social que de agradar a su novia, que es de quien realmente se tendría que preocupar. Pero en la vida hay muchas bifurcaciones que te obligan a elegir un camino que no siempre es el más fácil y en uno de estos puntos estábamos. En los que te obligan a elegir.

“No pienses que esto ha acabado aquí, chavalito —pensé para mis adentros—. Ni mucho menos.”

Esa misma noche era viernes y Paco tenía ganas de hacer el amor, así que mientras estaba terminando de lavar los platos se me acercó en actitud cariñosa y con voz melosa me largó al oído la siguiente cursilada:

—¿Qué te parece que juguemos un ratito?

—Hoy no me apetece —respondí seca.

Paco no depuso su actitud, creyendo que podría vencer mis reticencias iniciales sin ningún problema me colocó las manos en el culo. Me volví echa un furia blandiendo un cuchillo cubierto de espuma de jabón y le fulminé con la mirada. Las palabras salieron despacio de mis labios, como las de un pistolero:

—Como se te ocurra tocarme un pelo, te denuncio por acoso. Y a lo mejor te comes alguna torta de propina también.

Paco, resopló, decepcionado y con un gesto de estupor se dirigió a mí:

—¿Se puede saber qué coño te pasa, Ana?

—Pues que como ya me has jodido bastante por el día, ya no te dejo que me jodas por la noche.

Mi pareja no tardó en comprender:

—¡Ah, ya! ¡Otra vez estamos con lo del porno de los cojones, verdad! Yo creo que ese asunto ya está lo suficientemente hablado. Yo soy el primero que quiero que encuentres trabajo pronto, pero un trabajo normal. Eso lo veo como si te quisieras meter a puta. ¿Cómo quieres que me parezca bien?

Ahí no me pude contener:

—¡No pretendas equiparar el arriesgado trabajo de una prostituta con quedarme en sujetador y bragas en un vídeo colgado en la red!

La situación había que controlarla para que no se nos fuera de las manos, así que traté de recuperar el timón y hacerme con el control del barco de nuestra relación que pegaba bandazos para no naufragar. Al hablar lo hice en un tono conciliador y pacífico:

—Paco, estoy contigo en uso de mi libertad. Nadie me obliga, pero yo no sé si te has enterado de que no eres mi jefe. Yo soy libre y decido para bien o para mal. Te he comentado todo esto no para que me des permiso sino para que te des cuenta de que estoy atravesando una situación muy complicada que solo resolveré ganando de dinero. No es algo que quiera hacer por frivolidad, ni por herir los sentimientos de nadie, sino por necesidad, para no depender tanto de ti. Además, no tiene por qué ser para siempre, sino solo hasta que encuentre otra cosa.

Paco quiso hablar pero lo llevé una mano dulcemente a sus labios. Quería terminar.

—Entiendo que te preocupes por mí, pero eso no te da derecho a prohibirme nada. No voy a hacer nada ilegal. Quizá a la larga me arrepienta, no lo sé, pero hoy elijo hacerlo antes que seguir en mi actual situación. A veces, en la vida las circunstancias mandan más que las conveniencias o los deseos. Y te aseguro que necesito tu comprensión mucho más que tus objeciones. Así que espero de ti que en lugar de protestar tanto, me apoyes un poco.

Paco calló y me miró absorto y en silencio.

—Dices que el vídeo es con la ropa interior.

—Eso es.

—¿Y quién te va a grabar?

—Había pensado en Amalia, ya sabes que tiene una cámara muy buena y está muy puesta en cosas de tecnología.

—¿Cuánto te van a pagar?

—Eso es una incógnita.

Las preguntas de mi pareja parecían significar su aceptación o, al menos, el cese de su intensa beligerancia dialéctica. De sobra sabía que seguir insistiendo habría supuesto no ya un conflicto, sino una guerra declarada. Y en el fondo, ninguno de los dos queríamos mandarlo todo por la borda por una discusión. Constituíamos la típica relación de una noche que termina prolongándose porque ni quieres, ni puedes desvincularte del otro. Él había hecho todo lo posible por disuadirme, mas yo estaba resuelta a probar fortuna en esta nueva actividad profesional.

Esa noche me hizo el amor con una suerte de desesperación apocalíptica, como si yo fuera a hacer un viaje por tierras peligrosas de las que quizá nunca volviera.

Amalia era una de las amigas que conservaba del instituto. Ella era funcionaria y disfrutaba de la baja maternal por el nacimiento de su hijo. Estaba casada con el director de una sucursal de caja de ahorros y tenían un crío pequeño. Nuestras parejas también se conocían. De hecho, alguna vez habíamos cenado juntos. Vivían en el ático de un barrio pudiente y céntrico. Llamé al timbre de su casa y ella me salió a abrir en bata y me hizo pasar al salón.

—Ana, guapa. ¿Cómo te va todo?

Y se lanzó a darme un abrazo. Amalia Melero, seguía tan encantadora y dulce como siempre.

—Bueno, podría ir mejor.

—¿Y Paco?

—Sigue donde siempre, pero no tienen tanto trabajo como otros años. Vamos tirando, pero la situación no es muy boyante.

—¿Encuentras algo?

Negué con la cabeza. No era un tema del que me apeteciera hablar porque era evidente que no.

—Siempre fuiste muy buena en deportes —valoró ella—. ¿Por qué no haces algún curso de monitora o algo por el estilo? Igual consigues trabajo en un gimnasio.

Un tema que me resultaba incómodo: el de estudiar. ¿Por qué no estudiar oposiciones para salir del bache ahora que tengo tiempo? ¿O cursos? Porque soy pragmática y siempre he pensado que estas cosas no sirven de nada, debido a la corrupción reinante, si no tienes un enchufe. Y yo no lo tengo, de modo que no voy a ser tan idiota como para gastar mi tiempo ni mi dinero en semejantes tonterías.

—Están cerrando gimnasios —me evadí—. No creo que haya mucha demanda en ese sector. Y además, ya sabes que nunca se me dio bien estudiar.

Cambié de tema de golpe y porrazo.

—¿Qué tal tu crío pequeño?

—Ahora durmiendo —repuso—. Podría rivalizar con un perezoso perfectamente. Y creo que lo superaría.

Mentadas las respectivas familias y los asuntos principales, llegamos al asunto central de mi llamada de la noche anterior.

—Así que quieres que te grabe… —expuso Amalia esbozando una media sonrisa.

—Sí, sé que lo harás bien. Si no te importa, claro.

—A mí qué me va a importar. Lo hago encantada. ¿Y a Paco qué le parece? —se interesó.

—Pues no le hace mucha gracia, pero a veces la vida es un poco cruel. Y si no, que me lo digan a mí.

Amalia cabeceó afirmativamente, comprensiva.

—En fin, ve quitándote la ropa, que ahora vengo.

Me dejó sola y me desprendí de los vaqueros y de la camiseta que traía, quedándome con un conjunto de lencería blanco. El sujetador realzaba y juntaba mis pechos. En el bolso llevaba unos zapatos de tacón. Me cuesta horrores caminar con ellos, pero los llevaba para lucirlos durante la grabación.

—Siempre has tenido un cuerpazo, Ana —comentó Amalia cuando regresó con la cámara observándome sin quitarme ojo de encima.

—Gracias.

—A mí me hubiera gustado tener un físico como el tuyo.

—Y a mí me hubiera gustado sacar las notas que sacabas tú —repliqué—. Lo del físico no mola tanto como te piensas. Tienes que aguantar a un montón de moscones que no hacen más que acosarte, mirarte el culo y hacerte todo tipo de proposiciones indecentes.

—Nunca te lo he contado, pero a mí también me encantaba mirarte en los vestuarios, cuando nos duchábamos, después de la clase de gimnasia. Por eso procuraba llegar siempre después de ti; para no perderme detalle. ¿Nunca lo notaste? Por tu culpa casi me hago lesbiana. Por aquel entonces, los chicos no me atraían.

La miré alzando una ceja.

—No me puedo creer lo que me estás diciendo —respondí—. Aunque también te digo que hubieras metido la pata, con Ángel te va de cine. Conmigo estarías pasando hambre.

—Por cierto, ¿qué tal se te da bailar? —me preguntó Amalia.

—Me defiendo, ¿por qué?

—Había pensado que podíamos poner “reggeaton” como música de fondo.

No era mala idea. Era una manera de tener algo que hacer que no fuera la clásica ridiculez de posar sonriendo a la cámara todo el rato. Los siguientes minutos los usamos en grabarme bailando “reggeaton”. Yo me contoneaba al ritmo de la música con la dificultad añadida que entrañaba bailar con tacones. Movía las caderas de forma circular, lateralmente y de delante hacia atrás. También me agachaba para que el mirón de turno pudiera degustar visualmente la forma de mis glúteos en toda su dureza.

A resultas de aquella mañana quedó una grabación de tres minutos que guardé en un “pendrive” y que envié posteriormente al correo electrónico de Eduardo Medina.

El vídeo lo colgaron el mismo día en que lo mandé. Recibí un correo que decía textualmente: “Muy buen vídeo, gatita traviesa. Mañana ingresaremos en tu cuenta la cantidad de 306 euros. Y 30,6 euros más por cada diez mil descargas. Esperamos nuevas aportaciones pronto. Te enviamos un cordial saludo.”

Y, en efecto, al día siguiente comprobé en la libreta de mi cuenta corriente la seriedad de Eduardo Medina. Ahí aparecía el dinero en concepto de nómina.

En Internet, al día siguiente a las nueve de la mañana llevaba 2.321 descargas con el vídeo “Baile al rojo vivo de gatita traviesa”, cifra que, en comparación con otros vídeos de la página, era un poco mediocre.

Algunos de los que habían visto el vídeo dejaron sus comentarios. “PURO MORBO. ME GUSTÓ TU VÍDEO.”, decía el “galán venido a menos”. “Quién pudiera perrear contigo. Me volvió loco tu baile”, comentaba el “yonqui del porno”. “¿Me dejas ser tu gatito, gatita traviesa? Prometo lamerte enterita. Miau.” de mister X. Una lesbiana que se hacía llamar “Dama del antifaz” me dedicaba las siguientes palabras: “Menudo tipazo, nena. ¿Dónde os escondéis las tías como tú el sábado por la noche? Felicitaciones a tus padres.”

Eché un vistazo por otras secciones. La ropa interior no es una sección que tenga mucho éxito precisamente. En el Top 100 de los más descargados había varios archivos que superaban las cien mil descargas y en entre ellos predominaba la clásica cópula heterosexual. También había lugar para las lesbianas y sus numeritos, las orgías, los gays, etc.

En concreto, había uno titulado “Polvo en mil posiciones de Toro Bravo y Tigresa Indómita” en el que un joven atractivo, musculoso y bien dotado, se cepillaba de todas las formas imaginables a una rubita con dos trenzas que lucía un tatuaje tribal de color azul oscuro en la parte inferior de la espalda. “Tigresa Indómita” no era guapa precisamente, pero sí resultona y el chico, había que reconocerlo, estaba bueno hasta decir basta. Tenía unos pectorales de estos que los chicos pueden contraer a su antojo y unos abdominales que parecía que se los había cincelado un escultor. Y el culo era sencillamente espectacular. Puro músculo; ni un gramo de grasa. Daban ganas de atravesar la pantalla y meterle mano.

El chico protagonista llevaba también un tatuaje de la silueta de un toro en la espalda y era de suponer que por eso había adoptado el apodo por el que se hacía conocer. Llevaba acumuladas 178.468 descargas. Era el vídeo más visto de la página.

“Toro bravo” tenía otro titulado “Toro bravo y Flor de loto en una piscina” en el que se cepillaba a una morena de pelo rizado en las inmediaciones de una piscina. Mientras ella trataba de subir por las escalerillas de la piscina, él la despojaba del bañador rojo que lucía, sin que la chica hiciera grandes esfuerzos por zafarse. Y en la escalerilla, la magreaba a su antojo. Y luego se la tiraba en el césped con la tía a cuatro patas, hasta que finalmente se corría en su cara.

También me bajé uno de una tal “Pantera negra”. Ella era una chica de piel color negro antracita, labios prominentes y ojos ahuevados, que tenía un culo descomunal y bastante firme pese a su considerable volumen. Un tipo negro, pero de una tonalidad marrón oscuro, la penetraba por el ano agarrándola por los brazos, mientras ella gemía y entrecerraba los ojos. Se titulaba “La pantera negra sometida” y se lo habían descargado 149.323 internautas.

Decidí seguir con lo de los vídeos. Mi retribución por quedarme en ropa interior no estaba mal, pero no me conformaba. Necesitaba hacer algo más atrevido y mejor pagado. Metida en el barro, ¡qué más me daba hundirme hasta la cintura o hasta el cuello! Y esta vez no podía haber medias tintas.

Al llegar a casa, tras la jornada, Paco me contó que en su empresa habían quitado la antigüedad y la prima de producción, con lo que su sueldo aún iba a bajar más y a quedarse en los mil euros escasos. En la coyuntura me pareció oportuno sacar el asunto.

—Me han pagado trescientos y pico euros.

—No está mal.

—Pagan una cantidad por publicar el vídeo y otra por cada diez mil descargas. Y, como podrás suponer, quedarse en ropa interior no vende mucho que digamos.

—¿Y qué quieres decir con eso?

—Pues que quiero hacer otro parecido.

—¿Parecido?

—Esta vez duchándome.

Se quedó callado asintiendo.

—En pelota picada, me imagino —dijo estúpidamente al fin.

—A no ser que conozcas a alguien que se duche vestido, sí será en pelota picada.

Se acercó a un sillón y se sentó. Se le veía abatido y sin fuerzas para discutir. La tenaz resistencia que desplegó para que no hiciera el primer vídeo había dado paso a una claudicación entremezclada de indiferencia.

Me acerqué a él y me senté en el brazo del sillón. Sabía que todo aquello le estaba resultando muy duro.

—¿Qué piensas? —pregunté. Y la pregunta sonó como el ronroneo de una gatita. Sabía que aquello no le resultaba fácil.

—Me siento muy mal. Ojalá no tuvieras que hacer nada de esto.

Era un machista como casi todos. Él quería mantener a su mujercita para que ella no corriera riesgos, pero le faltaba cabeza para conseguir eso.

Por otro lado, creo que casi todas las mujeres tenemos una alocada vena exhibicionista. Y si no, que alguien me explique por qué a las mujeres emparejadas nos sigue gustando llevar ropa provocativa. En el fondo, no era tanto sacrificio como él se pensaba, pero dado lo delicado de la situación, tampoco me parecía oportuno llevarle la contraria. Siempre me ha gustado esa pequeña victoria femenina consistente en saber que nos basta con dejar que se transparente un pezón para tener babeando a más de un pavo.

—La vida no es hacer lo que se quiere, es querer lo que se hace.

—¿De dónde te has sacado esa frase? —inquirió.

—La oí en una ocasión y se me quedó grabada. Creo que es de un poeta francés.

Aquella mañana me encaminé nuevamente a casa de Amalia. Compré en unos grandes almacenes un peluche para regalárselo a su hijo. Pensé en lo que me Amalia me había confesado dos días atrás, sobre que no me quitaba ojo en el vestuario, pero no le di importancia. Cosas de adolescentes. Nunca me había incomodado que me viera ninguna mujer, a no ser que me cayera mal y me estuviera clavando la mirada con descaro. Al entregarle el paquete me miró con solemne perplejidad.

—¿Por qué has comprado esto?

—Te estoy dando muchas molestias y no quiero que pienses que me estoy aprovechando.

—¡Menuda tontada, tía! Lo hago encantada. Ya lo estás devolviendo. Aquí está el ticket.

—Déjame tener un detalle contigo; con el chico —me opuse con voz melosa y conciliadora.

Amalia suspiró.

—Me han pagado trescientos y pico euros por el vídeo —le conté—. No es un pastón, pero menos da una piedra.

—¿Quieres que hagamos otro, pues?

—Sí, y esta vez en la ducha, si no te importa.

Amalia soltó una carcajada.

—Como en los viejos tiempos.

El cuarto de baño de Amalia era muy espacioso. Tenía un lavabo doble, un espejo enorme, una cabina de ducha y una bañera de hidromasaje en el que cabrían cuatro personas perfectamente.

—Anda que no habréis follado a gusto ahí —dije señalando la bañera—. A mí me encantaría tener una de esas, pero mi baño es muy pequeño. Tendría que tirar un tabique para poner una y aun así supongo que la obra sería un lío de la leche.

—Bah, esto es como todo —repuso Amalia—.  Al principio lo usas, y con el tiempo, casi te olvidas de que lo tienes.

En ese momento, el bebé de Amalia comenzó a llorar. Ella acudió rauda y yo me quedé en el cuarto de baño, mirándome en el espejo.

Me quité la camiseta y el sujetador y los colgué en un toallero. La verdad es que tenía unas tetas que hubieran sido el sueño de más de una, y de más de uno. Ni rechonchas y caídas; ni raquíticas y separadas; justo en su punto; y con los gruesos pezones en el centro de una gran areola. Luego me quité el resto de la ropa quedando completamente desnuda. No había abultamientos en las caderas ni en la tripa. Todo estaba en su sitio. Mi cuerpo era una máquina de quemar grasa en reposo, pues mis músculos estaban bastante desarrollados.

Amalia llegó al cabo de un rato.

—Con ese cuerpo te tendrían que haber pagado el triple —me elogió.

—No es para tanto —repuse con falsa modestia.

—Sí es para tanto. Y para más. Vamos a hacer el vídeo en la ducha, pero que sepas que tendrías que probar suerte en alguna agencia de modelos.

—De cuerpo no estoy muy mal, pero de cara tengo unos rasgos poco llamativos.

—En fin, ponte en la ducha —me indicó, mientras sacaba la cámara digital de su funda.

Me duché de la forma más sensual que pude, como si estuviera rodando un anuncio de champú o de gel. Me puse espuma de jabón en las tetas y las agarré mostrándolas a la cámara. Me di la vuelta y con lentitud me enjaboné las firmes posaderas, la cintura y los músculos que bordean la espina dorsal. También me entretuve en tocar mis zonas íntimas haciendo falsa muecas de placer desmesurado, como en esos anuncios de las líneas calientes. Y todo lo hice poniendo cara de zorra complaciente. Rematé el vídeo enjuagándome con la ducha.

Al terminar vi como Amalia se me quedó contemplando absorta. Conozco de sobra esa sucia mirada; la he visto muchas veces en mis pretendientes masculinos. Es la mirada de alguien que está inmersa en ensoñaciones libidinosas, mientras contempla tu cuerpo.

—Ven —le dije.

Amalia se acercó a mí. Y chorreante como estaba de agua le pegué un abrazo que ella aceptó encantada, a pesar de que la mojé la bata.

—Sécate y vente a la cama —me soltó.

—No te ofendas, Amalia. Pero yo no quiero nada contigo. Tengo muy claro que me gustan los hombres.

A pesar de que siempre resulta humillante ser la persona que insiste, ella hizo una última tentativa:

—Nadie se enteraría y disfrutarías muchísimo lo que te haría.

—Seguro que sí, pero no insistas. Me voy. Es lo mejor.

Amalia sonrió.

—Que vaya todo muy bien, cuerpo.

El vídeo no tardé en mandárselo a Eduardo Medina, ni él en publicarlo. Al día siguiente me mandó el siguiente mensaje: “Espectacular vídeo, gatita traviesa. Mañana efectuaremos un ingreso en tu cuenta de 585,23 euros. También recibirás un complemento de 58,5 euros por cada diez mil descargas. Un saludo.” Esta vez, como no podía ser de otra manera, se portaron mejor en el terreno económico, pues había puesto toda la carne en el asador o, más bien, en la ducha. Yo no sé qué criterios utilizaban para pagar, ni sabía lo que ganaban otras actrices, pero era evidente que no podía estar igual de valorado posar en ropa interior que ducharse desnuda.

Me sorprendía gratamente que me pagaran tanto. La página estaba llena de “banners” de sitios de juego “online”, páginas de contactos de pago que supongo que serían rentables y algún que otro periódico digital. De todas formas, tampoco era algo que me tuviera que preocupar con tal de que me pagaran. Yo con tal de seguir una dieta sin muchos vicios y mantenerme delgada, podía continuar en aquello sin ningún problema. Por otra parte, no me habían puesto ninguna pega y me habían dejado actuar con plena libertad, sin compromisos y sin condiciones.

El caso es que ganar semejante cantidad por ducharme era, de lejos, el dinero más fácil que había ganado nunca. Hacer aquello quizá no fuera el chollo del siglo, pero les aseguro que tampoco era una desgracia comparable a vivir en la indolencia desesperante del desempleo. Aquello ya no era una vergüenza; era un orgullo que me proporcionaba mi sustento, mi dignidad. O más que eso incluso: aquello era mi nuevo modo de vida.

A los dos días, el vídeo había atraído 7922 visitas, pero apenas aumentaba. Existe una especie de punto crítico en el que sabes que un vídeo ya no va a aumentar mucho las visitas, eclipsado por la constante marea de novedades, pues a los pocos días no es más que una agrupación de bits perdida entre los listados interminables de erotismo y pornografía de la página. Quizá llegara a diez mil, pero tardaría mucho.

Miré los comentarios que “La gatita traviesa se ducha” había suscitado. La “tigresa en celo” decía: “Estuvo chévere. Me mojé casi tanto como tú.” Rogelio decía: “¿Por qué no te vienes a mi casa a probar la mampara que me he comprado?”. El “homo videns” decía: “Viendo tu vídeo se me quitan todas las preocupaciones. Menos mal que hay chicas como tú que no les preocupa el “qué dirán”. Mi enhorabuena y mi más sincero agradecimiento.” El “ermitaño cibernético” me hacía una propuesta: “¿No estarás buscando novio por casualidad? Porque eso lo soluciono yo fácilmente. Besos, preciosa.” “Me dejó arrecha su vídeo. Grandioso” comentaba “mujer observadora”. El “Habitante del pajar” decía: “Vídeos como éste son los que más me gustan. Me saca de quicio que aparezca un gachó beneficiándose a  la chica.”

Miré las novedades. Había uno de una tal “conejita bella”, titulado “La conejita bella se alimenta de zanahorias”. En un solo día había alcanzado la cifra de 53897 visitas. Tenía varios y todos con el cabello teñido de un color diferente y ninguno convencional: azul, naranja, verde pistacho. Estaba claro que no le gustaba ser una más del montón.

En uno de los vídeos yacía en la cama de una habitación de hotel con ese semental llamado “toro bravo” que la embestía con energía tensando mucho los músculos, quizá exageradamente con el fin de lucirlos. Era un polvo carente de caricias y besos, sin la consideración y el comedimiento propios de cuando follas con tu pareja. En aquel, la chica llevaba su media melena lisa teñida de color berenjena. Por la elástica tersura de su piel, calculé que no habría cumplido los veinte. Llevaba un “piercing” rojo en la encía, entre los incisivos. No tenía mal tipo, pero no era tan alta como yo y estaba un poco pálida y ojerosa.

En otro, en el que llevaba el cabello de color azul, se la chupaba a dos tíos que luego practicaban una inmensa variedad de posturas con ella ambos a la vez. Al cabo de media hora terminaban expeliendo su carga de esperma en su lechosa tripa.

La envidié no porque ella valiera más que yo sino porque ella podía hacer libremente un vídeo como ese y, en cambio, yo no. Si me había costado sangre, sudor y lágrimas convencer a mi novio para desnudarme y exponerme al público internauta, ¿cómo encajaría si decidiera mantener relaciones sexuales en público con un tío?

Porque, todo sea dicho de paso, estaba prácticamente segura de que era justo ahí donde estaba el negocio. Y por eso había que actuar sin pensárselo demasiado, sin enzarzarme en agrias discusiones con mi pareja, sin cargar con ridículos lastres morales sobre lo que estaba bien o mal. Llegué a la conclusión de que era mejor no consultar a mi novio. Eso solo serviría para retrasar mi determinación de hacer un vídeo que me reportara mayores beneficios.

En el mundo cibernético todo pasa muy rápido. ¿Y si cerraban la página? Siempre podía buscar otras donde pudiera colocar mis vídeos, pero quizá no pagaran tan bien o ni siquiera pagaran. Hay que aprovechar lo que tienes, pues la vida no siempre da segundas oportunidades.

Mandé un correo a Eduardo Medina solicitando que me facilitara la dirección del correo electrónico de “toro bravo”. La contemplación del vídeo de “conejita bella” fornicando con el atractivo joven, me dio una idea. Quizá una colaboración con un actor famoso en la página me haría alcanzar la popularidad; y, consecuentemente, mayores ingresos.

Esa misma noche ya tenía la respuesta. “Muy buenas tardes, gatita traviesa. Nos encanta que nos propongas una colaboración con “toro bravo”. De hecho, él nos ha dado permiso para facilitar su correo electrónico a cualquier mujer que lo solicitara. Esperamos con impaciencia la grabación si tenéis un encuentro.”

Mandé un mensaje a la dirección que Eduardo Medina me había facilitado en el que decía lo siguiente:

Buenas noches:

Me llamo “gatita traviesa” y soy una chica relativamente nueva de la página “Vídeos pornográficos”. Hasta el momento solo he rodado dos vídeos: “Baile al rojo vivo de gatita traviesa” y “La gatita traviesa se ducha”. No sé si los habrás visto. Yo sí he visto bastantes vídeos tuyos y me han gustado mucho. Me pareces muy atractivo y muy profesional ante la cámara. Me gustaría pedirte que rodáramos uno juntos. Gracias por tu atención. Un saludo.

Al día siguiente recibí el mensaje de “toro bravo”. Era curioso, pero: “Toro bravo”, “gatita traviesa”,…, parecía que todos teníamos nombres de indios. La carta decía lo siguiente:

Buenos días:

No había visto tus vídeos, pero esta misma mañana sí que lo he hecho y son sensacionales. Estás muy rica. Estaré encantado de que hagamos una grabación juntos. Un amigo mío nos grabará, si no te parece mal.

Al final de la carta me daba unas señas donde quedar al día siguiente, por la mañana. Por suerte, no tuve que trasladarme a ningún sitio porque vivía en mi misma ciudad. Acudí excitada y nerviosa al lugar de la cita, un edificio residencial de tres plantas en un barrio con muchos parques y zonas ajardinadas.

En la puerta del piso en cuestión salió a abrirme “toro bravo”. Llevaba una camiseta ceñida, dejando que se insinuase su torso macizo de culturista y unos pantalones entallados, marcando el bulto de su entrepierna.

—Tú eres “gatita traviesa, ¿verdad?

—Y tú “toro bravo”.

—Más bien “toro exigente”. Yo siempre digo que soy el único toro al que no le gustan las vacas. Anda, pasa.

Me franqueó la puerta hasta un salón con una decoración bastante moderna. Allí había un señor fondón con gafas de montura gruesa.

—Él es mi amigo Narciso —lo presentó—. Estudió imagen y sonido. Ha rodado casi todos los vídeos en los que aparezco.

—¿Os conocéis desde hace mucho? —le pregunté para familiarizarme con el individuo y no sentirme cohibida por su presencia en plena acción.

—Íbamos juntos al “insti” —dijo el tipo con voz nasal.

—¿Ligaba mucho “Toro bravo”?

—Buah…, menudo fiera…, es que no te puedes hacer a la idea —ponderó gesticulando con las manos—. Con catorce años estaba liado con tres tías: dos de ellas mayores de dieciocho. Cuando salíamos por ahí, se enrollaba con desconocidas en cuestión de minutos. Era increíble. Daba una envidia…

—Pero envidia sana —añadió “Toro bravo”.

—Sí, sana por los cojones —soltó Narciso.

Nos reímos. Luego me dirigí a “Toro bravo”:

—¿Cuánto te pagan, si no es indiscreción?

—Depende del vídeo. Cada actor tiene un “caché” que depende de las audiencias de sus vídeos. Por el vídeo que vamos a hacer ahora, a ti te pagarán una cantidad y a mí otra.

Luego fuimos a la habitación de “Toro bravo”. Narciso preparó la cámara y nos indicó que podíamos empezar.

Allí estaba el punto de no retorno, porque lo que hiciéramos allí quedaría registrado. Me acometió un ramalazo de incertidumbre y miedo por entregarme a un desconocido, pero ya no pensaba echarme atrás. Me estaban tratando de maravilla en todos los sentidos. “Así da gusto trabajar”, pensé divertida para mis adentros relamiéndome ante el placer que me esperaba.

Empezamos a desnudarnos mutuamente. Por fin tuve ante mis narices el toro tatuado y sus músculos prodigiosos que acaricié con creciente satisfacción. Tenía una piel muy suave y no tenía vello en el cuerpo. Él me dio lengüetazos en el clítoris, mientras me introducía dos dedos como avanzadilla del ariete que estaba por venir. Después dedicó sus atenciones linguales a mis pechos como un lactante desesperado. Tan cachonda me dejó con su impecable trabajo oral y tan estimulantes me resultaron los olores propios de aquellos preliminares que estaba loca por chuparle el miembro.

Hasta entonces no se lo había visto bien. Tenía un pene largo y grueso, rodeado de venas. Su largura seguro que le facilitaba hacer entretenidas prospecciones en el interior de las mujeres. Se lo devoré con fruición, tratando en vano de metérmelo entero en la boca. Narciso se acercaba con la cámara para no perderse ni el menor detalle.

Las primeras incursiones de su pene en mi vagina no diré que fueron dolorosas, pero sí resultaron molestas. El tamaño era diferente del que Paco me tenía acostumbrada y eso se notaba. Conforme siguió penetrándome se me pasaron las molestias hasta sentir únicamente una oleada de placer a cada embestida.

Él llevaba la iniciativa en todo. Cuando ya lo habíamos hecho en tres o cuatro posturas, me hizo ponerme boca abajo y me escupió en el ojete. No estuvo muy fino. Podía haberse escupido en la mano y luego haberme humedecido el ano con saliva, pero optó por la rudeza. No llevaba idea de que me diera por ahí, un territorio aún inexplorado, pero no me resistí. Él, mejor que nadie, sabía lo que era comercial y yo era la novata.

Una media hora después llegó la postura final; esa en la que sabes que ya no va a limitarse a restregármela por dentro, sino que ya va a entrar a matar. Él estaba tumbado boca arriba penetrándome como una máquina, soportando seguramente el suplicio de no correrse y a mí con una mano me frotaba el clítoris con certeros movimientos para que yo alcanzara al orgasmo. Cosa que no tardé en hacer salpicando las sábanas y abandonándome por completo. Fue un orgasmo rabioso, intenso, que me hizo resollar durante un buen rato. De sobra sabía “Toro bravo” que las mujeres necesitamos esa clase de estimulación para experimentar un orgasmo y que el pene, aunque se maneje con una precisión de orfebre, no es decisivo en la consecución del orgasmo femenino.

Al día siguiente ya estaba el vídeo al alcance de todo el mundo. En la cuenta corriente me habían ingresado nada menos que 1450 euros. Lo titularon “Escenas obscenas de Toro bravo y Gatita traviesa”. En unas pocas horas llevaba ya 19633. Había innumerables comentarios. “Espectacular, el mejor polvo que he visto en mi vida” decía el Yonqui del porno. “Una auténtica pasada. No entiendo qué hacéis en una página de vídeos amateur” comentaba Abel L. “He perdido la cuenta de las veces que he visto el vídeo. Genial.” decía “el soltero de plata”. “Gatita traviesa, ¿qué hay que hacer para tirarse a un tío tan buenorro como ese? Muerta de envidia me tienes.”, puso “La Amazona psicodélica”. “Enhorabuena. Menudo pibón. Toro bravo, insisto en lo que siempre he sostenido y ahora me vuelves a confirmar: eres Dios”, decía “El gourmet erótico” “Yo también puedo hacer travesuras contigo, gatita. ¿Te atreves?” comentaba “Pancho Villegas”. “Sencillamente sensacional. Haced otro, por favor.”, solicitaba “El Paje de Melchor”. “El cerdito de la casa de paja” decía “Viéndote, Toro, se aprende más que en todas las clases de sexualidad de mundo.” “Toro bravo, tengo todos tus vídeos en el móvil. Eres el mejor. Ojalá pueda conocerte algún día. No te mueras nunca.” decía “Carolina del Norte”. “Te lo montas bien y te las montas bien. Yo de mayor quiero ser como tú”, comentaba “El caballero refulgente”.

Al día siguiente, Paco llegó a casa con cara de pocos amigos. Era evidente que estaba contrariado. Supe que lo sabía todo.

—Me he enterado de la peor forma posible. Me lo ha contado Gerardo.

Gerardo era uno de los compañeros de trabajo con los que mejor se llevaba Paco. También conocíamos a su mujer, Maripaz. Eran bastante aficionados al porno. Solían ponernos pelis guarras cuando íbamos a su casa.

—Imposible. Ana ha aparecido en un par de vídeos enseñando las tetas, pero ella no ha grabado un polvo follando con nadie. Es muy fuerte, eso no lo haría sin pedirme opinión. Tiene que ser otra. Y entonces me enseñó el vídeo por el móvil. ¡Por qué no me lo dijiste!

—Paco, ¡no tengo trabajo! ¡Es esto o nada! ¡No puedo elegir”! No sé si te has enterado todavía. Me han pagado 1450 euros nada menos. Y mañana seguramente me ingresaran otros…

—¡Maldito sea el puto dinero! ¡No te puedes hacer a la idea del daño que me has hecho! ¡Ni con todo el oro del mundo se puede compensar esto! —vociferó.

—¡No me chilles!

Paco se calmó un poco.

—Me has puesto los cuernos.

—No te he puesto los cuernos —expliqué—. Si hubiera querido ponerte los cuernos lo habría hecho en secreto, no poniéndolo en Internet.

—Te has tirado a un pavo sin avisarme…

—Necesitaba el dinero. Estoy al filo de la indigencia y no quería que me montaras una escena. Yo no soy tu esclava. Y tampoco tengo ningún interés en estar todo el santo día discutiendo a grito pelado.

—…y aún tienes el valor de negarme que me has puesto los cuernos.

—No hay sentimientos. Es solo trabajo.

—¡Solo trabajo! ¡Te has metido en la boca la polla de ese tío!

—Es carne sobre carne. No hay más. Imagínate que hubiera acudido a un quiropráctico.

—Te ha dado por el culo, joder. ¡A mí nunca me has dejado! Y al hijoputa ese le dejas a las primeras de cambio.

—Me puse en sus manos. Él sabe perfectamente lo que hay que hacer para que un vídeo tenga éxito.

—No me cabe duda de lo mucho que sabe ese.

—Imagínate que he ido al ginecólogo. ¿También estarías mosqueado si el ginecólogo me hubiera metido mano?

—Estás desvariando, Ana. ¿Cómo va a ser lo mismo? El ginecólogo no haría eso por placer, sin para detectar una enfermedad.

—Yo tampoco lo he hecho por placer sino para ganarme la vida. No para hacer daño a nadie, ni mucho menos.

La actitud de Paco empezó a ser sardónica, irónica. El tono de voz se relajó:

—¿Te dio gusto?

—Eso que importa.

—¿Te gustó o no lo que te hizo?

No hubiera colado decirle que follaba mal, porque a la vista de todos estaba que me había corrido como un aspersor y que tanto su instrumento como su movimiento de pelvis eran impecables.

—Sí, me gustó. Lo hace condenadamente bien. Tiene mucha experiencia y eso se nota.

Hubo un silencio.

—Pero tú me gustas más —añadí.

—Eso sobre todo —respondió con áspero sarcasmo—. Me lo has demostrado muchísimo.

—La crisis se ha interpuesto en nuestro camino y no me ha quedado más remedio que hacer cosas que no habría hecho en condiciones normales. Tienes que entenderlo. No todo en la vida es un camino de pétalos de rosa.

—No me vengas con historias. Yo ya no puedo confiar en ti. Ni siquiera me lo contaste.

—Te habrías puesto hecho una furia. Quise ahorrarte el disgusto.

—Y hacerlo a mis espaldas, claro que sí, pero es igual. Ya no importa. Hasta aquí hemos llegado. Ni puedo, ni quiero seguir estando contigo. Te has portado como una auténtica cerda.

Y desapareció de mi vida. Pusimos el piso en venta e hicimos papeles en un notario para dividirnos las ganancias que obtuviéramos de la venta en dos partes iguales. Yo me fui a vivir de alquiler y él creo que regresó a casa de sus padres, lugar de donde nunca debió salir porque era un niñato inmaduro incapaz de entender nada.

Paco se había ido con el rabo entre las piernas. No cabe duda de que el motivo de la ruptura era que yo me había metido un rabo entre las piernas, pero no lo hice por capricho o por maldad o por vanidad o por aburrimiento o por venganza, sino por necesidad, por sentirme realizada. No negaré que lloré lo mío, pero las lágrimas siempre las seca el transcurso del tiempo.

Diez días más tarde las visitas ascendían a 78242. Es decir que, aunque el polvo me había costado mi relación, me había reportado unos beneficios de 2465 euros. No estaba mal por media hora de trabajo, ¿no?

Ese mismo día me hicieron una oferta de trabajo: 830 euros prorrateados reponiendo en una gran superficie de lunes a sábado. Por supuesto que no respondí. Lo que sí hice fue planificar el siguiente vídeo. Quizá no estuviera tan mal vivir sola y dedicarme exclusivamente al porno.