Con Batuque
Experiencias zoofílicas de una adolescente y su canes... Muy caliente relato...
CON LOS PERROS (zoofilia)
Mi nombre es Rita, tengo 18 años y desde hace un tiempo "me divierto" con mi hermoso perro Batuque. No es de raza pura, sino mestizo pero me hace deliciosas sesiones que me dejan rendida.
Todo comenzó una tarde de calor en que habiendo salido del baño, fui hasta mi habitación totalmente desnuda. Allí estaba hechado a los pies de mi cama Batuque, el que se levantó presuroso para recibir mis caricias. Me senté al borde el lecho y abriendo mis piernas lo atraje hacia mí para acariciarle la cabeza. El can se colocó entre mis piernas como oliendo mi cuerpo recién bañado. Avanzó y acercó su hocico a mi concha recién rasurada totalmente, como suelo usarla en verano. Olió y como parece que le agradó alguna aroma particular, sacó la lengua y lamió los labios externos. Me corrió como una chispa de electricidad por todo el cuerpo. Abrí más las piernas y las recogí hacia arriba ofreciéndole la concha abierta de par en par. Pegó su boca y la lengua iba y venía por sobre la concha. Sentí que si eso seguía me iba a acabar enseguida. Me acomodé mejor para ver que hacía el perro y el muy guacho más fuerte me lamía atraído por los jugos que me comenzaban a brotar.
Al ratito, pegué un grito y acabé entera. El perro me miraba sin comprender (¿o comprendía?). Quedé rendida por el polvo que acababa de largar y fui al baño a lavarme la concha en el bidé. ¡Estaba desconcertada!, ni el machito de turno me la había chupado de esa forma. Todavía percibía el roce de esa lengua áspera por sobre mi concha y prontamente tuve ganas de probarla. Regresé al dormitorio y allí estaba el perro como aguardando una segunda vuelta. ¡Me había calentado!
Así, desnuda y con ganas nuevamente, me senté al borde de la cama y abriendo mis piernas de par en par aguardé la reacción del can. Se levantó y se vino derecho "al bocado". Olió, sacó la lengua y empezó a lamerme los labios. Con mis dedos abrí bien la concha y esa lengua se adentró haciéndome arquear del gusto. Jadeaba con esa chupada y me estaba entrando la loca idea de hacerle la paja, pues notaba que la pija se le estaba hinchando. Pero, ¿cómo me movería sin dejar de recibir la chupada?. Me paré de golpe y me eché al suelo boca arriba. Puse mis talones sobre la cama y así abierta de piernas me dejé lamer. Corrí la piel de la pija hacia atrás, para no causarle dolor y dejé al descubierto un enorme glande rojo y húmedo. Lo comencé a masturbar lentamente y eso pareció gustarle pues inició los movimientos del coito. Me animé a algo más y con la otra mano le sobé los huevos. Emitió una especie de gemido y gruñido suave, pero ahora ya le había tomado el tiempo. Me chupaba la concha y yo le hacía la paja.
Cuando quise acordar jadeó más rápidamente y arqueando sus ancas me llenó la mano de leche y algunos chorros me pegaron en la cara ya que estaba demasiado cerca. Era una leche medio amarillenta. Con la punta del dedo la probé y era muy agria.
Lo dejé reposar mientras yo me enderecé y nuevamente me encaminé hacia el baño, pero esta vez me di otra ducha pues estaba bañada en sudor y en la concha seguro que habría olor a perro.
No hubo nada en días siguientes, pero acuciada por el deseo y no habiendo cogido ese fin de semana, la calentura me comenzó a apurar y no deseaba hacerme la paja teniendo a Batuque a mi disposición.
En cuanto mis padres salieron para sus trabajos vespertinos, me desnudé por completo, corrí al baño y por la ventana llamé al perro, que llegó unos instantes después. Entró con toda confianza. En tanto, yo había extendido un gran toallón sobre el piso. Me acosté boca arriba y con piernas abiertas recibí sus primeras lamidas. ¡Le había entrado a gustar!
Cuando lo tuve caliente, dejé descubierta la pija que ahora estaba redura. Lo masturbaba lentamente para ver sus reacciones que se materializaban en una pija colorada, botonuda y cada vez más dura y larga. Me puse debajo de él y arqueando (cuanto me fue posible) las caderas coloqué mi concha contra esa pija canina y comencé a restregarla de atrás hacia delante. Más levantaba mis caderas, más excitante me resultaba la frotación. Ahora el perro tenía jugos en la punta del glande. Eran ambarinos, casi color miel y funcionaban como lubricantes pues cuando quise acordar, el can con sus acompasados movimientos de ida y vuelta, en un momento me ensartó. ¡Quedé como petrificada!. El perro me estaba por coger y yo no atinaba a negarme y disparar del baño.
Al contrario. Levanté aún más las caderas y la hinchada verga se enterró hasta la mitad en mi juvenil concha y comenzó la cogida: el perro empujaba hacia abajo y yo hacia arriba en una cadencia endiablada, libidinosa, harto elocuente de la locura que me dominaba en esos instantes. Sentí como una punzada en el interior cuando la entró toda y sus peludas bolas chocaron contra los labios mayores. Estaba clavada "hasta los pelos" como decimos vulgarmente, y no precisamente por un tipo, sino por mi propio perro.
En ese momento me sentí la más puta de la tierra, ¡pero carajo cómo gozaba!.
Fueron unos minutos de gloria. Me sentía invadida por esa pija fenomenal y deseaba que el perro no fuera a acabar nunca, pero cuando noté que se comenzaba a agitar, presentí que le venía la chorreada y le escapé al bulto. Bajé de golpe la concha y el perro quedó culeando en el aire mientras comencé a percibir algo caliente que caía sobre mi entrepierna. ¡Estaba acabando a chorros cortos pero firmes!
Cuando terminó, me retiré debajo de Batuque y me miré: estaba chorreada de leche canina desde la concha hasta el bajo vientre. Le di un beso en la cabeza y fui al baño donde la ducha quitó todo resto del semen animal. Con la cánula duchadora me higienicé correctamente la concha por fuera y por dentro, ¡no fuera a pescarme algo!
Cuando se me pasó la calentura reflexioné sobre lo hecho y me pareció que estaba enloqueciendo. ¡Coger con mi perro! Habiendo tantas pinchilas en la calle y listas para darte un polvo espectacular. No, ciertamente debía estar perdiendo el sano juicio, por lo que dejé todo a un lado y por muchos días ni asomo de jugar con Batuque, pero la carne es la carne y reincidí varias veces hasta que me llegó el momento de probar por el ojete: fue sencillamente doloroso, pero de la forma en se comportó Batuque, puedo decir que fue alucinante. Me hizo trapo el orto, en particular cuando me enterró el glande y para mal de males, se le hinchó la verga adentro y costó desengancharme. ¡Menos mal que estaba bien lubricada!, sino, ya me veía con el perro a remolque por toda la casa y colgando de mi culo. La cosa es que ahí estaba clavada por el culo hasta las bolas y entonces sentí como largaba el escupitajo de leche y me dejó repleto el recto. Acabé como una diabla cuando sentí esa leche canina en mis entrañas y la mantuve enculada hasta que se le desinflamó y pude desacoplarme. Quedé mareada del polvazo. Batuque me miraba como diciendo "no te hice nada". ¡Y vaya si me había hecho!
Por otros días me mantuve quieta, haciéndome la paja con los dedos metidos en la concha o en el culo según tuviera deseos.
Fue por unos pocos días más, pues mi hermano cayó a casa con un hermoso ejemplar de gran danés de más o menos un año de edad. En la primera oportunidad en que lo tuve a mano le toqué la verga y casi me caigo de culo: ¡era un pinchilón enorme!, casi como el un hombre adulto. Lo masturbé y enseguida la sacó entera. Medía no menos de 14 centímetros de largo por unos tres de grueso coronada con un precioso botón rojizo y puntiagudo.
Se me despertó el indio y me propuse hacerme coger con este perro.
Lo masturbé hasta tenerlo bien alzado, me desnudé en un periquete y me acomodé para que me la mandara por el culo. El perro como adivinando mis intenciones, se puso a coger en el aire mientras me lubricaba el orto. Cuando lo tuve listo, tomé esa verga por el medio y me la ubiqué en la puerta del culo. En uno de esos meneos del perro me la ensartó, ahogué un quejido y me dejé llevar por esos movimientos animales que tanto me había hecho gustar Batuque y que ahora volvía a experimentar con este perro nuevo.
Lo mantenía sobre mis espaldas que cubrí con la almohada para que no me arañara con sus uñas, y el perro no dejaba de culearme y hacerme gemir del gozo. Me clavó hasta el final y cogía como si fuera un humano. Yo jadeaba y me quejaba y más que culeaba. De pronto se aferró con sus patas y me dio bien rápido unos instantes y sentí que el culo se me llenaba de leche. Acabó mucho más que un hombre aunque esta vez no hubo abotonamiento y se deslechó por completo en mi recto tan trajinado.
La sacó de un golpe y me dejó vacía. "Flop" hizo el culo cuando salió. Me enderecé y corrí al baño dejando al perro pensando (si es que los perros piensan) en vaya a saber qué.
En el inodoro y pujando fui desalojando la lechada de mi culo. Cuando salió toda y mientras me lavaba en el bidé, me toqué la puerta y noté que estaba muy abierta. ¡Con semejante pija!
Como ya dije tengo 18 años, pero sin saber explicármelo, he ingresado al mundo de la zoofilia donde sé que muchas minas se hacen coger por caballos. No sé si lo haría pues he visto que las pijas de los equinos son gruesas y muy largas, pero ahora me las arreglo y gozo con la de los dos perros de casa. Al gran danés una tarde le puse un condón y se la mamé. Es un poco menos dura que la pija erecta de un hombre, pero te hace gozar como loca tenerla en la boca. El día menos pensado quizá se la chupe sin forro, pero tengo miedo pues podría tragar algo de ese semen, ¡aunque una nunca sabe!.
Mariela Luisa