Complicidad...

Los juegos en una silla pueden desvelar la complicidad de dos personas que siempre dudaron ser capaces de llevar a cabo sus fantasías.

LA SILLA

Observando aquella silla colocada en el centro de la habitación, sobre la cálida alfombra, un pensamiento atravesó fugazmente mi cerebro. Aunque pueda parecer extraño me acordé del artículo 1 de la Constitución: España se constituye como un Estado social y democrático de Derecho... Siempre me gustó esa expresión, "estado social", aunque no sé por qué lo recordé en ese momento. Supongo que a veces la mente nos juega extrañas pasadas o que se trata de un mecanismo defensivo de la persona, que permite a su cerebro distraerse unos segundos, desconectar brevemente.

En todo caso pronto volví a mirar con avidez hacia la silla... y hacia el sensual cuerpo de mujer que había sobre ella. La verdad es que estaba estupenda, mostrando toda su feminidad. Y a mi disposición... Estaba sentada hacia el respaldo de aquella tosca silla, con la barbilla apoyada en él. Sentada a horcajadas, totalmente desnuda, ofrecía una imagen nada fácil

de olvidar. Su piel brillaba bajo la suave luz de la lamparita de mesa, que dibujaba en su cuerpo sombras y hoyos, marcando aún más cada una de sus curvas. Pero su piel no formaba un todo continuo, ya que se veía interrumpida por finas bandas blancas: los pañuelos de seda que unían su cuerpo a la silla. Por encima del codo dos de estos pañuelos sujetaban con firmeza sus brazos a los barrotes laterales del respaldo de la silla. Por encima de las rodillas otros dos ataban sus piernas a las patas. El quinto, el más grande, rodeaba su cintura y la unía al centro del respaldo. Aún había un sexto pañuelo sobre su cuerpo, en este caso negro, que daba dos vueltas sobre sus ojos y se ataba en su nuca, en el centro de su ondulada melena.

No podía moverse, pero tampoco lo intentaba. Me acerqué a ella, despacio, en silencio, caminando con cautela sobre la alfombra. Desnudo y descalzo di una vuelta a su alrededor, a menos de un metro de ella. Aunque no me veía estaba claro que el resto de sus sentidos se habían agudizado, ya que giraba casi imperceptiblemente la cabeza hacia el lugar en el que yo me encontraba en cada momento. Tal vez en medio del silencio podía oír algo, o tal vez me olía o simplemente sentía el calor de mi cuerpo, o el roce del aire que yo desplazaba al moverme.

Cuando estuve más cerca de ella me dediqué a observar otros detalles. Por ejemplo las pinzas azules, con un aro metálico que permitía graduarlas, que se cerraban sobre sus pezones. No estaban demasiado apretadas, pero seguro que tenían que doler. Pero ella no emitía ni un leve quejido, ni su precioso rostro denotaba que estuviese sufriendo. El único gesto que hacía era dejar resbalar sus dientes superiores por su carnoso labio inferior, de un modo lento, sensual, tremendamente excitante. Me coloqué detrás de ella y pude ver su espalda arqueada y sus nalgas ligeramente separadas. Por el centro de ellas asomaba el extremo de aquel dildo metálico, que llevaba un buen rato introducido en su ano, dilatándolo poco a poco.

La postura tenía que ser incómoda a la fuerza, pero ella la mantenía con aparente naturalidad. Únicamente un ligerísimo movimiento de caderas parecía delatar su excitación. Acerqué mi mano a una de sus nalgas, al objeto de acariciarla, de disfrutarla, pero me paré cuando me faltaban apenas dos centímetros para tocarla. Me hubiese gustado saber qué pasaba en ese momento por su cabeza, qué sentía, qué pensaba, cómo estaba de excitada, si tenía miedo... Hubiera dado cualquier cosa por meterme dentro de su cráneo y apoderarme de toda esa información, buscando en cada recoveco de su cerebro. Aunque tal vez ella pudiese contarnos todas estas cosas...

No podía verle. Un suave pañuelo de seda negro cubría mis ojos. Pero le sentía. Sabía en cada momento donde estaba. Se acercaba lentamente a mí, giraba a mi alrededor. Se quedaba quieto unos instantes... No se trataba de que sintiese el aire moverse a mi alrededor, ni de que oyese sus pies descalzos pisar la tupida alfombra... Simplemente...le sentía.

Y también sabía que me estaba observando detenidamente. Casi podía notar su mirada como una lengua caliente paseando por mi cuerpo.

Nunca me ha gustado sentirme observada, me hace sentir incomoda... Pero con él era diferente...

Complicidad...

Eso era lo que hacía que no me sintiese incomoda, que no tuviese miedo, y que no me importase estar cegada, atada, y dispuesta para él.

Por primera vez en mi vida, sentía que no había límites ni tabúes... y gracias a eso, me encontraba relajada, a pesar de mi incomoda postura.

¿Cómo había llegado a estar así?

La verdad es que no opuse ninguna resistencia. Cuando él me pidió que me sentara a horcajadas sobre la silla, obedecí sin rechistar. Cuando comenzó a unir mi cuerpo a la silla mediante blancos pañuelos de seda, no me moví...

¿Cuál era aquel misterioso poder que él tenía sobre mí y que hacía que doblegase mi voluntad a la suya?

Complicidad...

Una vez atada a la silla y cegada por el pañuelo, vino el silencio y la espera. Me resultaba excitante no saber que iba a pasar. La expectativa ante lo que él iba a hacer conmigo...

Cuando por fin noté uno de sus dedos tocándome un pezón, todo mi cuerpo se arqueó de placer ante aquella inesperada caricia.

Pero pronto aquella sensación cambió para convertirse en un pequeño mordisco de dolor. Gemí sabiendo que aquello que presionaba mi pezón era una pinza.

No dije nada y permanecí sumisamente en espera de que colocase otra pinza en el otro pecho, cosa que no dudé que haría. Sólo tardó unos segundos en ocurrir.

Dolía, y dolió aún más cuando él comenzó a girar los aros que las cerraba aún más. Pero me aguanté y seguí con mi silencio. Después de todo no podía (ni quería) hacer otra cosa que entregarme a él, como él desease. Y si su deseo era que sufriese ese dolor, así sería...

Sólo transcurrieron unos segundos hasta que supe que era lo siguiente que quería de mí...

De repente noté algo frío y húmedo entre mis nalgas. Empujando suavemente e intentando abrirse paso dentro de mi...

No me lo esperaba, y mi cuerpo, incluida aquella parte que iba a ser penetrada, se contrajo por la sorpresa.

Él no parecía tener prisa y esperó pacientemente a que mi cuerpo volviese a relajarse, momento en que volvió a intentarlo. Me concentré en abrir mi cuerpo para que él introdujese el objeto, que debía haber lubricado primero, dentro de mí.

Lo hacía muy lentamente, metiéndolo unos centímetros y volviendo a sacarlo un poco para que mi cuerpo se fuese adaptando, hasta que mi ano por fin pareció succionar aquel objeto frío y duro y quedó perfectamente encajado.

A partir de ese momento, no pude hacer otra cosa que esperar a sus deseos, mientras notaba que el mío iba creciendo en mi entrepierna. Aunque trataba de estar totalmente inmóvil para él, no podía evitar querer rozar mi coño contra la silla para aliviar (o intensificar) aquel picorcillo placentero que estaba sintiendo. Mordía mi labio inferior para intentar aplacar, sin éxito, aquella creciente excitación.

Sólo podía pensar en qué sería lo siguiente que él me haría.

Mientras le sentía moverse a mi alrededor, no sentía miedo, sólo una morbosa impaciencia y un deseo ansioso de que me hiciese suya, como fuese...

De pronto noté el calor de su mano acercándose a mi nalga...

"Sí, por favor...tócame", pensé...

Pero su piel no llegó a tocar la mía...

Sentí la frustración en mi interior. No importaba lo que me hiciese... Me daba igual... Pero necesitaba que me tocase...

Necesitaba tocarla... Aquella piel de terciopelo me resultaba irresistible: su tacto, su olor, su sabor... No pude demorarme más. Mientras contemplaba su espalda arqueada, en la que las vértebras se marcaban ligeramente, coloqué las manos en aquellas redondas nalgas. El estremecimiento de su cuerpo me resultó excitante. Las noté suaves, templadas, firmes, apetitosas... En fin, como tantas otras veces antes, pero con la diferencia de que en aquella ocasión todo era diferente.

¿Cómo habíamos llegado a aquella situación? En ese momento no hubiera sabido decirlo, pero tampoco importaba. Baste decir que el tiempo y la confianza habían ido creando esa fantasía. Y ahora la estábamos poniendo en práctica. Aún así me encontraba fuera de mi elemento natural y conservaba un resquicio de miedo y nerviosismo. Para nada quería dañarla, ella me volvía loco, pero tampoco había vuelta atrás. Prefería correr el riesgo de seguir adelante a la posible frustración de frenarme cobardemente.

Amasé sus nalgas con deseo, tratando de no pensar en el dolor que las pinzas le estarían provocando. Mientras mis manos iban dejando marcas rojizas en sus glúteos, apoyé los pulgares en la base del dildo. Apreté un poco y empecé a hacer un movimiento giratorio, provocando que aquello se moviese dentro de ella, rozando su interior. En ese momento un largo gemido se escapó de su garganta.

¿Iba a ser capaz de seguir adelante? Respiré hondo, traté de poner la mente en blanco y retiré las manos. Acto seguido, descargué un azote sobre su nalga derecha, no muy fuerte, pero sí firme. Ella dio un pequeño salto, en la medida que su postura se lo permitía, pero no gritó. Repetí en la nalga izquierda. Volvió a sonar como un disparo en mi cabeza.

Que nadie crea que se trataba de violencia gratuita, para nada. Todo formaba parte de un juego, de una fantasía, donde se trataba de llevar las sensaciones un poco más allá. Seguí con aquel tratamiento, golpeando alternativamente a derecha e izquierda, cada vez un poco más fuerte. Me detuve cuando observe que su culo había adquirido un color ligeramente rojizo. Posé las manos sobre él y noté el calor que desprendía. Sabía que ella podía poner fin a aquello cuando quisiera, pero no lo hacía, ni se quejaba lo más mínimo. En su cara había una expresión de serena belleza.

Pasé la mano por debajo de su cuerpo, con la intención de acceder a su sexo depilado. Dos de mis dedos se deslizaron entre sus calientes y abiertos labios. Los deslicé arriba y abajo, comprobando que estaba muy mojada. Llegué al clítoris y lo acaricié, arrancándole un sensual suspiro. Prolongué un poco aquel masaje, suponiendo que ayudaría a mitigar el dolor que forzosamente tenía que sentir.

Me invadió una fuerte tentación de acabar con aquello, desatarla, quitarle las pinzas y mimarla como ella se merecía. Los casi inaudibles gemidos que ella emitía y su expresión, más de placer que de dolor, me hicieron desistir de esa idea.

Saqué la mano de su entrepierna y lentamente caminé hasta colocarme frente a su cara. Su respiración era ahora algo más agitada y hacía que sus pechos subiesen y bajasen al ritmo de la misma. Mi pene inflamado quedó a escasos centímetros de su boca, de aquella boca que tanto me gustaba. Ella debió sentirlo, o tal vez intuirlo, porque entreabrió los labios. Acerqué la punta muy lentamente, hasta rozarlos. Cuando ella alargó el cuello para tratar de capturarla, la retiré un poco. Instantes después rocé una de sus mejillas, haciendo que ella girase la cabeza en esa dirección. Apenas sus labios rozaron la punta volví a retirarla. Aquello no me resultaba fácil, deseaba que ella me la chupase y estaba seguro que ella también lo deseaba.

Tuve que recurrir a todo mi autocontrol para prolongar aquel juego. Finalmente coloqué la punta en sus labios y no la retiré. Su lengua salió a buscar su bien merecido premio, lamiendo despacio. Ese contacto húmedo y cálido me resultó deliciosamente placentero. Poco a poco la fui introduciendo entre sus carnosos labios, notando como el calorcito de su boca me ponía la piel de gallina. El tiempo parecía no importarnos, especialmente a ella, pese a que lo lógico sería que intentase apresurar sus acciones para liberarse cuanto antes de las pinzas que apretaban sus pezones. Pero no lo hacía. Seguía moviendo la boca con parsimonia, apretando suavemente los labios por el tronco, jugando con su lengua en mi sensible glande, rozándola contra el paladar a medida que su boca la iba absorbiendo...

Me encantaba el modo en que lo hacía, usando solo la boca. Poco a poco fue dejando mi duro miembro brillante, bien cubierto de saliva. ¿Acaso sospechaba cuál iba a ser mi siguiente paso?

Por fin sentí sus manos sobre mis nalgas. No pude evitar estremecerme ante aquel delicioso contacto. Tras mantenerlas quietas unos segundos, noté como empezaba a acariciarlas con más vehemencia, estrujándolas, amasándolas, lo hacía despacio, pero con fuerza...

De pronto noté una presión en la base del dildo. Éste se incrustó aún más dentro de mí. La sensación que me producía era de incomodidad. Si hubiese sido de jelly, tal vez no me hubiese molestado tanto, pero al ser metálico no era flexible, con lo que me obligaba a moverme lo menos posible para mitigar la molestia. De todas formas, estaba cumpliendo su cometido, pues cada vez notaba mi ano más relajado y abierto ante aquélla invasión.

Noté como él hacía girar ligeramente el dildo dentro de mí. Durante un segundo sentí dolor y no pude evitar gemir.

Enseguida noté como sus manos se alejaban de mi. Y supe que prefería sentir su piel, aunque fuese provocándome dolor, a no sentirla...

Lo siguiente que ocurrió, no lo esperaba. No pude evitar que mi cuerpo saltara al notar un azote en mi nalga derecha. No había dolido, pero me sorprendió de tal forma que ni siquiera me dio tiempo a gritar o quejarme.

Cuando sentí el segundo azote, aún no me podía creer lo que estaba ocurriendo, o mejor dicho, no me podía creer que él se hubiese atrevido a hacer aquello. En más de una ocasión le había contado que tenía la fantasía de ser azotada, pero él , aunque me decía que le daba morbo creía que no podría hacerme algo así...

Pues por increíble (y excitante) que me pareciera, por fin estábamos cumpliendo aquella fantasía...

Sus azotes cada vez se hacían más intensos, y si bien no eran muy dolorosos, picaban. Notaba que mis nalgas estaban cada vez más calientes y suponía que debían estar pasando del rosa al rojo rápidamente.

La sensación era increíble. Aquel calor se desplazaba hasta mi coño, el cual ya estaba empapado. Si hubiese tenido las manos desatadas, me hubiese acariciado el clítoris corriéndome en pocos segundos. Así que a la sensación de excitación se le mezclaban las sensaciones del aquel ligero dolor y de la frustración por no poder moverme, haciendo la situación mucho más excitante...Era una pescadilla que se mordía la cola...

De pronto, los azotes cesaron y sentí sus manos abarcando mi trasero, como si él quisiera disfrutar de su obra...

Aquellas manos estaban también calientes, una más que la otra eso si. Pero resultaban deliciosamente calmantes...

En aquel momento, volví a recordar que unas pinzas seguían aprisionando mis pezones y con ese recuerdo, también volvió, como en una oleada, el dolor que me producían... Pero me negué a quejarme. Quería tratar de soportar todo lo que él quisiera hacerme hasta el límite de mi cuerpo...

Cuando de repente, sentí su mano tratando de esconderse en mi entrepierna, desde atrás, me rendí totalmente...

La sensación de sus dedos acariciando y separando los labios de mi coño, me hizo estremecer. Cuando llegó a mi hambriento clítoris no pude evitar el gemido de placer y alivio que salió de entre mis labios. Lo acarició suavemente, y pronto comprendí que aquello era casi más una tortura que aquel alivio que había creído que sería... Necesitaba que lo hiciese con energía, hasta que me corriera. Pero no podía pedírselo...No debía pedírselo... Las cosas debían ocurrir según sus deseos...

De nuevo había olvidado el dolor de mis pezones. Todas las sensaciones se centraban en mi coño...

No podía dejar de gemir aunque intentaba ahogar el sonido para no parecer demasiado ansiosa... Cuando de pronto, su mano volvió a dejar de tocarme...

Los segundos siguientes se me hicieron interminables en mi estado de excitación. Trataba de controlar mi respiración, pero sabía que era en vano, yo misma podía oír el sonido de agitado de ésta traicionándome...

Noté como él se movía hasta ponerse en frente de mí, hasta que note algo caliente cerca de mi cara... Sabía lo que era... y lo deseaba, quería lamerlo, chuparlo, devorarlo... Pero cuando abrí la boca para recibir aquella deseada polla y sentí el roce de su piel, de pronto, desapareció...

No tardé en volver a sentirla en mi mejilla. Me giré esta vez de forma más ansiosa para tratar de atraparla, pero de nuevo, apenas pude rozarla antes de que se volviese a escapar...

Aquello era desesperante.... ¡Quería comerle la polla...! ¿ Por qué jugaba así conmigo...? De nuevo se mezclaban la excitación y la frustración...

Durante un par de minutos me tuvo así, jugando al gato y el ratón. Hasta que por fin, cuando mis labios tocaron su polla, esta no se movió...

Saqué mi lengua casi con timidez, temiendo que fuese una nueva jugarreta y que en cualquier momento me la volviese a quitar... Cuando mi lengua comenzó a lamer el capullo en círculos y noté que él lo empujaba hacia mí, comprendí que por fin me la dejaba... era toda mía para comérmela a placer...

La recorrí poco a poco, disfrutándola golosamente, cerrando mis labios sobre la punta y succionándolo, lamiendo y mordiendo suavemente aquel apetitoso capullo que me volvía loca...

En cada paso, metía en mi boca unos centímetro más, lamiendo el tronco, jugando con el con mi lengua sin dejar un sólo centímetro sin saborear y ensalivar.

Cuando de pronto quise a usar las manos y vi que algo me lo impedía, recordé que estaba atada en aquella silla y de nuevo volvió a mí el dolor de los pezones, de forma más intensa que nunca...

Succione con fuerza su polla para tratar de olvidar aquel dolor. Me concentré en hacer cada movimiento deliberadamente lento para hacerle disfrutar más de cada sensación. Sólo quería pensar en él y en su placer, lo cual hacía que el mío aumentase, de forma que el dolor se volvía también placentero...

Era consciente de que estaba dejando su polla llena de mi saliva y aquello me daba un poco de corte, pero estaba segura de que no tardaría en alegrarme de haberlo hecho... Le conocía demasiado bien como para saber cual sería su siguiente deseo....

No había nada más que pensar. Yo lo deseaba y ella lo deseaba. Ejecutando un rápido giro alrededor de su cuerpo me situé a su espalda. Cogí con cuidado la base del dildo y lo volví a mover en pequeños círculos, al tiempo que tiraba de él ligeramente. Otro gemido, apenas audible. Tiré con un poco de mas energía, hasta que la parte más gruesa salió. Después sentí como se deslizaba despacio, hasta que salió por completo.

Con ambas manos separé sus nalgas, dejando bien a la vista su ano, abierto, dilatado, brillante por efecto del abundante líquido lubricante. Ella seguía sin moverse ni quejarse, a pesar de mis manipulaciones, haciendo gala de un sorprendente autocontrol.

Yo deseaba, en el fondo, acabar con aquello, pero sabía que no debía hacerlo. Solté un azote sobre su nalga derecha, no muy fuerte, pero sí firme. Con rapidez repetí alternativamente, llenado el aire del sonido chasqueante de su carne. Ella dejaba escapar un ligero sonido tras cada golpe, mezcla de quejido y gemido, muy amortiguado.

Ya no vacilé más. Con rapidez desaté los pañuelos que unían sus muslos y su cintura a la silla y cogiéndola con suavidad de las caderas hice que sus rodillas de colocasen sobre el asiento. Un instante de duda: ¿condón? Sí, sería lo mejor. Además había tenido la precaución de dejarlos a mano. Lo coloqué con rapidez, no me apetecía esperar más.

Separé de nuevo las nalgas, apoyé mi pene en su abierto agujero posterior y empujé con decisión. El suspiro de ella se acomodó a la invasión. Tras vencer una ligera resistencia inicial, todo mi miembro se deslizó con cierta facilidad, hasta quedar totalmente enterrado en ella. Comencé a mover las caderas, metiendo y sacando cada vez un poco más, notando con agrado como ella se iba acoplando a mis movimientos.

Ya estaba bien de tanto dolor. Lo que yo quería era su placer. Alargué los brazos por los lados de su cuerpo hasta llegar a aquellas pinzas torturantes. Cogiéndolas con firmeza las abrí poco a poco, hasta que dejaron de aprisionar sus pezones. Cuando las quité del todo ella debió sentir un dolor más intenso, ya que su cuerpo se retorció ligeramente, pero esa sensación duró poco. Acaricié aquellos pechos que me imaginaba doloridos, sin dejar de penetrar su ano, cada vez un poco más rápido, un poco más fuerte, un poco más intenso...

Cuando consideré que sus gemidos había alcanzado un nivel suficiente, pasé una mano por debajo de su cuerpo, hasta alcanzar su mojado sexo. No me costó nada empapar mis dedos con sus jugos, para seguidamente hacerlos resbalar sobre su clítoris con rapidez, apretando progresivamente. Quería su orgasmo, lo necesitaba...

Penetré lo más profundo que pude, sin dejar de frotar su sexo, hasta que noté que su ano se contraía y sus caderas temblaban. Exhaló un profundo y sensual suspiro, mientras yo disfrutaba de aquella deliciosa presión en cada milímetro de mi miembro. Su orgasmo debió ser largo e intenso. Cuando empezó a cesar vi como su cabeza se recostaba contra el respaldo de la silla, mientras yo sacaba mi pene, aún duro e insatisfecho de su ano, observando que estaba ligeramente rojizo y muy abierto.

Acaricié su espalda con dulzura y besé su cuello, en un intento de compensar a aquella deliciosa mujer del dolor que había padecido durante un buen rato. Desaté los pañuelos que aún sujetaban sus brazos a la silla y quité el que cubría sus bonitos ojos. Su cara mostraba sereno placer. Cogiéndola por la axilas hice que se pusiera de pie, notando como sus miembros entumecidos trataban de recobrar toda su movilidad.

Besé sus labios, instantes antes de sentarme en la silla. Quité el condón mientras ella me sonreía. Plantada frente a mí separó sus estupendas piernas, permitiéndome apreciar toda su feminidad. Con habilidad aprisionó mi pene y lo dirigió a su entrepierna, mientras bajaba lentamente las caderas. Se clavó totalmente en mí, suspirando de nuevo, con las manos entrelazadas detrás de mi cuello.

Notaba perfectamente el calor y la humedad de su sexo envolviendo el mío. Coloqué las manos en sus pechos, al tiempo que ella empezaba a botar sobre mí. Sentí sus pezones hinchados, aún calientes, muy sensibles. Acerqué la lengua y se los lamí muy despacio, en un intento de mitigar el dolor que a buen seguro aún debía sentir.

Sus rodillas seguían flexionándose, haciendo que su cuerpo subiera y bajara, haciendo que mi pene entrase y saliese de sus blandas carnes. Mi placer aumentaba por momentos, imagino que el de ella también. Acabé explotando dentro de ella, en un orgasmo intenso, derramando dentro de su sexo todo el deseo que llevaba acumulando durante tanto tiempo. Ella, con la respiración agitada, se sentó sobre mis piernas, de cara a mí, sin sacar mi sexo del suyo. Nos abrazamos con fuerza, sintiendo todo el contacto de nuestras pieles, sudorosas, calientes, electrificadas...

Su cabeza se recostó sobre mi hombro y el cosquilleo de su pelo ondulado acompañó mis últimos residuos de placer. Aquella silla me resultaba cómoda, incluso excitante, pero en el fondo temía la próxima vez que ella me propusiera algo por el estilo. Su sonrisa relajada y satisfecha me hacía sospechar que ya desde ese mismo momento estaba planeando la siguiente de aquellas locuras a la que me pensaba arrastrar.

Y, por mucho que me costase, no me iba a negar. Era imposible dar una negativa a aquel encanto de mujer...

Cuando su polla salió de mi boca me sentí vacía. Me encantaba jugar con ella y estuve a punto de protestar, pero una vez recordé que estaba adoptando un papel sumiso y debía aceptar sus deseos, así que lo único que podía hacer era esperar su siguiente paso...

No tardé en volver a sentirle detrás de mí. Cuando sentí como el dildo se movía dentro de mí, no pude evitar gemir. Fue un gemido mitad de placer, mitad de dolor. Llevaba bastante tiempo con él allí dentro y no estaba muy acostumbrada a esas cosas. Mi ano estaba ya resentido y sabía que debía soportar cosas más grandes.

Cuando por mi salió, supe que mi agujerito debía estar muy dilatado. Lo notaba abierto y palpitaba ante la ausencia de algo que atrapar. Me sentí aliviada, pero al mismo tiempo, de nuevo me sentí vacía...

Cuando sentí sus manos separando mis nalgas creí morir, tanto de vergüenza como de placer. Él Nunca me había hecho algo así El sentirme tan expuesta, tan indefensa y el saber que él observaba aquella parte tan oculta e íntima de mi anatomía en aquel estado, me parecía muy morboso, pero muy cortante a la vez...

Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no enrojecer cuando noté como un liquidillo descendía desde mi ano por las piernas. Supuse que eran restos del lubricante que el habría puesto en buena cantidad para no hacerme daño...

De todas formas seguía sin poder (y sin querer) hacer nada por evitar todo aquello....

De pronto, volvieron de nuevo los azotes... Como la otra vez, no eran fuertes y el hecho de que mi culo estuviese libre de otros "accesorios", lo hacía más fácil de soportar. A pesar de ello creo que nunca se habían agolpado tantas sensaciones en esa zona de cuerpo. Lo sentía caliente por dentro y por fuera y aquella sensación hacía que me quemasen otras partes del cuerpo...

Cuando por fin se detuvo y noté que desataba mis muslos y mi cintura, no tuve ninguna duda de lo que iba a suceder...

Pasaron unos segundos en los que le oí moverse por la habitación. Oí una especia de plástico rasgándose y oí también el tenue sonido que produce un preservativo al ser colocado. Era una norma básica si después quería penetrarme por el coño sin tener que interrumpirse en ir al lavabo y no perder más tiempo que el de quitarse el condón . Después de todo, yo tomaba la píldora...

Me colocó, ayudándome sujetando mis caderas, de rodillas sobre la silla y noté sus manos separando de nuevo mis nalgas...

Cuando sentí la punta de su polla sobre mi abierto ano, me estremecí. Quería que sucediese aquello pero no pude evitar sentir un poco de miedo al recordar el grosor de su miembro...

Un largo suspiro salió de mi boca cuando la noté entrar, decidida pero despacio. Me relajé para dejarla pasar sin problemas y sin apenas sentir dolor supe que estaba por completo dentro de mí.

Al principio casi no me atrevía a moverme, pero al ver que cada vez entraba y salía con más facilidad fui atreviéndome a empezar a acoplarme a sus movimientos poco a poco hasta que pasados unos pocos minutos nos movíamos en un perfecto compás...

De repente sentí sus manos acercándose a mis pechos, noté como las pinzas se iban desprendiendo poco a poco. Tuve que esforzarme por no gritar, pues era más doloroso quitarlas que llevarlas puestas. No pude evitar retorcerme de dolor mientras sus manos venían en alivio de mis pezones y su polla seguía penetrando mi culo...

Cuando sus manos soltaron mis pechos y se dirigieron a mi ansioso y mojado coño supe que no tardaría mucho en correrme. Metió un par de dedos en mi vagina y luego los deslizó a mi hinchado clítoris que respondió en pocos segundos a sus caricias.

Su polla entraba en mi con más fuerza, hasta dentro, como si quisiera traspasarme y en ese momento, a ritmo de sus caricias, no pude evitar que me sobreviniese un potente orgasmo.

Mi ano se cerraba por las convulsiones apretando su polla, lo cual me producía un ligero dolor y mucho placer al mismo tiempo...

Cuando por fin acabé, mi cuerpo estaba relajado a pesar de la postura y agradecí los besos que me dio en el cuello y sus manos rozando suavemente mi espalda. Aquel contacto suave era completamente diferente a todo lo que había pasado antes, pero no por ello menos excitante. Sentir sus labios jugando en mi cuello hizo que mi coño recordase que él también tenía hambre....

Por fin, me vi libre de mis ataduras. Tras quitarme también el pañuelo de los ojos y ayudarme a incorporarme, pude volver a ver y a moverme...

No se que cara tendría yo en aquel momento, pero la suya era radiante. Parecía haber perdido toda la inseguridad del principio...

Nos besamos, tras lo cual él se sentó y se quitó el condón que había usado para penetrarme por detrás. Recuerdo que le sonreí. Sabía que ahora lo que quería era correrse en mi coño...

Separé las piernas y me senté a horcajadas sobre él, cogiendo su polla y metiéndomela en el coño mientras me sentaba. Entrelacé las manos tras su cuello para sujetarme mejor y comencé a moverme sobre él, dando de comer con su polla a mi coñito, haciendo que se la tragase entera.

Sentía mi ano un poco dolorido y muy abierto, pero no me importaba, ahora quería hacerle gozar hasta el final, y bueno, debo reconocer que yo deseaba otro orgasmo más...

Él acariciaba mis pechos, cuyos pezones también estaban aún doloridos, pero muy sensibles. Cuando sentí su lengua lamiéndolos, se me erizó la piel. Aquello era delicioso.

Le sentí estallar dentro de mí en un poderoso orgasmo casi al tiempo que yo tenía el segundo que deseaba. Su liquido caliente disparado contra las paredes de mi vagina prolongó e intensificó ese orgasmo...

No se muy bien que pasó después, sólo se que permanecí sentada sobre sus rodillas con la cabeza apoyada sobre su hombro y sintiendo como su miembro comenzaba a perder su dureza dentro de mi mientras nos relajábamos...

No le dije nada. No quería estropear el momento con palabras innecesarias. Sabía que ambos habíamos disfrutado. Tal vez ahora que habíamos acabado a él le entrase el miedo, pero no tenía por qué. Para mi había sido maravilloso y estaba deseando repetir aquello. Aunque tal vez, incluyendo alguna nueva diversión...

SOCIEDAD y Estado virgen