Complicidad familiar para follar 1

Mi tía y yo tenemos un pacto en silencio. Ella me la chupa por las mañanas y yo me la follo por las noches.

Este cuento, muy cortito, fue un desafío de un amigo, retándome a escribir algo rápido y enviarlo ese mismo día. Me salio tan corto que tuve que escribir una continuación, algo para rematar.


Todavía hoy no se como llegué a acabar en esta situación tan extraña con mi tía, hermana de mi madre, con la que tuve que ir a pasar una temporada mientras preparaba unas oposiciones.

Ella vivía en un apartamento pequeño, pero en el salón comedor tenia un sofá convertible que yo utilizaría para dormir. Teníamos la costumbre después de cenar de charlar un rato viendo la tele, después ella se iba a acostar y entonces yo me desnudaba y me acostaba en el salón.

La oía por las mañanas cuando se iba a trabajar antes de que yo me levantara. En silencio, pasaba por mi lado y salía de casa, cerrando la puerta con cuidado.

Una mañana yo estaba destapado y la oí levantarse. Retiré un poco más la manta y dejé que la mitad de mi culo quedara al aire para que ella me viera al irse. Lo repetí dos o tres días más y una noche, antes de acostarnos me dijo

  • ¿No tienes pijama para dormir o es que hace mucho calor?

  • No, está bien de calor, es que nunca he usado pijama.

Yo sabía por donde iba, pero me hice el loco. A la mañana siguiente me quedé boca arriba y deje que mi polla bien recta quedara medio oculta por la sabana. Vi que esa mañana se demoraba un poco mas en salir del salón antes de abandonar la casa. Volví a hacerlo un par de días mas y al tercero noté como me retiraba un poco la sabana y se quedó mirando mi miembro que se puso mas vertical todavía de la emoción.

Lo que no volvió fue a decirme nada sobre mi pijama y cuando iba al baño que estaba enfrente de su dormitorio antes de acostarme notaba que dejaba la puerta abierta con frecuencia.

Ese día, al encender la luz del baño, su habitación quedó iluminada y vi que ella estaba acostada, con las sabanas a un lado, el camisón recogido y la mitad de su culo al aire. Entré despacito y me quede mirándola. Volvimos a repetir esta escena en los días sucesivos: ella por la mañana retiraba la sabana y me miraba en silencio y yo por la noche miraba su culo y empecé a atreverme a tocarlo y acariciarlo, retirando las sabanas.

Cuando se fue a la mañana siguiente y me liberó la polla de la manta, dio un paso mas que estuvo a punto de romper mi silencio: me la agarró con su mano y la acercó a su cara, dándola un besito.

La cosa fue avanzando. Yo la esperaba ya con todo al aire, sin disimulo, pero totalmente quieto y en silencio y ella me ofrecía ya su conchita y a veces abría las piernas para que la pudiera tocar y curiosear con la misma quietud y silencio que yo.

Cuando ella me agarró la polla una mañana y se la metió en la boca chupando y lamiendo con ganas yo correspondí por la noche con una buena comida de su coño que se había lavado y perfumado, como consciente de que yo iría avanzando al ritmo que ella impusiera.

Lo siguiente fue follar. Ahí pensaba que tenia que ser yo quien empezara, de modo que una noche que tenía las piernas bien abiertas me subí a su lado, la abrí el coño con dos dedos y fui entrando poco a poco en su húmedo agujero. Me quedé quieto, sintiendo su calor y su suavidad y no me atreví a moverme. Hasta la siguiente noche que ella se apretó un poco contra mi y me puso tan excitado que me la follé sin pensar en nada mas.

Otra mañana se sentó ella encima de mí, con las bragas a un lado y se corrió con mi polla como si fuera un consolador.

Desde entonces lo hacemos casi todas las noches, lo único es no decir ni media palabra y aparentar que estamos dormidos y no nos enteramos de nada. Durante el día todo es normal, hablamos como si no pasase nada. Por la noche, si yo encuentro su puerta abierta, entro y me la follo y si está cerrada me voy al baño y me hago una paja.

Es una complicidad perfecta y yo estoy encantado. Supongo que ella también… porque deja la puerta abierta con bastante frecuencia.