Comprando bañadores

De lo que te puede pasar en una tienda comprando un bañador, atendido por un dependiente muy amable que abre puertas y no sólo de los probadores.

LO QUE TE PUEDE PASAR COMPRANDO UN BAÑADOR

Tras aquella excitante experiencia en el baño de vapor del complejo deportivo, decidí que me vendría bien hacerme socio de aquel lugar, así que, nada más despertar, me duché rápidamente y salí a la calle para ir a comprarme un par de bañadores en una gran tienda del centro. Por supuesto, en mi armario había unos cuantos bañadores ya, pero quería comprarme algo nuevo en especial para mis andanzas por aquellas piscinas, saunas y duchas. Había muchos para elegir, pero no acababa de decidirme por ninguno. Fue entonces cuando se acercó a mí un dependiente: un muchacho de unos treinta años, moreno y de ojos azules, de muy buen aspecto, vestido con unos vaqueros -ni sueltos ni ajustados- y una camisa blanca -de manga corta, pero amplia, que dejaba ver sus robustos brazos, tan velludos como lo que se veía de su pecho.

--Estoy aquí para ayudarle.—me dijo con amabilidad y sonriéndome. –Porque veo que necesita ayuda con los bañadores

--Gracias. Es que entre tantos donde elegir no sé cual escoger.—dije yo, un poco nervioso, pero sin que se notara nada.

--Muy bien…Suele pasar. Dígame, primero, qué uso le va a para hacer más fácil la búsqueda.

--No sé muy bien. Es para nadar. Supongo que todos los bañadores son para nadar, por algo se llaman bañadores

--No crea. Generalmente solemos venderlos para nadadores, por supuesto, pero también atendemos a clientes que los quieren, por ejemplo, para practicar la lucha libre, que requieren otras características

--Ah, sí?—dije yo un poco asombrado por sus palabras. No se me había ocurrido. Yo quiero un bañador para nadar.

--¿Para piscina o también para usar en playa?

--No sé…Me parece que el que se usa en una piscina también se puede usar en una playa, ¿no?

--No. Para piscina, por el uso cotidiano, es mejor comprarse uno resistente al cloro, como éste Endurance.—dijo mientras tomaba entre sus manos un bañador negro que extendió ante mis ojos abriéndolo por la cintura con todos los dedos extendidos.—Este es el más vendido. Mientras que para la playa es más conveniente –dijo tomando otro modelo, de color azul marino con franjas rojas y blancas a los costados—uno que sea de secado rápido, además de cómodo y que realce bronceado, por no hablar ya de la elegancia.

Yo no sé si le prestaba más atención a lo que me decía, que era muy lógico, o a su profunda voz.

--¿Colores favoritos?

--Oscuros. Azules, negros, burdeos, verdes. Sin estampados estridentes.

--De acuerdo. Los estampados estridentes , la verdad, no le van a un caballero de su edad, y mucho menos en una piscina.

Entonces tomó en sus manos uno tipo boxer, de color azul marino con rayas blancas a los costados. Lo sacó de la percha en la que estaba plegado, lo extendió ante mis ojos con la soltura con que lo había hecho antes, pero esta vez lo extendió colocándoselo sobre sus propios pantalones, y dijo:

--Un clásico. Sirve tanto para ir a nadar a la piscina como para ponérselo en la playa. Resistente al cloro pero de moda, y como no, se puede poner en todo tipo de situaciones. Es, digámoslo así, un bañador versátil…Lo único que hace falta es cuerpo para lucirlo. Pero usted no tiene problema con eso. ¿Le gusta?

--No sé. –dije yo un poco azorado por muchas causas, pero siempre aparentando seguridad. --¿Es mi talla?

Entonces el chico se acercó a mí y colocó el bañador sobre mi pantalón para medir la cintura.

--Parece que sí. Pero siempre será mejor que se lo pruebe. Los vestidores están al fondo de ese pasillo.

Con el bañador entre las manos, me fui a los vestidores y empecé a desnudarme pensando en cómo se expresaba aquel hombre tan atractivo. ¿Lucha libre en bañador, había dicho? Cuando ya estaba completamente desnudo, subiéndome ya el boxer por las piernas, oí en la puerta que alguien golpeaba con los nudillos.

--¿Le está bien? –preguntó el vendedor con aquella voz profunda.

--Sí, sí.—contesté yo colocándome el paquete bajo la presión de la lycra.

--He encontrado algunas cosas que pueden gustarle también. Si quiere, se las prueba. ¿Puedo abrir para dárselas?

En vez de contestar que sí, abrí la puerta directamente, vestido nada más que con el bañador que él había escogido para mí. Al verme, dirigió su mirada a la prenda en cuestión, haciendo un gesto de ojos que evidenciaba su aprobación. Que me mirara el bañador ya puesto en mi cuerpo, tocando mi polla y mis huevos y mi culo, me provocó una agradable sensación en alguna parte muy interna de mí y temí que fuera a excitarme. El chico, mientras tanto, iba colgando en la pared los bañadores que había encontrado para mí, dándome la espalda pero quizás mirándome de reojo a través del cristal que tenía enfrente, en el que se reflejaba perfecta y totalmente mi cuerpo en bañador con un principio de erección.

--He encontrado algunos bañadores de colores discretos y muy buena relación calidad precio. Este, por ejemplo –dijo tomando un bañador verde botella de corte retro, de esos que son ajustados como boxers pero con las piernas cortas.—Este color ayuda a potenciar bronceados. Pruébeselo.

Yo no sabía qué hacer. Así que lo único que se me ocurrió fue decirle que el que me había probado me gustaba, que quizás ya no necesitara probarme más. Pero él insistió en que me lo probara y que luego decidiera. Así que , como vi que no hacía por irse, cogí el cordón blanco del boxer que llevaba puesto, lo desaté y me bajé el bañador delante de él, dejando que mi no pequeña polla saliera de su refugio con un leve bamboleo muy peligroso cuando uno está a punto de empezar a empalmarse. Yo miré al chico a los ojos, quizás clavándole la mirada para que no mirara mi polla. El sonrió y me tendió el bañador verde botella. Nuestros dedos se rozaron cuando lo cogí y mi polla ya se estaba empezando a poner más contenta de lo que podría ser recomendable, así que me di la vuelta para ponérmelo

--En realidad, tiene usted un cuerpo que cualquier bañador que se ponga le quedará bien.

--Bueno --dije yo mientras me subía el bañador por las piernas y me colocaba de nuevo mi cada vez más inquieta polla—ya no se trata de si me queda bien o no, sino que el bañador me resulte cómodo y me guste.

--Es cierto. No es bueno ni que quede muy ajustado ni que quede muy suelto.

Entonces me di la vuelta para mirarme al espejo. Realmente, el bañador era impresionante, realzaba no sólo el color de mi piel, siempre bronceada, sino que también modelaba mis caderas de una forma muy recta, muy varonil.

--¿Ve? –dijo él—Le queda mucho mejor. Y eso que el otro no le quedaba mal. Además es más sexy.

--¿Sí? Supongo que es la forma.

--Con ese bañador, todas las chicas de la piscina van a dirigir la mirada hacia usted. No lo dude.

Me reí por hacer algo, pues la insistente mirada del vendedor sobre mi paquete me la estaba empezando a pasar de morcillona a erecta. Menos mal que él dijo:

--Dé la vuelta para ver cómo le queda por atrás.

Entonces, al girarme, él vino hacia mí, cogió con sus dedos la cintura del bañador y tiró un poco hacia arriba.

--¿Le aprieta? –me dijo con la boca muy cerca de mi oreja. Porque si le aprieta, puedo traerle una talla más.

--Yo creo que no me aprieta. Pero bueno, nunca se sabe. –dije yo ya totalmente duro y sin saber qué hacer.

--Dé la vuelta, por favor, que vamos a comprobar si es verdaderamente su talla.

Cuando me di la vuelta, él se agachó delante de mí. Su cabeza estaba a no muchos centímetros de aquel maravilloso bañador, que ocultaba mi abultado paquete. El pareció no inmutarse en absoluto ante mi erección, metió dos dedos por los dos extremos de la cintura y lo subió un poco. Entonces dijo:

--No es cómodo que un bañador apriete demasiado. Sobre todo en casos como éste.

--¿A qué casos se refiere?

--A los casos de erección, señor.

Yo, un poco avergonzado por la situación, pero a la vez orgulloso de mi miembro, dije que había cosas que sucedían de manera involuntaria. Y hasta le pedí me disculpara.

--¿Pero a qué se refiere con que no es bueno que un bañador apriete en caso de erección?

Entonces pude ver que sus pantalones vaqueros también estaban cambiando de forma en la parte de su bragueta. El se dio vuelta, tomó uno de los bañadores que había colgado en la pared y me dijo:

--Hay bañadores que no son prácticos en momentos de erecciones inoportunas: algunos penes cuelgan de tal manera que al estar erectos pueden hacer suficiente presión sobre la tela como para acabar saliendo al aire libre de forma indiscreta….O en el caso de los luchadores, con los movimientos de los revolcones por los suelos y el frotamiento de un combate cuerpo a cuerpo, el bañador tiene que sujetar bien los genitales.

El bañador que me entregaba era rojo oscuro, del color del vino tinto cuando es muy bueno.

--Pruébese éste. Tiene más pierna y es más práctico para estos casos.

Así que, esta vez ya sin darme la vuelta, porque no había que esconder lo que ya hacía rato que era evidente, me bajé el bañador delante de él. Mi polla, que estaba completamente dura, al verse liberada, se bamboleó hacia los lados y quedó erguida en medio de mí con orgullo de macho en plena forma.

--Vaya herramienta! –exclamó él con una sonrisa.

Pero en vez de entregarme el bañador rojo para que me lo pusiera, se agachó delante de mí por segunda vez, me pidió que metiera las piernas y él mismo, de forma suave y sensual, me fue subiendo la nueva prenda hasta donde terminan los muslos. En ese punto él ya estaba de nuevo erguido, y mientras yo trataba de poner mi polla en aquella tela, comprobé que él también estaba completamente excitado. Como vio que yo miraba su entrepierna, él puso sus manos sobre su bragueta. A lo mejor quería disimular lo que le estaba pasando, pero lo que conseguía era que yo me excitara más. Tanto es así que empecé a sobarme la polla por encima del bañador y por decir algo comenté que parecía que la erección persistía.

Entonces él sonrió de nuevo con su maravillosa sonrisa blanca y me dijo que no me preocupara, que él estaba allí para ayudarme. Y acto seguido se puso de rodillas para posar la punta de su húmeda lengua en mi pierna derecha. Con una maestría indudable, y con su sabia lengua, describía círculos concéntricos de saliva sobre mis recios muslos. Cada vez los círculos eran más grandes y su lengua estaba a punto de rozar la tela roja del bañador. La polla me iba a estallar. Pero cuando yo pensaba que me la iba tocar, se levantó y empezó a chuparme el pezón izquierdo. No pude sino gemir. Pero él, entonces, tapó mi boca con la mano y me dijo:

--Cuidado. Pueden oirnos.

--Lo siento.—dije yo.

--Más lo siento yo: pero tengo que irme. Estoy trabajando, no lo olvide, y seguro que me echan en falta…Quédese con el bañador azul de rayas blancas: es el que mejor le sienta y el que más usos puede darle.

Y con un guiño, salió de la cabina. Yo estaba atónito. Excitadísimo. Como pude, volví a ponerme mis ropas, tomé el bañador azul y fui a pagar. Por el camino, me encontré con él y me dijo que lo acompañara hasta una caja, que él mismo me cobraría.

--¿Y en qué piscina nada usted? –me preguntó de pronto.

Cuando le dije el nombre del lugar, sus ojos brillaron por una décima de segundo de una forma especial y que no me pasó en absoluto desapercibida.

--Vaya casualidad! –exclamó. –La misma en la que nado yo. Bueno, donde nado y otras cosas, claro.

--¿Otras cosas? –pregunté con verdadera curiosidad.

--Allí también se hacen otras cosas, aparte de nadar. Por ejemplo, lucha libre.

--Supongo que algún día coincidiremos por allí. Ya me contarás, entonces, lo de la lucha.

--Por supuesto: es muy posible. Yo voy tanto por las mañanas como por las tardes, depende del turno que tenga esa semana. Y si quieres, pues te explico l ode la lucha libre.