Con atraso

Tórrida relación de jefe y empleado.

CON ATRASO

Hacia un tiempo que Silvio no tenía sus sesiones privadas y eso lo ponía mal y andaba nervioso. Esa mañana había contestado mal a su jefe (un maduro que lo daba vueltas). Esa mañana misma, cuando la mayoría de los empleados se retiraron de las oficinas, Silvio se encaminó hacia el despacho de su jefe. Quería disculparse y ver ¿‘qué onda’?.

Golpeó suavemente al vidrio de la puerta y desde adentro alguien respondió "Pase".

Abrió, y allí estaba su jefe. La camisa rosa dejaba ver –al estar desprendida- su amplio torso velludo y Silvio sintió que las fuerzas lo estaban abandonando. Tomó coraje y lo encaró decididamente: "Señor, quiero pedirle disculpas por el mal momento de esta mañana. No fue, ni es mi intención molestarlo con mi conducta"

"Mirá Silvio, yo he sido joven e impetuoso como vos, así que doy por olvidado el episodio", y le tendió la mano. Al sentir el contacto de esa epidermis tibia, suave y firme, a Silvio se le dio vuelta el corazón y apresó esa mano con fuerza. A su jefe, este gesto no le pasó desapercibido y a propósito –para ver como reaccionaba su empleado- retuvo esa mano joven. Sus hermosos ojos verdes, contrastaban con su piel bronceada por los primeros soles del nuevo verano. Silvio se derretía ante esa mirada de fuego que le imponía respeto. Le pareció una eternidad el tiempo que su jefe retuvo su mano y tremenda fue la sorpresa cuando el superior lo atrajo hacia él.

Lo miró fijamente a los ojos y su jefe le devolvió la mirada en lo que intuyó había lascivia. Las palabras del jefe fueron suaves pero imperiosas: "He tenido una mañana complicada, he estado muy tenso y necesito descargar esa tensión, si te quedaste me venís bien pues si sabes dar masajes te lo voy a agradecer".

Silvio creyó tocar el cielo con las manos. Su jefe quedaría a merced suya en algunos momentos. Rápidamente le requirió se quitase la camisa, y que se acostase sobre el inmenso sillón de reuniones (para 4 personas). Su jefe accedió y unos instantes luego, estaba con el torso desnudo y recostado boca abajo. Silvio, acompasadamente pasaba sus manos por esas anchas espaldas hasta casi el límite inferior. "Ahí, justo al final de la columna, masajéame allí" –dijo el jefe-. Silvio le pidió que se bajara un tanto los pantalones y el slip, quedando ante su vista dos hermosos glúteos pálidos contrastantes con el resto de su piel bronceada, y que remarcaban muy bien una zanja oscura que se perdía en la entrepierna.

Silvio masajeó lentamente esa zona, casi de una manera erótica. Su jefe jadeaba y decía que esos masajes le hacían bien y se dio vuelta boca arriba.

Silvio casi se desmaya de la emoción que sintió el ver una tremenda pija semi enhiesta, y unas bolas inmensas, todo ello cubierto por abundante pelambrera oscura. Las manos le temblaban pero intentaba mantenerse concentrado en los masajes –algo que realmente le costaba-.

Obvio que la suerte suele dar trancadas insospechadas. Cuando intentaba acomodarse para darle mejor masajes estomacales, su pie se enredó con el otro y cayó sobre su jefe y con la cara fue a dar encima de la pija. "Epa… te la vas a comer", fue la hilarante salida de su jefe ante tan risueña situación. Silvio sintió que se estaba poniendo rojo de la vergüenza y como mejor pudo se enderezó, sin quitar sus ojos de tan precioso instrumento. A su jefe eso tampoco pasó desapercibido y preguntó con un dejo de picardía: "¿Qué pasa Silvio, es muy grande para tu gusto?"

Silvio se quedó sin palabras y sólo atinó a responder: "Este,…bueno… ¡Sí!, ¡Es grandota!"

Su jefe le tomó la mano derecha y la atrajo hacia su pija. Silvio se dejó llevar y al percibir la tibieza de ese fenomenal miembro solo consiguió torpemente dejarse llevar la mano por todo lo largo del cipote. Presa de una desesperación lo tomó desde la base y encerrándolo entre sus cinco dedos lo masturbó lenta y silenciosamente. Al contacto de su mano, la pija tomó un tamaño desproporcionado. Debía medir no menos de 18 cm. de largo por unos 5 de grosor. ¡Era fabulosa!

Llevado por su deseo creciente, sin mediar pedido bajó su rostro y acercó sus labios hacia el falo, recorriéndolo con la lengua e impregnándolo con su saliva. No pudiendo resistir su deseo, atrapó el glande con sus labios y lo succionó lentamente. El sabor agridulce de los líquidos pre eyaculatorios lo mareó y sorbió con fuerza ese glande rojo violáceo hasta estirarlo con sus labios. Como reconociendo el terreno, lamió con sus labios los laterales el soberbio aparato. Su jefe se acomodó mejor en el sillón para recibir esas caricias quizá inesperadas.

Silvio lamía y chupaba esa barra hirviente. Cuando la retiraba de su boca, pegajosos hilos de saliva colgaban del pene sus labios. Enrollaba el pene con su mano y recorría toda su extensión como masturbándolo y decididamente volvía a mamarlo.

Luego de una prolongada chupada, su jefe se irguió y quitándose el resto de ropas le dijo a Silvio lo imitara.

Quedaron totalmente desnudos. Silvio no dejaba de tener aferrado ese tesoro cilíndrico. El jefe tomó crema de un pote y esparció generosamente por el ano de Silvio, previo haberle prodigado una elocuente muestra de su calentura: le lamió el ojete hasta hacerlo gemir del gusto.

Lo acomodó arrodillado en cuatro sobre el asiento del sillón, y apuntó su enhiesta herramienta al orto de Silvio que suplicó casi en un susurro: "Despacio… no sé si me entrará, hazlo despacio".

El jefe cumplió, pero inevitablemente semejante mandoble cuando perforó el esfínter hizo que Silvio se quejara e intentó un movimiento hacia delante para zafar de semejante pija. Fue vano su intento, ya que el jefe lo asió por la cintura y atrayéndolo hacia atrás le enculó el formidable aparato hasta la mitad. Silvio vio chispas multicolores y le rogó fuera suave pues le ardía tremendamente. La pija comenzó lentamente ir y venir por el dolorido recto de Silvio, quien cada vez que el aparato reingresaba gemía por el fuerte ardor que percibía y, obvio, por el diferente tamaño del invasor y su anillo anal, área nunca antes visitada por semejante grosor de pija. Su jefe también suspiraba de placer cada oportunidad que su regia pija entraba en el canal de Silvio, quien volteaba su cabeza hacia atrás y a los costados. Percibió como su jefe se acomodaba mejor y de un envión le ensartó toda la pija. Silvio gritó del dolor cuando el glande chocó contra el fondo de su recto, a lo que siguió un rítmico golpeteo que lo hacía retorcer del agudo dolor. Cada pijazo un grito, pero paulatinamente la molestia fue cediendo y unos instantes después era el propio Silvio quien iba en busca de carne cuando aquella salía casi hasta el extremo.

Ya no había retorno posible. Su jefe lo estaba sodomizando. Lo estaba haciendo su propiedad. Lo estaba convirtiendo en su juguete sexual. Utilizaba una bella herramienta para sojuzgarlo, elemento que a Silvio lo estaba colocando en un estado tal de excitación que gritaba "lo rompiera bien", y a decir verdad, su jefe tenía con que hacerlo, y por si fuera poco, le causaba tanto y tan delirante placer, que el joven se desvivía hasta donde le era posible, por entregar su culo a esa pija extraordinaria.

Unos gruñidos por lo bajo, un estrecho abrazo a su cintura, las carnes totalmente soldadas, y algo extrañamente tibio y espeso en el final de su ano, indicaron a Silvio que estaba recibiendo la mejor ofrenda que un macho podía hacerle: ¡cuantiosa lechada!

Su jefe lo desenculó y con la pijota aún dura, la llevó hacia los labios de Silvio, quien mareado por la sesión y todavía obnubilado por el gozo, pasó la punta de la lengua por el soberbio glande quitando los últimos goterones de semen. Un cálido beso de lengua de su jefe, fue el corolario. Silvio se derritió entre sus brazos, como la mejor hembra lo haría. ¡Era una hembra -en realidad- gozada y colmada!

Mientras su macho iba al sanitario, sintió que algo tibio corría afuera de su ano. Se tocó y creyendo que podría ser sangre se levantó del sillón. Era solamente abundante semen. Se sintió más puta o puto y corrió él también al baño.

De esa sesión, han transcurrido varios meses. Silvio, que venía "con atraso", se convirtió en un esclavo de la pija de su jefe. No pasa semana sin recibirla, y para mantenerlo caliente, cuanta oportunidad tiene de estar cerca de su jefe, se la toca por sobre la ropa.

Hubo un aumento en el sueldo, y mayores responsabilidades laborales, pasando a ser encargado de una sección.

Silvio dejó de frecuentar boliches gay para "levantar" pijas. Vive en un pequeño pero cómodo y discreto departamento que le arrendó su jefe, sitio donde suelen tener tórridos encuentros.