Complejo de Loba (3)

Sofía sigue intentando adaptarse a la granja, reprimiendo sus deseos por su tío en la medida de lo posible. Esta vez vemos, desde la perspectiva de Uriel, cómo ve la presencia de Sofía en la granja y lo que piensa de ella.

((¡Holii, soy Niura! Gracias por los comentarios y las valoraciones, me gusta mucho que os esté gustando esta historia. Solo quería advertir que va para largo, que no terminará en unos pocos capítulos, y que aguardan muchas sorpresas! Oh, y también quería advertir que este es el último episodio sin actos sexuales (explícitos y narrados, como ocurre brevemente en el episodio cero con Daniel), así que a partir de aquí en adelante se mezclará el fornicio con el plot. ¡Feliz lectura! <3))

-   ¡¡YAAAAAAAAAHH!! ¡¡¡UUUHIIIIIYAAAAA!!! ¡¡AYUYE AYUYE AUEYAAAA!!!

Mientras, cargaba con una bolsa enorme de hierbajos recién arrancados, me detuve a ver desde lo lejos cómo Sofía, con la ropa sucia y toda sudorosa y jadeante, corría de un lado a otro agitando los brazos y chillando cosas sin sentido, persiguiendo a los caballos, tratando de meternos en el establo. Suspiré. Supuse que llevaba un buen rato así, pues empezaba a verse realmente cansada. Solté mi bolsa y fui a ayudarla.

Cuando acabamos, profirió un "¡gracias!" falta de aliento y se dejó caer sobre mi cuerpo, pretendiendo abrazarme, pero me eché a un lado y se cayó al suelo de cara. Se levantó llena de hojas y suciedad del suelo llamándome muchos insultos ridículos de su generación de millenials mientras yo volvía con lo mío. Más tarde la escuché chillar, seguido de un golpe. Fui a ver qué había pasado solo para encontrarla en el suelo con la fregona en la mano. La ayudé a levantarse. ¡Gracias! Fue a abrazarme pero volví a apartarme, y cayó otra vez al suelo.

-   ¡Deja de hacerme la cobra! ¡Imbécil!

-   Discúlpame, es que no quiero que vuelvas a masturbarte mientras me abrazas.

Vi cómo se ponía roja como un tomate. Sonreí, por primera vez en mucho tiempo y me fui por el pasillo. Más tarde, mientras haraba una parte del campo, la vi corriendo y chillando, huyendo de un montón de abejas, seguida por Max quien ladraba al compás de sus chillidos. Por la noche, antes de la cena, estuve poniéndole pomada antipicaduras por sus cuatro extremidades mientras la escuchaba lloriquear.

-   Hay un traje que debes ponerte, sobretodo si eres nueva en la apicultura. De hecho, aún ser una experta deberías hacerlo antes de siquiera acercarte a los panales.

-   Vale... la próxima vez lo haré.

La miré de reojo y suspiré.

Por la mañana del día siguiente fui a ver si ya se había despertado, pero la encontré durmiendo a pierna suelta bocabajo, en braguitas. Le de una bofetada en su nalga derecha que resonó por toda la casa.

-   ¡AAAAH! ¿¡QUÉ!?

-   Despierta ya. Haz las gallinas y acaba de limpiar la casa.

El dia anterior le había exigido mucho. Supuse que se negaría, o se enfadaría (por el trabajo o por la fuerte nalgada indebida). Sin embargo...

-   ¡V-voy!

Me quedé mirándola mientras, envuelta en un torbellino de energía, se ponía el mono de trabajo encima del pijama, cogía unas pocas herramientas y salía disparada por mi lado.

Al cabo de unos minutos fui a ver cómo le iba, y la encontré siendo atacada por las gallinas mientras trataba de encender la manguera para limpiar el corral. Y por el mediodía volvía a correr detrás de los caballos. Y por la tarde arrancaba hierbajos conmigo en el campo, sin quejarse un ápice. Y por la tarde. noche, sin que se lo pidiera. Y luego se comía mi verdura, sin echar en falta la carne que seguramente comía siempre en la ciudad.

Sofía llevaba ya dos semanas en mi granja y tanto sus espíritu cómo su energía no parecía hacer más que crecer y crecer. No podía simplemente negarme, ni tenía la inventiva para formular una excusa creíble para negarle a mi hermano que su hija fuera a vivir conmigo a cambio de trabajar también en la granja, pues él sabía que no me venía mal algo de ayuda. Mi plan era tratarla un poco peor que a los ligues que insistían en venir a vivir conmigo, atraídas por mi cuerpo. Quería que me odiara cómo se suponía que debió odiarme después de lo que casi le hice. Necesitaba escuchar su rechazo, necesitaba sentirme como una mierda. Y sin embargo, cada vez que la veía esforzarse tanto, sonreír, o buscar mi abrazo, mi contacto, mi aprobación... cada vez me costaba más desear que me odiara. En su día, cuando cumplió quince años, el alcohol se me subió a la cabeza. Ya hacía un tiempo que intentaba seducirme y la iba rechazando en la medida de lo posible, pero esa noche se puso un vestido que me hizo volar la. imaginación. Bebí para ahogar ese sentimiento, pero el recordar la soledad que me esperaba en mi granja y el efecto del alcohol acabó haciéndome sucumbir. Si no la hubiese visto llorar, probablemente hubiese llegado demasiado lejos.

No merecía verla sonreír. Merecía que me odiase. E iba a luchar por conseguirlo.

-   Sofía. Ve a recoger fresas al campo, que ya están maduras.

Sofía miró por la ventana. Justo acabábamos de cenar.

-   Pero... es de noche.

-   Llévate una linterna, entonces. Si no puedes, ea que tal vez no estés a la altura de vivir en una granja.

Recogí los platos y los llevé a la cocina. Los lavé y fui a mi cuarto a hacer algunas cuentas de gastos y demás cuando acabé, varias horas después, fui a llamar a la puerta de sofía. Esperaba verla dormida y echarle la bronca por no hacer lo que le había pedido, pero encontré la habitación vacía.

-   No me jodas...

Salí corriendo de la casa con una linterna, seguido de Max. Le di unas braguitas usadas de Sofía para que las oliera (pues qué olor más claro para seguir que el de una masturbadora compulsiva) y siguió su rastro sin problemas. Cruzamos una corta parte espesa del bosque y encontré a Sofía, no muy lejos de la casa, tirada entre unas zarzas con espinas sin poder moverse, con una cesta medio llena de fresas.

-   ¡Sofía! - Alcancé su mano, tirando de ella.

-   Ayayayay... duele...

-   ¿¡Se puede saber qué haces!? ¿¡Acaso estás loca!?

Logré sacar a Sofía de ese zarzal y empecé a quitarle hojas y ramitas del cabello y la ropa. Mientras lo hacía me enseñó su cesta, ofreciéndome una sonrisa apenada.

-   No... pude llenarla del todo.

Inmediatamente le di un abrazo, apartando aquella cesta.

-   Eso me da igual... ¿por qué haces esto? ¿Por qué vas tan lejos?

-   Porque se lo que intentas... y quiero que sepas que no te servirá conmigo.

Empezamos a regresar a la masía. Al cabo reuní fuerzas para hablar.

-   Sofía... oh, joder. Lo siento tantísimo. Yo... Mi egoísmo... te ha hecho sufrir. Lo siento mucho. Esta bien... te prometo que dejaré de intentar hacer que me odies.

-   Ostia, entonces sí era eso. Joder, soy una genio.

-   Has lanzado esa frase al tuntún, ¿verdad?

-   Claro que sí, pero joder, estas muy mal realmente eh, mira que intentar que te odiara para compensar lo que hiciste era la peor de mis posibilidades.

-   ¿Y cuál era la mejor?

-   Que fueras un tsundere que no quiere aceptar que sucumbió ante los encantos de una hermosa adolescente como yo.

-   Que te den...

-   Ahaha... oh, dios, con lo que me has hecho sufrir estas semanas no te bastará con solo con pedir perdón.

Suspiré.

-   Qué puedo hacer para compens-...

-   ¡PONME TUS HUEVOS EN LA CARA!

Me detuve, justo cuando llegábamos a la casa, y me quedé callado, mirándola fijamente.

-  ... ¿qué?

Estuvo parte de la noche insistiendo en lo mismo, argumentando que si no le ponía los huevos en la cara no me perdonaría, así que al final le dije que se fuera a dormir y que mañana por la mañana lo haría. Al día siguiente, bien temprano, Sofía fue corriendo a mi encuentro en la cocina con una cesta llena de huevos de gallina en la mano, aún frotándose la cara por el molesto tacto del mimbre.

-   NO ME REFERÍA A ESTOS HUEVOS.

Me reí. Mucho.

((¡Continuará! >:3))