Compartiendo piso,y más,con mis tres compañeras(I)

Sin saber realmente lo que era el sexo, la aparentemente aburrida noticia de que compartiría piso de estudiante con tres chicas más mayores que yo resultó ser la más maravillosa experiencia sexual que podría haber imaginado.

Sé que os podrá parecer todo este relato un maravilloso cuento sexual pero os garantizo que fue el regalo de bienvenida que me hizo la vida a los 18 añitos recién cumplidos y que no valoré del todo hasta años después ¡cuando ya solo era un recuerdo con el que disfrutar y que me sirvió para “recrearme” (ya me entendéis) mil veces!

La casualidad hizo que mi primer año de carrera en Coruña la fuera a hacer compartiendo piso con tres chicas que por entonces me parecieron muy mayores… finalizaban sus carreras y yo, recién salido de mi pueblo, llegaba como el niño entre mujeres. Había sido un alojamiento de urgencia pero lo que no imaginaba es que acabaría siendo un sueño.

La primera alegría fue descubrir que mis tres compañeras eran realmente guapas. Una de ellas, Lara, era más alta que yo, con unas facciones de cara muy atractivas, llamativa cabellera rubia y unos ojos inmensos; tenía un cuerpazo que era grande pero a la vez muy bien proporcionado, buenas caderas, pechos imponentes y unas largas piernas que gustaba lucir con minúsculas minifaldas. Asun en cambio era bajita, con una carita preciosa, morena de ojos claros y aunque no llamaba la atención como Lara sabía sacar partido a sus pechos de los que dejaba ver el canalillo bien apretado que le hacía el llevar sensuales sujetadores de encaje. Mi debilidad sin embargo fue desde el principio María José, morena de pelo rizado, estatura mediana como yo, un culo precioso y risa encantadora a la vez que tentadora, también ella lucía bien sus pechos ya que usaba camisetas ajustadas que más de una vez marcaban sus pezones, una situación que me hacía perder el sentido y que obligaba a mirar al techo para evitar hacer el ridículo en su presencia.

El piso que compartíamos era muy amplio y luminoso, cada uno teníamos nuestro propio cuarto. Recuerdo que hasta dos semanas después de llegar no salió un buen sol de septiembre y fue entonces cuando me comentaron que en el cuarto de María José les gustaba tomar el sol tranquilamente durante un par de horas por la tarde ya que entraban los rayos en toda la habitación y allí nadie les veía desde los pisos cercanos. Me propusieron que yo también fuera a broncearme y, al ver que se lo hacían en bikini estuve pensándolo pero, total, ya las había visto así muchas veces en la playa y les dije que no… ¡no sabía que en realidad los bañadores los usaban por estar yo con ellas!

Pero quiso la casualidad que una semana después , cuando aún seguía el buen tiempo, perdí el autobús para mi pueblo y tuve que volverme al piso ese viernes por la tarde entrando sin avisar. Pasé despreocupadamente por delante del cuarto de Maria José, que era el anterior al mío, y fue cuando me quedé atónito al descubrir una visión que nunca olvidaré: las tres estaban tomando el sol ¡en topless! Seis pechos, seis, lucían delante de mí. En estas notaron mi llegada y rápidamente se cubrieron al momento con lo que pudieron. Entre risas y buen rollo me confesaron que solían hacerlo siempre así antes de mi llegada pero conmigo les había dado corte. Incluso, la chica que estaba antes de llegar yo me dijeron que se desnudaba por completo, pero que ellas nunca lo hacían porque sólo quería evitar las marcas en los pechos.

Fue tan natural la conversación que en un momento dado Lara dijo a las otras dos que realmente  una vez que ya las había visto así no tenía sentido seguir tapándose y, sin más, se quitó la toalla y se volvió a tumbar dejando ver sus pechos, tran grandes y bonitos como imaginaba pero coronados además por dos buenos pezones rosados. Con más reparo, tanto Asun como María José decidieron hacerlo también y fue a partir de entonces cuando decidieron que ya podían tener las tetas al aire en mi presencia en cualquier momento y hora del día.

Nos os quiero contar las pajas que me hice aquella primera noche pensando en los seis pechos que había disfrutado, pero fue solo el principio de otras muchas más en los días siguientes. María José resultó que solía dormir tan solo en braguitas y, como había imaginado cuando veía sus camisetas ajustadas, tenía dos pezones oscuros y muy puntiagudos que pedían a gritos unos buenos lametones. Aparecía así en mi cuarto por la noche para comentarme cualquier tema o se ponía a mi lado con naturalidad para cepillarse los dientes junto a mi en el lavabo,ofreciéndome el espectáculo de sus tetas moviéndose con el cepillado, o simplemente se cambiaba con las puerta de su cuarto de par en par... muchas veces la ví así y empecé a pensar que lo buscaba, no sé si para excitarme sin más o con otros propósitos.

Fue además normal que comenzaran a salir del cuarto de baño con la toalla ceñida tan solo a la cintura, algo que podía encontrarme desde primera hora de la mañana como en cualquier momento del día y de la noche.  Vaya, que, en general, comencé a estar rodeado de chicas prácticamente desnudas desde el desayuno hasta la noche.

Pero el paso adelante definitivo ocurrió un mediodía inolvidable en que María José, Lara y yo volvíamos de una mañana de playa. Ese día María José se había atrevido a hacer topless durante un pequeño rato gracias a que nos fuimos a situar en un rincón del paseo marítimo. Fue por este motivo por el que había surgido la conversación sobre el morbo que nos daban las playas nudistas y resultó que las dos habían pensado más de una vez probarlas pero nunca se habían atrevido. Haciéndome el listo les hablé de una cala no muy lejos de la ciudad donde dije haber estado varias veces (aunque en realidad les estaba contando la experiencia de un amigo mío de la facultad). Tanto se animaron que Lara propuso comprar unos bocadillos e irnos allí a pasar la tarde y, no sé cómo ¡decidimos hacerlo!

Reconozco que fui hecho un manojo de nervios todo el camino hasta allí mientras nos llevaba María José en su coche. Jamás había practicado nudismo y tantas veces me había corrido ya pensando en los cuerpos desnudos de ellas dos que estaba convencido de que tendría una erección descomunal nada más llegar y sería el hazmerreir.

La realidad fue mucho más sencilla, dejamos el coche, anduvimos por las dunas y aparecimos en mitad de la cala encontrándonos con cuerpos desnudos de todas las edades, tamaños y formas. Como si fuera una situación habitual, nos acomodamos y a la vez nos quitamos la ropa pero sólo hasta quedarnos en bañador los tres. En ese momento nos miramos, nos reímos, Lara dijo que “al carajo la vergüenza” y que todos abajo con la ropa y así lo hicimos, los tres nos bajamos el bañador y dedicamos unos segundos a vernos nuestras partes bajas desnudas. Lara resultó que estaba depilada por completo y se le veían sus grandes labios de la vagina, era una imagen que ni soñada en mis mejores pajas. María José sin embargo tenía algo recortado el vello del pubis pero el que tenía era tan denso y oscuro que le tapaba casi por completo su coño, apenas pude adivinar ligeramente cómo era  en toda la tarde que pasé pendiente de descubrirlo. Sobre mí he de confesar que al bajarme el bañador se me quedó encogida la minga tal como la tenía apretada y, por supuesto, no tuve el menor atisbo de erección, más bien de complejo al verla tan encogidilla, pero lógicamente no hice nada por estirarla, apenas si podía contener la vergüenza y la excitación que notaba por partes iguales.

Creo que para romper el corte de esta nueva situación, directamente fuimos a bañarlos y pasamos un buen rato jugando, charlando y riendo en el agua, con bastante naturalidad. Tras el largo baño, salimos a tomar el sol sin vergüenza alguna. Fue entonces cuando tras pasar un buen rato tumbados secándonos y recibiendo el calor de los rayos cuando noté que mi miembro empezaba a crecer y es que no era para menos a cada lado tenía una chica preciosa,  totalmente desnudas y ambas muy apetecibles para follarlas. Fue la incomodidad de ver cómo se me levantaba la que hizo que me moviera un poco y que María José notase lo que me ocurría. Avisada Lara, las dos comenzaron a fijarse en mi miembro y con medias sonrisas estuvieron de acuerdo en que afortunadamente no era tan pequeño como habían visto al desnudarnos y después en el agua.

Lógicamente fue en aumento mi excitación por sus comentarios y mi polla alcanzó una erección extrema lo que me creó la necesidad de meneármena, pero no sabía qué hacer teniendo a las chicas a mi lado. Fue Lara quien se apiadó de mi y me propuso aliviarme, algo que yo le agradecí de inmediato.  Era tal mi empalme que apenas necesitó rodear con su mano mi pene cuando comencé a eyacular con fuerza, regándome todo el estómago de semen en pocos segundos. Ella, que se notaba con experiencia, remató la faena sacudiéndomela  varias veces  para conseguir que salieran las últimas gotas y con naturalidad retiró la mano, chorreada también por la corrida, limpiándosela con su toalla tranquilamente. María José había estado pendiente de la maniobra todo el rato y aunque ya no lo recuerdo con certeza si ocurrió o lo imaginé, juraría que en algún momento se llevó una mano a su vagina,  aprovechando la escena que habíamos montado.

No sabéis la paz que me dejó ese momento de gran corrida, me tumbé totalmente exhausto y saboreé el triunfo de ver a esas dos chicas que habían visto y admirado mi pene eyaculando a toda potencia. Luego pensé que debía haberlas correspondido pero había sido tan rápido y sorprendente para mí que ni se me ocurrió en aquel momento proponerles algún tipo de masturbación a ellas.

Dejamos pasar un buen rato de relax y finalmente Lara propuso volver a casa, como así hicimos. No comentamos nada por el camino pero realmente había comenzado la fase de desinhibición total en la casa y, curiosamente, no iba a ser yo quien más ganas de follar demostrase…

Continuará.