Compatibilidad laboral

Es horrible trabajar un sábado por la noche, cuando todo tu cuerpo está interesado en millones de cosas que no tienen nada que ver con trabajar un sábado por la noche.

Trabajar los sábados es una mierda y para el que quiera saber por qué, se lo puedo explicar muy rápidamente. Porque es sábado. Porque es de noche. Porque es sábado por la noche y tú estás trabajando. Porque todo el mundo está de fiesta y tú estás trabajando. Porque no sé por qué los sábados son los días en los que tienes especialmente ganas de pillar a alguna chica y llevártela a tu casa para echar un buen polvo. No se por qué. No sé por qué los sábados en particular. Probablemente porque el cuerpo, aparte de un reloj biológico que te hace despertar más o menos todos los días a la misma hora, tiene también un calendario biológico, que te dice, más o menos, cuáles son los mejores días para ponerte cachondo, un calendario biológico que tiene la experiencia adquirida de que los sábados son los mejores días para follar. Mi calendario biológico es muy claro. Sabe que los sábados no le gusta quedarse en casa viendo películas o salir por ahí para tomar dos cervezas y cruzar cuatro gilipolleces con los amigos.

Los sábados mi calendario biológico quiere follar. Los sábados mi calendario biológico le pega un telefonazo a mi polla y le dice "Eh, colega, buenas noticias, hoy es sábado. ¿Estás preparada? Hoy es día de follar". Entonces mi polla se pone como loca, cachonda perdida. Deja todo lo que está haciendo -que tampoco es gran cosa la verdad,  es una polla, no esperaréis que se vaya a jugar al esquash-, le da un telefonazo al cerebro y le dice "Eh, tú, cerebro, pedazo de cabrón, buenas noticias. Me ha pegado un telefonazo el calendario biológico. Ese cabrón pervertido me ha dicho que es sábado. Por fin es sábado. Así que pon a trabajar esa parte oscura y cachonda que tienes y vete pensando alguna forma para que hoy podamos echar un buen polvo. Desde que me ha dado el toque el calendario biológico no puedo pensar en otra cosa ¿sabes? Estoy deseando encontrar un coño húmedo en el que meterme y sé que tú también, cerebro, cabronazo. Te encanta toda esa mierda de ver a las tías gritando y retorciéndose. Si fuese por mí no le daríamos tantas vueltas al asunto, ya lo sabes, pero, en fin, somos un equipo. De todas formas, vete pensando alguno de esos planes retorcidos que tramas los fines de semana, porque te juro que estoy que me muero por zambullirme en un buen coño húmedo". Entonces el cerebro contesta "Polla, pedazo de mierda. Todos los fines de semana igual. ¿Por qué me lo has recordado? Estaba tan tranquilo aquí, pensando en mis cosas y ahora voy a estar todo el puto día dándole vueltas a lo del sábado? ¿Por qué nunca te acuerdas de que ahora trabajamos los sábados, pedazo de mierda? Ahora vamos a pasarnos el día cachondos perdidos para nada. ¿Sabes qué, que te jodan? Sólo me llamas cuando quieres echar un polvo y luego soy yo el que tiene que hacer todo el jodido trabajo. Tú te limitas a meterte dentro de un coño, darle cuatro sacudidas y te llevas todo el jodido mérito. ¿Te crees que un polvo se consigue así como así? ¿Te crees que eres tú el que pone esos coños húmedos para que puedas entrar a hacer tu trabajo? Pues no, señor. Eso exige que yo ponga a trabajar todo el puto cuerpo ¿sabes? Las manos y también la lengua. Todos nos matamos a currar para que tú puedas hacer tu puta entrada triunfal y tú ni siquiera eres capaz de acordarte de que los sábados trabajamos cuando te llama el imbécil ese del calendario biológico. ¡¡Vete a la puta mierda!! !!Id los dos a la puta mierda de una putísima vez!!"

Me váis a tener que perdonar el lenguaje, pero es que mi cuerpo trabaja así. Ya habréis comprobado que el cuerpo humano es, fundamentalmente, una cosa sucia y maleducada que tenemos que estar controlando constantemente para que no nos deje en mal lugar o incluso para que no acabemos en la carcel. El otro día, por ejemplo, yo iba en el autobús y se puso a mi lado una tía espectacular. Una morena con un cuerpo que, qué queréis que os diga, yo no soy un tipo religioso, pero esto convencido de que si dios existe y ha hecho algo así sólo puede ser porque tiene un interés especial en que ese cuerpo eche polvos tremendos y riegue el mundo de felicidad como un rey mago riega las calles de caramelos durante la cabalgata. Pues bien ¿qué creeis que quería hacer mi sucio y perverso cuerpo con aquella chica? No os lo váis a creer, pero quería follársela. Allí mismo, en el autobús. Quería por todos los medios sentarla encima de la polla y moverla hasta que se corriese. Y hasta se puso a izar la polla, mientras el cerebro gritaba escandalizado "¡¡Pero qué estáis haciendo, pedazo de animales!! ¡¡Queréis que acabemos todos en la carcel!! Bajad esa maldita polla de una maldita vez.  Y tú pierna, levántate un poco a ver si conseguimos disimular un poco esa jodida erección. Mierda, sois peor que animales. No se os puede dejar solos ni un segundo."

Los sábados mi cuerpo y yo nos hemos puesto a trabajar en una empresa de transportes nocturnos. Nos dedicamos a transportar paquetes a horas a las que nadie, quiere trabajar. Es un trabajo de mierda, pero es lo que hay y ahora mismo es lo que tengo para ir tirando. La parte buena es que el trabajo es bastante relajado. Normalmente mi ruta no dura más de cuatro o cinco horas y, como mi jornada es de ocho, tengo tres o cuatro para hacer el vago en la oficina. Aunque en la oficina no hay mucho que hacer suelo aprovechar para leer. Tengo seis o siete compañeros, pero casi nunca coincidimos. Mi ruta es, de lejos, la más corta de todas y soy el único que disfruta de esas tres o cuatro horas extra. Esto nadie lo sabe, claro. El jefe piensa que mi ruta me exige las ocho horas que me paga. El resto de compañeros sospechan que yo necesito algo menos de tiempo, pero son buena gente y nadie le dice nada al jefe, así que yo me puedo pasar tres o cuatro horas leyendo cada noche antes de que llegue la hora de fichar.

De todos mis compañeros mi favorita es leticia. Leticia es nuestra compañera más joven. Demasiado joven, quizás. Tiene diecinueve años y está estudiando para ser psicóloga. Leticia es un encanto de chica. A todos nos tiene colados y no sólo porque esté muy, pero que muy buena. También porque Leticia es una de esas personas que tienen la capacidad de caminar por la vida como si la vida fuese un lago y ella una barca, como si todo fuese un medio para el que ella estuviese especialmente diseñada. Leticia camina como si flotase y flota como si estuviese abriendo el agua. Cuando le hablas te mira con sus ojos inmensos y es imposible no estar un poco enamorado de Leticia.

Además tiene un culo perfecto.

Siempre que puedo remoloneo un rato para fichar e irme a casa, porque Leticia tiene la ruta más jodida de todas. Si yo tardo tres o cuatro horas menos de lo estipulado en hacer mi ruta, Leticia siempre llega justa o tarda un poco más. Como todos, seguramente Leticia sabe que mi ruta es un poco más corta, pero nunca se ha quejado ni mucho menos le ha dicho nada al jefe. Al fin y al cabo, no es que yo pudiese hacer nada de su ruta ni nada por el estilo. Si el jefe se enterase de algo lo más seguro es que me asignase un par de zonas más o hasta buscaría la forma de ajustar las rutas lo suficiente como para tener la excusa ideal para prescindir de alguien. Aún así, en este mundo hay gente lo suficientemente imbécil como para que avisar al jefe en circunstancias como estas.

Por eso, de todos los compañeros que esperaba encontrarme en la oficina aquel día, Leticia estaba de última en la lista. Cuando llegué había tardado cuatro horas y media menos de lo normal en hacer mi ruta. Un nuevo record. Vi la luz encendida y, la verdad, en ese momento pensé que quizás el jefe se habría pasado por la oficina. Me jodió bastante, porque supose que iba a tener que darle un montón de explicaciones e iba a tener que inventar un montón de mentiras para justificar que mi ruta de ocho horas hubiese terminado cuatro horas antes de lo previsto, así que me llevé una doble alegría cuando entré y vi a Leticia jugueteando con el móvil.

-Buenas noches.

Leticia escondió el móvil y unos papeles que tenía encima de la mesa y me miró con sorpresa. Supongo que no me había oído llegar y que lo primero que se le pasó por la cabeza al oirme saludar también fue que era el jefe el que llegaba y que iba a tener que dar un montón de explicaciones e inventar un montón de mentiras para justificar lo que hacía allí. Me sorprendió ver a Leticia sorprendida. A pesar de que es muy joven, es una de esas personas que siempre dan la impresión de estar preparadas para cualquier incidente.

-Buff, eres tú.

-¿Qué haces tú tan temprano? ¿Ha pasado algo?

-No, no, bueno... Hoy... he conseguido arreglarlo para acabar un poco más temprano.

-Bastante más temprano.

-Sí.

-¿Has descubierto un atajo secreto?

-Bueno, algo así.

Noté que Leticia todavía estaba agitada por la sorpresa, así que la dejé un rato en paz. Me fui a la máquina de bebidas del fondo mientras la vigilaba por el rabillo del ojo. A medida que se recuperaba de la sorpresa, Leticia volvió a su papel de mujer eternamente tranquila. Colocó los papeles encima de la mesa. Yo saqué una lata de bebida para ella y me acerqué a donde estaba.

-Pues me has descubierto -Leticia volvía a ser toda tranquilidad. La mujer dueña de la Luna.

-Parece que sí, aunque no sé con qué.

-Te voy a contar un secreto. Mi ruta no es tan larga, la verdad. Los primeros días sí me costaba un montón pero... son pocos envíos, en realidad. S uno se organiza bien y no hay muchas entregas... se cubre rápido. Hace dos o tres meses me di cuenta, pero pensé que si lo decía me pondrían un montón de zonas nuevas y, bueno, la verdad es que este tiempo me viene muy bien para estudiar.

-¿Pero cómo es que no te he visto nunca por aquí?

-Sabía que tú terminabas antes y no quería que nadie lo supiese, así que, lo que hago, es salir con todos los demás a la ruta, pero doy la vuelta a la manzana y me vuelvo a meter. Me paso un par de horas estudiando y luego vuelvo a tiempo para fichar. Oye, y ¿tú siempre acabas tan temprano?

-No, qué va, es un nuevo record. ¿Y cómo es que todavía sigues aquí? ¿Te va a dar tiempo a hacer la ruta?

-No, hoy he cambiado el orden. Tenía que entregar un paquete a primera hora casi al extremo de la ruta, así que he ido primero y pensaba aprovechar para estudiar ahora. No creía que llegase nadie hasta dentro de un par de horas.

-Pues parece que vamos a tener que guardarnos el secreto.

Leticia me sonrió con esa sonrisa suya, que es a la vez toda inocencia y toda seguridad. Nos pusimos a charlar. Me contó que ya había terminado los exámenes y que estaba repasando. Me habló de lo que estaba estudiando. La psicología nunca me ha parecido demasiado interesante, pero era difícil no prestarle atención a Leticia. Aunque a mí la psicología siempre me han parecido patrañas y me lo siguen pareciendo estaba claro que Leticia era una estudiante aplicada. Cuando explicaba la teoría de algún sueco que opinaba que la mente del hombre es como una esponja, no hablaba con generalidades, sin que explicaba los conceptos con precisión, como si estuviese leyendo un libro o, mejor, como si lo estuviese escribiendo. No recitaba, explicaba con su naturalidad de siempre. Tengo que decir que era realmente agradable. Tanto que mi cerebro se dejó distraer por la charla. A pesar de que Leticia está muy buena y de que estábamos a solas, mi cerebro no atendió a ninguna de las llamadas del resto del cuerpo, que seguramente estaban deseando lanzarse sobre Leticia imitando el patrón de comportamiento de algún documental de animales. Por lo menos durante un rato.

Lo que sucedió después fue la demostración absoluta de que el cuerpo humano es un asqueroso saco de basura y maquinaciones, tan repleto que sólo hace falta un pequeño pinchazo para que se abra en canal y todo se desparrame. Leticia acabó su lata de bebida y se ofreció para ir a por otra. Cuando se levantó y se dirigió a la máquina yo estaba perfectamente tranquilo. Todos los sistemas bajo control. Sí, le eché una ojeada a su trasero, pero no sucedió nada que no pudiese controlar. Entonces pasó. La lata de Leticia se quedó atascada en el cajón. Leticia se inclinó y empezó a forcejear con ella y mi cerebro recibió una llamada fulminante.

Pene (la voz se oye a través de un altavoz): RRRRRRRRRRRRiiiiiiiiiiiiiiingggggggg. Atención cerebro, atención cerebro. Le habla el pene. Hemos tomado la nave, repito, hemos tomado la nave. Considere este un motín. Nos hemos hecho con los mandos. Tenemos el apoyo de las extremidades superiores y nuestros contactos en las inferiores afirman que no dudarán en ponerse de nuestro lado.

Cerebro: ¿Se puede saber qué cojones está pasando?

Pene: Mecago en la puta cerebro. ¿Se puede saber en qué estás pensando? Todo el cuerpo se ha puesto de acuerdo. No eres un representante válido de nuestra voluntad. Cerebro, hemos dejado de reconocerte como nuestro lider. Por el amor de Dios cerebro. ¿Has visto qué culo?

Cerebro: Si bueno, pero... esto... ¿qué váis a hacer? Esto no puede ser, no funciona así. Vamos a acabar mal. Haced el favor de comportaros. Podemos intentar concertar con el objetivo una cumbre para entablar un diálogo en el que...

Pene: Cerebro, su mando ha sido revocado, repito, su mando ha sido revocado. Acabamos de contactar con las extremidades inferiores. Nos apoyan al cien por cien. Puede trabajar con nosotros o será confinado en aislamiento.

Cerebro: Pero, yo... pero...

Mientras el idiota del cerebro vacilaba notaba cómo los pies se ponían en marcha. Los ojos no dejaban de mirar el cuerpo de Leticia. Precioso, hipnótico, imposible. Me coloqué detrás de ella. Su culo perfecto a pocos centímetros de mi mano.

Pene: Atención, mano, vamos a iniciar en contacto, diríjase a nalga derecha. Movimiento suave, caricia rotatoria en el lateral. Proceda.

Cerebro: ¡Estáis locos! ¡Estáis todos locos!

Pene: Mano derecha, ha recibido una orden directa. Proceda.

Efectivamente, mi mano se dirigió a la nalga derecha de Leticia. La vi acercarse como si fuese la mano de otra persona. La vi colocarse encima y acariciarla suavemente, con la yema de los dedos. En el mismo momento del contacto el pene se levantó, exultante, nuevo caudillo de mi cuerpo. El cerebro observaba atónito, esperando lo peor. Leticia me miró. Leticia, reina del agua. Leticia, la que navega contra el viento. Leticia me miró sin sorpresa. Me miro y sonrió, sin burla ni coquetería. Se puso de pie. Se acerco a mí. Me colocó las manos en los pectorales y las deslizó lentamente por mi abdomen hasta dejarlas a los lados. En mi cuerpo cundió la exaltación.

Pene: Dios mío, lo hemos conseguido.

Cerebro: Joder,sí. ¡Joder sí!¡¡JODER SI!!

Pene: Preparen todos los sistemas. ¡Vamos a entrar!

Cerebro: Pero qué cojones haces, pedazo de bestia. No tienes ni puta idea de cómo se hacen estas cosas.

Pene: Cierra la boca, asqueroso listillo. Si fuese por ti seguiríamos en la mesa como imbéciles.

Cerebro: Mierda, lo sé, pero ahora me necesitáis. Soltadme. Sabéis que me necesitáis. Soy el único que puede hacer estas cosas.

Pene: Joder. Puta mierda. Creo que tienes razón. Está bien. Cerebro, puedes operar, pero te mantenemos vigilado. Tienes acceso limitado a las manos y la boca. No intentes nada raro.

Cerebro: ¿Nada raro? ¿Estáis de coña? ¡Me muero por empezar.

Pene: Pues vamos a ello. ¡¡Vamos a echar un buen polvo!!

Cerebro: ¡Síii!

Resto del cuerpo: (a coro) ¡¡¡SÍIIIII!

Lo que vino a continuación lo considero una de las obras maestras de mi cerebro. El resto de mi cuerpo lo considera también así y estarán eternamente agradecidos por su arranque de imaginación y eficacia aquel día. El cerebro le ha jugado más de una mala pasada, pero, para cada célula de mi cuerpo, el cerebro será para siempre el director de operaciones de aquel glorioso polvo de oficina.

Levanté la mano hasta la cara de Leticia. Le pasé el dorso por la mejilla y, cuando llegué a la oreja, le sujeté el lóbulo con dos dedos. Lo acaricié lentamente. Leticia cerró los ojos. Aquello le gustaba. Aparté su pelo, acerqué la boca y empecé a besarle el cuello, muy lentamente, mientras la empujaba hacia la máquina de refrescos. Comenzé a pasar los labios por el dulce cuello de Leticia. Los hice subir lentamente, en besos minúsculos. Leticia inclinaba el cuello. La oía gemir suavemente y entonces pellizqué levemente la piel con los dientes. Las manos de Leticia se aferraron a mi. El lento gemido que acompañaba mis besos se levantó en un jadeo suave. Deslizé la lengua por detrás de su oreja y empecé a lamer el lóbulo. Sentí las manos de Leticia subiendo por mi espalda. Una llegó hasta mi cabeza, suplicando que siguiese por el camino que habíamos empezado.

Deslizé el lóbulo de Leticia entre mis dientes. Alterné caricias y suaves mordiscos mientras mis manos bajaban por su cuerpo. Las coloqué en su cintura y luego giré hasta acariciar lentamente su culo. El cuerpo de Leticia empezó a agitarse. Ya no eran gemidos y jadeos. El placer empezaba a derretirse por su cuerpo. Bajaba por su cintura y tomaba el control. El cuerpo de Leticia se agitaba. Sus caderas buscaban mi cuerpo. Su piel mi piel.

Giré a Leticia. La puse frente a la máquina. Me arrodillé detrás de ella y empecé a bajarle el pantalón. Primero lo bajé hasta dejar descubierto su culo. Empecé a besarlo suavemente, manteniendo la táctica de alternar besos y mordiscos. Pasé delicadamente la lengua entre sus nalgas, sobre tu tanga, mientras iba deslizando poco a poco el pantalón por sus piernas. Luego repetí el movimento con el tanga. Los deslicé suavemente por sus piernas, mientras dejaba que mi lengua la acariciase lentamente. Oí a Leticia gemir: "Fóllame"

Pene: Has oído eso??? Me está llamando. ¡¡Vamos!!

Cerebro:Maldita sea, ¿Quieres dejarme hacer mi trabajo?

Volví a girar a Leticia. Dejé su sexo frente a mi. Acerqué un dedo y empecé a acariciarla lentamente. Leticia cerró los ojos. Su sexo era húmedo y suave. Comencé a delizar mi dedo arriba y abajo. Asomándolo a su interior, sin penetrarla. Cada vez que subía o bajaba Leticia se agitaba más y más. Era evidente que no tardaría en correrse. Me gustaba verla así. Acercándose al límite del éxtasis. Entregada, totalmente entregada. Continué subiendo y bajando el dedo, suavemente por su sexo. Luego lo coloqué sobre su clítoris. Leticia estaba tan húmeda que sabía que no tardaría en correrse. Busqué el lugar indicado, lo acaricié un par de veces y el cuerpo de Leticia se electrificó en un orgasmo. Mientras se corría vi sus rodillas vacilar. Me puse rápidamente en pie. La sostuve y la coloqué frente a la pared. La besé. Ya no con delicadeza, sino con pura pasión. Nuestras bocas se unían, nuestras lenguas luchaban. Mientras el orgasmo retumbaba en el interior de Leticia el deseo ardía más y más.

Me bajé el pantalón y el calzonzillo con una mano, sin dejar de besarla. Luego puse las manos en su culo y la levanté mientras introducía mi pene en ella. Leticia gritaba, se sujetaba a mi. Coloqué sus piernas alrededor de mi cintura y empecé a moverla a lo largo de mi pene. Dentro y fuera, dentro y fuera. Su cuerpo se agitaba mientras el mío la embestía más y más deprisa. Noté sus manos clavándose en mi espalda. Se retorcían contra ella buscando un lugar al que aferrarse. Me acercaban más y más a ella.

Si, sí, siiii

Entonces la espalda de de Leticia se arqueó hacia atrás. Fue un movimiento tan rápido y tan inverosimil que estuve a punto de caer. Sus ojos estaban en blanco y lanzó un largo gemido. Era una imagen extraña pero, al mismo tiempo, tan sensual, que no pude soportarlo más. Me corrí. Leticia colocó las manos en mi pecho mientras me corría dentro de ella. Luego hizo girar sus caderas, buscando alargar más el éxtasis. Estaba sudada, preciosa, perfecta. Leticia, la madre del viento.

Pene: Joder. Joder. Joder. ¡Vaya polvo! Cerebro, estamos enamorados de esta chica.

Cerebro: Eh, eh, no tan deprisa. No nos van esos asuntos. Ahora estás como siempre después de un polvo, pero luego sales a la calle y quieres follarte hasta las farolas.

Pene: Joder, joder, joder.

Cerebro: ¿Es que no sabes decir otra cosa?

Pene: Joder, joder, joder.

Cerebro: La verdad, me gustaría poder ser tan feliz como este hijo de perra.

Reloj biológico: (entra por la puerta) ¿Se puede saber qué es todo este ruido? ¿Sabéis qué hora es? Intento dormir.

Cerebro: Bueno, por lo menos parece que no soy el más imbécil de este sitio.