Complejo de Loba (1)
Sofía siempre se ha identificado como una vaca, y las personas que la han rodeado solo han perpetuado dicho sentimiento. "Cuidada, querida y protegida de todo mal o estrés". La noche de su decimoséptimo cumpleaños ocurre algo malo que activa su deseo interno. ¡El de ser una loba y buscar su macho!
Aquella noche, me desperté sintiendo algo cálido entre mis piernas. Abrí los ojos y me asusté un poco al verlo encima mía, pero gracias a la tenue luz que se filtraba por la ventana de las luces de la calle logré vislumbrar su rostro antes de pegar un chillido.
- ¿Tio…?
Mi tío se llevó el dedo a los labios, indicándome que guardara silencio. Entonces, deslizó esa misma mano encima de mi barriga, acariciando mi piel desnuda. Me había levantado el pijama hasta más allá del pecho, dejándomelo casi descubierto. Me quedé mirando su rostro, aún adormecida, y cuando vi su mano llegar a mi copa ochenta y seis, acabé de salir de mi estado de somnolencia. Un solo movimiento de piernas me bastó para notar dónde tenía metida su otra mano.
Recordé que era la misma noche de mi cumpleaños donde nos habíamos reunido la familia entera. Desde pequeña siempre había sentido un amor platónico por mi tío… amor que, tal vez, llevé demasiado lejos, pues cada vez que mis padres no miraban estaba abrazándome a él, dándole besitos en la mejilla o restregando mi cuerpo en el suyo, asegurandome que notara bien mi crecido busto o mi bien formado cuerpo de bailarina. Mi apetito no era solo sexual, por supuesto, pues él siempre me hacía reír, era amable conmigo… Quería que entendiera que no era una niña. Que podíamos estar juntos. Lo que jamás imaginé es que, después de varios años intentando seducirlo, diera el paso de aquel modo.
Abrí la boca para decir algo, pero no se me ocurrió el qué. La mano que había llegado a mi pecho acabó de levantarme el pijama hasta la clavícula, dejándome al total descubierto de mi tío. Su silueta de hombre musculado bien entrado en los treinta cubría toda mi visión, exceptuando la periférica. Logré entrever cómo encima de su barba rala se mordía el labio. No tardó en bajar su cuerpo y empezar a devorar mis tetas. Sentí como una corriente eléctrica atravesándome el cuerpo entero al notar su lengua jugando con mis pezones. Los notaba más duros que nunca. Entonces noté cómo sacaba su otra mano de mis pantalones para bajarse los suyos propios. Cuando bajé la vista por su cuerpo me di cuenta de que se estaba totalmente desnudo encima mía.
- Tío… tío Uri, espe…!
Mi tío levantó la mano y la puso delante de mi boca, tapándomela completamente. Intenté apartarla para hablar, pero su sola enormidad hacía mucha justicia a la fuerza que tenía. Entonces, casi sin verlo a venir, mi tío subió por mi cuerpo, y, después de apuntar su enorme polla erecta… se sentó encima de mi cara. Pensaba que iba a metermela en la boca, pero… solo se sentó de tal forma que su miembro quedó apoyado en mi mentón, y mi nariz y boca quedaron totalmente cubiertos con sus testículos.
- Sofía… Sofía… - su voz ronca susurró mi nombre mientras me acariciaba el cabello.
Casi no podía respirar. Empecé a golpear sus peludos y enormes muslos para indicarle que me diera un respiro, pero dejé de hacerlo antes de que lo hiciera, quedándome quieta. Mi tío se apartó al cabo de unos segundos y, sin siquiera esperar a darme un respiro, volvió a colocarse, separándome las piernas. Se preparó. Se situó entre mis piernas abiertas, apuntando a mi entrada. Sin embargo, no avanzó. Se quedó mirándome fijamente, quieto, con la respiración acelerada.
Me di cuenta al mismo momento que él, de que por mis mejillas bajaban lágrimas. Estaba llorando.
Uriel se mordió el labio tan fuerte que me creí ver un hilillo de sangre deslizarse entre su barba rala.
- Sofía… lo… lo siento. Lo siento mucho.
Mi tío se bajó de la cama. Tomó su pijama y salió a rápidas zancadas de mi cuarto.
De algún modo no recuerdo prácticamente nada sobre si pasaron minutos, u horas, hasta que me dormí. Solo recuerdo que, por la mañana, mientras mi primo menor intentaba que jugara con él a sus videojuegos sin entender que estaba totalmente ausente, escuché cómo mis padres hablaban de la manera extraña y apresurada con la que Uriel se había marchado con los primeros rayos de luz del día.
Unos años más tarde estaba por entrar en la universidad, por fin, después de mi segundo intento por superar los exámenes de acceso. Iba a conocer los resultados por la mañana.
Por… la mañana.
Sonó el despertador a las diez y lo aporreé varias veces hasta que acerté en apagarlo. Estaba estirada bocabajo, semitapada y con el culo al aire en, posiblemente, una de las posturas más sexys que puede adquirir una chica, profanada por estar sin depilar (aún estando ya en el inicio del verano) y el mal olor acumulado en mi habitación de no haberme duchado en días enteros, y todo eso sin contar que tenía unas ojeras que me llegaban hasta media altura de las mejillas. Tuvo que entrar me madre a pegarme unos buenos chillidos, como cada día, para que me levantara, a grito se "¡Vamos, Sofía, que tienes que ir a ver los resultados de los exámenes!" Y, a pesar de intentar aferrarme a mi almohada con todas mis fuerzas, cuando me tiró prácticamente de la cama acabé de despertarme del todo.
Fui a asearme un poco, por encima, viéndome de reojo al espejo. En algún momento había sido la chica más sexualmente deseada por los chicos de todo mi curso del instituto, pero a día de hoy solo era esa friki convertida en un intento de pintora que se vestía con la misma ropa holgada más de dos días seguidos. La verdad era que lo que pintaba no me gustaba demasiado, pero era lo que mejor se me daba entre todo. O al menos eso me había dicho mi psicóloga.
Nunca dije nada a nadie sobre lo que sucedió aquella noche de mi cumpleaños, ni siquiera a mi psicóloga. Mi tío no era una mala persona, y a pesar de que no habíamos vuelto a hablar o no lo había vuelto a ver desde entonces, todavía seguía pensándolo. Al fin y al cabo, estuvo aguantando mis intentos de seducción durante años enteros. Y, al contrario a lo que podrás estar pensando, no estaba traumada por aquella noche. Más bien… todo lo contrario. Pues, desde aquel momento, apenas podía pensar en nada relacionado con la sexualidad sin regresar a mi mente aquel recuerdo. Solo me ponía ver porno de maduritos porque me recordaba a él. A aquella noche. Y el olor de su cuerpo varonil sobre el mío.
Tal vez te parezca raro, pero… en realidad, me encantó cuando se sentó de aquel modo encima de mi cara. El tacto de sus testículos en mis labios, el olor concentrado de su virilidad mezclados con su sudor, sus jadeos bestiales, su fuerza sujetándome los brazos, el calor de su cuerpo entero rodeandome…
Frente al espejo, acudiendo a ese recuerdo, empecé a acariciarme los pechos por debajo de mi camisón. Los pezones endurecidos hacían parecer mi busto un par de tiendas de campaña. Sin pensarlo dos veces me senté en la tapa del váter y me metí la mano en los pantalones, empezando a masturmarme. Aquel olor tan varonil había quedado impreso en mi mente como la epítome de toda mi aspiración sexual. En el tiempo que estuve separada de él, salí con dos chicos, y hasta lo intenté con una chica, pero ni los chicos de mi edad ni aquella chica (aún ser más varonil que los otros dos anteriores) lograron transmitirme una sola porción de lo que sentí aquella noche. De lo que significa tener a un hombre de verdad encima mía. Del placer y felicidad enormes que me indujeron involuntariamente a llorar, provocando que mi tío pensara erróneamente que lloraba de miedo, cuando en realidad estaba abrumada por mis sentimientos hacia él.
Mordí el cuello del camisón para no soltar ningún gemido cuando me corrí en la taza del váter, sufriendo unos largos segundos de espasmos involuntarios de caderas, y me miré mi mano empapada. Suspiré largamente. "Pero… mi cuerpo me traicionó. Y nunca más podré acercarme a él. Nunca más podré verlo sonreír de aquel modo". Me lavé en la ducha, pasando los dedos entre los pelos de mi pubis, haciendo y deshaciendo cuernitos con ellos, y me sequé. Recuperé las braguitas con las que había dormido de entre las sábanas y me puse cualquier pieza de ropa del montón usada una vez (o más) de mi silla, saliendo a la calle con una tostada en la boca. Aún estaba a medio comer cuando se me cayó al suelo al sufrir el ataque directo de los rayos del sol de frente. Parecía que hacía siglos que no salía por la mañana.
Fui a mi antiguo instituto para ver los resultados de mis exámenes. Un aprovado justito, pero aprobado. Mi tutor me felicitó, y yo asentí, lacónica. En la salida unos chavales de primero me señalaban y se reían de mí. Uno decía que olía a vaca y los otros se reían. No era la primera vez que lo hacían. Me planté frente a ellos y estrujé mis senos de manera simultánea. "¡Ya os gustaría tener alguna vez en vuestra vida las urbes de esta vaca, niñatos!" Un profesor cercano dio un respingo al escucharme decir eso, y se me quedó mirando totalmente escandalizado. Me fui sintiendo un extraño orgullo mientras se reían de mí. “Total, no volveré a este instituto de mierda en mi puta vida”.
Después de enseñar las notas a mis padres me fui a mi cuarto, cruzándome en el pasillo con mi primo menor. Él se parecía bastante a mi, y era el hijo de mi tía, quien vivía al otro lado de la calle. Sin embargo ella siempre tenía que estar fuera por trabajo, y de algún modo una estancia que iba a ser de unos pocos meses hasta que encontrara un trabajo mejor y pudiera cuidar mejor de él se convirtió en algo bastante permanente. A mi primo le pasaba algo similar a mi, pues era un hikikomori sin remedio. Se pasaba todo el tiempo que no estaba en el instituto metido en su cuarto, se duchaba una vez por semana obligado por mi madre y se cambiaba de ropa aprovechando esa ocasión.
Lo detuve al llegar a mitad del pasillo, cogiéndole la mano. Él se quedó quieto sin mirarme a la cara. Olfateé alrededor de él. Mi madre, que estaba cerca, nos vio.
- Ya sabes lo que toca, Sofía. Si no te importa, podrías…
- Sí, ya lo hago. Ven, Daniel- y me llevé a mi primo de la mano.
Nos metimos en el baño. Probablemente para mis padres Daniel nunca había acabado de ser aquel niño introvertido y callado que a penas daba problemas, y por eso me pedían que lo ayudara a ducharse, pues si por él fuera estaría meses sin tocar el agua. Pero empezaba a pensar que lo hacía a posta por una sola razón.
- Sofía… - me susurró mientras lo desvestía para ayudarlo a ducharse.
- ¿Hm?
- Te vas a… mojar la ropa…
- Sí, sí… tranquilo. Ahora me la quito.
Me desnudé hasta quedarme en braguitas y sostenes, pero a él lo desnudé totalmente. Me quedé detrás, en su espalda, y lo senté en una palangana. Encendí el agua y le pasé un largo chorro por la espalda.
- ¿Crees que puedes solo a partir de aquí, Dani?- Le susurré.
Vi cómo, después de una breve pausa, negaba con la cabeza.
- Ya imaginaba…
Dejé la alcachofa al lado unos segundos para desabrocharme los sostenes. Me senté en otra palangana justo detrás de él, y me abracé a su cuerpo desnudo. En realidad, todo eso había empezado por mi culpa, hacía unos pocos años. Mientras lo duchaba, lavando su espalda, me fijé en lo anchos que tiene los hombros y me volvió mi tío a la mente. El recuerdo de aquella noche. Casi sin pensarlo empecé a hacer lo mismo que ahora estaba repitiendo, restregando mi pecho y mi cuerpo entero en su espalda. Esta vez, sin embargo, añadí jabón para lavarnos los dos.
Parece que, lejos de lo que imaginaban mis padres de ese niño, le encantaba sentir el cuerpo desnudo y los pezones duros y empapados de su prima favorita.
Sin embargo, todo empezó hace años. Así que la situación ya había escalado hacía tiempo. Deslicé mis manos por su torso, por sus brazos, por su pecho, por su barriga, por sus muslos… hasta que dieron inevitablemente con su polla, dura como una roca. Pasé las yemas de los dedos por encima de los relieves que marcaban sus venas palpitantes. Me mordí el labio inferior. “Mi pequeño caramelito...” pensé. Apoyé la cabeza en el hombro de Daniel y cogí su polla con ambas manos, acariciándola con movimientos asimètricos de lado a lado. Estrujandola, pajeandola, apretandola con dos dedos, lavandola bien con jabón.
- Si quieres ducharte bien hay que sacar toda la suciedad… de cada rincón- le susurré al oído a la vez que le apretaba la polla, y él se estremeció. Tan mono.
Le aclaré el jabón y me levanté para situarme frente a él. Como siempre estaba temblando y quieto, dejándose hacer, pero totalmente ruborizado. Me arrodillé ante él y apoyé mi mejilla en su pierna derecha, quedando a pocos centímetros de su palpitante miembro (para nada pequeño, por cierto). Suspiré aparentando molestia.
- Empiezo a pensar que no te duchas solo por estas cositas que hacemos, Dani… y eso está muy mal.
Le di vueltas a su prepucio con la punta de mi dedo. Él apartó la mirada a otro lado. Sonreí y le di un beso a la punta de su polla. Empecé a besarla toda, de arriba abajo. Intenté oler sus testículos, pero, como había pasado en otras ocasiones, no olía ni de cerca como los de mi tío. Saqué la lengua y subí hasta regresar a su prepucio, y apoyé mis labios en el mismo. Lo miré a los ojos, compartiendo miradas. Empecé a bajar, apretando bien los labios. Me encantaba verlo estremecerse cuando me metía su polla en la boca tan poco a poco. Llegué hasta la mitad y me ayudé de mi mano para empezar a pajearlo, por supuesto sin dejar de chupársela.
- ¡Sofi…!
- Está bien- dije, apartando la boca un solo segundo- solo por hoy, puedes acabar dentro.
Aunque ya hacía meses que decía eso de "solo por hoy". Apenas volvía a metérmela en la boca cuando lo sentí explotar. Su polla emitía fuertes pulsos y en mi lengua notaba chocar chorros enteros de su semen, inundando poco a poco mi boca. Después de esperar unos largos segundos, pajeándole muy lentamente para ordeñarlo bien ordeñado, cuando estuve segura de que había terminado apreté los labios y me la saqué de mi boca. Me senté bien recta en el suelo y, sin dejar de compartir miradas con él, tragué una, dos y hasta tres veces. Me relamí los labios.
- Te… ¿te lo has tragado? ¿Todo? Es la… la primera vez que…
Me llevé el dedo índice a los labios, guiñandole el ojo. Le sonreí.
- Solo por ser hoy.
Por la noche estábamos cenando, cuando mis padres me. comentaron algo.
- Sofía, empezó a decir mi padre- hemos visto las universidades a las que podrías ir, y la mejor es la. autónoma de la ciudad vecina. Está en sus afueras.
- Pero está muy lejos eso, no puedo ir y volver cada día…
- Lo sabemos- siguió mi madre- Por eso hemos. pensado que… bueno. Tu tío tiene su granja cerca de allí. Muy cerca, la verdad.
¿Qué…?
- Así que, hemos hablado con él. para preguntarle si podías quedarte allí una temporada, al menos hasta que encontrásemos un piso en la propia ciudad.
¿Qué?
- Y dice que lo tendrías que ayudar con sus gallinas y sus caballos, pero que estaría encantado de tenerte allí viviendo con él.
¡¡¿QUÉ?!!
- Así que, ¿qué nos dices? ¿Te gusta la idea? ¿Pasar unos meses con tu tío? Podrías ir el mes que viene y pasar también el verano para habituarte al estilo de vida de una granja.
- Bueno, sí, si no hay más remedio… - respondí, tratando de ocultar el temblor que se había apoderado de mis manos.