Compartiendo piso de estudiante con mis primas 16

Mi abuela me llama para decirme que mi abuelo va a venir a visitarme. Me ducho por sorpresa con Antonia y luego acompaño a Patricia al ginecólogo, en la consulta se lía la mundial. Por la tarde recojo a mi abuelo, para tomarnos una copa me lleva a un salón de masajes regentado por madre e hija.

( Ya sabéis que para disfrutar esta serie de relatos es muy conveniente leer los capítulos anteriores. Como ya van demasiados, no voy a poner todos los enlaces, es fácil buscarlos. A pasarlo bien y gracias por vuestros comentarios, valoraciones e ideas.)

A las ocho y media me despertó la alarma del móvil, seguía abrazado a mi prima Vero y como todas las mañanas estaba empalmado. Me levanté y me fui a la cocina a prepararme un café. Mientras se hacía estuve pensando en Patricia. Era una chica difícil de trato aunque, no sé porqué, estaba convencido que era una pantalla que se había montado y no sabía cuando bajarla. Ya tomándome el café, me llamó mi abuela. ¡Peligro, peligro! Pensé.

-              Hola abuela. ¿Qué tal estáis el abuelo y tú?

-              Bien, aburridos del confinamiento, pero que le vamos a hacer.

-              Creo que el abuelo está que se sale.

-              Los dos estamos que nos salimos, son muchas cosas las que tenemos que celebrar, gracias a Dios.

-              Me alegro. ¿Querías algo?

-              Además de que nos llames más a menudo, a tu abuelo se le ha metido en la cabeza ir a Sevilla y yo no puedo ni quiero ir con él. ¿Podrías recogerlo en la estación de autobuses esta tarde?

La que podía liar mi abuelo en Sevilla podía ser épica.

-              Sí claro. ¿A qué viene?

-              A mí no me lo ha dicho, será alguna tontería de las suyas. Creo que quiere hablar contigo.

-              ¿Conmigo? ¿Y para eso tiene que venir con el confinamiento, no puede llamarme por teléfono?

-              Ya lo conoces y sabes lo terco que es cuando algo se le mete en la cabeza.

-              Bueno abuela no te preocupes por él.

-              No, si yo no me preocupo por él, me preocupo por ti y tus primas.

-              No exageres. ¿Viene por mucho tiempo?

-              Un trasnoche, ya sabes que tiene que cumplir conmigo todos los días, así que no lo dejo ir por más tiempo.

-              ¿Abuela, tienes que ser tan explícita?

-              Carlos no empieces con tus tonterías y tus melindres, que ya eres mayorcito. Aunque tengamos setenta años, somos una pareja activa sexualmente y lo seguiremos siendo mientras el cuerpo nos aguante. ¿Te pasa algo con eso?

-              Nada, nada abuela, ¿qué me tenía que pasar?

Mi abuela no se andaba con tonterías y me ponía firme a la mínima ocasión.

-              Pues eso, que recojas a tu abuelo y cuida que no haga muchas tonterías.

-              De acuerdo abuela, un beso.

-              Un beso para ti también y adiós.

¿Qué querría mi abuelo para venir a verme? Pensé en la idea que me había metido mi prima Julia en la cabeza, de que realmente no era mi abuelo, sino mi padre biológico, con lo cual mi medio novia Cristina y yo seríamos hermanastros, ¡Joder que lío! Terminé el café y me fui al baño mientras mis primas seguían durmiendo o eso creía yo. Cuando estaba en la ducha bajo el agua entró Antonia.

-              Que tempranero Carlos.

-              Antonia me estoy duchando, ¿no puedes esperar un minuto?

-              Tú sigue duchándote y déjame a mí que mee. Estás ya empalmado. ¿Es qué tú no paras? –Me dijo cuando me miró a través de la mampara de la ducha-.

-              A ti que más te da, normalmente los chicos de mi edad nos levantamos así y a mí no se me quita en un buen rato.

Antonia estaba sentada desnuda en la taza del váter, meando con un potente chorro.

-              ¿Tienes que ir a algún sitio? –Me preguntó Antonia-.

-              Sí, voy a acompañar a Patricia al ginecólogo.

-              ¿Coño, el bombo es tuyo?

-              No digas disparates Antonia, si la conocí ayer.

Terminó de mear, pulsó la cisterna y asomó la cabeza por el plato de ducha.

-              ¿Se puede saber que quieres? –Le pregunté-.

-              Me gusta ver cómo te duchas y te enjabonas la polla.

-              Estupendo, voy a vender entradas para semejante espectáculo.

-              ¿Y si te la enjabono yo?

-              ¿Tú también te levantas calentita?

-              Bueno, una corridita mañanera no le hace daño a nadie. Anda échate para allá y dame gel. –Me dijo empujándome, entrando ella también en el plato de ducha y extendiendo la mano-.

¡Qué buena está Antonia y además tiene razón en eso de la corridita mañanera! Pensé. Le puse gel en la mano y ella la llevó a mi polla.

-              Que gusto dar tener un pollón así de grande y de duro entre las manos. Para eso da igual que se sea por la mañana, por la tarde o por la noche. –Me dijo-.

Llevé mis manos a su culo y se lo apreté.

-              ¡Qué culo tienes Antonia, es para estar sobándolo todo el día!

-              Así no me saldría celulitis.

-              Tu culo y celulitis no pueden estar juntos en la misma frase. –Le dije y luego la besé en la boca, mientras ella seguía sobándome el nabo-.

-              ¿Echamos uno rapidito?

-              Para uno rapidito contigo siempre tengo tiempo.

Ella se puso de puntillas dándome la espalda, colocó mi polla en la entrada de su chocho y luego arqueó las piernas hasta tenerla entera dentro.

-              Súbeme la pierna. –Me dijo apoyándose en la mampara de la ducha, le cogí la pierna con una mano por el muslo y llevé mi otra mano a su clítoris-.

-              Como entre mi prima Luisa y nos vea así se va a liar la marimorena. –Le dije-.

-              No, ya sabes que a Luisa no le importa que follemos.

-              ¡Qué me gusta follar contigo Antonia!

-              Y a mí contigo, lo haces fácil y sin complicaciones. Con la de tíos que se comen la cabeza para echar un polvo.

-              Y la de tías Antonia, no sólo los tíos.

Yo bombeaba en su interior flexionando las piernas.

-              Cógeme las tetas. –Me dijo-.

-              ¿No te gusta que te acaricie el clítoris?

-              Claro que me gusta, pero si sigues no voy a tardar en correrme. Por las mañanas lo tengo muy sensible y muy golfo.

-              ¡Cada vez que te cojo las tetas me asombro de lo duras que las tienes!

-              Espero que sigan así muchos años. Tengo los pezones muy sensibles y me encanta que los acaricien. Carlos no pares, que me voy a correr dentro de nada.

-              Pues sí que va a ser rapidito.

-              No siempre tiene que ser como vosotros tres ayer tarde, que un poco más y os quedáis a vivir aquí. ¡Sigue Carlos, sigue, sigue ….aaaagggg, no te preocupes que cuando me corra te la como, aaaagggg, siiiii…!

Antonia se corrió y a punto estuvimos de caernos los dos. Sin darse una tregua se puso de rodillas frente a mí y empezó a chuparme el capullo, a metérsela en la boca y a mover la cabeza hacia atrás y hacia delante.

-              ¡Antonia que bueno, que buen despertar! –Le dije-.

-              Me gusta mucho comerte el pollón. Lo haría varias veces al día, pero no quiero abusar, tus primas me echarían del piso. Te vas a correr, ¿verdad? –Me dijo sacándose mi polla de la boca, sin dejar de pajearme-.

-              ¡Siiiii, aaaagggg, que bueno, que gusto…aaaaaggg! –Le dije al empezar a correrme sobre sus tetas y su cuello-.

-              Ves como ya estamos los dos más relajados para afrontar el día.

-              Bastante más relajados.

Cuando terminé de vestirme, más o menos arregladito para acompañar a Patricia al ginecólogo, eran las diez menos diez. Cogí las llaves y fui a casa de Puri. Me abrió la misma Puri.

-              ¿Cómo estás? –Le pregunté-.

-              Ya casi bien, ha debido ser algo que me ha sentado mal. Pasa, mi sobrina está terminando. –Me dijo dándome un beso en los labios-.

-              No hay prisa, vamos con tiempo.

-              ¿Quieres un café? –Me preguntó yendo hacia la cocina-.

-              Sí, por favor.

Paca estaba en la cocina.

-              Hola Carlos.

-              Hola Paca –le dije dándole también un beso en los labios-.

-              Le estaba contando a Puri, que ayer, cuando bajé a tirar la basura, me crucé con un chaval de tu edad que parecía medio alelado. Pues no va y se vuelve al cruzarse conmigo en el portal y se sube otra vez en el ascensor y con una bolsa de basura que olía a perros muertos…

El pobre Javier va dejando huella por donde pasa, pensé.

-              Después le dije un par de cosas y ni me contestó, se quedó quieto como un pasmarote.

-              Igual es que te reconoció. –Le dijo Puri-.

-              ¡Anda ya Puri! Si nuestros vídeos no los ven más que los de nuestra edad y este debía tener dieciocho o diecinueve.

-              No te creas, que yo sé que están teniendo mucha aceptación entre la gente de mi edad.

-              Si tú lo dices. Ya que Puri está mejor, podemos grabar el vídeo del harén.

-              Yo esta tarde la tengo un poco liada, viene mi abuelo a verme. Ya vemos según vayan las cosas.

-              ¿Viene tu abuelo? –Preguntó Puri-.

-              Eso he dicho. ¿Le conoces? –Le contesté-.

-              De cuando la obra de tu piso.

-              Hola Carlos. –Era Patricia con una copa de coñac vacía en la mano, vestida igual que le había recogido en la estación el día anterior-.

-              Buenos días Patricia –le contesté-.

-              Cuando quieras nos vamos. ¡Joder cómo me duelen las tetas, pero tengo que ponerme el puto sujetador, porque me sale leche! ¿Me acompañas después del médico a la estación?

-              Sí claro.

Cogí la pequeña maleta de Patricia, ella se despidió de Puri y de Paca y nos fuimos caminando hacia el médico.

-              Te extrañará que te haya pedido que me acompañes. –Me dijo durante el camino-.

-              Me imagino que no sabes lo que te van a hacer y prefieres ir acompañada, aunque yo no sea de mucha ayuda en un ginecólogo.

-              ¡Qué va! Es que el cabrón del ginecólogo me metió mano la otra vez que fui y a ver si contigo delante se corta un poquito.

-              Sería que te hizo un reconocimiento rutinario de las tetas y del chocho y tú lo entendiste mal. Recuerda que también se llaman tocólogos.

-              ¡Los cojones rutinario! Me metió por el coño y por el culo lo más grande y no es que me palpase las tetas, es que el tío me las sobó de mala manera. Cuando me iba, vi que el tío tenía un bulto en la entrepierna del calentón que debía haber pillado.

Debía haber sido así, porque Patricia no era de las que se asustaban por cualquier cosa. La calle estaba un poco menos desierta que el día anterior, pero no mucho. El barrigón al descubierto de Patricia seguía llamando la atención de algunos con los que nos cruzábamos y ella seguía diciéndoles barbaridades cuando se le quedaban mirando.

-              ¿Por qué no le miras el bombo a tu puta madre, que se lo tendrías que haber hecho tú, si no fueras maricón? –Y lindezas por el estilo-.

Llegamos a la consulta y nos facilitaron unas mascarillas nada más entrar.

-              Tengo cita con el doctor Sánchez a las diez y media. –Le dijo Patricia a la enfermera de recepción-.

-              El doctor Sánchez está de baja, le sustituye la doctora Concepción. En un minuto podrán pasar, mientras rellene este formulario.

Nos sentamos y Patricia fue rellenando el formulario. Me fije en la enfermera, pensaréis que no hay mujer en la que no me fije y tenéis razón, no llevaba mascarilla, sino una visera transparente, tendría cuarenta años, morena, pelo castaño, guapa de cara, con unos bonitos ojos oscuros, una boca muy sensual y de estatura media. Llevaba un pantalón y una chaqueta de manga corta blancos, de los que se usan en sanidad, que permitía adivinar un culo más bien grande, pero bastante bonito, en el que se le transparentaba un tanga de color oscuro.

-              Va a haber suerte y no te va a atender el tocólogo tocón. –Le dije con cierta guasa-.

-              Ya veremos –me contestó-.

Efectivamente al minuto la enfermera le dijo a Patricia que podía pasar a la consulta.

-              Él entra conmigo. –Le dijo Patricia a la enfermera-.

-              Sin problemas, pero en algún momento la doctora puede pedirle que salga de la consulta. –Le contestó-.

Entramos, Patricia se sentó en una silla y yo me quedé de pie mientras llegaba la doctora.

-              Buenos días –dijo cuando entró y se sentó en la mesa de despacho-.

Me quedé de piedra, pese a que llevaba también una visera como la de la enfermera, la doctora era un clon de la boticaria que me había atendido, cuando el problema de Javier con la crema de alargamiento de la polla y habíamos terminado insultándonos a voces. Tendría unos cincuenta años, pelo rubio teñido lacio, cara de asco perpetuo y más o menos uno setenta de estatura. La bata que llevaba impedía imaginar sus formas. Se nos quedó mirando un rato y luego miró la pantalla del monitor.

-              Desde luego no habéis perdido el tiempo. –Dijo-.

-              ¿Cómo dice? –Le preguntó Patricia-.

-              Que no habéis perdido el tiempo para fornicar y seguro que no habéis pasado por el altar.

-              ¡Y a usted eso que le importa! –Le contestó Patricia-.

-              La juventud está podrida. Drogas, sexo, pornografía, música indecente... ¡Qué asco!

-              Vamos a ver doctora yo he venido aquí para un reconocimiento y no para un sermón o para oír sus opiniones sobre la juventud actual. ¿Me va a reconocer o me voy?

-              Claro que os voy a reconocer, pero si no os lo dicen vuestros padres, os lo tendré que decir yo.

-              ¿A mí para qué me va a reconocer? –Le pregunté-.

-              Ah claro, que tú dirás que no eres el padre. A esta edad las guarras se quedan preñadas por intervención divina. ¿Entonces qué haces aquí?

-              Acompañar a una amiga que no es una guarra, ¿le parece mal?

La hija de puta debía ser la gemela de la boticaria, igual de amargada y con la misma mala leche.

-              ¿En qué postura te quedaste preñada? –Le preguntó a Patricia-.

-              ¿Y eso que importa? –Le contestó ella-.

-              Claro que importa. Si fue en la del misionero pensaré que fue un momento tonto, pero si fue en la del perrito, en la del arco, en la del trapecio o en cualquier otra postura de puta, pensaré que eres un pendón.

-              Doctora esto ya es demasiado. –Le contestó Patricia-. Usted no tiene que pensar nada de mí y además no me acuerdo en que postura me quedé preñada y si me acordase no se la iba a decir.

-              ¿Tú tampoco te acuerdas? –Me preguntó a mí-.

-              Doctora, yo no soy el padre.

-              ¿Entonces no habéis fornicado entre vosotros?

-              Sí, ¿pero eso que tiene que ver con mi embarazo? -Le preguntó Patricia-.

-              ¿Ahora resulta que tú no sabes que el bombo ese viene de fornicar?

-              Mire, yo no fornico, yo follo y mucho. ¿Vale?

-              ¿Mucho cuanto es? –Le preguntó la doctora-.

-              ¡Cada vez que me sale del coño!

-              ¿Y a ti no te importa que te ponga los cuernos? –Me preguntó-.

-              ¿Pero de qué habla señora? ¡Qué cuernos ni qué cuernos! Mire usted esto es surrealista. ¿Por qué no la reconoce y nos vamos?

-              Surrealista es que yo tenga que estar atendiendo a dos gamberros con picores, en vez de ayudar a parejas cristianas y decentes a traer hijos al mundo. Desnudaros y tú siéntate en el sillón. No te tengo que decir nada sobre cómo abrir las piernas.

-              ¿Tú es que no abres las piernas nunca? Pues entonces por eso tienes el carácter de amargada que tienes. –Le espetó Patricia ya indignada y no era para menos-.

-              ¿Y a ti que te importa si yo abro o no las piernas? –Le contestó la doctora-.

-              Lo mismo que a ti con que postura me quedé preñada.

-              Pero doctora, ¿yo para que me tengo que desnudar? –Pregunté-.

-              Es importante saber cómo es el miembro viril del padre.

-              ¡Que yo no soy el padre, coño!

-              Eso ya lo hemos discutido antes, ahora desnúdate. –Insistió-.

-              ¿No hay ningún sitio dónde desnudarse? –Le preguntó Patricia-.

-              Ahora te va a dar vergüenza, con la pinta de guarra que traes. Haberlo pensado antes de desnudarte para este.

-              Mira zorra, no te contesto porque lo que estoy es deseando irme. –Le dijo Patricia-.

La tía se quedó sentada mirando cómo nos  desnudábamos los dos. Patricia se quitó la ropa y desnuda se dirigió a esa especie de potro de tortura que son los sillones de los ginecólogos. Cuando yo iba a quitarme los bóxers, me dijo:

-              No te los quites todavía, que estás deseando lucir el miembro delante de tu novia.

¡Qué tía más amargada! Pensé. Se levantó de la mesa y llamó a la enfermera por un intercomunicador. Patricia con mucho trabajo había logrado sentarse y apoyar los pies en las sujeciones del sillón.

-              Así, bien depilado el chocho para que se te vea todo. Yo me tenía que haber pediatra y no ginecóloga que estoy harta de ver chochos. –Le dijo la doctora cuando la vio sentada-.

Efectivamente, el chocho de Patricia lucía en todo su esplendor, que era mucho.

-              Tú te tenías que haber hecho uróloga, a ver si se te mejoraba el carácter viendo pollas todo el día. –Le contestó Patricia-.

-              Tú eres muy deslenguada, para estar en la posición que estás.

Entró la enfermera.

-              Pepa, por favor, tómales las constantes y luego toma nota de lo que te vaya diciendo.

La enfermera se dirigió a Patricia, le tomó el pulso, le tomó la tensión y la temperatura vaginal, todo de forma muy profesional. Luego, mientras la doctora empezaba a palpar las tetas de Patricia, hizo lo mismo conmigo, claro está que menos lo de la temperatura vaginal, que me la tomó con una especie de pistola en la frente.

-              Todo normal doctora, el chico puede que tenga alguna décima de más, pero nada raro.

La doctora empezó a tomarle medidas a Patricia:

-              Vaya como se te han puesto las tetas, le dijo mientras la envolvía a la altura de los pezones con una cinta métrica, perímetro del pecho 100.

-              Doctora eso le quería preguntar, me duelen mucho las tetas, ¿puedo hacer algo para que se me baje el dolor?

-              Todas sois iguales, si no estás dispuesta a sufrir algo de dolor con el embarazo, ¿para qué te quedas preñada?

-              Eso es asunto mío, pero no me ha contestado. –Le dijo Patricia-.

-              Que te las sobe tu novio y verás cómo se te quita o por lo menos no te acuerdas de que te duelen.

Vaya tía más insoportable, pensé. La tía le cogió una teta a Patricia con las dos manos y se la apretó con fuerza en todas direcciones, hasta que Patricia empezó a echar chorritos de leche que le cayeron a la doctora en la bata.

-              ¡Joder, mira como me estás poniendo! –Protestó la doctora-.

-              Yo no te estoy poniendo de ninguna manera, eres tú la que me estás apretando las tetas. ¿Además, tú no te pones guantes para explorarme?

-              No sabes que no hay guantes. -Con la misma cinta métrica le midió el perímetro del comienzo de cada teta-. “D”. ¿Tú tenías estas tetas antes de quedarte preñada?

-              No, ni la mitad –le contestó Patricia-.

-              Pues verás cómo se te van a poner cuando paras y luego cómo se te van a caer hasta el ombligo.

-              ¿Tiene que ser usted tan desagradable? –Le dije indignado por el trato que le estaba dando Patricia-.

-              Tú cállate que eres el que tienes la culpa de esto. –Me contestó, poniéndole la mano a Patricia en el bombo-.

-              A ver cómo se lo digo para que se entere usted, ¡qué yo no soy el padre! –Le dije ya cabreado con el tema-.

La doctora siguió midiéndole la barriga a Patricia, después abrió un cajón de un mueble de al lado del sillón y sacó una especie de consolador metálico con unas marcas de medida.

-              ¿Te han medido la profundidad del chocho alguna vez?

-              A mí no, nunca he tenido problemas.

-              ¿A qué problemas te refieres?

-              A qué no me haya cabido ningún nabo entero.

-              ¿Te caben todos?

-              Por ahora sí y los he tenido bien grandes dentro. –Le dijo Patricia mirándome-.

-              Eso ya lo comprobaremos luego. ¿Cuándo ha sido la última vez que has mantenido relaciones sexuales?

-              Ayer fue la última vez.

-              ¿Te habrás limpiado bien el chocho?

-              Yo tengo siempre el coño tan limpio, que podría tomar sopas el Papa dentro.

-              En eso está pensando Su Santidad, en tomar la cena en tu coño de guarra.

Diciéndole eso le metió la especie de consolador a Patricia por el coño, sin vaselina y de un golpe, hasta que se quedó casi sin poder agarrar el consolador.

-              ¡Coño, ponle algo de lubricante, menos mal que yo siempre tengo el chocho mojado! –Le dijo Patricia-.

-              ¿Siempre estás mojada? –Le preguntó la doctora sacando y metiendo varias veces el consolador-.

-              Con lo que me estás haciendo te voy a volver a salpicar.

Me fijé en la doctora y aunque llevaba la visera, me di cuenta que se le había puesto una cara de calentorra de mucho cuidado. Empecé a notar que se me estaba poniendo la polla morcillona viendo a Patricia desnuda con las piernas abiertas y como la doctora le metía y le sacaba esa especie de consolador. La enfermera se había colocado al lado de la doctora entre las piernas de Patricia.

-              ¿Eres de las que se corren a chorros? –Le preguntó la enfermera-.

-              A veces.

-              ¿Y qué sientes? –Le preguntó la doctora-.

-              ¡Pues que voy a sentir ostia, un orgasmo como una catedral.

La enfermera puso una mano sobre el clítoris de Patricia y empezó a moverla.

-              ¿Tía que haces? –Le preguntó Patricia-.

-              Provocar que te corras, para ver cómo segregas. Sóbate las tetas.

Aquellas tías le estaban metiendo mano a Patricia de mala manera y a mí se me estaba poniendo el nabo como un palo.

-              ¡No sigáis, que no respondo! –Les dijo Patricia sobándose las tetas y subiéndoselas alternativamente para chuparse los pezones-.

-              ¿De qué no respondes? –Le preguntó la doctora-.

-              ¡De esto, aaaaagggg, aaaagggg! –Contestó Patricia empezando a lanzar auténticos chorros de jugos sobre la doctora y la enfermera-.

-              ¡Tía guarra, el corridón que se ha pegado y cómo nos ha puesto a las dos! –Exclamó la doctora a la misma vez que Patricia lanzaba los últimos chorros-.

La doctora y la enfermera se quitaron las viseras que habían quedado empañadas.

-              ¿Practicas sexo anal? –Le preguntó la enfermera-.

-              Anal, vaginal, oral y todo el que puedo. –Le contestó Patricia recuperando el aliento, porque el orgasmo que había tenido, debía haber sido de órdago.

-              Valiente guarra que tienes por madre de tu hijo. –Me dijo la doctora sin mirarme-.

-              Sus hijos sí que tienen una guarra por madre. –Le contesté-.

-              Date la vuelta y ponte de rodillas sobre el asiento mirando el respaldo. –Le dijo la enfermera-.

-              ¿Para qué?

-              Si te follan el culo, tenemos que medírtelo también. –Le contestó la enfermera-.

-              Antes ponle vaselina a la mierda esa.

-              No tenemos vaselina, chúpalo tú y lo llenas de saliva, si tantos remilgos tienes. Además sí lo has dejado lleno de tu lubricante natural. –Le dijo la doctora-.

Tanto la doctora como la enfermera no paraban de sacudirse los jugos con los que Patricia las había empapado.

-              ¡Joder cómo huele esto, vamos a tener que tirar la ropa! –Dijo la enfermera-.

-              ¿Tú habías visto a alguna correrse así? –Le preguntó la doctora a la enfermera-.

-              Una amiga mía decía que le pasaba a ella, aunque yo no terminé nunca de creérmelo, era muy mentirosa.

-              Mientras esta se da la vuelta y lubrica el calibre, vamos a medir al padre de la pobre criatura. –Dijo la doctora-.

-              ¡Que no soy el padre, copón!

-              ¡La virgen, qué barbaridad! –Exclamaron las dos cuando se dieron la vuelta y vieron la erección que tenía debajo de los bóxers-.

Se quedaron casi medio minuto mirándome con sus bocas abiertas.

-              Que os había contado sobre lo que me cabía. –Dijo Patricia-.

-              ¡Pues sí que los has tenido grandes dentro! –Dijo la enfermera-.

-              Quítate los calzoncillos. –Me ordenó la doctora-.

Me los fui a quitar, pero pensé que una mierda para la doctora, si quería fiesta se la iba a tener que ganar.

-              Ven tú y me los quitas. –Le contesté-.

La doctora se quedó un momento parada, pero luego tanto ella como la enfermera se acercaron a mí, se pusieron en cuclillas y cada una por un lado me bajaron los bóxers. Tenía la polla mirando al techo, con la vena hinchada a más no poder y el capullo todavía oculto y lleno de líquido preseminal.

-              ¿Tú has visto una polla como esta? –Le preguntó la enfermera a la doctora-.

-              Hace muchos años, dieciocho o veinte, más o menos, una pareja como de veinticinco había venido varias veces, porque no lograban que ella se quedase embarazada, tras los análisis supimos que era él el que no podía preñarla, le hicimos un par de ciclos in vitro, pero ni así…

Las dos seguían en cuclillas mirándome la polla muy de cerca. Patricia se había sentado en el sillón y miraba la escena.

-              Tras los intentos fallidos vinieron un día con los padres de él, una pareja como de cincuenta y tantos, querían que el padre fuera el donante de semen. Hice salir a la pareja joven y le pedí al padre que se desnudara para examinarle el miembro. Cuando empecé a tocárselo se le puso un pollón como este o más grande. Después de palpárselo bien, hice salir a su mujer, diciéndole que tenía que terminar la exploración. Hice que el tío me follara por todos los agujeros, como no me habían follado en mi vida ni me han follado después. Más tarde hice entrar a la pareja más joven y a su mujer y les dije a los cuatro que lo natural era lo mejor, más con lo que la naturaleza le había dado a aquel hombre, que se la follase el suegro y que vería como no tardaba en quedarse preñada.

No pude dejar de pensar que yo era el resultado de aquella historia, así que iba ser verdad que mi padre biológico era mi abuelo. La doctora se incorporó y me cogió la polla con la mano.

-              ¿Te gusta mi polla?

-              Claro que me gusta, pero yo soy una mujer casada, cristiana y decente.

-              Tú lo que eres es una calentona de mucho cuidado, que seguro tiene ya el chocho encharcado.

Cogí los lados de su bata con las dos manos y tiré fuertemente de ellos hasta que se saltaron todos los botones. Debajo solo llevaba la ropa interior, un sujetador, un tanga, un liguero y unas medias blancas. Terminé de quitarle la bata a tirones y llevé mi mano a su chocho, tenía el tanga empapado.

-              Ves como eres una guarra calentorra de mucho cuidado. Cómeme la polla. –Le dije llevándome primero los dedos a la nariz para oler sus jugos y luego le empuje la cabeza hacia abajo, hasta ponerla de rodillas-.

La enfermera, que seguía en cuclillas, me cogió la polla con la mano y se la ofreció a la doctora que ya tenía la boca abierta.

-              Casi no me cabe –le dijo la doctora a la enfermera después de meterse sólo mi capullo en la boca-.

-              No me extraña –le contestó la enfermera sin soltarme la polla-.

-              ¿Pues no eras tan decente y tan cristiana? –Le preguntó Patricia-.

-              ¡Qué tendrá que ver la decencia y la fe con comerse una polla como esta!

-              ¿Puedo probar? –Le preguntó la enfermera a la doctora-.

-              Oye que la polla es mía, no de esta. –Le dije a la enfermera-.

-              ¿Puedo entonces? –Me preguntó a mí mirándome a los ojos-.

-              Por mí adelante. –Le contesté-.

No había reparado en el tamaño de la boca de la enfermera, a la que no le costó ningún trabajo engullirla. Mientras la enfermera me comía la polla, la doctora me la sostenía moviendo su mano por el tronco. Miré a Patricia que hacía gestos con la cara como de expresar la calentura que tenían las dos. La enfermera se abrió la chaqueta del uniforme y se la quitó. No llevaba sujetador y tenía dos hermosas tetas morenas del sol, con unas areolas grandes rosadas y unos pezones pequeñitos. La doctora le sacó mi polla de la boca a la enfermera y se la volvió a meter ella. Patricia se levantó del sillón, se puso detrás de la doctora, primero le soltó el sujetador y luego le cogió la cabeza y la empujó contra mi polla.

-              Eres un mal bicho que mereces atragantarte de polla. –Le dijo-.

A la doctora empezaron a saltársele las lágrimas de sentir la punta de mi polla en la campanilla. Cuando Patricia la dejó descansar le salían babas por la boca que dejaba caer sobre mi polla.

-              ¡Ostia que gusto! –Dijo y dejó caer su sujetador-.

Tenía las tetas medianitas, algo caídas y muy blancas de no haberles dado nunca el sol.

-              Quítate los pantalones, que te voy a medir yo a ti la profundidad del chocho. –Le dije a la enfermera-.

La enfermera se incorporó, se soltó los pantalones y se los quitó. No me había equivocado tenía un bonito culo más bien grande, con los cachetes bastante voluminosos, también moreno y un tanga negro muy pequeño. Me solté de la doctora, cogí a la enfermera y la puse contra la mesa de despacho, la empujé por la espalda para que doblara la cintura, le aparté el tanga y se la metí de un solo golpe de caderas. Tenía el chocho empapado.

-              ¡Aaaaagggg, me haces daño! –Me dijo-.

-              Aguanta un poquito el dolor, que no te has visto en otra así en tu vida. –Le dijo Patricia-.

-              Eso es verdad.

-              Tienes el chocho lo bastante profundo como para que te quepa entera. –Le dije yo cogiéndola de las tetas-.

La doctora se había puesto detrás de mí y me apretaba sus tetas medianitas contra la espalda.

-              Así lo hacía el que he contado antes que me folló por todos los agujeros. –Le dijo la doctora a la enfermera-.

-              Pues debió ponerte a gusto, porque a mí este me está reventando el coño. –Le contestó-.

-              Quítate las bragas y ábrete de piernas, guarra. –Le dijo Patricia a la doctora apoyándola de culo contra la mesa-.

-              ¿Qué me vas a hacer?

-              Medirte la profundidad del chocho, como tú me la has medido a mí.

Patricia, con el barrigón contra la doctora, le puso el calibre a la entrada del chocho y se lo metió con total facilidad hasta poco más de la mitad.

-              ¡Aaaaaggg, ten cuidado! –Le pidió la doctora-.

-              El mismo que tú has tenido conmigo, ¡zorra asquerosa!

-              ¡Me voy a correr, síiii, siiii, aaaaagggg! –Gritó la enfermera desmadejándose en el suelo-.

Me volví hacia Patricia y la doctora, cogí a la doctora y la tumbé boca arriba en la mesa, Patricia se subió a la mesa como pudo, se sentó sobre la boca de la doctora y le dijo:

-              Cómeme el coño.

La doctora empezó a lamérselo y Patricia le volvió a meter el calibre en el chocho, yo le levanté las piernas, me las puse en los hombros y le coloqué la punta de la polla en el ojete.

-              ¡No, por ahí no! –Suplicó-.

-              ¡Sí, por ahí  sí! –Le dije yo y le metí el capullo por el culo de una vez-.

-              ¡Que por ahí no ha entrado más que el semental aquel!

-              Pues ya es hora de que entre otro semental. –Le dijo Patricia-.

Me costó trabajo, pero terminé de metérsela entera por las entrañas y empecé a bombear dentro de ella.

-              Zorra, no te distraigas y sigue comiéndome el coño. –Le ordenó Patricia, sin parar de meterle y sacarle el calibre del chocho-.

-              ¡Ay, ay, ay, siiiii, me corro, me corro…! –Gritó la doctora-.

La dejé en la mesa con los ojos cerrados y respirando muy fuerte, ayudé a Patricia a bajarse de la mesa y le dije:

-              Ponte en el sillón que tengo muchas ganas de follarte ahí.

Patricia se volvió al sillón y colocó los pies sobre los soportes. Me puse entre sus piernas, le lamí unas cuantas veces su gran chocho, luego le paseé la punta de la polla por todo él y terminé metiéndole la polla en su empapado chocho, acariciándole el clítoris.

-              Estoy muy caliente Patricia, no voy a tardar en correrme. –Le dije-.

-              Ni yo, estoy como una candela con la follada que le has dado a esas dos y la comida de coño que me ha dado la guarra esa.

Bombeé varias veces e inmediatamente noté que nos íbamos a correr los dos.

-              ¡Sigue, sigue, Carlos, que me corro, ahoraaaaa, sssiiii, yaaaa!

-              ¡Aaaaagggg! –Grité cuando me corrí en su chocho-.

La doctora y la enfermera seguían tumbadas una en la mesa y la otra en el suelo. Nos vestimos y Patricia les dijo:

-              ¿Cuándo es la próxima revisión?

-              Venid cuando queráis, siempre habrá un hueco para vosotros. –Le contestó la doctora-.

Al salir escuché decir a la enfermera:

-              Cuando se lo cuente a mi hermana no se lo va a creer, ella siempre dice que trabajar en la sanidad es muy aburrido.

-              Pues no veas cuando yo se lo cuente al cura. –Le contestó la doctora-.

-              ¡Joder, si esto es la sanidad privada, cómo debe ser la pública! –Le dije a Patricia al cerrar la puerta de la consulta y dejar las mascarillas en el mostrador-.

Acompañé a Patricia hasta la estación, cuando llegamos seguía desierta como el día anterior.

-              Da miedo esto vacío. –Le dije-.

-              Un poco sí que da, pero también abre oportunidades.

-              ¿A qué te refieres?

-              ¿Tú no has deseado nunca echar un polvo rapidito en los baños de una estación de autobuses?

-              Sí, alguna vez.

-              Pero no hay forma de echarlo, porque están llenos de gente y de mierda. Ahora no hay nadie y estarán limpios. ¿No te apetece que echemos uno?

-              Pues sí que me apetece, porque esta oportunidad para quitarnos el gusanillo no se va a volver a repetir.

Nos metimos por el pasillo en que un cartel indicaba que estaban los aseos.

-              ¿Tíos o tías? –Me preguntó Patricia-.

-              ¿Cuál prefieres tú?

-              Yo tíos, me da más morbo.

-              Pues vamos.

Entramos en el aseo, no había nadie, nos metimos en una de las cabinas y cerramos la puerta. Cristina se sentó en el váter, me abrió el pantalón y me lo bajó junto a los calzoncillos. A mí la idea de Patricia me había dado bastante morbo y ya la tenía morcillona.

-              ¡Qué alegría de pollón! –Dijo y se lo metió en la boca-.

-              ¿La has chupado alguna vez en un baño público?

-              A un ligue que tuve, pero el tío se corrió nada más tocarle y encima me puso la camiseta perdida, el tío cabrón.

Patricia movía la cabeza de arriba abajo y me sobaba los huevos a la misma vez. Le subí la camiseta, le saqué las tetas del sujetador y se las magreé con ganas. Cuando me empalmé del todo, me dijo mientras se levantaba:

-              Siéntate tú.

Me senté, ella se subió la falda, se bajó las bragas, me dio la espalda y se la empotró de una vez.

-              Mira que medirme a mí el coño, valientes guarras. –Dijo mientras le empezaba a dar vueltas al culo-.

Le puse una mano en sus tetas y la otra en el bombo. Ella se apoyaba en mis piernas con una mano y con la otra se sobaba el clítoris. Tenía una gran habilidad moviendo el culo y me estaba follando de maravilla.

-              ¡Joder Patricia qué me gusta! –Le dije-.

-              Y a mí, noto tu polla en todas las paredes del coño.

Miró el reloj y dijo:

-              Vamos terminando que pierdo el autobús.

-              Yo estoy, cuando tú quieras.

Aceleró todavía más el movimiento de su culo y ya no pude más.

-              ¡Me corro, me corro, toma, toma, toma, uuuuffff, tomaaaa!

-              ¡Aaaaagggg, que bueno coño, aaaagggg!

Terminamos de corrernos, se incorporó un poco, cogió un trazo de papel y se limpió la lefa que le chorreaba. Nos medio arreglamos y salimos corriendo para el andén. Antes de montarse me dijo:

-              Te aviso para la próxima revisión y así me acompañas al médico y a la estación.

Nos dimos un beso y se marchó. Volví andando para el piso pensando en que la visita de Patricia había empezado mal, pero se había ido arreglando bastante satisfactoriamente. Al llegar al portal me encontré con Javier que deambulaba por él.

-              ¿Qué hace aquí el ferretero del barrio? –Le pregunté-.

-              Esperando a ver si sale o entra la maciza del vídeo.

-              ¿Cuánto tiempo llevas haciendo el tonto?

-              Desde temprano, lo que pasa es que cuando me toca subo para que Patro me de el tratamiento.

-              Porqué no dejas esta tontería y te subes con Patro para que te mime.

-              Tú no has visto a la tía al natural Carlos, si la hubieras visto te quedarías aquí conmigo a esperarla.

-              Pues sí que te ha dado fuerte.

-              Sólo de recordarla me empalmo, mira. –Dijo señalándose el bulto de la entrepierna-.

-              ¡Quita coño, bastante me importa a mí como se te ponga el nabo!

-              ¿Y tú como estás de caliente? Me imagino que sin poder tirarte a Cristina estarás hecho polvo.

-              Es verdad Javier, tienes toda la razón. -¡Joder si este supiera la temporada que llevo de follar! Pensé-.

-              Bueno hombre, ya sabes al manubrio.

-              Cómo tú hasta hace cuatro días.

-              Sí, pero lo mío es un antes y un después. Vete ya que me vas a espantar a la tía buena.

-              Sí, ten cuidado.

En ese momento se abrió la puerta de la calle y entró una chica que estaba como un cañón. Tendría unos veinte años, o mulata muy clara o de piel muy morena, alta, pelo muy negro lacio largo, unos preciosos ojos verdes, una boca de grandes labios muy carnosos, unas tetas bien grandes, según dejaba apreciar el vestido entallado y corto que llevaba, una preciosa redondez en sus caderas y unas bonitas y largas piernas. Llevaba una pequeña mochila al hombro.

-              Buenos días. ¿Sabéis en qué piso vive Yasmine?

-              Buenos días, en el quinto. Iba a subir, si quieres te acompaño. –Le contesté-.

-              Gracias, pero no debemos subir dos en el ascensor.

-              No te preocupes por eso, yo estoy sanísimo y a ti no hay que preguntártelo, salta a la vista. –Le dije mirándola de arriba abajo-.

-              Bueno. –Dijo ella-.

-              Adiós Javier y déjalo ya.

-              Lo que tú me digas –me contestó-.

En el corto trayecto al ascensor pude apreciar que su culo no desmerecía del resto de su cuerpo.

-              ¿Eres familia de Yasmine? –Le pregunté-.

-              ¿Conoces a Yasmine? –Me preguntó ella con un fuerte acento venezolano-.

-              Sí, es una mujer muy simpática y muy abierta.

-              Yo soy la hermanita pequeña del marido de su hermana.

-              ¿Vives en España?

-              Estoy pasando una temporada, chico, y fíjate el lío que me ha cogido, huy, con perdón.

-              ¿Por qué perdón?

-              Por lo de cogido, ya tú sabes. –Me dijo haciendo el gesto de follar moviendo sus dos brazos-.

-              Es verdad, pero aquí no pasa nada por decirlo. ¿Has quedado con ella?

-              Sí, la llamé ayer para decirle que estaba por aquí y me dijo  que me pasara a verla hoy.

Joder que buena estaba y además parecía simpática. Llegamos al quinto, la acompañé hasta la puerta de la casa de las beatonas y llamé a la puerta. Yasmine no tardó en abrir.

-              Mira a quien me he encontrado en el portal. –Le dije a Yasmine cuando abrió-.

-              ¡Ay mi hija si no te reconozco de lo grande que estás y qué guapa! –Le dijo Yasmine abrazándola!

-              Yasmine, estás igualita a cómo te recordaba. –Le contestó la chica-.

-              Pasad, las beatas no están, se han ido de ejercicios espirituales no sé si dos o tres días.

-              Yo os dejo que tendréis muchas cosas de que hablar. –Les dije-.

-              No, pasa y tómate una cervecita con nosotras.

-              De acuerdo, pero una sola. –Le contesté-.

-              ¿Os habéis presentado? –Preguntó Yasmine-.

-              No hemos tenido ocasión. –Le contestó la chica-.

-              Mira mi amor, él es Carlos, un vecino muy gentil, y ella es Azucena, como si fuera mi sobrina, aunque sea mi concuñada.

-              Perdona que no te bese, pero ya sabes, el virus. –Le dije-.

-              Déjate de tonterías y de virus. –Me contestó ella y me dio dos besos en las mejillas. Olía a un suave y fresco perfume de flores-.

-              Aunque no estén las beatas vamos mejor a mi cocina, los santos y los reclinatorios me dan canguelo.

-              Di que sí mi amor, este piso parece una sacristía vieja. –Dijo Azucena-.

Ya en la cocina Yasmine sacó unos botellines, unos vasos y algo para picar.

-              Cuéntame mi amor. ¿Cómo dejaste aquello? –Le preguntó Yasmine-.

-              Bueno, ya tú sabes, entre regular y mal. La familia bien, pero eso es la única buena noticia. Ahora con la pandemia la cosa debe haberse puesto más brava todavía. Un favorcito te voy a pedir Yasmine, ¿podría cambiarme en algún sitio para ponerme una ropita más cómoda y quitarme los tacones?

-              Claro, ven conmigo a mi dormitorio.

Salieron las dos y yo me quedé en la cocina dando cuenta de la cerveza y de las cosas de picar que había puesto Yasmine, que volvió inmediatamente.

-              ¡Qué bella se ha puesto Azucena, cuando la vi por última vez tendría diez añitos! –Dijo al volver-.

-              ¿Qué hace en España?

-              Vino a un concurso de belleza, le pilló la pandemia y está viviendo como puede.

-              ¿Se va a quedar mucho contigo?

-              Hasta que vuelvan las beatas, después no me fio de ellas con semejante bomboncito, que tienen la cabeza muy sucia.

Desde luego que bomboncito era. Volvió descalza con un vaporoso vestido blanco de algodón, que resaltaba el bellísimo color de su piel, también tan corto y descotado, que evidenciaba que no llevaba sujetador y es posible que tampoco bragas. Me quedé paralizado ante la sensualidad que derrochaba aquella mujer. Se puso al lado de Yasmine, enfrente de mí.

-              Hoy le he dicho a tu hermana que iba a venir a verte y me ha dado muchos besos para ti. –Le dijo Azucena a Yasmine-.

-              ¡Ay no me hables, que me pongo muy triste de no poder ver a mi hermanita!

-              No te preocupes por ella, sigue igual de guapa que tú y con muchas ganas de bailar durante todo el día.

-              Qué linda mi hermanita, como nos lo pasábamos de bien de jovencitas yendo a bailar los viernes y sábados hasta bien entrada la madrugada. No había noche que no se nos pegaran cinco o seis mulatos bien rebuenos.

Azucena se inclinó y apoyó los codos en la encimera. Podía verle las tetas enteras por el escote del vestido. Grandes, puntiagudas, con unas areolas casi negras y unos pezones muy carnosos también casi negros. Trataba de mirar a otro lado, pero era imposible con aquella preciosa visión.

-              Me voy a ir, quiero comer con mis primas, esta tarde viene mi abuelo y no las he avisado todavía. –Les dije-.

-              Como quieras mi amor, pero pásate luego y le haces compañía a Azucena, que se aburrirá pronto de esta vieja. –Me dijo Yazmine-.

Azucena se inclinó todavía más y más le veía yo las tetas, pensé que lo hacía a propósito, pero luego me dije que no, que eran imaginaciones de mi cabeza caliente. Las besé a las dos en las mejillas y me fui al piso. Mis primas estaban terminando de hacer la comida y poner la mesa.

-              ¿No te pones cómodo para comer? –Me preguntó mi prima Julia-.

-              Es que tengo que volver a salir después de comer, tengo que recoger a mi abuelo en la estación de autobuses.

-              ¡Tu abuelo! –Exclamaron todas las que me oyeron-.

-              Sí, me ha llamado mi abuela esta mañana para decírmelo, pasa el trasnoche y mañana se vuelve.

-              ¿Tú has oído hablar de su abuelo? –Le preguntó mi prima Luisa a Antonia-.

-              Algo.

-              Es una leyenda en el pueblo y en toda la comarca y por lo que me ha contado mi madre, su leyenda sigue creciendo en estos tiempos. –Le dijo Luisa-.

-              ¿Leyenda de qué? –Preguntó Antonia-.

-              De follar como los ángeles con un pollón todavía mayor que el de mi primo y eso que tiene más de setenta años.

-              ¡Qué barbaridad de hombre!

Mi prima Julia me cogió en un aparte cuando Luisa y Antonia fueron a por cosas a la cocina.

-              Aprovecha y que te cuente si es o no tu padre biológico.

-              ¡Qué pesada estás con eso Julia!

Recordé la historia que había contado la doctora por la mañana. Si la historia no era de mi familia, daba toda la pinta. Me llamó mi madre:

-              Hola hijo, ¿qué tal estás?

-              Hola mamá. Bien, ¿y vosotros?

-              Bien también, tu padre cansado todo el día, pero bien, pasándomelo estupendamente con tus tías en casa, no paran de inventar cosas todo el día.

-              ¿Sabes que el abuelo viene esta tarde a verme?

-              Sí hijo, de eso quería hablarte. Tu abuelo está muy bien de físico, pero tiene la cabeza un poquito regular.

-              ¿Qué le pasa?

-              Nada importante, pero se inventa cosas del pasado o las recuerda a su manera.

-              Vaya, lo siento de verdad. ¿Y la abuela y papá que piensan?

-              Tu abuela no quiere ver la situación y tu padre, como se pasa todo el día en la cama durmiendo, no opina.

-              Lo observaré en estas horas y ya te comento mañana.

-              Claro hijo, lo importante es que no te creas todo lo que te cuente, ya te digo que le ha dado por inventarse cosas o recordarlas a su manera.

-              De acuerdo mamá. Te llamo mañana.

-              Adiós hijo, hasta mañana.

Colgué y me quedé preocupado por mi abuelo.

-              ¿Qué le pasa a tu madre? –Me preguntó mi prima Julia-.

-              A mi madre nada, me ha contado que mi abuelo tiene la cabeza un poco regular.

-              ¿Pierde la memoria?

-              No o sí, no sé qué decirte. Al parecer se inventa cosas del pasado o las transforma en su memoria.

-              No parece importante. Con la vida de tu abuelo, muchas cosas de las que haya  hecho no las debe saber todo el mundo y la memoria es siempre muy relativa y muy personal.

Comimos y me fui a buscar a mi abuelo. Pensé que igual a la vuelta de la estación deberíamos coger el autobús o un taxi, no es que el trayecto fuese muy largo, pero mi abuelo no cumplía ya los setenta y cinco. Me acordé de Azucena, joder que buena estaba, tenía que subir luego a casa de las beatas para probar suerte con ella. Cuando llegué a la estación había llegado el autobús y en ese momento se estaban bajando los que parecían los dos únicos pasajeros. Una mujer de muy buen ver como de sesenta años, que mientras bajaba se limpiaba las comisuras de los labios y se arreglaba el pelo, antes de ponerse la mascarilla y mi abuelo que se estaba cerrando los pantalones y estirándose la camisa. Me acerqué al autobús a saludar a mi abuelo.

-              ¡Hola abuelo! ¿Qué tal el viaje?

-              Hola Carlos, pues muy entretenido, ¿verdad Manoli? –La pregunta se la hizo a la mujer que se había bajado antes que él-.

-              Verdad que sí, Paco. A ver si nos volvemos juntos. –Contestó la mujer con una risita-.

-              ¿Traes maleta? –Le pregunté-.

-              No, sólo esta mochila con una muda.

-              ¿Vamos andando o prefieres el autobús o un taxi?

-              Andando, así estiro las piernas del viaje.

Mi abuelo no parecía tener más de sesenta y cinco años, pelo canoso, pero todo su pelo, de estatura un poco más bajo que yo, en su peso, de complexión fuerte y una cara bastante agraciada con unos profundos ojos azules.

-              ¿Te acuerdas de Manoli? –Me preguntó-.

-              No, me suena su cara, pero no me acuerdo de qué.

-              Es la abuela materna de tu amigo Javier.

-              Ah sí, ahora recuerdo haberla visto alguna vez.

-              Pues la come de escándalo.

-              ¿El qué come de escándalo?

-              ¡Qué va a ser Carlos, la polla!

Me quedé sorprendido de lo que decía mi abuelo, pero la verdad es que la escena del descenso de los dos del autobús, inducía a pensar que lo que decía mi abuelo era cierto.

-              ¡Joder como está esto, no hay nadie! –Exclamó mi abuelo-.

-              Sí, las calles están desiertas.

-              ¿Oye, hay algún sitio abierto para poder tomarnos una copa juntos?

-              No creo, esta mañana estaba todo cerrado.

-              Seguro que un sitio que yo sé está abierto y nos atienden muy bien.

Mi abuelo andaba más rápido que yo y hasta me costaba seguirlo. Pensé en tomar el autobús, pero no por mi abuelo, sino por mí.

-              Vamos a dar un pequeño rodeo, por ver si está abierto el sitio que te digo. –Dijo mi abuelo-.

-              Como quieras. Si te apetece podemos ir un poco más despacio.

-              Por mí no, voy a un ritmo algo más lento de lo habitual para no perderte.

Me cagué en la manía de los putos paseos de los pueblos por el camino del colesterol.

-              ¿Y tú cómo estás? Tu abuela, cuando le pregunto, siempre me dice que estás bien, pero ella es de natural optimista. –Me preguntó mi abuelo-.

-              Tiene razón la abuela, estoy bastante bien, pese al confinamiento.

-              Cómo para no estar bien, viviendo con cinco chicas. ¡Qué suerte tienes bandido! –Dijo mi abuelo riéndose-.

-              ¿Y tú cómo estás?

-              Estupendamente. Lo malo, es que a tu abuela le ha dado por celebrar las bodas de oro del primer polvo que echamos de una manera un poco particular y estoy hasta los cojones de follar con viejas, menos con tu abuela que está como una chavala.

-              ¡Abuelo!

-              ¡No me jodas con las tonterías, que yo sé que tú ya lo sabías!

-              De todas formas, que soy tu nieto.

-              De eso ya hablaremos luego. Aquí es. –Dijo señalando la entrada a un bloque de pisos y llamando a uno de los pisos. Que ya hablaríamos luego sobre que era su nieto, me dejó un poco intranquilo-.

-              ¿Esto qué es?

-              Ahora lo verás.

-              ¡Coño Paco, que de tiempo sin verte! Te abro, el piso ya sabes tú donde está. –Dijo una voz de mujer-.

-              Aquí no digas que eres mi nieto. –Me dijo mi abuelo en el ascensor-.

-              Como quieras –le respondí extrañado-.

Llegamos al último piso, salimos del ascensor, nos esperaba una mujer como de cuarenta años en albornoz y con mascarilla en la puerta de uno de los pisos.

-              ¡Paco que alegría ver que estás de maravilla! –Le dijo abrazándolo-.

-              La que estás de maravilla eres tú. –Le contestó mi abuelo cogiéndole el culo a la mujer-.

-              ¿Y tú amigo? –Le preguntó la mujer-.

-              Pues eso un amigo y pupilo, ¿podemos pasar a tomarnos una copa? –Le contestó mi abuelo-.

-              Claro, pero será una copa y algo más.

-              Hombre, la duda ofende.

Entramos, el piso estaba decorado en estilo oriental y sonaba una relajante música ambiente. Por un pasillo apareció otra mujer bastante más joven que la primera, con una bata tipo oriental de seda. Se abrazó también a mi abuelo y luego le dio un beso en la boca. ¡Joder con el viejo! Pensé. Eran dos mujeres guapas con un cierto parecido. La mayor era de estatura media y parecía tener algún kilo de más, pero muy bien puesto. La más joven era alta y con una bonita figura por lo que dejaba percibir la bata que llevaba.

-              Os presento a Carlos, mi pupilo, ellas son Pepa y Pepita, su hija. –Dijo mi abuelo al presentarnos. Pepa se quitó la mascarilla, su cara me resultó lejanamente conocida, y ambas me dieron dos besos en las mejillas-.

-              Que chico tan guapo –Dijo Pepa, que era la que nos había abierto la puerta-. Pasad a la terraza. ¿Qué queréis beber?

-              Dos etiqueta negra con hielo, pero sírvelos largos –contestó mi abuelo-.

Pepita nos llevó a la terraza y luego volvió a entrar al piso. La terraza estaba bien, ningún vecino a la vista, muchas plantas y cañas naturales, un toldo que ofrecía una agradable sombra, varias tumbonas grandes, una mesa baja y otra alta y algunas sillas.

-              ¿Esto qué es abuelo? –Le pregunté extrañado de todo aquello-.

-              El mejor salón de masajes eróticos de Sevilla y posiblemente de Andalucía.

-              Y por cómo te han recibido, tú debes ser cliente habitual.

-              Vengo menos de lo que me gustaría, pero tres o cuatro veces han caído.

Mi abuelo no había parado de sorprenderme en los escasos veinte minutos que llevábamos juntos. Entraron Pepa y Pepita con cuatro vasos de whisky servidos hasta los bordes con mucho hielo, la cubitera y el resto de la botella que debían haber abierto para la ocasión. Nos sentamos los cuatro en la mesa.

-              Paco, vamos a brindar por volver a vernos. –Dijo Pepa levantando el vaso-.

-              Desde luego que sí. Qué ganas tenía de volver a veros y tomarme una copa con vosotras. ¡Qué rico! –Dijo mi abuelo tras darle un buen trago al vaso-. ¿Y vosotras como estáis?

-              Como sabes cerré la peluquería y volví a trabajar con Pepita, con la mala suerte de que a los pocos días empezó lo del confinamiento. Ahora muy aburridas Paco, no viene nadie y menos mal que tenemos la terraza. –Le contestó Pepa-. ¿Y tu mujer cómo está?

-              Muy bien también, tan mandona como siempre. Le dije que si podía me pasaría a veros y me dio muchos recuerdos para vosotras.

-              Hay que ver el cuerpo que Dios le ha dado a esa mujer. Yo, cada vez que le he dado un masaje, me he quedado muerta de la envidia. –Dijo Pepa-.

-              Sí, sí que se conserva bien la jodía.

-              Tú tampoco puedes quejarte –le dijo la más joven-.

Yo estaba alucinando con la conversación, mis abuelos eran asiduos a un salón de masajes eróticos, ¡con más de setenta años! La actividad sexual de mi familia no paraba de sorprenderme. Mi abuelo le dio otro trago al whisky y se lo terminó, cuando yo, como el resto, casi no los habíamos empezado. Pepita le rellenó el vaso.

-              ¿Vamos al masaje? –Dijo Pepita levantándose de la silla-.

-              Claro guapa, pero nos lo dais aquí en las tumbonas, que se está estupendamente al aire libre. –Le contestó mi abuelo poniéndose en pie-.

-              Como queráis, por nostras sin problemas. –Dijo Pepa levantándose también de la silla-.

-              Pepita dame tú el primero, que estoy de viejas del asilo hasta los cojones y quiero que me regales tu juventud. Carlos verás que masajes da su madre, te va a matar del gusto.

Me levanté de la silla y le di un último trago al whisky. Pepa se puso en frente de mí y se abrió el albornoz, no llevaba nada debajo. Era una mujer rotunda, tetas grandes un poco caídas, un poco de barriga, unas caderas amplias y el chocho, bastante grande completamente depilado.

-              ¿Tú dirás que tengo que hacer? –Le dije un poco nervioso, nunca había estado en un salón de masajes eróticos-.

-              Tú no te preocupes por nada. –Me dijo empezando a desnudarme-. ¿De qué conoces a Paco?

-              Del pueblo –le contesté escabulléndome, mientras ella ya me había quitado la camisa y me estaba abriendo el pantalón-.

-              ¿Has estado alguna vez en un salón como este?

-              No, es la primera vez.

-              ¿Qué quieres que hagamos?

-              No sé, que me des un masaje. ¿No es eso?

-              Sí, pero hay muchos tipos de masajes. –Dijo poniéndose en cuclillas para quitarme los pantalones y los bóxers-.

Yo tenía la polla ya bastante morcillona con todo aquello.

-              ¡Paco eres un embustero! –Le dijo Pepa levantándose después de dejarme la polla al aire-.

-              ¿Por qué mujer? –Le contestó mi abuelo, al cual le estaba quitando la ropa Pepita, que estaba ya desnuda y era un auténtico monumento de mujer-.

-              Porque este es tu nieto.

-              ¡Joder no se puede mantener un secreto!

-              ¿Pero cómo vas a mantener ese secreto, si tiene tu misma polla?

Mi abuelo se rió y Pepa volvió a ponerse en cuclillas para terminar de desnudarme, mirándome a la cara.

-              Yo te conozco. –Me dijo-.

-              A mí también me suena tu cara, pero no acierto a acordarme de qué.

-              ¡Coño, tu viniste una tarde a mi peluquería a follar con mi amiga Clara!

-              Es verdad, de esa tarde. –Le contesté recordándola de la tarde en que Clara me depiló y luego follamos-.

-              ¿Niño has follado con Clara? ¡Qué mujer! El otro día la vimos tu abuela y yo. Sigue estando para comérsela. –Dijo mi abuelo-.

Mi abuelo se había tendido boca abajo en la tumbona con la cabeza apoyada en los brazos y Pepita estaba de pie a su lado con un bote de aceite corporal.

-              Túmbate como tu abuelo. –Me dijo Pepa terminando de quitarse la bata-.

Hice lo que me dijo, poniéndome la polla hacia atrás entre las piernas. Después Pepa se puso encima de mí a la altura del comienzo de mis piernas.

-              Con clientes como tu abuelo o como tú, sé porqué cerré la peluquería y volví a los masajes. –Dijo vertiendo aceite abundante en mi espalda y en mi culo y empezando a mover sus manos por mi cuerpo-.

-              ¿Hace mucho tiempo que te dedicas a los masajes?

-              No, un año más o menos. Yo tenía un puesto de pescado en el mercado, en el que trabajábamos Pepita y yo. Un tocayo tuyo le ofreció la oportunidad a mi hija de trabajar en esto, yo me colé también y mandé a la mierda el puesto. Estaba hasta el coño de limpiar pescado y me apetecía más menear la sardina. –Se rió de su propia  ocurrencia-.

Me encantaba el sobe que me estaba dando en la espalda y sobre todo en el culo.

-              Después me eche un novio medio idiota, que se empeñó en que dejara los masajes y fui tan tonta de hacerle caso y monté el salón de belleza que conociste. A los pocos meses mandé a la mierda a mi novio y al salón y volví con mi hija, que se había quedado con esto. Tienes un culo que da gloria sobar.

-              ¿Con qué me estás dando ahora el masaje? –Le pregunté porque notaba una presión sobre mi espalda que no eran sus manos-.

-              Con las tetas, ¿te gusta?

-              Mucho. Tienes las tetas, además de grandes, bien duras.

-              Gracias, mi trabajo me cuesta. Cuando me separé se me habían quedado blandas y se me habían caído mucho, pero fue empezar con los masajes y como las sobaba mucho contra los clientes, se me volvieron a poner duras, como si fueran las de mi hija.

-              ¡Joder, esto es estupendo, no creía yo que pudiera ser tan placentero!

-              ¿Estás empalmado?

-              Como un mulo.

-              ¿Paco y tú estás ya empalmado? –Le preguntó a mi abuelo-.

-              Yo estoy empalmado desde que Pepita me puso el chocho en el culo.

-              No sé cómo lo haces bribón, con la edad que tienes.

-              Yo no hago nada, esto va solo en cuanto veo a una mujer desnuda y más si está como Pepita y empieza a sobarme.

-              Date la vuelta –me dijo, quitándose de encima de mí-.

Lo hice y ella volvió a sentarse sobre mí, a la altura de mis piernas, mirándome a la cara y empezando a verter aceite sobre mi pecho.

-              Me gusta cómo te brilla el cuerpo. –Le dije-.

-              Y a mí me gusta cómo te brilla el capullo.

Me miré la polla y en efecto estaba descapullada y brillante con un hilo de líquido preseminal hasta mi barriga. Pepa empezó a masajearme el pecho, las tetillas y la barriga. Pepita y mi abuelo, que seguía boca abajo se reían.

-              Pepita, ¿por qué no me acercas el whisky? –Le pidió-.

-              Voy a ir por los dos.

Pepita se levantó y fue a por los vasos, mientras mi abuelo se daba la vuelta en la tumbona. ¡Joder que pollón tenía mi abuelo, igual o más grande que el mío y parecía duro como una piedra! Pepita volvió a la tumbona, tenía un culo de vicio, y se sentó con el chocho sobre la polla de mi abuelo.

-              ¿Te gusta mi hija? –Me preguntó Pepa-.

-              Igual que me gustas tú.

-              Ella es muy joven y yo ya soy una mujer madura.

Me incorporé y besé a Pepa en la boca, ella introdujo su lengua en la mía y estuvimos así un rato, luego volví a recostarme.

-              Paco, tienes el leño tremendo. –Dijo Pepita, moviéndose sobre la polla de mi abuelo-.

-              ¿Y cómo quieres que lo tenga con lo calentito y mojado que tienes el chochito y lo bien que te mueves encima? –Le contestó él riéndose-.

-              ¿Qué quieres que te haga? –Me preguntó Pepa cogiéndome la polla con las dos manos-.

-              Lo que a ti te apetezca. –Le contesté llevando mis dos manos a sus tetas-. ¿Te molesta que te sobe las tetas?

-              Todo lo contrario, lo estaba deseando.

-              ¿Cómo va el chaval? –Preguntó mi abuelo-.

-              De maravilla, pero tú dedícate a lo tuyo, que bastante tienes encima. –Le contestó Pepa-.

-              Cómo lo sabes. –Le dijo mi abuelo cogiendo a Pepita por las caderas-.

-              ¿No te importa hacer esto con tu hija delante? –Le pregunté a Pepa-.

-              ¿Y a ti con tu abuelo?

-              Creí que me iba a cortar, pero su naturalidad en todo esto lo ha evitado.

-              Yo al principio no quería hacerlo con ella al lado y casi nunca lo hacemos, pero tratándose de Paco y de su nieto es otra cosa. ¿Quieres que te coma la polla?

-              Ya te he dicho que quiero lo que a ti te apetezca.

-              Pues me apetece mucho que me comas el coño. –Dijo levantándose y poniéndose sobre mí para hacer un “69”.

-              Tienes un coño bonito y muy grande. –Efectivamente tenía el coño con unos labios externos muy carnosos, tanto que se los tuve que  abrir con los dedos para acceder con la lengua a los internos y a su clítoris-.

-              ¡Qué alegría de pollón! –Dijo al metérselo en la boca-.

Cambié mis manos de posición a su culo y con los dedos gordos de las manos le abrí el chocho para seguir lamiéndoselo.

-              Carlos, que bien me lo haces para ser tan joven.

-              Igual te digo para ser una madura tan hermosa.

-              ¿Tardas mucho en correrte?

-              Depende, ahora estoy muy caliente. El olor y el sabor de tu chocho me están sacando de mis casillas.

-              Por mí puedes correrte cuando quieras, yo también estoy muy caliente.

-              ¡Mamá, que bien te lo pasas con ese palo de nata! –Le dijo Pelita-.

-              ¿Qué prefieres esto o limpiar pescado? –Le contestó Pepa-.

-              ¿Pues no ves que estoy limpiando una lubina de kilo y medio con el chocho? –Le dijo Pepita acelerando el movimiento de sus caderas sobre la polla de mi abuelo-.

-              ¡Joder Pepita, como me estás poniendo! –Le dijo mi abuelo, dándole un trago al vaso de whisky-.

-              No me eches la culpa a mí, que tú ya venías preparado.

Pepa me estaba haciendo una mamada de mucho cuidado, lo mismo se tragaba mi polla casi entera que me lamía el capullo o los huevos.

-              Pepa, me voy a correr. –Le dije avisándola-.

-              Yo también, córrete en mi boca, igual que yo me voy a correr en la tuya.

-              ¡Aaaaagggg, aaaaagggg, qué bueno, aaaaagggg! –Grité al correrme en la boca de Pepa-.

-              ¡Sigue comiéndome el coño, que me estoy corriendo, aaaaaahhhh! –Gritó Pepa y empezó a segregar jugos que me caían en la boca, tantos que casi no podía tragármelos-.

-              ¡Paco me corro! –Gritó Pepita-.

-              ¡Y yo, no pares de moverte, aaaagggg, aaaaggg!

Pepa se dejó caer sobre mí y Pepita sobre la lefa que había largado a chorros mi abuelo.

-              Pepita no me explico cómo no te dedicas al baile con ese movimiento de caderas que tienes. –Le dijo mi abuelo-.

-              Porque este baile me gusta más.

Pepa se levantó y se acercó por nuestros vasos de whisky. Yo me incorporé para cogérselo y ella se sentó a mi lado.

-              Paco, tu nieto ha mejorado lo tuyo. –Le dijo Pepa riéndose-.

-              Con dieciocho años lo hace cualquiera, espera que tenga los míos. –Le contestó-. Este con Pepita ha sido el cuarto de hoy, los dos de rigor con mi mujer al despertarnos y el del autobús con Manoli. ¿Te parece poco para setenta y cinco años?

-              Seguro que este no va a ser el último de hoy. –Le dijo Pepita-.

-              Eso espero, porque todavía la tengo como un palo. ¿Nos podríais dejar solos a mi nieto y a mí un rato?

-              Claro Paco, sin problemas.

Se levantaron las dos y desnudas entraron en la casa. Mi abuelo se levantó de la tumbona, en efecto la tenía todavía como un palo, y se sentó al lado de la mesa para servirse un whisky.

-              Carlos, acércate a la mesa que quiero hablar contigo.

-              ¿No preferirías que habláramos vestidos?

-              ¡Déjate de gilipolleces y ven, coño!

Me senté a su lado, yo también estaba todavía empalmado, y serví hielo y whisky en los vasos.

-              Tú dirás abuelo.

-              De eso quería hablarte. Ahora que ya eres un hombre debes saber dos cosas. Tu padre no es hijo nuestro, quiero decir, hijo biológico. Tu abuela no lograba quedarse embarazada y decidimos adoptar a nuestro hijo.

-              No sabía nada.

-              Y tú no eres hijo biológico de tu padre, sino mío. Como tu padre no lograba dejar preñada a tu madre, entre todos decidimos que lo hiciera yo.

-              Esto último, por diversos motivos, sí me lo suponía.

-              No tiene que cambiar nada, ni quiero que cambie, pero creo que tenías que saberlo, entre otras cosas, porque tu novia también es hija mía y por tanto, hermanastra tuya.

-              Que Cristina es hija tuya lo sabía por Clara.

-              A mí me da igual que sigas con ella, pero debías de saberlo.

-              ¿Entonces la abuela y yo no tenemos ninguna consanguineidad?

-              No, ninguna.

Los dos le dimos un buen trago a nuestros vasos y quedamos un rato en silencio.

-              ¿Mamá y la abuela saben que ibas a contarme esto? –Le pregunté-.

-              Claro hijo, no lo iba a hacer sin que ellas lo supieran. Aunque no estaban muy de acuerdo en que lo hiciera, al final lo han aceptado.

Pensé que por eso las dos me habían sembrado dudas sobre la memoria de mi abuelo.

-              ¿Estás completamente seguro de lo que me has contado? –Le pregunté-.

-              Completamente, ya me imagino que tu abuela y tu madre, te habrán dicho  que me invento cosas o que las recuerdo a mi manera, pero no es verdad. La doctora que nos dijo que lo hiciéramos tu madre y yo, tiene la consulta aquí cerca, si quieres vamos a verla.

-              No hace falta, te creo.

-              Bueno pues ya lo sabes.

-              ¿Seguimos camino para el piso? –Le pregunté-.

-              Sí, pero primero deja que me de una ducha con Pepa, a ver si se me baja el calentón. –Dijo levantándose y yendo desnudo también hacia el interior del piso-.

-              Eres de lo que no hay. –Le dije cuando se iba-.

-              No protestes que tú eres igual. –Me contestó-.

La mayor parte de lo que me había contado mi abuelo, me lo suponía. Lo de mi padre y lo de que mi abuela no era familia mía, no. Me quedé pensando un rato hasta que apareció Pepita, que seguía desnuda.

-              Te veo preocupado, ¿te pasa algo? –Me preguntó poniéndome la mano en el hombro-.

-              No, algunas sorpresas y algunas certezas.

-              Qué misterioso.

-              No te preocupes.

-              ¿Quieres que te de un masaje, mientras tu abuelo y mi madre se duchan?

-              Sé que me voy a arrepentir luego, pero tengo que hacer un par de llamadas.

Pepita se puso su bata oriental y se marchó otra vez para dentro. Llamé a mi padre.

-              Hola Carlos. Qué raro casi nunca me llamas.

-              Hola papá, me he acordado de ti y sólo quería decirte que te quiero mucho.

-              Gracias hijo, igualmente. ¿Y tu abuelo?

-              Estupendamente, ha ido al servicio.

-              Bien, dale un beso y otro para ti.

-              Igualmente para ti y para mamá.

Colgamos y llamé a mi abuela.

-              ¿Qué ha pasado para que llames?

-              Hola abuela, yo también me alegro de oírte.

-              Hola Carlos, no seas picajoso. ¿Qué quieres?

-              Estando con el abuelo me he acordado mucho de ti y sólo quería decirte que te quiero mucho

-              Y yo a ti también. Gracias Carlos por llamar.

-              De nada, un beso y hasta la vista.

Colgué, ya sabían los dos que yo me había enterado y que los quería igual que antes de saberlo.

-              Bueno, ¿vamos? –dijo mi abuelo-padre entrando en la terraza y empezando a vestirse-.

-              Sí, vamos –le contesté, dándole un trago al vaso y poniéndome de pie-.

Nos vestimos, mi abuelo (voy a seguir llamándolo así, porque mi padre, aunque no fuera el biológico, seguía siendo mi padre) cogió su mochila y entramos en el piso para despedirnos. Pepa y él estuvieron hablando en un aparte, mientras Pepita me decía:

-              ¿Te has arrepentido ya?

-              Estoy empezando a arrepentirme, pero como ya sé dónde estáis, me pasaré cualquier día a veros y a que me quitéis las tensiones.

-              Cuando quieras y no tardes mucho, que me he quedado con las ganas de catar al joven.

Nos cruzamos besos los cuatro y nos fuimos.

-              ¿Cómo conociste este salón? –Le pregunté a mi abuelo-.

-              Un día tu abuela me dijo que había cogido cita en un urólogo. Yo le dije que no necesitaba ir a ningún médico y menos a un urólogo, pero se puso tan pesada, que no me quedó más remedio que aceptar. Me trajo aquí, en la puerta le dije que era raro que no hubiera ningún rótulo ni nada y lo que había hecho la muy lagarta era reservar hora para un masaje erótico para los dos.

-              Te lo pasas bien con la abuela, ¿verdad?

-              No te puedes ni imaginar en los cincuenta años que llevamos juntos como nos hemos divertido, por eso estamos los dos como estamos.

Mi abuelo seguía andando a la misma velocidad de antes, como si no hubiera echado dos polvos en un rato y se hubiera zampado media botella de whisky.

-              Oye Carlos, ¿siguen viviendo en el edificio Puri y las tres beatas?

-              Sí, aunque creo que las beatas están de ejercicios espirituales.

-              ¿De ejercicios espirituales?

-              Bueno, o al menos eso dicen ellas.

-              Esas se están follando al cura hasta dejarlo seco.

-              Es posible.

-              ¿Te las has follado? –Me preguntó-.

-              Eso no se cuenta.

-              Entonces es que te las follado. ¿Y a Puri?

-              ¿También te follaste a Puri?

-              Como has dicho, eso no se cuenta. –Me contestó y se echó a reír-.

Llegando al piso me dijo muy serio:

-              Carlos, si te vas a echar pareja en el pueblo o en la comarca, pregúntamelo antes.

-              ¿Por qué? –Le pregunté extrañado-.

-              No vaya a ser que sea hija mía y hermana tuya, por tanto.

-              ¡Venga ya abuelo!

-              No es broma lo que te digo. Como tu abuela no podía darme un hijo, se encargó de que llenara la comarca de hijas mías.

-              ¿Sólo hijas?

-              Cosas del destino, tú eres mi único hijo varón, los demás son mujeres.

-              ¿Tú te estás quedando conmigo?

-              Piensa lo que quieras. Una pregunta Carlos: ¿tus primas son tan calientes como sus madres?

-              O más abuelo o más.

-              Pues te lo estarás pasando del carajo.

-              No me puedo quejar.

Llegamos al portal y mi abuelo se paró pensativo.

-              ¿Qué te pasa? –Le pregunté-.

-              Me asaltan los recuerdos. ¡Qué tardes he echado yo aquí follando con tus tías!

-              ¿Cómo es eso?

-              Cuando no era Julia era Marisa, iban a buscarme para que acompañara a la que fuera con la excusa de ver cómo iba la obra o la decoración y salía  follado fijo.

Entramos y Javier seguía en el portal. Saludó a mi abuelo en la distancia.

-              ¿Don Francisco ha venido usted a ver a su nieto?

-              Sí, ya estaba hasta el gorro del pueblo y del confinamiento. Por cierto que he venido en el autobús con tu abuela Manoli.

-              Pues a mí no me ha dicho nada de que fuera a venir. ¿Cómo está?

-              Tan estupenda como siempre. ¿Y tú qué haces aquí, no vivías en una residencial?

-              La cerraron y Carlos me buscó un piso donde vivir, hasta que esto se pase.

-              ¿Qué piso?

-              El quinto derecha.

-              ¡Ah con Patro, que despiste, me había olvidado de ella! Una buena mujer, un poco habladora, pero una buena mujer. ¿Sigue con la manía de la ferretería?

-              Ahora es que no puede ir a comprar porque está cerrada, pero sí, sigue muy aficionada a la ferretería.

-              ¿Tú no te aburres de estar aquí en el portal? –Le pregunté-.

-              Hombre un poco aburrido sí que es. Pasan horas sin que entre ni salga nadie.

-              ¿Y por qué no te subes y dejas las tonterías?

-              Seguro que en cuanto lo deje, baja la diosa y no vuelvo a verla.

-              ¿Qué diosa? –Preguntó mi abuelo-.

-              ¿Don Francisco, a usted le gusta el porno todavía?

-              ¿A qué te refieres con todavía? –Le contestó-.

-              Ya me entiende usted, normalmente con la edad se pierde la lívido y la virilidad, salvo que se ponga algún remedio.

-              ¡Tú eres tonto, niño y eso sí que no tiene remedio! Lo que pasa es que no tengo tiempo para ver porno y además me aburre un poco.

-              Si viera usted a esa diosa, ya vería como no se aburría. –Le dijo Javier haciendo el gesto de pajearse con una mano-.

Mi abuelo me miró cómo preguntándome si a Javier le pasaba algo en la cabeza.

-              Vámonos Carlos, que este chico no está bien. La calentura ha debido achicharrarle el poco cerebro que tenía.

(Continuará. Con el abuelo-padre de visita en el piso, habrá que saber qué pasa. Tendré que retrasar el relato pendiente para mi amiga Susana otra semana más, que vamos a hacerle. Gracias por leerme y dejadme vuestros comentarios.)