Cómplices - fragmento 2

Segundo fragmento.

Cómplices – fragmento 2/3

NOTA IMPORTANTE: Esto no es un relato corto. Es una historia gay y erótica un poco larga dividida en 3 fragmentos por la comodidad a la hora de leerlo en esta web de TodoRelatos. Los fragmentos son inseparables , es decir, no se entiende uno sin el otro.

No voy a tener en cuenta la valoración de este fragmento, pero si queréis darla, hacedlo en el fragmento 1. Os lo agradeceré.

7 – Reconstrucción

Mi tía Cloti acabó de abrazarnos y fue tranquilizándose mientras se secaba las lágrimas.

  • He entrado en la tienda de Manoli – dijo -. Me pareció que todo el mundo estaba revolucionado con algo y puse atención. Se hablaba algo de un suicidio. Se me acercó Beli y, antes de que yo dijera alguna cosa, me ha contado algo horrible. La Guardia Civil ha recuperado el cuerpo irreconocible de un joven. Le vieron caer desde lo más alto de la cascada. Nadie sabe quién es ¡Nadie lo ha visto por el pueblo! Me estaba diciendo que era otro suicidio, pero yo estaba entendiendo otra cosa.

Me puse a llorar de tal forma que mis tíos se asustaron.

  • ¡Espera, espera! – me dijo mi tío -; nadie te está culpando de nada ni poniendo en duda tu inocencia. Desgraciadamente, a este puente viene mucha gente a suicidarse. No quiero que os preocupéis. Si vienen a preguntaros, no sabéis nada. No importa si os ven llorar, pero no digáis nada. No conocéis a ningún chico ¿Me entendéis? Y tú, Cloti, limpia muy bien toda la entrada con lejía, mucha lejía, y luego déjala caer por toda la calle hasta abajo. De lo demás, Simón me contará toda la verdad.

  • ¿Simón? – se levantó mi tía asustada - ¿No pensarás ir al cuartel a preguntarle qué ha pasado?

  • ¡No mujer! – la tranquilizó -; estoy seguro de que Simón irá a mi relojería a preguntarme. Tengo suficiente amistad con él como para enterarme de todo. Nico no sabe nada de nada ni ha venido aquí con nadie ¿De acuerdo? Llévalo un buen rato a la cama ¡Y no le des una tila, que no hace nada! ¡Dale un Valium! Nico, hijo – se dirigió a mí -, tienes toda nuestra confianza. Descansa ahora un poco. Luego seré yo mismo quien pueda aclararte lo ocurrido.

Entré muy asustado en el dormitorio, pero la pastilla me había hecho efecto (luego me enteré de que mi propio tío me había dado un Valium 10). Miré asustado al armario y a la bolsa y la empujé con el pié debajo de la otra cama. No quería verla y no me dio tiempo; me quedé dormido por el agotamiento.

Se encendió la luz. Era prácticamente de noche. Me encontraba muy relajado pero dolorido. Mi tía llamó a la puerta y entró con cuidado.

  • ¿Estás despierto, Nico? – preguntó -.

  • Sí, tía – susurré -; estoy ya despierto y mucho más relajado, pero me duele todo el cuerpo. Dame un calmante.

  • ¡De acuerdo! – me dijo -; te daré un calmante, pero debes beberte antes un poquito de caldo bien caliente. Vete levantando despacio. Tío Pedro ya ha vuelto y trae noticias.

Me sentí al mismo tiempo aliviado y asustado. No sabía qué historia me iba a contar mi tío. Eché las piernas abajo de la cama despacio, me quedé unos instantes sentado y me levanté con cuidado para salir al salón.

Mi tío ya se había puesto cómodo y estaba sentado en su sillón. Apagó la tele y me sonrió.

  • ¡Siéntate ahí, Nico! – me dijo con parsimonia -; vamos a hablar un buen rato, pero, de momento, tengo que decirte que no debes preocuparte por nada. Ahora os contaré la historia a tía Cloti y a ti. Quiero que estéis tranquilos.

La cena se quedó para más tarde (aunque ninguno de los tres teníamos apetito). Nos sentamos cerca de mi tío y comenzamos a oír su historia sin abrir la boca.

  • Os dije que me enteraría de todo por la Guardia Civil; yo fui Guardia Civil un tiempo – comenzó -; y así ha sido. Ya tarde, entró Simón personalmente en mi relojería. Sabía que iría él a hablar conmigo. Por su cara, supe que no iba a que le arreglase un reloj. Me dijo que quería hablar conmigo y cerré la puerta. En pocos instantes, cuando volví al mostrador, sacó un papel doblado, lo desplegó y pude ver una copia, no muy buena, de la cara de Julio (mi tía y yo nos miramos asustados). Me preguntó que si había visto a aquel chico por el pueblo y le dije que no, que si pasaba algo. Entonces me contó lo del suicidio con bastante detalle.

  • ¿Se ha suicidado? – preguntó mi tía espantada - ¡No parecía tener esas intenciones!

  • ¡Espera, mujer! – continuó mi tío -. Alguien le vio caer desde lo alto de la cascada y les dio aviso. Encontraron su cuerpo destrozado. Era imposible identificarlo, pero llevaba su documentación y unas llaves pequeñas en el bolsillo. Al ponerse en contacto con sus padres, supieron que se había escapado de casa con una gran suma de dinero que les había robado. Han comprobado su billete de tren y, efectivamente, lo compró sólo unos minutos antes de partir el tren hacia aquí. Venía a suicidarse pero… ¿y el dinero que les robó a sus padres? Han estado investigando con los perros en el bosque, pero no han encontrado nada importante. Se quitó las zapatillas y las dejó en el puente antes de arrojarse a las aguas. Nadie ha visto a ese chico; ni en el tren ni en el pueblo. Es una incógnita. Ahora va su cadáver para la ciudad en una caja especial. La autopsia dirá el resto.

  • ¿La autopsia? – me asusté - ¿Van a hacerle la autopsia?

  • Sí, hijo – me consoló mi tío - ¡No tienes nada que temer! Simón me ha dicho como secreto que llevaba en su bolsillo una carta y que una de sus frases era: «Quiero morirme». Se ha suicidado. No es nuestra forma de actuar, pero no vamos a dejar que nadie te relacione con él. Afortunadamente, compraste tu billete del tren una semana antes ¿Me equivoco?

  • ¿Cómo sabes eso? – me extrañé -; tenía tantas ganas de venir a veros, que quise asegurarme el viaje. A Julio lo conocí en la estación. Es cierto que compró el billete unos minutos antes. Ni siquiera sabía a dónde iba a ir. Se vino conmigo.

  • Te engañó – dijo – y nos engañó. Pensaba suicidarse. La autopsia dará más datos.

  • Sí, sí – contesté muy asustado -; la autopsia dará más datos.

8 – Otros nuevos planes

Apenas cené y hubo pocos comentarios sobre lo sucedido. Mi tío se había asegurado de cortar mi rastro hasta su casa. Me abrazaron cariñosamente antes de irme a dormir y mi tío, acercándose a mí a solas, me dijo que dejase la puerta abierta si así me sentía mejor. Pero yo ya tenía otros planes. La cerré.

Si al cadáver de Julio le hacían la autopsia, iban a aparecer huellas de otra persona; huellas mías. Su polla, con toda seguridad, estaría llena de mí. No sabía si podrían descubrir mis huellas en su cuerpo, pero sentí la necesidad de desaparecer.

Me acerqué con cuidado a la otra cama y saqué su bolsa. Tenía el pequeño candado echado. Cogí una lamparilla con un cristal bastante agudo y golpeé la tela de la bolsa hasta romperla. Luego la rasgué de lado a lado y la abrí; en el fondo había tres bolsas de plástico negro. Sólo al tacto, supe que no eran libros. Rompí una de las bolsas con las uñas y aparecieron montones de fajos de billetes de 500 euros usados y otros fajos con billetes de diverso valor. Calculé que allí habría unos 2.000 billetes, así que ¡la cantidad se aproximaba al millón de euros!

Sabía que no iban a abrir la puerta del dormitorio, pero puse mi maleta al lado de la bolsa, casi debajo de la cama y pasé todos los billetes a ella. Luego, lo tapé todo con ropa suficiente para vestirme una vez y la cerré con cuidado metiéndola bajo la cama. Salí al baño con sigilo y recogí la bolsa con mi ropa sucia, la abrí y metí allí el resto de mi ropa y toda la de Julio con su bolsa de viaje bien doblada. Lo metí todo bajo la cama y me eché a dormir.

Al día siguiente, me levanté temprano y salí vestido. Mi tío aún no se había ido, así que me senté a desayunar algo y les dije que me volvía; que no podía seguir allí.

  • Lo entendemos, hijo – dijo mi tía -; lo hemos hablado y pensamos que no estarías aquí muy a gusto.

  • Eso creo, tía Cloti – la miré pensativo -, pero volveré. Volveré a veros y a estar aquí con vosotros un tiempo; cuando todo haya pasado. De momento, me gustaría que te deshicieras de toda mi ropa. Mucha de ella está muy sucia ¿Cómo podrías hacerlo?

  • ¡Ah, no te preocupes! – se rió -; enciendo muchas veces el horno que hay atrás. Hoy mismo se convertirá todo en cenizas ¿Hay más pistas que borrar?

  • ¡No, no! – me sorprendió - ¡Me he deshecho de todo!

  • ¡Lástima que tengamos que andar así! – dijo mi tío levantándose -; ese indeseable podría habernos metido en un lío bien gordo. Ya ha conseguido lo que quería. Sigamos nosotros nuestras vidas. Me voy al trabajo, Nico. ¡Ten suerte, cuídate y no olvides a tus tíos! ¡Nos tienes muy abandonados!

Poco después, salí de la casa con mi maleta rodando, lo que no daba la impresión del peso que llevaba. Me dirigí a la estación y tomé un tren que estaba a punto de salir. Dejé la maleta en el suelo del maletero del vagón y me senté en una plaza vacía desde donde podía vigilarla. Nadie me dijo que aquel era su asiento, así que volví a la ciudad sin problemas, pero triste y sin planes claros.

Me senté en el mismo lugar que a la ida y disimulé mi llanto. Al poco tiempo, se sentó frente a mí un joven muy guapo y, aunque llevaba ropa cómoda, me pareció muy elegante. Lo que no esperaba era que se levantase y se acercase a mí.

  • ¡Perdona, chico! – me dijo - ¿Te pasa algo? ¿Puedo ayudarte?

  • ¡No, no, déjalo! – le dije -; son las cosas de las despedidas ¡Ya sabes!

  • ¡Sí, ya sé! – se incorporó - ¿Vas o vienes?

  • ¡Vengo! – contesté - ¡Por favor, no quiero ser desagradecido, pero preferiría estar solo!

  • ¡De acuerdo, toma! – me dio una tarjeta -; yo voy a estar fuera diez días. Llámame más tarde si te apetece verme ¡Suerte!

Asentí sin levantar la vista y se fue a tomar su tren. Cuando ya no lo veía, leí la tarjeta. Se llamaba Otilio, era psicólogo y tenía su dirección y su teléfono ¡Psicólogo!

9 – Descanso y reencuentro

Salí a tomar un taxi. Pusimos entre el taxista y yo la pesada maleta en el maletero y le dije que me llevase a la calle Plasencia, al hotel Plasencia. Quedaba lejos de mi casa y era una zona segura y de gente adinerada. Me alojé en aquel hotel y comprobé antes si los billetes eran verdaderos o, por el contrario, no tenía nada más que una pesada carga de billetes falsos; pero eran verdaderos. De mi habitación no salía un billete sin comprobar antes, con la lámpara ultravioleta, que era auténtico.

Compré inmediatamente ropa elegante y cara, complementos y perfumes y fui haciendo amistad con los empleados del hotel. De vez en cuando, salía con un maletín (que aparentaba ser caro) y me iba a pasar unas horas a otro lugar. No les dije nada, pero pensarían que estaba trabajando.

Comí donde quise, paseé por donde me apetecía y encajando piezas por un lado y distrayéndome por otro, estuve perdido en la ciudad casi medio mes.

Un día, entré en un lugar muy acogedor con teléfono público y pedí un pincho de tortilla con una cerveza. Saqué la cartera y miré la tarjeta de Otilio. Entre una cerveza y otra, llamé al teléfono que ponía allí.

  • ¿Dígame?

  • ¡Perdón! – dije -; no sé si estoy llamando al teléfono correcto ¿Vive ahí Otilio?

  • ¡Sí, claro, señor! – respondió aquella voz - ¡Soy yo! ¿Qué desea?

Me quedé mudo, miré al auricular y colgué.

Volví al hotel y me quedé en la habitación pensando. Quizá aquel chico quería ayudarme de verdad y no como psicólogo. Tenía que averiguar si estaba tratando de buscar a un nuevo cliente, así que escogí una ropa adecuada y tomé un taxi hasta su casa.

Era un lugar lujoso. Pensé que sería un piso, pero era una casa no muy grande y toda pintada de blanco. Respiré profundamente y llamé al timbre.

  • ¿Quién es?

  • ¿Otilio?

  • ¡Sí, soy yo! ¿Quién llama?

Me quedé un momento en silencio pensando y le contesté con seguridad:

  • ¡Soy Nicolás! – dije -; pensarás que no me conoces, pero me diste una tarjeta en la estación hace… unos días.

Oí que abría la cancela: «¡Pasa, pasa!». Se abrió la puerta de la casa y lo vi allí sonriente. Parecía alegrarse mucho de verme ¡Estaba guapísimo! Además, yo no iba vestido de viaje ni estaba triste y llorando. Me acerqué a él y, cuando fui a darle la mano, me abrazó cariñosamente.

  • ¡Nicolás! – dijo - ¡No sabía tu nombre! ¡Cuánto me alegro de que me hayas buscado! ¡Pasa, por favor; estás en tu casa!

  • Tienes una casa muy bonita – le dije - ¿Y tu familia?

  • Vivo solo – contestó -; aquí tengo mi casa y mi consulta. Ahora tengo tiempo para atenderte ¡No pareces el mismo que vi en la estación! ¡Estás más…!

  • Menos triste, ¿verdad?

  • ¡Eso, eso será! – volvió a abrazarme - ¡Cuánto me alegro de verte así! Te vi muy mal.

  • Eso pasó, Otilio – le dije -; son las cosas de los viajes y las despedidas.

  • ¿Quieres tomar algo? – preguntó entusiasmado - ¿Una cerveza? ¿Un refresco?

  • ¿Tú que tomas?

  • Si tomas cerveza – dijo -, te acompaño.

  • ¡Una cerveza!

  • ¡Ven conmigo a la cocina! – me hizo señas -, allí estaremos muy cómodos.

Volvió a mirarme y movía su cabeza hacia los lados como si no creyese que yo estuviera allí.

  • ¡Cuéntame! – continuó - ¿Qué haces?

  • Pues… de momento no hago nada – le expliqué con claridad -; estoy esperando solo en un hotel hasta que encuentre trabajo.

  • ¿Solo? – me miró fijamente - ¿En un hotel? No quiero meterme en tu vida pero… ¡Ah, no!, que empiezo con la deformación profesional. Quiero tenerte como amigo, no como cliente, que me parece que no te hace falta.

  • Tengo mis bajones psicológicos – le dije -, pero como todo el mundo, supongo.

  • ¡Pues claro! – me cogió las manos - ¡Todos tenemos bajones! ¡Yo también!

  • ¡Verás!... – pensé un poco -; no quiero ser indiscreto pero… ¿por qué te acercaste a mí en la estación?

Me di cuenta de que cambiaba su expresión aunque no se puso muy serio.

  • ¡Chico! – dijo - ¡Es que me diste una lástima! Te hubiera ayudado; aunque hubiera sido hablando un poco contigo. Me retiré porque me lo pediste. No me gusta molestar.

  • No me molestaste – le dije -; quizá, si me hubieses molestado, no estaría ahora aquí.

Tomamos una cerveza hablando de todo un poco y luego otra y otra con algo para comer. La conversación se iba yendo por otros derroteros y, siendo psicólogo como era, descubrió mis sentimientos aunque no le insinué nada, pero también yo descubrí los suyos, que no por ser psicólogo podía esconderlos. Acabamos sentados en el sofá muy juntos hasta que se atrevió a besarme en la mejilla. Lo miré contento. Supo que tenía delante al chico en el que había estado pensando muchos días. Cuando me levanté para despedirme, y antes de abrir la puerta, nos abrazamos y fui yo el que lo besó en la mejilla. Quizá fue la cerveza, pero nos besamos brevemente en los labios. Salí de allí de noche y volví al hotel. Me alegraba de haber conocido a un tío como ese.

10 – Nuevo comienzo

Pensé muchas cosas en la soledad del hotel. Podría haber encontrado, no una aventura como la que busqué con Julio, sino a alguien con quien compartir mi vida, pero en el fondo, sentía el miedo a ser traicionado con unos besos y unas sonrisas para acabar como un esclavo que debe obedecer todo hasta enfrentarse a la muerte.

Volví al día siguiente a su casa por la tarde (todavía no tenía consultas nada más que por las mañanas). Abrí la cancela como si abriese la entrada a una nueva vida donde el cariño y la entrega desplazasen a la vanidad y los intereses. Cuando subí los tres escalones de mármol hasta él, pensé que subía hasta quien me iba a salvar de la pesadilla vivida.

  • ¡Otilio! – nos abrazamos - ¡Estaba deseando de volver a verte!

  • ¡No sabes lo largas que se me han hecho la noche y la mañana! – dijo -; tendré que hacer muchos esfuerzos para poder trabajar y dejar de pensar en ti.

  • He comprado un teléfono – se lo mostré -; ahora puedes llamarme cuando quieras esté donde esté.

  • He pensado cosas nuevas, Nico – me besó -; quizá no te gusten

  • Dímelas – bajé la vista -; deben ser imposibles para que te diga que no.

  • Sé que es muy pronto para pensar estas cosas – dijo -, pero ¿por qué tienes que gastar dinero en un hotel si podrías vivir aquí conmigo?

Me quedé pensativo. Tenía que ocultarle que estaba en el hotel Plasencia. Hay que tener mucho dinero para irse allí a vivir. No quería – al menos de momento – que supiese que tenía una maleta con dinero suficiente para vivir hasta encontrar un buen trabajo. Quería que pensase que era un joven de clase media.

  • ¿Me pides que deje el hotel y me venga contigo?

  • Iremos juntos en mi coche a por tu equipaje – dijo ilusionado - ¡Esta noche podremos estar juntos!

  • ¡No, espera! – pensé -. Creo que sería mejor que me viesen salir de allí en un taxi. Además, necesito un par de días para avisar de que me voy y preparar las cosas.

  • ¡Está bien! – dijo -, si piensas que es mejor así, esperaré. Sólo quiero saber si te gustaría vivir conmigo. No quiero comprometerte a nada.

  • Es un compromiso de todas formas – me senté en el sofá - ¡No nos conocemos!

  • Podría ser la forma de conocernos – se sentó junto a mí -; podemos convivir y averiguar si nos llevamos bien ¡Vamos, Nico! ¡Ponte cómodo!

Seguía pensando cuando comenzó a quitarme algunas prendas. Lo hacía con delicadeza y sin dejar de mirarme. Otilio era para mí muy especial. No hacía nada sin pensar en mí, sin pensar en lo que yo pensaría. Comencé a moverme y fui quitándome las prendas con él. Hablamos un rato, nos abrazamos y nos acariciamos. Nadie ni nada tuvo que empujarnos. Subimos despacio las escaleras hasta el dormitorio.

Era un lugar perfecto. El dormitorio en el que todos soñamos para nuestros sueños. Grande como para que cupiesen dos camas, pero sólo había una de matrimonio. Me miré en los espejos del armario empotrado. Aún notaba en mi vientre las cicatrices de los arañazos del tronco cuando Julio me arrastró hacia arriba empujándome contra él. Agaché la cabeza, pero los brazos de Otilio me rodearon y, poniendo su boca en mi cuello, tiró de mí lentamente y me llevó a la cama ¡Vaya! Me había empalmado. No sentía eso desde hacía mucho tiempo. El bulto duro de Otilio en mi culo, me confirmó que, al menos, había una cierta atracción (la sexual) entre los dos.

Acabamos quitándonos todo y echándonos en la cama. Lo estuve mirando y acariciando un rato sin acercarme a él y respetó lo que hacía. No me tocó siquiera. Su cuerpo, desnudo, era aún mucho más bonito que vestido. Su cabello negro y corto, su cara expresiva, su cuello ancho y fuerte, como sus brazos, me hacían sentirme arropado. Tuve la necesidad de que me abrazase y tomé su mano poniéndola en mi cintura. Hasta que no hice este gesto, no movió su otra mano para acariciarme la mejilla y la cabeza. Fue mi boca, entonces, la que se acercó a su boca y comenzamos un beso dulce y largo como si nuestros cuerpos se hubiesen unido por nuestros labios mientras nuestras lenguas se acariciaban en un baile lento.

Los dos estábamos deseando de unirnos y pegamos nuestros cuerpos acariciándonos las espaldas y apretándonos el uno contra el otro. Me puse sobre él y seguimos experimentando aquellas sensaciones, pero noté que quiso ponerme de espaldas. Dejé de respirar. No quería que me penetrase. Sentía pánico. De alguna forma lo notó y tiró de mí. Volvió a besarme y comenzó a bajar por todo mi cuerpo hasta acariciar mi polla con delicadeza, lamerla y abrir los labios despacio para meterla en su boca y darme un suave placer. Recordé otros momentos no tan agradables y ni siquiera quise tocarle la cabeza. Notó que iba a correrme muy pronto y paró. Me miró desde abajo, me sonrió e hizo un gesto con los labios como si me diese un beso. Repitió otra parte de la mamada y volvió a parar cuando me agarré a sus cabellos aguantando el placer.

Gateó hacia mí y se sentó en mis piernas, cerca de mi polla. Las dos estaban juntas y las acariciaba como si fuesen una sola. Con movimientos siempre muy lentos, levantó su cuerpo y se colocó sobre mí. Noté al instante su agujero y cómo apretaba con cuidado para que lo penetrase. Puse mis manos en su pecho y, conforme iba entrando en él, las fui bajando hasta coger su polla y comenzar a hacerle una paja muy lenta. Levantó la cabeza con los ojos cerrados. Ya estaba dentro de él. Comencé a moverme con cuidado empujando hacia arriba y nos cogimos las manos. Poco a poco, se fue moviendo más. Le sonreí de tal forma que supo que estaba aguantado. Le cogí la polla porque necesitaba darle placer.

  • ¡Venga, mi vida! – susurró - ¡No te aguantes! ¡Córrete!

Levanté mi culo varias veces apretándolo contra él. Noté que mi leche se removía y se reunía en mi interior hasta formar un chorro uniforme que descargué en su interior. Pero detrás de ese chorro salió otro y otro. Me encogí hacia arriba. Necesitaba abrazarlo. Sus chorros de leche golpearon mi pecho repetidamente y, cuando terminé de correrme, noté unas lágrimas correr por mis mejillas y, disimuladamente, me las sequé.

Pensé primero en pasar la noche con él. Me había sentido unido como nunca y no quería perder aquella oportunidad que no veía como una aventura pasajera. Otilio no me dejaba. Estaba constantemente atento a mí y yo procuraba hacerlo feliz. Pero no quería que el primer día fuese todo cama y sexo, así que le dije que prefería volver al hotel hasta el día siguiente.

Nos costó mucho trabajo despedirnos aquellas dos noches, pero la ilusión que sentíamos al volver a vernos, era superior que aquellas horas en las que estábamos separados.

Por fin, dejé el hotel. Todos me ayudaron y se despidieron de mí en la puerta. Ahora llevaba un equipaje más abultado; no sólo había comprado mucha ropa nueva, sino que compré un portátil, el teléfono y otras muchas cosas.

Otilio salió a la calle a ayudarnos al taxista y a mí a bajar tanta bolsa y tanta maleta y las fuimos metiendo en la casa.

En los días siguientes, fui colocando cada cosa en su sitio, pero dejé mi maleta en un rincón del armario (le puse un candado). Otilio no me preguntó nada de lo que hacía. Me sentía verdaderamente mejor que en mi propia casa y, conforme fue pasando el tiempo, no podíamos vivir el uno sin el otro.

11 – Sabía demasiado

Fui una mañana a ponerme el traje gris oscuro, pero así como soy un maniático de no llegar nunca tarde, también sé cuándo alguien ha estado tocando mis cosas. Me quité el traje. Tenía varias monedas en uno de sus bolsillos y habían desaparecido. Otilio podría haber estado registrándome.

A medio día, cuando nos sentamos a almorzar, el temor que seguía rondando mi cabeza, me hizo hablar:

  • ¡Es raro! – le dije -; tenía unas monedas en el bolsillo de un traje y me han desaparecido.

Aunque no le hablé enfadado ni con desconfianza, me miró extrañado.

  • ¿Eran unas monedas que tenías en el traje gris, amor? – dijo -. Le di un repaso con la plancha… ¡no está para llevarlo a la tintorería!... Las monedas las dejé allí encima, cariño ¡Perdona! Tal vez contabas con ellas

  • ¡Ah, no! ¡Es igual!

Me parecía que me había equivocado. Otilio se preocupaba, incluso, de mi ropa y no noté que faltase nada más. Las monedas estaban allí.

  • Te he lavado y repasado algunas camisas y te he limpiado los zapatos, Nico – dijo -; me gusta que vayas impecable ¡Te sienta tan bien esa ropa! Pero también olvidaste tu documentación en otro traje. La dejé en tu mesilla.

  • ¿Mi documentación? – me asusté y quise disimular - ¿He estado saliendo a la calle sin mi documentación?

Me miró inexpresivo, sonrió luego y siguió comiendo.

  • Supongo – le dije con astucia – que ya sabrás mi edad exacta y otras cosas

  • ¡Sí! – no le dio importancia -; lo único que me ha confundido es que teniendo tu domicilio aquí, te hayas ido a un hotel. Sobre todo porque no es un hotel cualquiera para pasar una larga temporada.

  • ¿También sabes el hotel en el que estaba?

  • ¡Tenías la factura muy a la mano! – dijo -; en el traje que traías puesto. Ese hotel me parece demasiado lujoso. No todo el mundo puede pagarlo.

  • Me fui de casa de mis padres, Otilio – improvisé -; no podía aguantarlos. Tengo una buena suma de dinero en el banco. Con eso aguantaré hasta que encuentre un trabajo en condiciones.

  • Yo, sin embargo – contestó -, no puedo quejarme de mi trabajo ni de lo que tengo, pero no puedo tomarme unas vacaciones largas como otra gente. Ya lo viste: me fui a Villarrecuas sólo diez días.

  • ¿Villarrecuas? – volví a asustarme -.

  • ¡Pues claro, amor! – se extrañó - ¡Te conocí en la estación cuando tú volvías y yo me iba! De todas formas, mejor que te vinieras del pueblo.

  • ¿Si? – me interesé - ¿Por qué?

  • Se han llevado los diez días hablando del último suicidio – dijo -; la Guardia Civil ya ha cortado el paso al puente y está pensando en desmontarlo. Tú estabas allí el día del suicidio.

  • ¡Sí, sí, claro! – seguí comiendo -, pero esas cosas me asustan.

  • ¿Te viniste por eso? – solté los cubiertos -.

  • ¿Por qué me preguntas ahora esas cosas, Otilio? – le dije -; prefiero olvidarlas.

  • ¡No tienes nada que temer! – me dijo cariñosamente -; la policía puede saber muchas cosas, pero yo sé algunas más.

  • ¿Más cosas? – comencé a tener miedo - ¿Qué tipo de cosas?

  • Ellos investigan de una manera y yo de otra – me dijo -; para eso soy psicólogo ¡Me gustan estos casos! El que se suicidó era un chico llamado Julio; de 17 años. Las investigaciones con los perros llevó a la Guardia Civil hasta el puente ¡Se había quitado las zapatillas para saltar a la corriente! No tiene sentido ¿Para qué quitarte las zapatillas si vas a suicidarte? Los perros los llevaron hasta la mitad de la subida por el bosque. En un lugar apartado, encontraron restos suyos: orina. Ya sabes que hoy en día, con esto del ADN, se descubre todo. Así que subió hasta allí, orinó y bajó hasta el centro del puente para quitarse las zapatillas y arrojarse a las aguas.

  • ¡Me parece extraño! – quise seguir la conversación - ¿Por qué subió hasta allí a orinar si pensaba suicidarse?

  • Los resultados de la autopsia – dijo – revelaban algo más: Julio no había estado solo en las últimas horas.

Tenía que disimular, pero estaba seguro de que Otilio iba a notarme en la cara una expresión que me delataría. Sabía algo y me lo había estado ocultando.

  • Había restos de heces fecales en su pene – dijo -, es decir, había sodomizado a alguien poco antes. La Guardia Civil volvió a investigar. En el lugar donde había orinado, había orines de dos personas. Por la forma en que estaban vertidas… eran dos chicos: él y otro más. En el tronco de un árbol, allí al lado, descubrieron restos de tejidos con sudor y algunos trozos minúsculos de piel y cabellos púbicos. Eran de la persona a la que penetró.

  • ¡Otilio, por favor! – le dije asustado - ¡Estamos comiendo! Preferiría que me contases esos detalles en otro momento.

No me hizo caso y siguió hablando:

  • Ahora está pensando la policía en que Julio no se suicidó, sino en que pudo llevar a alguien al bosque, violarlo y… al bajar al puente, esta otra persona lo empujó a las aguas ¡Tampoco me cuadra!

Decidí dejar de comer y escucharle. Necesitaba saber hasta dónde llegaban los conocimientos de la policía y los suyos propios. Permanecí en silencio.

  • Es verdad – continuó – que, al no pasar nadie por el puente, pudieron comprobar por las huellas, que cruzaron dos personas, muy juntitas, hasta el bosque, pero los pasos que volvían llegaban sólo hasta el centro del puente. La otra persona no le quitó las zapatillas; estaban sin desatar. Se las sacó ese tal Julio con sus propios pies. Hay huellas de él que confirman que estuvo sentado en la barandilla que mira hacia la caída. Allí hay pasos desordenados de la otra persona y, por la distancia y el peso del resto de los pasos hasta el pueblo, el otro salió corriendo. Sus huellas se perdían en la arena y en la hierba, así que piensan que el segundo personaje, el violado, viendo a Julio sentado en un lugar tan peligroso, lo empujó para vengarse matándolo. Hay ADN de la otra persona. Si se pudiese comparar con el de todos los chicos del pueblo, se encontraría al supuesto asesino ¡No es tan fácil!

Algo se movía dentro de mí. Comencé a notar náuseas y creía que iba a vomitar lo poco que había comido.

  • La recomposición de los hechos – me miró incrédulo – no me convence en absoluto. Yo creo que el violado salió corriendo al ver que Julio se caía solo a las aguas.

  • ¿Qué te hace pensar eso? – pregunté -; no entiendo cómo ves en tu mente algo si no estabas allí.

  • ¡Claro! – dijo -. Los psicólogos vamos atando cabos hasta descubrir la causa de los hechos. Nadie vio a Julio antes. Cuando lo encontraron ya estaba muerto. El violado… tiene que seguir en el pueblo, ¿no? ¿O tal vez tomó un tren y se vino a la ciudad?

Tuve que levantarme de la mesa y correr al aseo. Vomité lo poco que había comido. Estaba blanco. Me eché agua fresca en la cara y en el cuello y levanté mi camisa para ver las huellas que había dejado el tronco en mi vientre. Salí de allí y seguía Otilio comiendo. Me miró con cariño.

  • ¿Te encuentras mal? – me preguntó - ¡Perdona que hable de esto así! ¡Nunca me doy cuenta de que no a todo el mundo le agradan estas conversaciones! ¡Hablemos de otra cosa! ¡Anoche hablabas en sueños! ¡Tenías una pesadilla horrible! Es mi especialidad: los sueños.

  • ¿Sí? – volví a temerme ciertas cosas - ¡No lo recuerdo!

Me miró Otilio sonriente y casi triste y me tomó la mano.

  • Te quiero, Nico – dijo -; te quiero demasiado como para perderte. Siento haberte estropeado el almuerzo, pero no tienes nada que temer. Puede ser una suposición, pero he notado que tienes pánico a que te penetre y he visto tus cicatrices de arañazos en el vientre ¡Escúchame! Anoche gritabas desesperadamente. Me parecía que le gritabas a alguien que no te hiciera tanto daño. Estabas sudando a chorros y no quise despertarte. Te agarrabas el vientre. Luego te oí claramente decir que no querías ir otra vez al puente. Gritabas como si alguien quisiera matarte: «¡No, no, no!». Pero, de pronto, te quedaste como mudo hasta que comenzaste a llorar y a gritar: «¡Julio, Julio, no puedo hacer nada! ¡Dime qué hago por ti! ¿Qué hago? ¿Qué hago?».

Lo miré asustado. Otilio había descubierto al criminal. Estaba en su casa. Tenía miles y miles de muestras de mi ADN para entregarlas a la policía ¡Estaba perdido!

  • ¡Yo no hice nada, Otilio! – sollocé - ¡Me hizo mucho daño! ¡Mucho daño! ¡Se cayó! ¡No podía hacer nada por él! No quería que le pasase nada a pesar de lo que me había hecho. Se quitó las zapatillas porque su intención era la de empujarme fuertemente en el pecho con los pies descalzos y dejarme caer al lago. Me golpeó en el pecho, sí, pero caí al suelo y me agarré a la barandilla ¡No podía soportar oírlo pedir ayuda sin poder hacer nada! Corrí hacia el pueblo.

  • Fue un suicidio más, Nico – se levantó a besarme -; nadie te va a separar de mí. Tú no has hecho nada; te lo han hecho a ti. No sé dónde estabas parando allí, pero Julio llevaba mucho dinero; mucho. No aparece.

  • ¡De acuerdo! – le dije - ¡Si vas a entregarme, hazlo ya, por favor!

  • ¡No! – comenzó a acariciarme - ¡Tú eres inocente! Eres la víctima de un esquizofrénico ladrón y violador, que lo único que pensaba era suicidarse. Supongo dónde está el dinero, Nico, pero no va a aparecer. Yo te he oído gritar el nombre de Julio como si lo amases; te encontré en la estación llorando, tal vez, su muerte ¿Y piensas que te voy a entregar? ¡Vamos, cariño! Te prepararé algo de té y me echaré contigo en la cama. Descansa y no temas nada. Olvida todo eso. Me tienes a mí.

12 – Secretos al descubierto

Dormía placenteramente después de una noche feliz con Otilio. Le oí levantarse. Nunca quería hacer mucho ruido para que yo siguiese durmiendo algo más, pero me pareció oír un golpe y miré casi sin moverme para ver lo que hacía. En uno de los altillos del armario, tenía escondida una cajita. La metió en una bolsa de plástico con cuidado. Me hice el dormido ¿Qué guardaba en aquella cajita?

Bajó las escaleras, pero no pude oír si desayunaba y era temprano para su primera consulta. En cierto momento, me pareció que abría la puerta. Salté de la cama y miré entre los visillos con cuidado. Abría la cancela mirando a un lado y a otro. Parecía que no quería que le viese nadie. Los pensamientos de sospecha volvieron a mi mente. Para evitar lo que yo que pensaba que podía hacer, posiblemente, me vestí con rapidez, abrí mi maleta y guardé allí, con el dinero, las cosas de más valor. Me colgué el portátil y bajé corriendo hasta la puerta. Si iba a delatarme, encontrarían la casa vacía; si no era así, tenía que aclarar muchas más cosas con Otilio y, tal vez, irme de nuevo a vivir solo. Abrí la puerta y salí de la casa dejándolo todo bien cerrado. Corrí cuanto pude calle arriba. Los coches no podían entrar por aquella parte.

Tomé un taxi y me fui al bar acogedor que tenía teléfono público. Pedí un café y una tostada y fui pensando en lo que podría pasar. Me temblaban las manos y dejé caer la tostada manchándome la camisa. El camarero quiso quitarme la mancha, pero le dije que pensaba cambiarme pronto.

Me acerqué al teléfono despacio y llamé a mi tío. Era temprano. Quizá aún no se había ido a su relojería.

  • ¿Tía Cloti?

  • ¡Nico, Nico! ¡Estamos muy asustados! ¿Dónde estás?

Me pareció que mi tío le quitaba el teléfono y comencé a oír su voz.

  • ¡Nico! – dijo mi tío casi gritando - ¿Dónde estás?

  • Estoy en un bar, tío – contesté en voz baja -, estoy desayunando pero ahora no sé adónde ir.

  • Supongo que sabes lo que está pasando – me dijo -. No voy a repetirte la historia porque creo que la sabes. Eres el principal sospechoso. Ese otro «buen amigo» tuyo, Otilio, ha entregado una cajita con suficientes pistas tuyas como para comprobar tu ADN. Sabrán que estabas con él. La principal incógnita es si se cayó o lo empujaste. Yo te creo, hijo. Te conozco demasiado bien. Por eso te pasan estas cosas. Ahora te has sincerado con un tío de muy buenos modales y piensa chantajearte. De eso estoy seguro.

  • ¿Entonces, qué hago?

  • ¡Escúchame! – gritó -; desayuna; lo necesitas. Pero no se te ocurra registrarte en ningún hotel. Estarías perdido. Tienes que pasar desapercibido. Eso es muy difícil.

  • ¡Tío! – sollocé - ¿Voy a tener que quedarme todo el tiempo en la calle?

  • ¡No! – volvió a gritar - ¡Haz exactamente lo que yo te diga! No vengas al pueblo, desde luego, y huye de ese Otilio. Un comerciante que viene a menudo en tren dice que Julio estaba sentado en su sitio y, le parece, que tú viniste hasta el pueblo sentado a su lado. Así que busca la estación de autobuses de donde salgan para un pueblo que se llama Pintres. ¡Apúntalo si hace falta! Cuando llegues allí pregunta por «Manolo el perritos». Es como mi hermano. Ya he hablado con él y no necesitas darle ninguna explicación ¡Vete a su casa y haz lo que te diga!

  • ¿Tiene teléfono? – pregunté asustado - ¡Te llamaré cuando llegue! Tengo un móvil.

  • ¿Un móvil? – volvió a gritar - ¡Quítale ahora mismo la tarjeta y tíralo a un sitio donde nadie lo encuentre! ¡Olvídate de ese teléfono!

  • Voy a hacer lo que me dices – me serené -. Voy a buscar esos autobuses y a ese hombre. Cuando esté en su casa te llamaré.

  • ¡No te olvides de llamarme! – dijo -; quiero saber cuándo estás allí.

Casi no quería desayunar, pero pensé que iba a estar mucho tiempo sin comer. Busqué la estación de los autobuses para Pintres. ¡Estaba muy lejos! Sentí miedo de coger un taxi y bajé con dificultad hasta el metro. Había una estación cerca de la de los autobuses. Sólo hice un trasbordo. Salí a una plaza grande y vi a un grupo de gente hablando. Sonó un móvil ¡Tenía que deshacerme de mi móvil!

Me senté en un banco y le quité la tarjeta. Me acerqué dando un paseo hasta la fuente central y me eché en ella. Disimuladamente, dejé caer el teléfono dentro del agua. Se habría destruido por completo.

Al fondo, estaba la estación de autobuses. Cuando pregunté, faltaba sólo media hora para que saliese uno hacia Pintres. Compré el billete y me senté en un banco a esperar. Miraba con disimulo hacia todos lados. La policía no debería verme. Quizá, a aquella hora, ya sabían el ADN de la otra persona. Sabrían que fui yo el que estuve con Julio antes de su muerte.

El autocar abrió las puertas. Puse mi maleta en la bodega y me subí el portátil (y la PSP en el bolsillo) para distraerme durante el viaje. El conductor me dijo que llevaba la camisa manchada y que podía lavarla un poco en los servicios que había al fondo, pero le dije que ya me cambiaría cuando llegase al pueblo. Busqué mi plaza y me senté. Suspiré. Parecía que no iba a salir nunca de allí. El autobús estaba prácticamente vacío. Por fin, se cerraron las puertas y comenzamos a movernos.