Cómplices
Te podría suceder tambien a tí... ¿o no?
Aburrimiento y monotonía eran las fieles compañeras que iba tener esa noche, rutina de una vida y un día a día de la que no podía desprenderme, tormentos y soledades coronaban esa hora mágica de la medianoche.
Hora bruja, hora mágica, hora divina ya que apareciste tú. Aún no se cómo, pero atravesaste con ternura y rapidez la distancia que nos separaría por siempre. Primero fue tu sonrisa de la que me deleité y paladeé sin pudor alguno, cosa bastante rara ya que mi naturaleza de mujer fiel ponía freno a mis sentimientos.
Después vinieron tus palabras, casi como un disparo al aire, un saludo un "¿eres tú?" y todo se derrumbó, todo mi cuerpo tembló. Te deseaba, habías venido por fin a buscarme, ya te tenía, mi dulce, anhelado y esperado pecado.
Envuelta en sabanas de seda fuimos cómplices y amantes por una noche. Mis propias manos se convirtieron en tus manos y esperaba ansiosa cada una de esas caricias que aún siendo mías yo saboreaba imaginando que tus manos eran las que se deslizaban por mi cuerpo navegando e investigando cada recoveco virgen y fiel que aún quedaba. Tu voz me llevaba temblorosa y ardiente entre sabanas húmedas con olor a mí, yo, deseosa que olieran a ti.
Me fiaba de ti, cada orden dada era obedecida sumisamente, no tenía porqué negarme, todo era placer, sin tabúes, sin negaciones.
Mi mente quería mas de ti, oír más tu voz pero mi cuerpo llegó a la cúspide del placer y cayó rendido entre estertores y agonía de mil y un gozos que durante años había reservado para ti.
Sabanas de seda aún reservadas para nuestro encuentro, sabanas que volverán a humedecerse cuando al encontrarnos mi sexo sea terciopelo ardiente para ti.