Comprada... (I)

Como aún hoy en día, en algunas partes, el dueño de la tierra es también el dueño de todo tipo de "animales" que la habitan.

COMPRADA

Parece imposible que esto pueda seguir ocurriendo, pero ocurre. Y no tan lejos de la "civilización" como pudiéramos pensar. En realidad, la hacienda que estaba visitando quedaba a menos de 45 minutos de vuelo en avioneta de la capital, una gran urbe latinoamericana. Había sido invitado a pasar unos días en el campo por un acaudalado hombre de negocios, cuya fortuna provenía de los casi 200 años que su familia llevaba siendo dueña de miles y miles de hectáreas en una de las zonas ganaderas más importantes del país.

Aunque me lo habían advertido, no pude evitar sofocarme ante la bofetada del calor que sentí al descender de la avioneta.

Bienvenido a Las Candelas, Don José.

Maldiciendo el cinismo de quien hubiera bautizado la hacienda con aquel nombre, inmediatamente busque refugio en la camioneta donde esperaba encontrar un aparato de aíre acondicionado funcionando a su máxima capacidad.

¿Siempre hace este calor? – pregunté.

A veces, un poco más.

Quien me respondía, resultó llamarse Carlos. Era un hombre de unos 35 años, bigote y piel cobriza, que sonreía bajo un sombrero de alas anchas que parecía nunca haberse quitado en su vida. Era también el capataz del lugar y, como me dijo, el encargado de satisfacer cualquiera de mis deseos durante el tiempo de mi estadía. Don Jacinto, el dueño del lugar y quien me había invitado, no llegaría hasta dentro de unos días. Inconvenientes de última hora en una gran negociación de venta de ganado lo obligaban a retrasarse. Me pedía disculpas y me mandaba a decir que me divirtiera y usara su casa como si fuera la mía propia.

¿Y cómo se divierte uno por aquí?

Bueno, eso depende de lo que usted llame divertirse – respondió Carlos, sin quitar la vista de la carretera.

Me refiero a mujeres, hembras...

Todas las que usted quiera.

¿Alguna bonita?

Huí...bonitas y jovencitas.

Las jovencitas ya no se fijan mucho en mi, amigo Carlos.

Aunque me mantengo en buena forma y sigo resultando atractivo a algunas mujeres, la verdad es que mis 52 años no me permiten pensar en ir a una heladería en busca de conquistar a una quinceañera.

Aquí, usted todo lo que tiene que hacer es mirar, ver que le gusta y decirme. Lo demás corre por mi cuenta.

¿Así son las cosas? – pregunté, casi burlonamente.

Así es mi señor... en toda esta zona, Don Jacinto no es sólo el dueño de la tierra y el ganado. También es dueño de la gente...y mucho más de las hembritas.

¿Qué quieres decir con eso?

Que puede tener en la cama esta noche a la hembra, mujer o niña, que usted le ponga la vista encima y me diga.

¿No estas exagerando, Carlos? – pregunté, entre curioso y excitado.

Hagamos la prueba, mi doctor... Antes de llevarlo a la casa, voy a dar una vuelta hasta el pueblo cercano. Cualquier hembra que a usted le guste, me dice y veremos. Va a ver que yo no hablo sino lo cierto.

El énfasis y la seguridad que ponía en sus palabras me hizo dudar, así que decidí seguirle el juego.

Bueno, Carlos, veremos.

El pueblo resultó ser una plaza y poco más de una treintena de casas. Cada vez que alguna mujer aparecía en nuestro campo de visión, Carlos miraba de reojo hacía mí tratando de medirme el gusto. Para mi sorpresa, algunas de ellas eran mucho más atractivas de lo que esperaba. Sin embargo, me propuse no ponérselo fácil al capataz.

¿Hay alguna escuela el pueblo? – pregunté, con la mayor naturalidad posible.

Pasto tierno para toro viejo – comentó él sin mirarme.

Unos minutos después y tras hacer un giro a la derecha al final de la plaza, nos encontramos ante un patio polvoriento en el que unos chiquillos corrían detrás de un balón. Carlos detuvo la camioneta por completo y, sin decir nada, se dedicó a esperar. De pronto, del interior de un vetusto caserón de madera que supuse hacía de salón de clases, surgió la impresionante figura de una mujer que parecía haber nacido para enloquecer a los hombres. Podía ser Sofía Loren con 20 años, pero esta era más sensual, más salvaje, con unas amplias y seductoras caderas, el pelo negrísimo cayendo más abajo de los hombros y la piel dorada, casi cobriza, producto de las mezclas de raza y del sol quemante que abrasaba aquella región durante todo el año.

¡Qué hembra! – fue todo lo que alcancé a exclamar antes de que Carlos se apeara de la camioneta con una sonrisa en la boca.

Lo seguí con la vista. Lo veía caminar hacia ella y empecé a desear que todas sus palabras y promesas fueran realidad. Cuando ya estaban casi juntos, una nueva figura apareció en la puerta de la escuela. Mi cuerpo reaccionó como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Con el pulso acelerado, mi mente no daba crédito a lo que veían mis ojos.

¡No puede ser! – me dije a mi mismo, en voz alta.

Si la primera me impresionó como hembra sensual y salvaje, la niña que apareció ahora me hizo sentir rendido, apabullado ante la belleza que manaba de su cuerpo. No tendría más de 15 años, imaginé, pero era sin duda la joven mujer más hermosa que había visto en mi vida. Existía un gran parecido entre ambas, pensé, tanto como para que pudieran ser hermanas. Pero una me inspiraba el deseo de revolcarla sobre una cama, y la otra el de situarla sobre un pedestal para sentarme a admirarla.

Las dos irán esta tarde a la casa de la hacienda...a visitarlo. Les dije que usted las esperaría al lado de la piscina, pa’ que vinieran ligeras de ropa.

No dije nada, sólo hice un gesto de aprobación.

La casa de la hacienda resultó ser una inmensa y maravillosa mansión. En realidad, más que un lugar donde una familia pudiera vivir, era una especie de club campestre de lujo que contaba, además, con todas las facilidades propias de dichos lugares. De la que era la casa principal, con una gran área social y las habitaciones de Don Jacinto en el segundo piso, se desprendían una serie de caminos de gravilla que conducían a cuatro pequeñas casas, separadas entre sí y suficientemente alejadas de la principal, que permitían ofrecer una completa privacidad a quienes las ocuparan. Amable y servicial, Carlos me sugirió utilizar la más distante de todas. Era un poco más grande que las otras, y tenía además su propia piscina privada. "Aparte de algún otro juguete", me dijo riéndose. Acepté su sugerencia y me dediqué a curiosear por todo el lugar mientras él se dirigía a ordenar que prepararan la cabaña que yo iba a ocupar. Poco después, apareció conduciendo un simpático carrito de golf con todas mis pertenencias colocadas en el maletero.

Todo debe estar listo. Y el carrito, es para que el doctor pueda circular todo lo que quiera por aquí, sin cansárseme.

La cabaña, como la había llamado Carlos, tenía tres habitaciones, una sala amplia, una pequeña zona de cocina y un muy completo bar que tanto servía al interior de la casa como a la zona exterior de la piscina. Tras sacar mi ropa de la maleta, decidí tomarme una ducha fría. Pasé un buen rato en el cuarto de baño y cuando salí de el lo hice completamente desnudo, sin secarme. Sentí la frescura que me producía el aire de los ventiladores sobre mi cuerpo mojado y decidí disfrutarlo. Me provocó tomar una cerveza helada y me dirigí hacia el bar en la sala a buscarla.

¿Necesita algo el señor?

Sorprendido, me quedé paralizado por completo sin atinar a decir nada.

Perdón, pero ¿quién eres tú? – alcancé a decir, finalmente, mientras con una de mis manos trataba de disimular mi absoluta desnudez.

Soy la encargada de la limpieza...y de atenderle a usted en todo lo que necesite – esto último lo dijo ofreciéndome una insinuadora mirada.

Sólo quería una cerveza – le dije, sin saber muy bien que hacer.

Yo se la serviré – contestó ella, dirigiéndose inmediatamente hacia la barra del bar.

Al verla caminar, comencé a reaccionar. Era muy joven, de piel oscura, con linda cara, un buen par de piernas y unas mejores nalgas. Mientras ella buscaba la cerveza en la nevera y la servía en una jarra helada, caminé hasta uno de los taburetes del bar, me senté en el y decidí probar si todo lo que Carlos decía era cierto.

Estás aquí para atenderme en todo lo que yo quiera ¿verdad?

Así es.

¿Y si yo quisiera algo sexual?.

Sólo tendría que decírmelo – respondió ella, dejando escapar una juguetona sonrisa.

Ven acá – le dije.

Sin dejar de sonreír, la hermosa morena salió de detrás de la barra del bar y caminó lentamente hasta colocarse frente a mí. Estiré el brazo, la atraje a mi lado y dejé caer mi mano sobre sus redondas y endurecidas nalgas.

¿Te gusta mamar verga? – le pregunté, acomodándome en el taburete para poder exhibir mi miembro ya totalmente endurecido.

Si usted quiere que se lo haga...

Quiero que te la tragues toda – le dije interrumpiéndola y soltándole una pequeña nalgada.

Con maravillosa destreza y celeridad, la chica se lanzó a devorar mi verga con auténtica pasión. Se la tragaba, la sacaba lentamente, y de nuevo volvía a insertársela totalmente en la boca.

En eso estaba, disfrutando de la espectacular mamada que la morena me daba, cuando sentí un carro acercándose a la casa. Inclinándome hacia un lado, pude ver por la ventana. Era la camioneta de Carlos y en su interior habían tres personas.

Vamos a tener que dejarlo para otro momento, negra – le dije a la chica, tomándola por el pelo para forzarla a sacarse mi verga de la boca.

¿No podemos seguir? – dijo ella entre burlona y desilusionada.

No - dije yo, corriendo hacia mi cuarto para ponerme algo de vestir.

Y ahora vete – alcancé a ordenarle cuando ya me encontraba en mi habitación.

Intenté ponerme un short, pero me sentía ridículo observando la enorme carpa que se formaba en el pantalón debido a lo empalmado que me encontraba. Pensando qué hacer, se me ocurrió que una ducha fría era la única solución. El recurso surtió efecto y, poco después, pude salir de la habitación vistiendo un traje de baño y terminando de secarme el pelo con una toalla.

Ah...ya llegaron! – exclamé, tratando de lucir sorprendido.

Hace un minuto.

Estaba tomando un baño y no me di cuenta...¿Viniste sola?.

No, mi hermana está visitando las caballerizas con Carlos, pero vendrá en unos minutos.

O...OK ¿Puedo ofrecerte algo de tomar?

Tras buscar un par de cervezas heladas en lata, la invité a sentarse en unas tumbonas situadas en la baranda de la casa. Mientras lo hacíamos, pude observarla y fijarme en que se había cambiado de ropa y lucía aún más sensual y hermosa de lo que recordaba haberla visto aquella mañana.

¿No eres muy joven para ser la maestra del pueblo? – pregunté, sin saber por qué.

Tengo 23 años, no tengo marido y prefiero trabajar cuidando a unos niños revoltosos que hacerlo cuidando ganado.

¿Y cómo es posible que una mujer tan hermosa como tú no se haya casado aún? – pregunté, con curiosidad sincera.

Ya he tenido hombre, pero no me gustó como me trató y lo abandoné.

¿Qué pasó? ¿Qué te hizo?.

Quiso hacerme una puta en la gran ciudad...y yo preferí volver aquí, al pueblo.

Su respuesta me dejó sin saber que decir, ni que hacer. Fue ella la que me sacó de dudas.

Si estás pensando que la diversión se acabó, no tienes porque hacerlo. Yo sé porque he venido. Y sé, porque mi hermana ha venido – me hablaba mirándome directamente a los ojos, casi desafiándome. Y continuó.

Tienes que ser alguien muy importante para Don Jacinto; sino, Carlos no habría insistido en que mi hermana viniese.

No sé si soy tan importante, pero ¿por qué lo dices?

Mi hermana es virgen...y en esta tierra todos los virgos los rompe el propio Don Jacinto.

Nuevamente volví a quedarme sin habla. Pensativo, me puse en pié. Caminé hasta la barra del bar, busque mis cigarrillos, prendí uno y le pregunté a ella si quería otra cerveza. Respondió que sí. Con dos latas en la mano, volví a sentarme en la tumbona que antes ocupaba.

Escucha – le dije en tono severo – quiero que tengas algo claro. No debes, ni tienes que hacer nada que no te provoque. No niego que me gustaría tirar contigo, me pareces una hembra espectacular, pero no quiero que lo hagas porque pienses que tienes la obligación de hacerlo.

Ella, mirándome a los ojos, revolvió su cuerpo en la tumbona para quedar totalmente frente a mí. Separó ligeramente sus piernas, inclinó el tronco hacia delante y llevó una de sus manos a posarse sobre el bulto que mi verga formaba bajo el bañador.

Esta mañana lo sentía como una obligación – me dijo – Ahora, todo lo que quiero es sentir esta verga dentro de mí.

Escuchar sus palabras y lanzarme sobre ella buscando sus pechos y sus labios, fue todo uno. Con ansiedad, con desespero, mi lengua se entrelazó con la suya y una de mis manos se introdujo a través del escote de su vestido para apoderarse de un desnudo seno. Lo amasé, lo aplasté, lo apreté hasta sentir que debía estar produciendo un gran dolor. Entonces, la escuche decir:

Así mi macho, maltrátame, úsame, hazme sufrir.

Más enardecido aún, si es que eso era posible, me levanté, la tomé de un brazo y la halé tras de mí al interior de la casa. Tan pronto cruzamos el umbral de la puerta, me detuve, giré hacia ella y le di una bestial bofetada.

¿Es esto lo que te gusta? – le pregunté, mientras ella se acariciaba la mejilla adolorida.

Me gusta ser una yegua a la que hay que domar si se la quiere montar.

Sus palabras, la intensidad de su mirada, el gesto de su cuerpo con el rostro desprotegido lanzado hacia delante, constituían todo un desafío a mi masculinidad. Con rabia y violencia la tomé fuertemente por el pelo obligándola a emitir un grito de dolor que no pudo contener. Sin consideración alguna, la halé un par de metros y la llevé frente a una pared contra la que la empujé aplastando su cara, sus pechos y todo su cuerpo. Entonces, clavé mi cuerpo contra su espalda y sus nalgas, acerqué mi boca a su oído y le dije:

Eres el tipo de hembra que me gusta...el tipo de puta zorra que me arrecha. Ahora vas a ser mi esclava, mi juguete, un pedazo de carne con el que me voy a divertir. Después, juntos, vamos a desvirgar a tu hermana, vamos a enseñarla a culear...y vamos a hacerla una puta perra igual a ti. ¿Entendiste?

Sí amo – respondió ella, en el respetuoso tono de voz que emplean las sumisas satisfechas de entregarse.

Ahora desnúdate – le dije, escupiéndola a la cara y soltándola para alejarme.

Mientras me dirigía al bar en busca de una nueva cerveza, ella se quedó de pie observándome.

¿Qué esperas perra? – le grite.

De inmediato, el vestido de ligera tela blanca cayó a sus pies. Debajo, sólo tenía un pequeño calzón del mismo color que hacía resaltar sus formas y el hermoso color de su piel.

Eres una perra hermosa – dije, sin poder esconder mi admiración.

Para que usted la goce – respondió ella, insinuante.

Quiero ver como te mueves, como usas tu cuerpo para excitarme, como te masturbas mientras te miro.

Con la mirada fija en mí, colocó una de sus manos sobre su pecho. Lentamente, con la yema de los dedos acariciando su piel, comenzó a descender por su cuerpo hasta que alcanzó su bajo vientre. En ese momento, abrió las piernas ligeramente e introdujo sus dedos en el interior del calzón. Sin quitarme los ojos de encima ni por un instante, continuó con el lento movimiento de su mano hasta que esta alcanzó la húmeda raja en el entremedio de sus piernas. Tras unos segundos que parecieron horas, su mano surgió de donde había estado oculta. Poco a poco la hizo ascender hasta la altura de su cara. Allí separó sus dedos para hacerme notar la sustancia viscosa que los impregnaba. A continuación, como si de una escena de película filmada a cámara lenta se tratara, abrió la boca y, estirando la lengua al máximo de su capacidad, comenzó a lamer sus propios dedos.

Hola... – se escuchó de pronto decir a una alegre y juvenil voz.

CONTINUARA...