Competición entre hermanas (parte ii)
Ella empieza a apostar mucho más fuerte para ganarse el corazón de papi.
Noto la cabeza de su polla embocando en mi ano. Aprieto con fuerza la sábana y sé que pronto, como en los peores chistes, el dolor de la polla de papi me hará morder la almohada. Su respiración es terrible. Es como si me quemase. Noto la cabeza entrando. ¿Se puede aguantar tanto dolor? Ya estoy mordiendo la almohada y no me alivia. Mis gemiditos se vuelven roncos, casi continuos. No quiero renunciar al mínimo alivio que me ocasionan ni para respirar. Papa me tranquiliza. “Shhhh, cariño, tranquila. Papa te quiere mucho. Te quiero mi niña. Te quiero. Te quiero. Te quiero” Y me tranquiliza. Al fin y al cabo para eso estoy haciendo esto. Para que papi me quiera. Para que me quiera más que a ella. Noto su polla. No pensé que fuese tan gruesa. No lo parecía en mis manos. Es como si me metiesen una botella de champán por ahí. Se me cae hasta una lágrima. Estoy en tensión y esa cosa sigue entrando. Ella no haría esto por ti papi. No lo haría. Yo sí. “Tequierotequierotequiero” le oigo. Yo también papi. Por eso hago esto por ti. Pronto noto como me besa en la cabeza. Noto todo su peso sobre mí. “La tienes toda mi vida”. Y yo me siento orgullosa. Siento el pelo de sus huevos rozar mis suaves muslos. Si. Papi la tengo toda. Tengo a Papi.
Y el camino ha sido largo.
Aquel mismo día, cuando Papa se levantó de la siesta, salí de golpe de mi habitación y choqué con él. Noté su erección culpable y procuré apretar mis tetas contra él. Quería que las notase. Tetas pesadas, maduras, cálidas y plenas. No los ridículos botoncitos de mi hermana. Estas son unas buenas tetas papá quería decirle. Y también están en casa. Se las apreté todo lo que pude. Y él se apartó rápido. Sin darle importancia. Quizás avergonzado por su erección con la que me había rozado.
Tendría que aumentar la dosis.
Me inclinaba sobre él en la cocina, con grandes escotes y sin sujetador. Repetía una y otra vez el falso juego de chocar contra él.
Pero nada.
Esto me humillaba. Amplificaba lo insultos de mis compañeras de colegio y la indiferencia de mis compañeros. Necesitaba sentirme bonita. Necesitaba atención. Necesitaba ser deseada. Y lo más lógico era empezar por quién tenía más cerca.
Un día ella no estaba. No recuerdo porque. Mi padre se fue a la cama a dormir la siesta, y sin preguntar, me fui con él. Si le sorprendí, no dio muestras de ello. Cuando me tumbé a su lado me evitó. Pero fui cruel y exigente.
“Abrázame papi. Como a ella”.
Cuando lo hizo, guardó la distancia. Empujé mi culo hacia atrás hasta choca con su paquete, y cogí sus manos para colocárselas sobre mis peras. No es por presumir, pero tengo unos pechos grandes y pesados. Hizo un gesto de resistirse, pero se las apreté. Como no notaba su erección, empecé a frotarme contra él. Su resistencia fue breve. Noté su erección que aumentaba. Noté como apretaba mis pechos. Sus manos se volvieron codiciosas.
Al día siguiente mi hermana salió llorando de su cuarto. El salió también muy avergonzado. Me miró con ojos turbios y yo le miré con ojos sabios.
“Ella no puede darte lo que yo”.