COMPETICIÓN ENTRE HERMANAS (Parte I)

Una hermana mayor celosa está dispuesta a ganar definitivamente el cariño de papi. Quiere portarse tan bien que papi se olvide de su preciosa hermanita menor.

Estoy tumbada en mi cama y no puedo soportar la mirada sorprendida de mis peluches. Sólo llevo puesta una camiseta. Nada más. Y un hombre adulto tantea con sus dedos empapados de mi crema hidratante favorita la estrechez prometedora de mi ano virgen. Es peor de lo que parece. Mi otro orificio también es virgen. Pero de algún modo perverso él entiende que es esa virginidad la que debo perder primero. Quizás porque luego me resultará más fácil reservársela. Que esa parte de mi permanezca como siempre suya. Quisiera esconderme detrás de mis gafas, de mi pelo moreno. Pero no puedo. No puedo esconderme en ningún lugar de él. Y no puedo por muchos motivos, pero sobre todo porque yo he provocado esta situación. Se me escapa otro mugidito, y el continúa con más cuidado. Le fascina la elástica resistencia de mi esfínter. Siento su respiración agitada y presiento por su calor y tensión la enorme erección que quiere introducir dentro de mi minúsculo agujerito. Me muero de vergüenza. Mis peluches están horrorizados. Seguro que no soy la primera chica que deja que un hombre mucho mayor que ella se ponga las botas con su culo. Seguro. Pero es que no es solo un hombre mucho mayor que yo. Es mi padre. En nuestra casa. Aprovechando que mi hermanita pequeña y mi mami se han ido al médico. Ayer casi no pude dormir sabiendo que esto pasaría. Que en cuanto ellas se fuesen papa vendría a mi habitación para desvirgarme el culo, para follarse a su hija y correrse dentro de mí. Y papi tenía que venir porque yo se lo había pedido. ¿Cómo había llegado yo a pedirle tal cosa? En realidad tiene mucho que ver con mi hermanita pequeña. Como siempre.

Yo era una niña normal. Buena, obediente, callada, sumisa. Era la reina de mi casa, vivía entre mis peluches y mis libros, mis sueños y las atenciones de mis padres. Con mis gafas, mi torpeza, una cierta obesidad, no era precisamente muy popular. Encima leía libros. Hoy en día ser friki es mainstream. Hoy en día se pueden llevar libros en la mano, hablar de hechiceros y de fantasía. Entonces no. Y eso me aislaba. Por eso me refugiaba en mis padres. Eran mis mejores compañeros de juegos.

Hasta que llegó ella.

Yo nunca había destacado por mi atractivo. Pero mi hermana era preciosa desde el mismo día de nacer. Mis padres insistían en que no debía tener celos, pero su interés por ella era agobiante. Y al crecer, mi hermana demostró la bovina actitud, la felicidad permanente y la ausencia de personalidad que hacen de una niña la pasión de sus familiares. Encima, seguía siendo preciosa. Este dato quizás podríamos pasarlo por alto, pero tiene mucho que ver con lo que a continuación empezó a suceder, y mezcló en mi cerebro un cacao de celos, de complejo de princesa destronada y de necesidad de agradar que explica que me encuentre ahora con las bragas en los tobillos y la polla de mi padre a punto de partirme en dos. Al fin y al cabo no hay mejor cuña que la de la misma madera.

Yo era mayor que ella, como ya he contado, así que cuando ella empezó a desarrollar (Asquerosamente pronto. Que sucia puede ser la naturaleza) los rasgos de un cuerpo llamativo y seductor, cuando empezó a llamar la atención de todo taxista, dependiente o profesor, yo ya hacía tiempo que tenía tetas y que interrumpía largas tardes de lectura de Stephen King para ocasionales alivios digitales ante las escenas más turbadoras. Eso sí, en cuanto a ella le aparecieron unos ridículos botoncitos, no había tío que no se la quedase mirando. Yo, con unas tetas vacunas, sólo noté la atención de mi padre el día que le dijo a mi madre que vaya sujetadores de monjita se estaba comprando…que no es lo que una espera escuchar de un hombre, aunque sea su padre.

El caso es que el encaprichamiento de mi padre con su nenita era tan obvio y tan constante que yo ya desconectaba de aquella historia. Hasta el día en que durante un veraneo en la sierra vi algo que explicaba muchas cosas.

Aunque ya era indecoroso por la edad que tenía, mi padre seguía tratando a mi hermanita como a una niña pequeña, algo que su físico ya empezaba a desmentir. La sentaba en sus rodillas para comer, la achuchaba cada vez que la veía, veían la tele abrazados…Y hasta dormían la siesta juntos…No sé porque pasé aquella tarde calurosa junto a su puerta, pero el caso es que lo hice, entre en el baño…y descubrí que se habían dejado la puerta entreabierta en un ángulo que me permitía espiarles si movía el espejo del armario del baño del modo adecuado. Supongo que algo dentro de mí me anunciaba lo que iba a ver. Pero no, creo que nada podía prepararme para aquello. En la cama, mi padre abrazaba a mi hermana. Pero la abrazaba con sus manazas colocadas sobre sus pechitos y con su paquete bien apretado contra su culito. ¡No podía ser! Yo tenía que estar imaginando cosas.

Pero no.

Empecé a espiarles cada vez más, y supongo que mi hermana tenía que ser retrasada mental, porque yo a su edad ya había sobado algún paquete y visto alguna polla. Entendía más o menos el procedimiento. Y lo que mi hermana se dejaba hacer sólo se podía justificar de una forma: Aquella zorra consentía en ello para seguir teniendo a papá comiendo de su mano.

El argumento era más o menos igual todos los días. Mi madre se iba a ver la tele. Ellos decían tener sueño y se iban a la habitación. Ella fingía dormirse a toda prisa, y mi padre aprovechaba para alguna diablura. Al menos hasta lo que yo pude ver, nunca nada excesivo. Como para que ambos pudiesen realizar luego una negación creíble y plausible. Con mucho cuidado mi padre le bajaba las braguitas si llevaba falda, y colocaba sus palmas sobre sus preciosas nalgas. Sin amasar. Sin acariciar. Solo para notar su piel. Si llevaba pantalones, a veces se bajaba el los calzoncillos, y colocaba su polla contra el culo de mi hermana. Le subía la camiseta para verle los pechitos. Se abrazaba fuerte a ella. Supongo que mi padre debía tener un dolor de huevos considerable, o que luego se cobraba el calentón con mi madre. Pero en todo caso me parecía algo bastante lamentable.

Y sobre todo muy sucio. Muy injusto. Muy egoísta por parte de mi hermana.

Yo seguía siendo su hija. Y al fin y al cabo mi hermanita me había robado a mi padre. De alguna forma, algo terrible dentro de mi encajó en sus engranajes y puso un mecanismo diferente a funcionar.

Era mi turno.