Cómplice

Al otro lado del cristal una mujer se despojaba de su vestimenta con premeditada lentitud.

Al otro lado del cristal una mujer se despojaba de su vestimenta con premeditada lentitud. Primero los zapatos y se masajeaba los adoloridos pies.

Luego la falda, de espaldas a la ventana, inclinándose hacia adelante para deslizarla por sus piernas y exhibir impunemente su apetitoso trasero.

De frente la ventana desabotonó su blusa y la abrió de repente, liberando un par de enormes senos que aún desafiaban airosamente a la gravedad.

El sudor obligaba a sus cabellos rojizos a pegarse sobre sus hombros, brazos y pechos.Ella los quitó minuciosamente con una mano mientras con la otra acariciaba sus caderas.

Se arrodilló sobre el colchón y con ambas manos tomó sus pezones erectos y los acarició juguetonamente.

Echó una furtiva mirada hacia afuera. Allí estaba él, como todos los viernes, puntual y erecto desde hacía rato. La mano dentro de sus pantalones se agitaba ansiosa. Quería más.

Ella sonrió perversa, humedeció un dedo entre los labios entreabiertos y lo hundió en su entrepierna.Con creciente excitación comenzó a acariciarse mientras cabalgaba sobre un invisible corcel que la imaginación de su espectador no tardaría en reemplazar.

Sus gemidos amenazaban con empañar el cristal. Se acercaba con una maliciosa sonrisa al clímax.

Lo vió llegar antes que ella y explotó.

Entonces se desplegó sobre las sábanas, ausente del mundo exterior, como un oscuro charco de tibia sensualidad..