Con 65 años, aun se puede

Las mejores historias se producen cuando surjen.

Irene y yo nos fuimos de vacaciones a Fuerteventura, una isla maravillosa dentro de un conjunto de islas a cuál mejor. Ese lugar de descanso fue elegido por su belleza, su tranquilidad, su agua limpia y sus inmensas playas que en algunos lugares está despoblada en casi su totalidad.

Con un coche de alquiler nos fuimos en busca de esas calas que presumiblemente deben estar escondidas entre las rocas e invisibles desde la carretera. Unos pocos kilómetros de recorrido nos llevan hasta Cotillo. Desde esa población hay varios desvíos por caminos de tierra que acercan a playas de escasa afluencia de público o ausencia del mismo.

Entre esta población y Taca, hay una cala de difícil acceso. Vimos un coche aparcado lo que nos hizo pensar que cercana habría un lugar maravilloso para bañarse. No nos equivocamos. Bajamos a la arena y entre las rocas de lava pudimos acceder.

Estábamos a mediados de septiembre, época en la que la escasa población turística y los colegios, nos permitía cierta libertad. Dentro del agua vimos a una persona que se estaba bañando. La longitud de la playa no es demasiado amplia, aun así, nos colocamos en el centro dejando a la otra persona a escasos metros de nuestra ubicación.

Colocamos las toallas sobre la arena entre el sol y la sombra ayudándonos de la lava para usarla como respaldo y alojamiento momentáneo.

Era un hombre de unos 65 años de edad. Conforme salía del agua, pudimos apreciar que estaba completamente desnudo. Su cuerpo decía haber trabajo en gimnasio en su juventud, bien cuidado y con apariencia de tener menos de los que tenía realmente. Su pelo canoso, su barba blanca bien recortada, mostraba un atractivo importante para mi mujer.

No dudé en quitarme el bañador para entregar mi desnudez a la brisa del mar. Irene dudó y se mantuvo con el bikini sentada sobre la toalla.

Tenía que iniciar una conversación con él. Al acercarse a su espacio, tomó la toalla para secarse la cara y las manos dejándola caer hasta la rodilla tapando inconscientemente su desnudez y con educación nos saludó con la mano a la vez que una voz ronca y profunda, nos dio los buenos días.

Nuestra respuesta fue inmediata. Le devolvimos el saludo en los mismos términos. Me percaté de la mirada de Irene entre admiración y deseo. Deseo de acercamiento, pero también soy consciente que jamás entraría Irene a ningún hombre de forma descarada para entablar conversación alguna.

Tomé la iniciativa para marcharme al agua. Salí corriendo lanzándome de cabeza entre las pequeñas olas que rompían sobre la orilla. Irene se quedó sola dándose crema. De vez en cuando miraba a aquel adulto, quería verle y le miraba. Su desnudez le atrajo de forma sin igual.

Se encontraba tumbado boca abajo secándose al sol, su cabeza girada al lado opuesto donde se encontraba mi mujer, lo que permitió levantarse para contemplarle con mayor claridad. ¿Qué tendría ese hombre que le tenía atrapada de esta manera?

Se mueve. Gira la cabeza hacia Irene y disimuladamente se vino al agua conmigo. Le pregunté por su descarada provocación y comportamiento. Se quedó sorprendida ante mis palabras, pero tan embelesada debería haberse quedado, tan prendada de ese señor que no se dio cuenta de su comportamiento.

Al volver a nuestro sitio, compruebo que nuestro futuro amigo se encuentra boca arriba. Advierto entre sus piernas su miembro dormido. Una palmada sobre su nalga hace que Irene dejara de mirarle de forma escandalosa.

Que osadía la suya. No puedo creer que su comportamiento fuera de esta manera. Aproveché su estado para rogarla que se quitara el bikini. Se quitó solamente la parte de arriba dejando sus maravillosos pechos al aire.

Después de secarnos al sol, me levanté mientras mi mujer se quedaba medio dormida sobre la arena. Se mueve lentamente con la intención de colocarse mejor y aproveché para quitarle la braga. No opuso resistencia quedando completamente desnudo como lo estábamos lo demás. Fue entonces cuando me acerqué hasta nuestro único vecino para presentarme y saludarle.

Su acento canario declaraba posiblemente su residencia en la isla, ocasión que aproveché para solicitarle información acerca de lugares dignos de visitar que no fueran bares o discotecas, para eso ya habría tiempo.

Ciertamente me explicó diversos sitios, a cual más bonito y pintoresco, para acudir de forma inexcusable a visitarlos. Nos acercamos hasta Irene que estaba aún tumbada. Las presentaciones de rigor acompañadas de sendos besos en las mejillas. Carlos.

Ya tiene nombre esa imagen que se había clavado en su retina y en su mente. Su ronca voz, ese rugir de palabras ordenadas, culto en sus manifestaciones, educado en su conducta. Durante unos minutos charlamos los tres de pie, propuse sentarnos y en corro mostrábamos con nuestras palabras la filosofía de cada uno de nosotros. Preguntas entre todos para conocernos mejor y alcanzar un acercamiento entre curioso e interesado.

Me levanté excusándome para darme un baño. Mi intención estaba lejos de refrescarme, más bien dejarlos solos para crear un lazo de intimidad que ante mi presencia se hace complicado.

Así fue, acertado como siempre con estos tipos de detalles. Nada más marcharme, Carlos, haciendo uso de su perfecto lenguaje, comenzó a decirle piropos, de los de antes, de aquellos elegantes que no ofendían a quien iban dirigidos. Entre comentarios sobre el tema que estuviéramos tratando se le escapada de forma intencionada una palabra agradable para Irene. Se sentía muy alagada ante sus adjetivos acompañados de ese timbre de voz melodiosa y sensual dentro de su rudo tono.

Sus historias contadas con esa melódica voz, al menos para ella, parecía que le cantaba más que contaba, le dejaron petrificada escuchándole cada una de las palabras que por esos labios carnosos salían hacia Irene. Llevaba a su lado unos minutos sin darse cuenta de mi presencia. Sentado detrás de mi mujer y ante su incapacidad para sentir mi presencia, lanzó un precioso piropo a Carlos sonrojando inmediatamente clavando su mirada en mí.

Comencé a reír al darse cuenta de mi presencia. Sin mediar palabra alguna, Irene se levantó para ir al mar y ocultarse durante unos segundos bajo el agua. Ambos nos quedamos mirando su contoneo en su carrera hacia el océano. Hablamos. Sí, hablamos de ella durante su ausencia.

Volvió para situarse entre los dos. Tumbada boca abajo. Me marché a dar un paseo por la playa y buscar sitios recónditos en ese paisaje lunar. Carlos aprovechó para ofrecerse a dar crema a Irene. Inesperado pero deseosa que le tocara, aceptó encantada. Sin moverse del sitio extendía el líquido protector por su espalda, a la altura de los hombros. Seguía por la cintura deteniéndose al final de la columna vertebral.

La sensualidad con la que le estaba acariciando la relajaba de tal manera que a punto estuvo de quedarse dormida. Siguió repartiendo la crema. Esta vez comenzó por los pies para seguir piernas arriba deteniéndose en la parte alta de los muslos.

No se atrevía a ir más allá de lo socialmente permitido hasta que le propuso continuar por aquello que se había dejado atrás. No lo dudó, tanto él como ella, estaban deseando que esa parte fuera sometida a los caprichos de sus dedos. Con elegancia masajeaba su trasero donde se entretuvo más de lo que lo había hecho con las otras partes de su cuerpo. Continuó después desde la cabeza a los pies, esta vez sin interferencias.

Se giró para ponerse boca arriba y le pidió que continuara echándole crema. Así lo hizo. Extendió líquido en spray y continuó rozando su desnuda piel con la yema de sus dedos. Volvió a repetir lo mismo. Le tocaba por todos los sitios menos por los pechos y la vagina. Le advirtió que esas partes también necesitan protección contra el sol. Mientras frotaba sus pechos su varonil miembro adquiría un tamaño algo mayor que el que tenía, pero cuando pasó su mano por la raja depilada de su entrepierna la erección fue instantánea.

Le dejó que se entretuviera el tiempo que le apeteciera tocando es esa parte tan sensible ayudándole en sus caricias abriendo sus piernas poco a poco. Sabía dónde tocar para no provocar una excitación mayor que la que ya tenía, acariciaba con los dedos los labios humedecidos por la situación.

Notaba su erección, evidentemente no es la de un chico veinteañero, pero se podía apreciar cierta dureza.

Le propuso cambiar para ser ella quien le untara de crema su cuerpo. Accedió colocándose en su sitio boca abajo. Echó el spray sobre su desnudo cuerpo y permitir a sus manos estar en plena libertad para acariciarle en toda su extensión. No tuvo que esperar su anuencia para tocar su precioso trasero.

Le pidió que se diera la vuelta repitiendo los mismos actos. Carlos posó sus manos detrás de su cabeza a modo de almohada.  Espolvoreó líquido por su torso para extenderlo. Irene tomo la iniciativa de abrir sus piernas colocando una a cada lado de su cintura sentándose encima de su miembro sediento de placer.

La notaba entre sus labios vaginales humedecidos de placer. Carlos cerró los ojos dejándose llevar. La extensión de su erecto miembro le rozaba en el clítoris y de forma irremediable comenzó a moverse lentamente a un ritmo de vaivén suave y controlado. Se estaba masturbando con su pene. El aumento de placer le impidió seguir repartiendo la crema. Apoyó sus manos a ambos lados de la cabeza para continuar con el movimiento de caderas.

Tenía que aumentar el ritmo, el cuerpo le pedía más y más y le costaba negárselo. Seguía y seguía hasta que alcanzó un orgasmo maravilloso. Carlos bajó su mano hacia su miembro. Lo agarró dirigiéndolo hacia la entrada de la vagina. Lo colocó recto para que fuera ella quien decidiera el momento de meterlo.

Se frotaba nuevamente el clítoris con la punta de aquel maravilloso pene y con un movimiento rápido se sentó encima de él hasta que no pudo entrar más. Se levantaba y se sentaba.

Sentía el roce de su miembro lo que hacía que se moviera de forma progresiva aumentando la velocidad de entrada y salida. Agarró sus manos para que le tocara el pecho de nuevo. Su experiencia hizo que se sintiera escandalosamente libre cada instante y cada roce. Su ritmo no cesaba, crecía cada vez más.

Sintió como su líquido blanco y caliente entraba dentro de su vagina, un chorro que brotaba de su interior al suyo y con una cantidad asombrosa. Antes de llegar a un nuevo orgasmo, sus muslos fueron testigos de aquella corrida monumental. El sobrante se derramaba pierna abajo sintiendo su recorrido hasta la rodilla.

A pesar del esfuerzo, Carlos parecía querer más. Irene se colocó de rodillas a un lado, agarró su, aun, erecto pene para masturbarle. Conjugaba las manos con la boca. Tardaba bastante en volver a expulsar el líquido blanco, pero su experiencia hizo que una segunda eyaculación brotara por la punta de aquel cansado miembro.

Se fueron a lavar. Limpieza profunda y vuelta a las toallas. Fue sentarse y aparecí preguntando cómo había ido en mi ausencia.

Irene contestó rápidamente con una afirmación escueta, muy bien.

Nos bañamos los tres juntos. Carlos salió de agua antes que nosotros. Irene me confesó que tenía algo que contarme. La interrogué delicadamente para que me confirmara todo aquello de lo que fui testigo mudo e invisible.

No quería decirme nada, simplemente se limitaba a declinar mis preguntas afirmando que cuando estuviéramos en el apartamento me lo diría, pero que fue algo bonito.

Nuestro amigo se despidió de nosotros, no sin antes facilitarnos el número de teléfono por si necesitábamos un guía para recorrer la isla. Carlos vivía solo en la casa que tiene para el verano. Nosotros teníamos aún varios días de vacaciones, pero el apartamento deberíamos dejarlo en un par de días.

Al llegar al apartamento y tras darnos una buena ducha, preparamos la cena. Una vez terminamos, Irene me comentó lo que ocurrió en la playa durante mi ausencia.

Cuando terminó de narrarme lo que hicieron, comencé a preguntarle por todos y cada uno de los detalles de lo que aconteció. Ella respondía sin titubeos, sin dejar detalle alguno.

Estábamos sentados en el sofá. Ella tenía puesto un tanga solamente mientras yo me encontraba completamente desnudo. Le pedí que me lo volviera a contar con todo lujo de detalles presentándose una erección.

Irene al percatarse de mi excitación, me agarró el pene y acercándose a mi oído, me musitaba la historia con todo el sentimiento que le puso al hacerlo. No tardé en expulsar el líquido blanco que tenía contenido.

Por la mañana sonó el teléfono. Era Carlos. Nos invitaba a comer y a recorrer la isla. Aceptamos encantados. Nos llevó a un restaurante de una clase exquisita, elegante.

Allí terminó la historia con Carlos, una gran persona con la que tuvimos una aventura llena de sensaciones.

Cuando regresamos después de las vacaciones, comenté a Irene que tenía un regalo para ella. Nos sentamos en el sillón, puse la televisión, encendí el DVD y allí estaba ella con Carlos haciendo todo aquello que me había contado.

Me marché para dejarlos solos llevándome la cámara de video y los grabé con todo detalle el acto al que fuimos testigos los tres.

Desde aquel maravilloso año, nos llamábamos de vez en cuando, para felicitarnos por los cumpleaños y navidades.

Ya han pasado 20 años de aquel encuentro y Carlos no contesta a nuestras llamadas ni mensajes.