Con el novio de mi tía
Me había acostumbrado tanto a ver a Marcelo cogerse a mi tía que no podía soportar un día más sin sentir yo también lo mismo
La noche que mi tía me presentó a su novio Marcelo yo me encontraba en el segundo mes de mis cursos de francés. Acostumbraba salir a las nueve de la noche y ella a veces me esperaba a la salida del instituto para que juntas nos fuéramos a la casa.
Aquella ocasión me había prometido que me iba presentar a Marcelo, con quien llevaba saliendo dos semanas. Mi tía quería saber mi opinión antes de llevarlo a la casa para presentárselo a mi abuela, que era con quien vivíamos las dos.
La primera impresión que tuve era que Marcelo era un chico muy lindo, además de amable y algo tímido, pero no tanto como para disimular que yo le atraje desde el momento en que me vio.
Casualmente, esa noche yo llevaba puesta una blusa un tanto escotada, además de una falda corta que hacían ver mis piernas más largas de lo que son en realidad. No acostumbro vestir así, generalmente, pero esa noche hacia especialmente mucho calor. Marcelo me saludó con un beso y se notó un tanto sorprendido de ver que yo era rubia y de piel blanca, totalmente diferente a mi tía que es morena de los pies a la cabeza. Bueno, es cuestión de herencia, yo me parezco más a mi madre (que vive con mis dos hermanos menores en otra casa) y ella a mi abuela.
Marcelo nos llevó en su auto hasta la casa y nos dejó en la puerta. Una vez adentro le comenté a mi tía que me parecía un buen partido aunque un poco joven para ella (Marcelo tenía 27 años y mi tía 33). Le dije eso sin ninguna intención oculta, aunque yo en el fondo sabía que a mis 22 años no me vendría mal alguien como Marcelo.
De todos modos, la relación entre ellos fue prosperando. Al poco tiempo mi abuela lo conoció y Marcelo visitaba a mi tía frecuentemente en la casa. Debido a que el salía de noche del trabajo, generalmente se quedaba hasta tarde en la casa viendo televisión y conversando con mi tía en la sala, mientras yo y mi abuela dormíamos en nuestras habitaciones.
Una vez que me levanté de prisa de la cama para ir al baño sorprendí sin querer a la pareja en un intenso besuqueo acostados sobre el sofá. Cuando se dieron cuenta de mi presencia se sentaron y continuaron viendo tele. Al día siguiente, mi tía me dijo que se había asustado cuando me vio salir del cuarto y que si me tardaba un poco más los hubiese encontrado en otra posición. Le dije que no se preocupara, que la próxima vez iba a tener más cuidado.
La verdad que la siguiente ocasión no solo tuve más cuidado, sino que sentía tanto morbo y curiosidad por saber que más podía pasar, que me fui a acostar más temprano de lo acostumbrado. En realidad, quería hacerles creer que ya me había dormido y apagué la luz de mi cuarto, aunque dejé la puerta semiabierta. Desde allí podía tener una buena vista de lo que hacían mientras veían televisión en la sala.
Al cabo de unos minutos y de unas cuantas caricias, pasaron de los besos a frotarse el cuerpo ambos. Mi tía, que llevaba un pantalón corto, tomó la mano de Marcelo y la puso en su entrepierna. El comenzó a masturbarla con tal intensidad que ella terminó teniendo un orgasmo con el cojín del sofá en la cara, para que no se escucharán los gemidos.
Como una forma de agradecimiento, bajó el cierre de Marcelo y sacó lo que yo estaba esperando ver por tanto tiempo. Era un verga hermosa de aproximadamente 18 centímetros y con el vello rasurado. Mi tía la tomó desde la base y comenzó a chuparla, haciéndolo cada vez con más intensidad. Después de unos minutos Marcelo se puso de pie y apuntó al rostro de mi tía, ella abrió la boca y recibió un chorro de esperma que le salpicó hasta las mejillas.
Con eso tuve suficiente, me dirigí a mi cama y masturbé bruscamente mientras imaginaba que Marcelo me había hecho todo eso a mí. Durante varias noches esa escena se repetía en el mismo lugar aunque con penetración incluida y diversas poses que practicaban, procurando siempre no hacer mucho ruido para no despertar a mi abuela, y a mí, que, en realidad, sabía todo lo que hacían.
Me había acostumbrado tanto a ver a Marcelo cogerse a mi tía que no podía soportar un día más sin sentir yo también lo mismo. El momento adecuado llegó una tarde de sábado cuando Marcelo llegó de visita y mi tía no se encontraba. Ella había saldo de compras con mi abuela y tardarían un poco en volver.
Le abrí la puerta y lo dejé esperando en la sala mientras yo entraba a darme una ducha. Al terminar de bañarme, grande fue mi sorpresa al encontrar a Marcelo parado en la puerta del baño. Le dije por qué me estaba espiando. El negó que me estuvieses espiando, simplemente quería decirme que yo le gustaba.
En ese instante, quedé muda y no tuve reacción. Marcelo me miró fijamente, mientras con sus manos comenzó a desatarme la bata de baño. Así fue como quedé desnuda completamente frente a él, que me recorrió con sus dedos en mi costado mientras acercaba sus labios a los míos. Allí mismo me tomó con fuerza y puso una mano directamente en mi vagina mientras con la otra recorría todo mi cuerpo a la vez que me besaba. Yo estaba encendida, con mis pulsaciones a mil. De repente, me acostó sobre una mesa de espaldas y me abrió las piernas.
Empezó a lamerme toda desde las tetas hasta las caderas y con suavidad besó mi pubis mientras bajaba hasta la entrada de mi vagina. Yo, completamente húmeda solo atinaba a cerrar los ojos y dejar que él tuviera todo el control. Cuando acercó su lengua a mi clítoris sentí un estremecimiento tal que cerré bruscamente mis piernas aprisionando su cara más contra mi sexo. Marcelo continuó, su lengua era imparable, se movía con suavidad y con dureza alrededor de mi punto más sensible, a la vez que usaba sus labios para combinar los movimientos.
Cuando parecía que iba a estallar, me puso de pie nuevamente y se acomodó detrás de mí mientras yo tenía medio cuerpo desnudo recostado sobre la mesa. Allí me penetró, como nunca nadie lo había hecho hasta entonces conmigo. Esa verga rosada, gruesa y larga que tanto había deseado estaba dentro de mí. Empujaba con fuerza, me sacudía, la mesa se movía, mi cuerpo no resistía. Dame más, no pares, no te detengas, le decía justo cuando estaba por sentir una ola orgásmica que me recorría todo el cuerpo.
No supe cuantas veces llegué al clímax en ese lapso, pero en una de esas sentí como Marcelo vaciaba una cantidad enorme de leche dentro de mi vulva. Era tal la cantidad que se me escurría por las piernas y llegaba hasta mis pies.
Después de ese momento incomparable, no nos dijimos nada. Yo volví a la ducha y él se sentó en el sofá a mirar tele mientras esperaba que llegara mi tía.
Nadie más que nosotros podía saber lo que había pasado y solo nosotros podíamos decidir cuando lo volveríamos a hacer.