Complejo de Loba (4)
Sofía revela por qué le gustan las vacas y por qué se siente cómo una, pero sobretodo por qué decidió convertirse en una loba. Mientras tanto, Uriel empieza a ver a su sobrina con otros ojos...
Desperté con los primeros rayos del sol. Uriel todavía estaba durmiendo. Era la primera vez que lograba despertarme antes que él. Me puse manos a la obra y fui a hacer el desayuno. Brócolis horneados envueltos en huevos fritos. Escuché la puerta abrirse y me giré con el plato en la mano. Vi primero a Max entrar, seguido de Uriel.
- ¡Buenos diaaasss!
- ¿Qué haces despierta?
- ¡Hacer el desayuno! ¡Mira, mira!- Puse el plato en la mesa.
Él husmeó la comida y me miró.
- ¿Tú has hecho esto?
- Claro que sí, a menos que Max sepa cocinar pocas opciones más veo por aquí.
- Bueno, tengo a una mujer que limpiaba y se encargaba de algunas tareas en el campo, pero todavía está de vacaciones, así que…
- Así que esa era la razón por la que la casa estaba hecha una pocilga.
Mi tío de dio un bocado al plato.
- Joder que bueno.
- ¿Esta bueno?
- Ya lo creo.
- ¡Genial! ¿Ahora me puedes poner tus huevos en la cara?
Uriel empezó a toser, atragantándose con el segundo bocado. Me quité el delantal de cocinar, me. senté frente a él y me quedé esperando con una sonrisa inocentona con la barbilla apoyada en mis manos.
- Mira… quitando todo lo malo que contiene esa simple idea, por el tema del incesto y tal, ¿por qué diantres querrías que hiciera algo así?
- Porque hace dos años me asaltaste por la noche restregandome tus huevos por la cara, y desde entonces no he podido olvidar ese olor ni dejar de relacionarlo con el súmum de todas mis aspiraciones sexuales.
- Mierda… que directa.
- Sip.
- Joder… pero pensaba que no te gustó, lo que…
- Por favor, si llevaba meses restregando mi cuerpo en el tuyo como una gata en celo, era exactamente lo que buscaba. Soy yo quien tendría que disculparme… porque no pude controlar mis emociones y te has estado martirizando todo este tiempo por eso.
- No tenías la edad todavía y yo bebí esa noche. Fue un error.
- Pues ese error ha alimentado mis fantasías sexuales desde entonces, así que es problema tuyo, así que te toca satisfacerme.
- Espera, niña, no corras tanto, para empezar…
Di un golpe en la mesa.
- ¡No me llames niña! ¡Llevo casi tres malditas semanas esforzandome para que veas que soy una mujer hecha y derecha capaz de superar cualquier obstáculo que le impongas! ¡¿Es que acaso no has probado bien ese plato?! ¡¡Está de muerte!! ¡Soy la mejor del mundo cocinando! ¿¡Así que dónde están mis huevos de recompensa!?
- … ¿siempre has sido tan pervertida?
- ¡Desde el día mismo en el que nací! ¡Ahora quiero mis huevooos!
- ¡Vale, vale, está bien! Diablos…
Me quedé quieta mirándolo fijamente. Vi que se llevaba las manos debajo de la mesa y hacía algunos movimientos.
- … todo tuyo. Pero tienes solo hasta que acabe de desayunar.
Tardé cero coma en retirar la silla y tirarme al suelo debajo de la mesa. Puse una mano sobre sus pantalones, que estaban bajados por las rodillas, para bajarlos hasta los pies, y miré muy fijamente sus piernas entreabiertas. Y el bulto del medio. Inmediatamente choqué mi nariz contra el bulto, provocando un respingo a Uriel. Tomé una buena inhalación, recogiendo todo el olor que pude, y casi me quedé con los ojos en blanco. “Esto solo puede mejorar de una forma..."
- ¿Puedo quitarte los calzoncillos?
- No- lo escuché responder desde arriba.
- ¿Y ponerlos un poco al lado?
- No.
- Bueno, me conformaré con esto de momento… pero que sepas que me ofende muchísimo.
- Lo que tú digas…
Apoyé la mejilla en su pierna, quedando con la nariz sumergida entre sus dos perfectos y enormes testículos, separándonos solo aquella fina capa de tela. El aroma era incluso mejor de cómo lo recordaba. Tanta virilidad concentrada, mezcla de sudor veraniego con testosterona de la calidad (no como la de los novios que tuve de mi edad) me colocaba más que en aquella fiesta de una amiga donde conocí por primera vez la cachimba. Saqué la lengua, pero escuché su voz restrictiva.
- Solo oler. No quiero que me dejes perdido babeandome como una perra.
- Menuda forma de… - pausa dramática para inhalar- ...Hablarle a tu sobrina. Pero te has quedado corto. Sigue por favor.
- Vaya, ¿eres de esas?
- No, pero gano tiempo porque mientras hablas no estás… - otra pausa- ...comiendo.
- Chica lista.
A esas alturas su polla estaba tan apretada en los calzoncillos que parecía ir a destripar la tela de un momento a otro. "Parece también tan grande como la recordaba…" Deslicé una mano por sus musculosas piernas y, acariciándole suavemente, fui subiendo hasta llegar al bulto duro como el diamante mismo, y empecé a dibujar círculos en el lugar donde sabía que estaba el capullo. Lo escuché gruñir como un oso que ve cómo un intruso se acerca a su cueva, pero sin estar suficientemente cerca para saltar al ataque. "Eso es, Sofía… tienta a la bestia poco a poco pero sin rebasar su límite… ya irá cediendo… irá ensanchando su límite… y cuando menos lo espere se verá embistiendo con sus poderosas caderas tu hermoso e irresistible trasero fitness de bailarina…"
- Bueno… ahora que nos hemos puesto íntimos…- Dije sin detener el movimiento en círculos de mi dedo-. ¿Cuántas veces te masturbas al día?- Repentinamente se levantó se su silla y yo me caí hacia delante, golpeándome la cara contra el suelo "bravo Sofia, muy sutil"-. ¡Oye! ¡Aún no has terminado de comer!
- ¿Que no?- Tenía la boca llena al responder.
Me puse de pie y vi el plato vacío.
- Tienes que estar de broma… que bestia
No sé si es demasiado extraño, pero saber que había devorado mi comida tan rápidamente me puso a cien (bueno, aunque ya lo estaba con el aroma de sus huevos).
- No te voy a pedir tantas tareas como hasta ahora, pero igualmente hay que trabajar. Haz las gallinas y abre a los caballos, y yo me encargo del resto hasta la noche.
- Y… ¿después podré volver a…?
- La madre que te parió. Si…
Me fui corriendo de la cocina. Al cabo de menos de media hora ya lo había hecho todo, y fui al campo para encontrar a Uriel sin camisa y con un sombrero de paja. El sol dándole en la espalda dibujaba reflejos en el sudor que lo bañaba. Levanté un instante la mirada para ver que el campo parecía muchísimo más limpio ahora que el dia en el que llegué. Parecía estar terminando con los últimos hierbajos.
Me acerqué con cuidado y silencio y me lancé por la espalda a abrazarlo, pero justo se apartó y me di de bruces contra el suelo.
- ¿Qué intentas, jovencita?
- Ay… ¡me he cortado con una planta! ¡Mira, estoy sangrando! ¿Es que acaso tienes ojos en la espalda?
- Eres una niña de ciudad, haces mucho ruido al andar.
- ¡Que no me llames niña, jope!
- "Jope" es algo que diría una niña, o una masturbadora compulsiva que quiere dárselas de inocentona para intentar seducir a un hombre de treinta y ocho años y no sabe muy bien cómo hacerlo.
- ¡Ahora verás!
Me lancé otra vez encima de Uriel, y esta vez no se apartó a tiempo para esquivar mi abrazo. Sin pensarlo dos veces empecé a mover mis dedos a lo largo de su cuerpo buscando un punto débil.
- ¿Pero qué haces? ¡Ah!
Me detuve justo cuando escuché aquella reacción. Sonreí y fui a tocarle el costado inferior del torso, pero él se apartó, mirándome fijamente. "¡Lo encontré! ¡Incluso la bestia más. temible tiene sus cosquillas!" Y focalicé todos mis ataques a una misma zona. Uriel se defendía, pero yo estaba encima y él debajo. Gracias a que estaba cubierto de sudor, pronto quedé con el cuerpo entero empapado y pude esquivar mejor sus intentos de agarrarme. A los pocos segundos lo escuché reír como nunca lo había escuchado. Él también se puso a buscarme las cosquillas en venganza, y en nada estuvimos rodando por el suelo del campo llenándonos de suciedad y cachos de hierbas que se pegaba en nuestros cuerpos.
Al cabo de poco rato logró tomarme ventaja y consiguió ponerse encima. Me cogió ambas manos aplastándolas contra mi pecho para que me estuviera quieta. Ambos estábamos jadeando, mirándonos fijamente. Algunas gotas de sudor caían de la punta de su hermosa nariz sobre mi clavícula desnuda. Y entonces se dio cuenta de que la ropa que llevaba se transparentaba bastante con lo empapada que había quedado. Sin embargo no me sentía sucia al haber absorbido gran parte de su sudor… más bien sentía unos calores que necesitaba satisfacer. Su mirada pasó por mis pechos. Yo seguí mirando fijamente sus ojos cuando volvieron a encontrarse con los míos. Vi cómo desvió levemente la vista y me soltó una mano. Se lamió el dedo pulgar y me lo acercó a la mejilla para limpiarme con su saliva la herida que me había hecho antes. Hice cara de asco y de intentar apartarme, pero ni me dio asco ni me intenté apartar realmente. Pues dejó su mano abierta acariciándome suavemente la mejilla. Su mirada arrebatadora estaba totalmente clavada en mi. Levanté mi mano libre para posarla sobre la suya, pero inmediatamente la apartó y se puso de pie, quitándose un poco de tierra de los brazos.
- Voy a ir con las vacas y después hago la comida.
Me quedé viéndolo marchar y sonreí, levantando un puño. "Vas viento en popa, Sofi. Esa ha sido la mirada que le dedica un hombre de verdad a una mujer de verdad antes de follársela salvajemente. Va a caer en nada". Entonces abrí los ojos, procesando algo en lo que no había caído.
- ¡E-espera, ¿Tienes vacas?! ¿Desde cuando tienes vacas?- Y me levanté para ir tras él.
En lo que hasta aquel momento pensaba que era un cobertizo, Uriel tenía dos vacas, una madre y una cría de pocos meses. Me quedé de cuclillas viendo cómo le sacaba leche a la madre llenando poco a poco un cubo metálico.
- Yo pensaba que comprabas la leche que bebemos por la noche. Ahora entiendo por qué estaba tan buena.
- A excepción de la comida más contundente, por no tener campos suficientemente grandes, lo demás que consumes lo cultivo o recojo de los aledaños de la masía. La miel, las fresas, los tomates… Una de las razones por la que me fui de la ciudad no fue solo para huir de mi pecado de asaltar a una jovencita en su pacífico lecho, sino también para cultivar parte de mis alimentos.
- Corrijo, CASI asaltar. Me dejaste con las ganas.
- Ya, bueno. Sea como sea, sienta mucho mejor comer algo que tú mismo has cultivado, conreado u ordeñado, que comprarlo en un supermercado. Te lo aseguro.
Me quedé viéndolo des del otro lado de la vaca, sonriendo de oreja a oreja. Finalmente me levanté y me acerqué acariciándole el lomo al animal.
- ¿Sabes? Me gustan mucho las vacas.
- ¿Ah sí? ¿Por qué razón?
Me encogí de hombros, aunque no podía verme más allá de la cabeza con la vaca en medio.
- No estoy segura. Unos niños de mi antigua clase empezaron a llamarme vaca hará ya unos cinco años.
- Que imbéciles.
- Nah, al final ya no me molestaba. De hecho me dio la oportunidad de investigar sobre ellas intentando buscar un argumento a mi favor para rebatirles y que dejara de ser un insulto. Pero en cambio encontré que una vaca es un ser muy delicado, tanto emocional como físicamente. Si se hace daño, no produce leche. Si se siente triste, amenazada u oprimida de cualquier forma, no produce leche. Es como que su máxima utilidad, la razón por la que es tan protegida y alabada, está estrechamente enlazada a siempre estar absolutamente agusto, sin tomar riesgos y sin estrés de ningún tipo- llegué con mi mano a la cabeza de la vaca, donde la seguí acariciando. Parecía gustarle.- Cuando lo descubrí, realmente me sentí como una vaca, y me entristeció. Porque me percibí a mi misma cómo que no podría dar todo de mí a menos que me trataran con absoluto cuidado. Entonces, en la noche de mi decimoséptimo cumpleaños, cuando me asaltaste de esa manera tan bruta… bueno, nadie me había tratado nunca de aquel modo. Y descubrí hasta qué punto deseaba algo así. Salir de mi zona de confort. De alguna manera me sentí llevada a un límite que no había vivido, y… supe que no quería ser tratada con pinzas nunca más. Quería algo como lo que he vivido aqui estos dias. Trabajo duro, sufrir para ganarme realmente mi propia vida. Y cambié radicalmente mi forma de ser- volví a encogerme de hombros-. Por eso en parte no te guardé ningún rencor por aquello. Me ayudó a descubrir lo que quiero de verdad en la vida.
Uriel había dejado de ordeñar la vaca unos largos segundos para prestarme toda su atención. Al cabo, rió en voz baja y siguió ordeñando.
- ¿De que te ríes ahora? ¡No te burles de mi, yo que quería compartir algo bonito contigo!
- No, no es eso… es que no imaginaba que pudieses decir tantas palabras juntas sin que ninguna de ellas tuvieran algún tipo de connotación sexual.
- Pues ahora iba a pedirte que me ordeñaras cómo lo haces con la vaca- dije mientras me acariciaba los pechos.
- Ya tardabas en soltarlo…
- ¿Entonces lo harás?
- No.
- Algún día lo harás, ningún hombre puede resistirse eternamente teniendo una copa ochenta y cuatro a su alcance- mi tío puso los ojos en blanco sin saber que me había inventado el número-. Oye, ¿y cómo obtuviste las vacas?
- Bueno, el de la finca de al lado tenía un toro y una vaca hace algunos años y los puso a reproducirse. Cuando tuvo las doce las vacas que necesitaba me dio una preñada a cambio de darle la comida que me sobraba de mis cosechas.
- ¿Solo una vaca parió doce veces?
- No… el toro también sejó preñadas a las que parió la primera cuando éstas crecieron.
- ¡Reproduciéndose con sus propias hijas! Así que por estos lares eso del incesto es algo habitual y natural…
- Imaginaba que querías llegar a algo como eso.
- Tarde o temprano irás por allí intentando ponerme los huevos en la cara por voluntad propia... Otra vez. ¡Ya lo verás!
- Tan dulce e inocente que eras de pequeña… y mírate ahora, las cosas que salen de tu boca.
- Antes era una vaca debilucha… ¡Pero ahora soy una loba feroz!- Enseñé las manos en forma de garras y los dientes en una sonrisa.
- Sí, sí… - Uriel, riendo divertido, tomó el cubo lleno de leche- venga, vamos a comer, "loba feroz".
Comimos y nos duchamos (por separado). Me vestí con unos shorts tejanos y una camisa ancha rosa, y fui con el cabello recogido en una coleta medio alta Luego por la tarde no quedaban trabajos por hacer. Era uno de esos días tan mágicos de la semana donde todo está hecho hasta la noche y nos queda una tarde libre. Yo era la primera vez que lo vivía junto a Uriel sin que este se inventara cualquier trabajo para mi, así que me puse a barrer todo el piso de abajo sintiéndome algo desorientada al tener tanta libertad. Mi tío me llamó la atención des del salón.
- Es importante trabajar, pero más importante es dedicar tiempo a uno mismo y descansar. Ven al salón.
- Vaaale, un segundo que termino esto.
- Vamos, déjalo, mujer.
- Tendrás que ser un poco más rudo para que te haga caso…- dije, abrazándome a la escoba y balanceando mi trasero.
Uriel suspiró.
- Cómo no dejes la escoba le daré diez azotes con ella.
- Pero a ver, ¿se supone que debes convencerme de que venga, o de que siga negándome?
- ¡Quieres venir de una vez!
Dejé la escoba aparcada a un lado y fui al salón, donde encontré a Uriel con una guitarra acústica entre las manos.
- ¡Vaya! ¿También sabes tocar? No me digas más, ¿tienes un cultivo oculto de maría?
- Si lo tuviese no te lo diría. Ven, siéntate aquí. ¿Quieres que te enseñe a tocar?
- Bueno… puedo verte tocar un rato.
Me senté en el sillón a su lado, y estuve viendo cómo tocaba algunos acordes. Me iba dando indicaciones, aunque casi parecía hablar más para sí mismo que para mi. Sin embargo verlo tocar la guitarra era solo un añadido más a la imagen de hombre perfecto que tenía en mi mente de mi tío. No tardé en inclinarme hacia él y apoyar la cabeza en su hombro, cerrando los ojos. Más allá de aquel momento quedó el aroma del champú que usaba para el cabello, el calor corporal que desprendía y el sonido de la guitarra arrullándome. Era una sensación… absolutamente placentera.
- Sofía…- Escuché cómo Uriel dejó de tocar.
- ¿Sí…?
- ¿Te estás masturbando?
Abrí los ojos y me aparté la mano de la entrepierna. Miré a mi tío absolutamente ruborizada.
- Realmente tienes un problema, niña…
- Lo siento… lo he hecho sin querer… ¡y no me llames niña! ¡Soy una mujer!
- Ya lo sé... - murmuró en un tono algo inusual en él-. No pasa nada. Ha sido un acto inconscientemente- por primera vez no parecía enfadado o agobiado con mis temas. Casi empezaba a darme miedo, si no fuera porque aquella camisa blanca de lino, abierta hasta medio pecho, en la que tenía puesta toda mi atención le quedaba de muerte-. Hmf… estás dejándolo todo perdido. Ven aquí, anda.
Uriel acercó una manta y la puso en el sofá. Luego me hizo levantar y me volví a tumbar. Esta vez, sin embargo, sus manos me guiaron hasta quedar tumbada encima de él, de espaldas, encima de la manta. Se me detuvo la respiración cuando noté algo haciendo presión entre mis glúteos. Sabía muy bien qué era. Sus manos me rodearon el cuerpo en un abrazo y sentí cómo apoyó la frente en mi hombro derecho.
- ¿Quieres que te ayude con eso?- Susurró.
Puse mis manos sobre las suyas con el corazón a cien.
- Sí… por favor…
Estuvimos un rato más quietos, hasta que finalmente lo escuché suspirar y sus manos se movieron. Una subió pegada a mi barriga, pasando los dedos por encima de mi ropa hasta que llegó a mis pechos. Entonces, empezó a dibujar círculos alrededor de mi pezón izquierdo. Con la otra mano bajó. Ni falta hace decir que abrí mis piernas al instante, casi con demasiada brusquedad, pero su mano no fue directa a donde quería que fuera. Me engañó haciendo ver que lo haría, pero se desvió al último instante, bajando por el muslo interior. Levantó poco a poco la cabeza, apoyando la barbilla en mi hombro. Se mojó los labios para susurrarme al oído.
- Solo por esta vez.
- Vale... si... - Devolví el susurro, relajando el cuerpo entero y echando la cabeza hacia atrás. “No te lo crees ni tu”.
Sus manos siguieron rodando alrededor de sus objetivos un buen rato. Su derecha rozaba muy débilmente, con las yemas de los dedos, la superficie de mis dos muslos internos. Y su izquierda pasaba de un pecho a otro. Siempre sin hacer un solo ápice de fuerza, sin apretar prácticamente nada. Y a pesar de la frustración que me causaba, me sentía como una hoguera, siendo encendida poco a poco. Siendo trabajada cuidadosamente, con paciencia, por manos realmente hábiles. Lejos quedaba aquel idiota con el que perdí la virginidad, que solo me escupió en el coño y la metió sin más. Lejos estaba el dolor que sentí con eso.
Un macho de verdad sabe cómo complacer a su hembra.
Entonces, finalmente, llegó el momento. Me había tenido unos largos minutos jadeando con tanto juego, pero finalmente… sentí cómo desabrochaba el botón de los shorts y deslizaba la mano por dentro de las braguitas empapadas. Cuando sentí su tacto en mi intimidad, me agarró un pecho entero y dio un mordisco a mi cuello descubierto. Todo al mismo tiempo. Sentí como una corriente eléctrica cruzarme el cuerpo de abajo arriba y no pude reprimir un gemido que salió directamente de mi alma. Levanté un brazo para agarrarme a su cabeza, mientras dejaba de morderme para empezar a besarme el cuello. Me fascinó cómo usaba su dedo anular, en vez del medio o el índice, para frotar mi clítoris en círculos y de lado a lado. Nunca nadie me había masturbado con ese, ni siquiera yo misma, pero me estaba gustando mucho. Aunque tal vez era porque era él quien me lo estaba haciendo.
Casi no me cabía en el pecho todas esas emociones. Y, de repente, se detuvo.
- ¿Sofía? ¿Estás bien?
Abrí los ojos y cruzamos miradas. Noté algo que estaba pasando por alto, y es que estaba llorando. “Otra vez no…” Uriel apartó la mano de mi pecho y me limpió un poco las lágrimas. “No, no, no…” Luego empezó a retirar su mano de mi entrepierna, pero se la tomé a tiempo y la volví a meter dentro de los pantalones. Le puse mi otra mano en la mejilla, encarándolo. Él parecía preocupado.
- No te fuerces, Sofi...
- Estoy bien… sigue- empecé a mover su mano con la mía, pero él seguía sin moverla por su propia cuenta-. Sigue... Deseo esto. Por favor...
Uriel tardó unos instantes, pero volvió a mover sus dedos por mi intimidad. Le pude soltar la mano después de asegurar que no volvería a apartarla.
- Gracias… gracias...- murmuré, y él volvió a besarme el cuello. A frotar mis senos. A masturbarme de aquella manera tan maravillosa, tan exquisita, tan experimentada.
Casi parecía conocer mi cuerpo mejor que yo misma. Tocaba mis puntos débiles en los momentos más oportunos. Y cuando menos lo esperaba me metió un dedo dentro. Mis gemidos se reactivaron. Puso el dedo en forma de gancho y fue directo al punto G, acertando a la primera. Entonces empezó a moverlo adelante y atrás, haciendo la presión exacta para dejarme suspendida entre el placer y el dolor. Me estremecí con el cuerpo entero y empecé a mover las caderas por cuenta propia, prácticamente follándome su dedo. Él me agarró de la cintura para que no me cayera del sofá.
- ¡Tío… mete otro… otro dedo!
Me hizo caso, y ese otro también fue directo al punto mágico. No podía dejar de chorrear, su mano entera estaba empapada en mis fluidos. El placer no dejaba de crecer. Me abracé a su cabeza y le agarré del cabello mientras buscaba con la otra mano el bulto de su entrepierna. Lo encontré y empecé a frotar muy burdamente por encima de la ropa.
- ¡Tío… ahora méteme tu polla…!
- No te pases de lista…- susurró, y me mordió el cuello con más fuerza que antes.
En un momento dado se juntó todo, y cuando se sumó aquella mordida, alcancé mi clímax. Cuando vió que empezaba a salpicar sacó los dedos de mi intimidad y empezó a frotar mi clítoris de lado a lado sin ningún cuidado, con total brusquedad y rapidez. Eso no hizo otra cosa que alargar mi orgasmo hasta límites insospechados y convertirme en algo parecido a una fuente con el grifo roto, corriéndome en su mano y por todo el interior de los pantalones. Pero eso no lo detuvo. Toda la brutalidad que se había guardado la estaba usando en el mejor momento posible. Y en algún instante, mientras temblaba con todo mi cuerpo, puse los ojos en blanco y bye bye realidad.
Llegó tan lejos la cosa, que cuando abrí los ojos ya era entrada la noche. Estaba tapada con una manta, desnuda de cintura para abajo. Levanté la cabeza para descubrir que la pierna de mi tío era lo que estaba usando de cojín.
- ¿Ya te has despertado?
- No ha sido un sueño lo que ha ocurrido, ¿no?
- No… perdiste el conocimiento cuando alcanzaste el orgasmo.
- Hostias…
- Sí. A algunas chicas les pasa, sobretodo si están bajas en hierro y proteínas. Y tú llevas casi un mes sin comer carne y trabajando muy duro. Luego te prepararé algo alto en proteínas. Aunque… acepto que también tengo un poco de culpa, pues te hice muchas cosas que probablemente eran nuevas para ti.
- Dios… pero ha sido el mejor orgasmo que he tenido en vida… eres increíble...
- Vaya, me siento alagado. Gracias.
- ¿Podemos casarnos ya?
- No.
- ¿Porfa?
- No.
- Algún día dirás que sí...
- En este país es ilegal casarse con un familiar.
- Pues nos casamos en otro país.
- Idiota...
Se levantó un breve silencio que interrumpí rápidamente.
- Por cierto, ¿dónde están mis pantalones?
- Los he puesto a lavar, junto con tus braguitas. Estaban totalmente empapadas.
- Vaya… vale, gracias. Por cierto, ¿podemos follar?
- No.
- ¿Ni uno rapidito?
- No. ¿Joder, cómo puedes seguir teniendo ganas de más?
- Soy joven, no como tu- le saqué la lengua y él me la cogió y pellizcó-. Ay… sea como sea, me has dado la mejor experiencia sexual de mi vida, y me ha gustado tanto que he acabado perdiendo el puto conocimiento… ¿por lo menos puedo usar mi boca para aliviarte un poco, para compensarte?
- Ni hablar. Ya te dije que sería solo una vez, y no me debes nada. Ahora descansa.
Puse mis manos sobre mi barriga con los dedos entrelazados, mirando al techo. Uriel se quedó mirando por la ventana del comedor como si mirara la tele, aunque en realidad estaba viendo los caballos, probablemente pensando que iba siendo hora de encerrarlos en el establo. Max, cerca nuestro, jugaba con un osito de peluche, mordiéndolo y sacudiéndolo. Moví un poco la cabeza para ver la entrepierna de mi tío. No vi el bulto enorme de antes, sinó uno más normal.
- Te has hecho una paja mientras dormía, ¿verdad?
Apartó la mirada.
- Cállate.
((To be... continued! ^^))