Compartiendo piso con mi amigo y mi novia

Las vivencias de David, su novia Irene y su amigo Jorge. Incluye, entre otros, voyerismo y exhibicionismo.

Tenía 20 años cuando conocí a Jorge. Era una calurosa tarde de septiembre y la facultad estaba prácticamente vacía. Las clases aún no habían empezado y yo, para variar, había ido a matricularme a última hora. Estaba escogiendo las asignaturas optativas, cuando un chico alto y rubio se sentó en el ordenador de al lado.

  • Perdona – me dijo mientras abría el ordenador – ¿Sabes cómo funciona la automatrícula? Es que no tengo ni la más remota idea.

Me reí por dentro. El año anterior yo debía haber puesto la misma cara de desorientación cuando tuve que escoger por primera vez entre troncales, optativas y obligatorias.

  • Por supuesto – les respondí animadamente. – Terminó de escoger mis asignaturas y te ayudo.

  • Muchas gracias. Por cierto - me dijo mientras me tendía la mano - me llamo Jorge.

  • Y yo David. Encantado – le respondí con una sonrisa en la boca y estrechando su mano.

Aquel día, después de ayudarlo a automatricularse, nos fuimos al bar del campus a tomar unas cuantas cervezas. Nos sentamos en la terraza al amparo de una sombrilla y empezamos a hablar. Jorge era un tío simpático y abierto. En menos de una hora me había explicado toda su vida: de dónde era, de qué trabajaban sus padres, la edad de sus hermanos, la historia de sus amigos… Entre cerveza y cerveza, me explicó que tenía 23 años y que, como ya había visto en la automartícula, iba a empezar Historia. Durante años había trabajado en un taller, pero, al ver que eso no era lo suyo, se decidió a reemprender los estudios.

Jorge, como yo, era de un pequeño pueblo de provincia e iba a vivir en la ciudad durante el curso. Me preguntó, ya con un poco más de confianza, si conocía a alguien que buscara compañero de piso. Por suerte para él, esa misma semana, Isaac, uno de mis compañeros de piso, nos había informado a mí y a Adrián que iba a dejarnos. Adrián y yo nos habíamos cabreado un montón. ¿Por qué coño no nos lo había dicho antes? ¿Cómo íbamos a pagar la totalidad del alquiler nosotros dos solos? En este sentido, Jorge fue como una bendición, como un ángel de la guarda que aparece volando y te salva de morir ahogado.

Así fue como ese año Jorge se vino a vivir conmigo y Adrián. Desde entonces hasta el momento de los hechos que os voy a narrar, habían pasado cinco años. Yo había terminado la carrera y trabajaba como ingeniero en una empresa a las afueras de la ciudad. Por su parte, Jorge también había terminado felizmente la carrera y trabajaba a media jornada en un archivo municipal. Adrián, sin embargo, después de finalizar sus estudios y de no encontrar trabajo ni de cajero, decidió dejar el piso y volver a casa de sus padres. Nuestra nueva posición como trabajadores nos permitió a Jorge y a mí soportar la partida de Adrián y, después de un tiempo buscando compañero sin demasiado éxito, decidimos vivir los dos solos.

Por aquel entonces, yo hacía dos años que salía con Irene, una chica de mi misma edad que había conocido durante una juerga universitaria. Irene era bajita, con el pelo castaño, unos ojos encantadores y una sonrisa permanente en sus labios. Físicamente, Irene tenía unos buenos pechos que hacían mis delicias y que era la envidia de mis amigos, y un culo pequeño pero bien puesto. A Jorge, a diferencia de mí, no le iban, como él decía, los “lazos matrimoniales”, así que iba de flor en flor como una abeja. Muchos sábados y domingos me levantaba y me encontraba los ligues de Jorge paseándose en paños menores por el piso. Lejos de molestarme, a mí esas situaciones morbosas me encantaban. Mis ojos se recreaban con esos cuerpos juveniles ataviados solo con una tanga y una camiseta, con unas bragas y un sujetador o a veces con los pechos al aire. En más de una ocasión, había entrado al lavabo medio dormido y me había encontrado con algunas de sus chicas meando con las bragas o la tanga en los tobillos o dándose una ducha con la cortina semiabierta. Como entenderéis, una vez se habían ido, Jorge y yo comentábamos alegremente la jugada mientras nos reíamos de los desvergonzadas y frescas que eran.

Por mi parte, tampoco me preocupaba mucho de mi atuendo. Normalmente, Jorge y yo íbamos en calzoncillos por el piso. Sin embargo, en más de una ocasión nos habíamos visto desnudos saliendo de la habitación dirección al baño o cuando dormíamos con la puerta abierta. Jorge se calzaba una buena herramienta y, además, tenía muy buen físico. Alto, rubio y con los ojos azules, siempre era el principal objetivo de las chicas de la discoteca. Cuidaba su cuerpo con dos sesiones semanales de gimnasio donde trabajaba, sobre todo, su tronco superior y siempre iba perfectamente depilado. Pese a no tener su cuerpo hercúleo, yo no tenía nada que envidiarle. Si bien no soy tan alto ni rubio ni tengo los ojos azules, mi cuerpo está bien proporcionado. A diferencia de él, no voy al gimnasio pero normalmente salgo a correr con un grupo de amigos y me mantengo bastante en forma.

Una tarde de primavera, Irene, después de una riña descomunal con sus padres, me propuso ir a vivir juntos. La intenté apaciguar, argumentando que ella todavía no había encontrado trabajo y que los dos solos no podríamos mantener un piso. Sin embargo, la idea se le había metido entre ceja y ceja y, conociéndola como la conocía, iba a ser muy difícil sacársela de la cabeza. Estuvimos una semana hablando sobre el tema. Pese a mis intentos de convencerla, la idea seguía aferrada dentro de su cerebro. Era viernes por la tarde cuando me sorprendió diciéndome:

  • Bueno, si no podemos irnos a vivir los dos solos, me vengo a vivir a tu piso.

  • ¿Cómo?- le pregunté incrédulo.

  • Lo que oyes. No aguanto más. Necesito irme de mi casa o me voy a volver loca.

  • Para el carro – la intenté frenar – Por si no lo sabías, no vivo solo. No depende únicamente de mí.

  • Seguro que a Jorge le da igual – se defendió ella.

  • No estoy yo tan seguro…

  • ¿Cómo que no? ¿Por qué? Hace dos años que lo conozco y nos llevamos estupendamente.

  • Ya lo sé, ya lo sé – le dije. – Pero a Jorge le gusta estar a sus anchas por el piso.

  • Pero si ya he venido al piso un montón de veces y nunca ha habido ningún problema – protestó.

  • Ya lo sé, ya lo sé. Pero una cosa es venir un día concreto y otra muy distinta vivir cada día. A Jorge le gusta llevar a sus ligues, ya lo sabes.

  • ¿Y qué más da? A mí eso me da igual.

  • Ya, ya. Pero también le gusta ir cómodo por casa. Con calzoncillos y alguna vez desnudo…

Por fin Irene se quedó callada.

  • ¿Lo entiendes? Por mi no hay problema, pero no sé si a él le va a molestar.

  • Joder David, es que no aguantó más. Te lo juro. Si no vengo con vosotros, me voy a ir al primer piso de estudiantes que encuentre.

Callé unos segundos.

  • Mira, hagamos una cosa. Yo se lo preguntó a Jorge y a ver qué dice.

El sol volvió a brillar en la cara de Irene. Sus labios se curvaron y sus ojos brillaron.

  • Frena, frena, que te veo la cara. Yo se lo preguntó. Eso no quiere decir que diga que sí.

  • ¡Gracias cariño! – gritó Irene echándose a mis brazos y besuqueándome la cara.

  • De nada – contesté contento de verla más tranquila.

  • Jorge, tenemos que hablar.

  • Joder – se rió – eso suena a ruptura.

Al verme la expresión de la cara, su sonrisa cambió.

  • ¿Qué pasa? – preguntó totalmente serio.

  • No sé como decírtelo. Ya sabes que Irene y sus padres no están muy bien ¿no?

  • Sí ¿y?

  • Pues que hoy, después de sospesar otras opciones, Irene me ha pedido venir a vivir aquí con nosotros.

Jorge respiró aliviado.

  • Joder, menudo susto me has dado. ¿Solo era eso? Me pensaba que me ibas a dejar tirado como un trapo sucio y que te ibas a ir a vivir con Irene.

Abrí los ojos, incrédulo.

  • ¿Cómo? ¿No te molesta?

  • ¿Cómo me va a molestar? Lo raro es que no hubierais hecho el paso antes.

  • Ya pero… No será lo mismo.

  • ¿Por qué no? – preguntó.

  • Bueno, porque hasta ahora íbamos por el piso a nuestras anchas. Pero ahora…

  • ¿Pero ahora…?

  • Pues no sé, quizás te de corte pasarte en calzoncillos o salir del baño desnudo…

  • ¿A mí? – se rió – A mí me da igual. Voy a seguir a mis anchas con Irene o sin ella. La cuestión es si le va a molestar a Irene ver a mis ligues andar en paños menores por el piso.

  • No sé. Ya veremos. Algo ya sabe.

  • Pues eso, que por mí no hay ningún problema siempre y cuando no le molesté mi modus vivendi .

  • De acuerdo. Se lo voy a comentar a ver qué dice.

El lunes siguiente Irene ya estaba con las maletas en la puerta y una amplia sonrisa en su cara.

  • ¡Hola Jorge! – saludó eufórica al entrar.

  • Hola Irene. ¿Preparada para vivir una nueva experiencia? – le preguntó Jorge.

  • Por supuesto. Muchas gracias por aceptarme. No te voy a dar ningún problema. Tú actúa como hasta ahora.

  • No hay de qué, mujer. Y tranquila que yo voy a seguir como hasta ahora.

Desde este punto y como veréis más adelante, Irene será partícipe del relato, narrando algunas de sus vivencias.

Irene de seguida se acomodó a la nueva situación. Pese a mis dudas iniciales, las primeras semanas de convivencia fueron la mar de bien. Como todavía estábamos en primavera, el calor era soportable, así que tanto Jorge como yo íbamos con pantalones deportivos cortos por casa y camiseta de tirantes o de manga corta. Irene, por su parte, al ser un poco friolera, aún iba con pijamas de invierno. Lo que creo que no pasó desapercibido a Irene fue que ni yo ni Jorge usábamos ropa interior debajo de los deportivos, así que, según qué posición adoptábamos, nuestras pollas se insinuaban completamente.

Durante esas primeras semanas, Jorge, debido a la preparación de una exposición, iba hasta arriba de trabajo, así que sus salidas nocturnas menguaron hasta desaparecer.

Todo cambio a mediados de mayo. Era sábado por la mañana e Irene y yo nos disponíamos a desayunar en la cocina. Yo estaba preparando unas tostadas mientras Irene calentaba el café  cuando una chica de unos veinticinco años de edad apareció en la cocina vistiendo solo una camiseta de tirante de Jorge y un escueto tanga.

  • Buenos días – nos dijo un poco cortada al darse cuenta de nuestra presencia.

  • Buenos días – respondí esperando ver la reacción de Irene.

Irene se giró al sentir el saludo. Al ver la chica, los ojos se le abrieron y un leve “Buenos días” se le escapó de entre los labios.

La chica totalmente roja se dirigió a la nevera y cogió una botella de agua. Acto seguido, giró mostrándonos un bonito culo y, despidiéndose con un breve “Hasta luego”, volvió a la habitación de Jorge y cerró la puerta.

  • No me lo puedo creer. ¿Quién se ha creído que es esta para ir así vestida? – dijo indignada Irene.

  • ¿Así “vestida”? – bromeé.

  • David, no estoy para bromas.

  • Cálmate mujer. Es un ligue de Jorge.

  • Eso ya lo he visto. – dijo secamente.

Dudé en explicarle que otras veces ya había visto chicas con la misma ropa o con menos.

  • Las chicas vienen de noche y se creen que están solas con Jorge.

  • Pues va a ser que no.

  • No te enfades mujer. Otras veces ya había pasado.

  • ¡¿Cómo?! – exclamó.

  • Pues eso. Otras veces ya me he topado con alguno de sus ligues en paños menores.

  • ¡¿Que qué?! – exclamó alucinada.

  • Pues que en más de una vez las he visto en tanga. No te enfades. Llevamos mucho tiempo viviendo juntos y entre nosotros hay confianza. Es la manera de ser de Jorge y nunca ha habido ningún problema. Ya te dije que Jorge aceptó que vinieras con unas condiciones concretas.

La cara de Irene era un poema. Sin embargo, no dijo nada y simplemente se calló.

Durante los días siguientes, estuvo un poco rara y, a mi parecer, cabreada. Pero poco a poco se le fue pasando al comprender que eran nuestros hábitos y que tendría que adaptarse o marcharse.

El verano se acercaba y el calor empezaba a apretar. Al no tener aire acondicionado, dejábamos las ventanas abiertas para qué hubiera un poco de corriente pero a veces eso no era suficiente.

Las camisetas empezaron a desaparecer y tanto Jorge como yo comenzamos a mostrar nuestros torsos desnudos. Poco a poco, los pantalones cortos también dejaron paso a los calzoncillos y Jorge y yo íbamos por casa solo con esos atuendos. Jorge solía usar slips, así que su paquete se marcaba de una manera considerable. Yo, en cambio, utilizaba bóxers, ya que siempre me han parecido más cómodos.

Un día en que vi que los ojos de Irene se iban tras el paquete de Jorge le dije:

  • ¿Qué? Veo que Jorge vaya en calzoncillos no te molesta tanto ¿no?

Irene se sonrojó y me pidió disculpas por la actitud infantil que había tenido días atrás.

Su indumentaria, igual que la nuestra, empezó a menguar. Guardó el pijama de invierno y empezó a deambular por la casa con un fino pijama de verano de dos piezas: una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos que le llegaban a medio muslo.

El primer domingo de julio estábamos sentados en el sofá viendo la tele después de un buen desayuno, cuando la puerta del cuarto de Jorge se abrió y salió una chica vestida solo con una tanga y los pechos al aire.

Los tres no quedamos totalmente sorprendidos sin saber qué decir. Finalmente, Irene rompió el hielo.

  • Buenos días. – dijo amablemente.

  • Buenos días. – contestó la chica sonrojada.

  • Mmm… - respondí yo moviendo como un tonto la cabeza.

La chica se dirigió al baño y cerró la puerta.

Ahora iba a venir la riña…

  • ¿Qué? Veo que te han dejado embobado los pechos de la muchacha.

  • Yo… bueno… - respondí temeroso.

  • La verdad es que los tenía bonitos. – afirmó Irene sonriendo.

Su actitud me dejó a cuadros. No sabía si era una trampa… Intenté no picar el anzuelo.

  • Bueno… los tuyos son mucho mejores.

  • Eso nadie lo duda.- se echó a reír. – Venga tonto. No pongas esa cara. ¿No tenía que adaptarme?

  • Eee… sí… -balbuceé.

  • Pues eso es lo que hago. Venga, estate atento que ahora va a salir.

Efectivamente, la puerta del baño se abrió y la chica, tan rápido como pudo, se coló en el cuarto de Jorge. Sin embargo, tuvimos tiempo de ver como sus medianos pechos se movían de un lado a otro impulsados por su propietaria al correr.

Esa noche Irene bromeó con Jorge sobre su ligue y los pechos de la chica. Algo estaba cambiando en ella. Quizás al final sí que había sido buena idea que viniera a vivir con nosotros.

Dos semanas después, Jorge volvió a hacer de las suyas. Sin embargo, esta vez no fuimos los dos quienes vimos a la chica deambulando por el piso, sino que fue Irene quien se la encontró en el baño.

  • David – me dijo al regresar a la cama. – No te vas a creer qué me ha ocurrido.

  • ¿Qué? – le pregunté medio dormido.

  • He ido al baño y me he encontrado a Sara.

  • ¿Eh? ¿Quién es Sara? – pregunté descolocado.

  • El nuevo ligue de Jorge.

  • Ahhh…

  • He entrado y estaba meando.

  • Aja…

  • Totalmente desnuda.

Mis ojos se abrieron completamente.

  • Veo que eso ya te gusta más. Lástima que hoy no estuviéramos en el sofá para verla. La verdad es que tenía un cuerpo muy bonito.

  • ¿Y qué has hecho tú? – pregunté. – ¿No la habrás regañado?

  • No hombre, no. Me he presentado. Es muy simpática. Ella se ha levantado y me ha preguntado si me importaba si se duchaba. Obviamente, le he dicho que no. Mientras, he aprovechado y me he sentado a mear. Hemos estado hablando mucho rato. Me ha contado cómo conoció a Jorge y lo bien que se lo pasaron ayer por la noche. Se ve que Jorge va bien equipado. Pero bueno, eso salta a la vista. He podido contemplar cómo se enjabonaba. El agua acariciaba su delicada piel, sus pezones apuntaban al frente y llevaba el coño totalmente depilado…

Su actitud junto a la descripción provocaron que mi amigo se levantara.

  • Veo que te está gustando la historia. ¡Qué lástima que haya sido yo y no tú quien ha entrado en el baño! – me dijo provocándome.

Irene llevó las manos a mis calzoncillos y los bajó de un tirón. Mirándome a los ojos, fue acercando su cara hacia mi polla.

  • Estoy segura de que te habría encantado que Sara te hiciera esto que ahora mismo te voy a hacer.

Sin darme tiempo a reaccionar, engulló mi polla y empezó a subir y a bajar la cabeza mirándome a los ojos. No pudiéndolo evitar, se me escapó un sonoro gemido de placer. En medio de la mamada, Irene dejó mi empapada polla tranquila unos segundos y se deshizo rápidamente del pijama que llevaba puesto. Completamente desnuda, se dio la vuelta, acomodó su coño a escasos milímetros de mi boca y continuó chupándome la polla. Antes de empezar comerme a conciencia ese exquisito manjar, pude ver como sus labios vaginales estaban levemente separados y como de ellos emanaba un espeso líquido que brillaba delator.

  • Veo que no soy el único a quién esta situación le da morbo. – le dije pícaramente.

Con la boca llena de mi polla, su respuesta fue bajar la cintura y restregarme el húmedo coño por mi cara. Saltaba a la vista que esa situación nos encantaba a los dos. Ella me relamía la polla como si le fuera la vida y yo daba largos lametones, desde su palpitante clítoris hasta su rosado ano. En pocos minutos, nos corrimos los dos en medio de ese desenfrenado 69. Ella, con la ayuda de mis dedos y me lengua, yo, en su boca, con sus labios succionando cada espasmo de mi polla…

Sara, como muchas de las conquistas de Jorge, no volvió a aparecer por el piso. Sin embargo, supuso un punto de inflexión en la actitud de Irene. Esa misma noche, mientras cenábamos, Irene bromeó con Jorge sobre su conquista, un hecho inimaginable dos meses atrás.

  • Menudo conquistador estás hecho, Jorge. – bromeó Irene mientras se llevaba una cucharada de gazpacho a la boca. – Esta mañana he coincidido con Sara en el baño y tenía un cuerpo de escándalo.

  • ¿Y qué hacías tú en el baño con Sara? – continuó Jorge con una media sonrisa.

  • Pues tenía que ducharme y como Sara estaba en la ducha le he pedido de ducharnos juntas. – mintió Irene.

  • ¿Cómo? – exclamó Jorge incrédulo. – Esto no me lo ha contado Sara.

Irene se rió a carcajadas.

  • No hombre, no. ¡Qué tontos que sois los hombres! Vuestra mente calenturienta siempre os juega malas pasadas. Simplemente, he entrado al baño y he meado mientras ella se duchaba.

  • ¿Dónde está la recatada Irene del principio? – preguntó Jorge alegre.

  • Bueno, como me dijo David, o me adapto o me marcho. Así que como no quiero marcharme, mejor será que me adapte.

  • ¡Así me gusta! – la animó Jorge. – ¿Eh que nadie se va a morir por ver una teta o un culo por la casa?

  • No – se rió Irene. – Y menos si son como los de Sara.

Los tres nos reímos animados. Por primera vez pensé que, tal vez, la convivencia con Irene podía funcionar. Si había visto a un ligue de Jorge desnudo por la casa y, lejos de enfadarse, había bromeado, las cosas iban por el buen camino.

El calor de medianos de julio estaba siendo insoportable. Por las noches, el calor era asfixiante. La presencia de Jorge por el piso provocaba que, ante la negativa de Irene de dormir con la puerta abierta, durmiéramos cerrados a cal y canto a excepción de una pequeña ventana por donde apenas pasaba el aire. Así que, ante esa situación, empecé a dormir totalmente desnudo. Irene tardó un poco más, pero dejó a un lado el pijama y empezó a dormir solamente con bragas.

Jorge, como había pasado en años anteriores, dormía completamente desnudo como yo. Esto lo comprobé una noche cuando me levanté para ir al baño. De camino al inodoro, vi, como siempre, la puerta de la habitación de Jorge completamente abierta. Al pasar por delante, un rayo de luna se filtraba por la ventana e iluminaba su cuerpo desnudo. La imagen me chocó un poco. Si bien ya estaba acostumbrado a que Jorge durmiera así, pensé que, estando Irene por la casa, se cortaría un poco. Sin embargo, comprendía la posición de mi amigo. Él estaba en su casa y desde el primer día había dejado muy claro que él continuaría con su estilo de vida. Por esa razón, no le hice ningún comentario al respecto. De hecho, estaba seguro de que si un día Irene lo veía desnudo, me lo iba a contar.

Era miércoles por la mañana e Irene y yo estábamos desayunando tranquilamente en la cocina. Yo iba en calzoncillos e Irene, animada por mí, solo se había puesto una camiseta de tirantes sobre las bragas. Estaba preparando el café, cuando oí que Irene se reía.

  • ¿De qué te ríes? – le pregunté.

  • De Jorge.

  • ¿De Jorge? – miré hacia las habitaciones y el baño pero no vi ni rastro de él.

  • Sí. – continuaba riéndose Irene. – He visto como salía del baño y, al vernos, ha echado a correr hacia la habitación.

  • ¿Y qué tiene eso de divertido?

  • Pues que iba desnudo y le he visto el “culete”.

Ahora entendía las risas de Irene. Seguidamente, apareció Jorge con un escueto calzoncillo slip marcando paquete.

  • Perdón – se disculpó Jorge. – No sabía que estabais aquí.

  • No te tienes de disculpar de nada. Estás en tú casa. – le dije.

  • Ya, ya… Pero ha sido un poco extraño que Irene me viera.

  • Por mí no te preocupes. De hecho, prefiero ver a chicos que a chicas. Aunque ya me doy cuenta de que lo más normal en esta casa es ver a tus ligues en paños menores. Por cierto, bonito culo.

Jorge se enrojeció.

  • Gracias.

  • ¿Quieres café? – le pregunté para sacarlo de la incómoda situación.

  • Sí, gracias. – dijo sentándose.

Entonces fue cuando Jorge se fijó en el vestuario de Irene.

  • Veo que no únicamente son mis ligues los que van en paños menores. - Ahora fue Irene la que se sonrojó. - ¿Dónde está tu pijama de verano?

  • Bueno… por la noche tenemos calor y ahora solo duermo en bragas.

Jorge se rió.

  • No me extraña que tengáis calor allí cerrados. Por mí podéis abrir la puerta. Yo duermo con todo abierto y a menudo sigo achicharrándome. No me quiero ni imaginar lo que tenéis que sudar vosotros.

  • Sí claro. – protestó bromeando Irene. – Tú lo que quieres es verme las tetas.

  • Digamos que no es mi objetivo principal pero si las veo no me voy a morir. He visto muchos pechos y unos más no van a cambiar mucho las cosas.

  • ¡¿Qué?! – se picó Irene. – Esto es porque aún no los has visto. Si un día tienes la suerte de verlos, no dirás lo mismo. ¿Eh que son espectaculares David?

  • Por supuesto cariño. – me apresuré a responder.

Irene, chula, sacó la lengua a Jorge.

  • Cuando los veas ya me lo dirás.

Pese a las palabras de Jorge y ante mi desesperación, continuamos durmiendo con la puerta cerrada.

Era sábado por la mañana cuando Jorge nos propuso ir a la playa. Ni Irene ni yo teníamos un plan mejor, así que aceptamos. Cogimos la sombrilla y la crema solar, nos pusimos los bañadores y, después de cargarlo todo al coche, nos dirigimos a la costa. Tras una hora de trayecto, llegamos a una concurrida playa. Nos costó bastante encontrar aparcamiento. Bajamos los cachivaches y nos encaminamos a la arena. Vimos un pequeño claro entre un mar de sombrillas y nos dirigimos allí. Mientras yo clavaba la sombrilla, Jorge e Irene se desvistieron, quedándose en bañador y bikini. Jorge, como no podía ser de otro modo, llevaba un bañador slip de color rojo y azul. Por su parte, Irene llevaba un bonito bikini de color turquesa que resaltaba sus atributos. Me desvestí y me quedé en bañador. No era un bañador surfero, pero tampoco un slip. Jorge corrió hacia el agua mientras Irene y yo nos untábamos de crema solar. Seguidamente, yo fui a nadar con Jorge e Irene se quedó tomando el sol.

  • ¡Qué buena que está el agua! – me gritó Jorge unos metros mar adentro.

  • Ya ves. ¡Qué placer! – exclamé nadando hacia donde se encontraba.

  • ¿Has visto que tías? ¡Qué buenas que están! Y la mayoría van con las tetas al aire. ¡Me encanta la playa!

  • Ya ves. Mira esa de allí. – le dije señalando a una morena que andaba por la arena. – Menudo tanga se gasta.

  • ¡Buf! Me estoy poniendo enfermo.

Estuvimos un rato comentado la jugada. La conversación, como no, nos llevó a comentar los topless.

  • ¿E Irene no hace topless? – me preguntó.

  • Normalmente sí, pero depende del día y de la playa. Me imagino que hoy no hará por qué estás tú.

  • ¡Qué tontería! Si aquí todas están con las tetas al aire.

  • Eso díselo a ella.

Los dos nos reímos.

  • Por cierto – me dijo Jorge más serio. – ¿Te molesta que vaya desnudo por casa? El otro día me supo mal.

  • No hombre, no. Cuando Irene vino a vivir con nosotros ya sabía lo que había. No quiero que tú cambies tus costumbres y tu modo de vida por nosotros. Estás en tu casa y puedes ir cómo quieras.

  • Gracias, eres un buen amigo.

  • El buen amigo eres tú, que has aceptado convivir con Irene.

Al cabo de unos minutos, Jorge y yo salimos del agua. Irene, como no, se estaba achicharrando al sol. Tanto Jorge como yo nos tendimos y disfrutamos de la brisa marina y de las gotas saladas deslizándose por nuestra piel mojada. Llevaba un rato tendido con los ojos cerrados, cuando oí que Jorge hablaba por teléfono.

  • De acuerdo. Ahora vengo. – dijo mientras colgaba.

  • ¿Quién era? – pregunté.

  • Era Mar, una amiga que vive aquí. Le he enviado un WhatsApp diciéndole que venía y me ha llamado para quedar. ¿Os molesta que me vaya un rato?

  • ¿Cómo nos va a molestar? Haz lo que tengas que hacer. – le dije guiñándole un ojo.

Jorge se despidió con la mano de Irene, que en ese momento estaba nadando tranquilamente, y se marchó hacia el paseo marítimo. Al poco, Irene salió del agua.

  • ¿Dónde se ha ido Jorge?

  • Con una amiga que hacía tiempo que no veía.

  • Ahhh.

Irene se echó a mi lado, miró hacía donde se había ido Jorge y se desabrochó la parte superior del bikini. Sus preciosos pechos respiraron aliviados.

  • Veo que al fin te has animado.

  • Sí. Voy a aprovechar que no está Jorge para tostarme un poco las tetas.

  • No seas tonta. A Jorge le da igual si haces topless.

  • Ya me lo imagino. Pero a mí no.

  • Pero si el otro día casi lo ves desnudo – insistí.

  • Ya, pero eso fue porque a él le gusta ir desnudo por el piso.

Vi que tenía la batalla perdida y desistí. Irene se untó bien los pechos de protector solar, se puso los auriculares y cubrió su cara con una camiseta para qué no le molestara el sol. Yo ya estaba sudando la gota gorda, así que aproveché para ir a bañarme y a mirar unos cuantos pechos.

Estaba nadando cuando vi, a lo lejos, como Jorge se dirigía a paso seguro hacia la toalla. Al llegar ante Irene, se recreó un minuto la vista y luego le tocó levemente el hombro. Irene salió perezosamente de su mundo y se sacó la camiseta de la cara. Al ver a Jorge de pie delante de ella, se cubrió los pechos rápidamente con los brazos y las manos. Estaba seguro de que Irene se iba a poner instantáneamente el top. Sin embargo, estuvieron hablando un rato e Irene no daba ninguna señal de querer ponérselo. Eso sí, seguía con los brazos cubriendo sus precisos pechos. Al rato, vi que los dos levantaban la cabeza y miraban a los lados buscándome. Levanté el brazo y les saludé. Ellos me vieron y devolvieron el saludo. Jorge le dijo algo a Irene y, después de quitarse las chanclas y la camiseta, se dirigió corriendo hacia el mar. Saltó al agua y en pocos segundos se plantó nadando delante de mí. Irene, desde su toalla, continuaba mirándonos.

  • Buf, ¡qué calor! – exclamó Jorge al llegar hasta mí.

  • ¿Qué haces aquí tan pronto? – le pregunté.

  • Eso mismo me ha preguntado Irene. – se rió. – Mar se tenía que ir y solo hemos quedado para saludarnos.

  • Ahh. – asentí. – Menuda sorpresa te abras llevado con Irene ¿no?

Jorge se rió.

  • ¡Y qué lo digas! Pero creo que la sorpresa se la ha llevado ella. Se le ha quedado una cara a la pobre…

  • Ya me lo imagino.

  • Se iba a poner el top – me explicó Jorge. – Pero le dije que si ella estaba cómoda así por mí no había ningún problema.

  • ¿Y qué ha dicho? – le pregunté.

  • Que se iba a poner el top.

Los dos nos reímos.

  • Es más cabezota. – comenté moviendo de un lado al otro la cabeza.

  • No sé. Al final creo que la he convencido. – añadió Jorge.

  • ¿Qué le has dicho?

  • Pues que, total, ya se las había visto y que unos pechos tan bonitos tenían que lucirse.

  • Eso mismo creo yo. – asentí.

Miré hacia la playa y vi que, efectivamente, Jorge había convencido a Irene. Esta descansaba boca arriba con los pechos al aire tostándose al sol.

  • Tienes razón. – le dije. – Por extraño que parezca, la has convencido.

El resto de día Irene se lo pasó con los pechos al aire. Jorge no hizo ningún comentario al respeto e Irene, por su manera de andar y bañarse, a cada momento que pasaba se sentía más cómoda. Cuando llegamos al piso a las ocho de la tarde, nos dimos una ducha para limpiarnos la sal y cenamos una fresca ensalada de verduras. Después de mirar un rato la tele en el sofá, Irene con una camiseta y unas bragas y Jorge y yo en calzoncillos nos dirigimos a dormir. Una vez en el cuarto, cerré la puerta y me quité los calzoncillos. Irene, a su vez, se sacó la camiseta y se quedó en bragas. Seguidamente, nos tendimos en la cama dispuestos a descansar.

  • Perdona – me dijo Irene.

  • ¿Perdona por qué?

  • Por haber sido tan tonta.

  • ¿En qué sentido?

  • En el tema topless. Cuando por fin me he decidido, he visto que no era para tanto.

  • Lo ves. Ya te lo había dicho.

  • Ya, ya. – me dijo dándome un beso en los labios. – ¿Por cierto, podemos abrir la puerta? Ya que Jorge ya me ha visto los pechos, mejor dormir más fresquitos ¿no?

Asentí contentó. Me levanté y abrí la puerta. Una suave brisa se coló por la puerta y acarició nuestros cuerpos.

  • Mmm… - ronroneó Irene. – ¡Qué gustito!

  • Y que lo digas. Antes esto era un horno.

  • Gracias cariño.

  • ¿Por qué?

  • Por haberme aceptado en el piso. Estoy muy feliz y me siento completamente integrada en el grupo.

  • Gracias a ti por haberte adaptado a nuestras rutinas.

  • Te quiero. – me dijo dulcemente mirándome a los ojos.

  • Y yo a ti. – le respondí.

Nos fundimos en un apasionado beso y, después de sacarle delicadamente las bragas, hicimos el amor lentamente, disfrutando de nuestros cuerpos. Fue un polvo silencioso, con el morbo de tener la puerta abierta. Cuando terminamos, Irene se puso las bragas y caímos dormidos profundamente.

El siguiente miércoles por la mañana, mientras desayunábamos, Irene me dijo que me tenía que contar una cosa.

  • ¿De qué se trata? – le pregunté curioso.

  • Verás… - me dijo poniéndose granate. – Ayer por la noche no podía dormir y fui al baño a mear.

  • ¿Y?

  • Pues que cuando estaba saliendo del lavabo me crucé con Jorge, que iba a por un vaso de agua.

  • ¿Y qué tiene eso de especial?

  • Pues que iba desnudo, atontado.

  • Ah... es verdad. No había caído en que duerme desnudo.

  • Fue un poco incómodo. Yo con los pechos al aire y él totalmente en bolas.

  • ¿Y qué te dijo él?

  • A él, pese a su desnudez, se le veía muy tranquilo. Con una sonrisa en la boca, me preguntó: “¿Qué, no puedes dormir?”. Les respondí, intentando no mirar hacia sus partes, que había ido a mear y que tenía un poco de sed. Él dijo que a él le pasaba igual, que tenía mucha sed y que iba a tomar un vaso de agua. Los dos nos dirigimos a la cocina y Jorge me sirvió un vaso de agua fría. Vi que en más de una ocasión sus ojos se deslizaban hacia mis pechos…

  • ¿Y te extraña con lo bonitos que son? Estoy seguro de que tú también le miraste disimuladamente la polla.

  • ¡David! – exclamó.

  • ¿Tengo razón o no? – continué.

Irene se enrojeció aún más.

  • Bueno… la verdad es que sí.

  • ¡Lo ves! – grité triunfal.

  • ¿No te molesta?

  • ¿Por qué me tendría que molestar?

  • Bueno… por si te pones celoso…

  • ¿Celoso de que veas a Jorge en pelotas? Después tú podrías ponerte celosa de que yo viera a sus ligues.

  • Es verdad. No me lo había planteado de esa manera. – asintió Irene.

  • Tú tranquila cariño. Por cierto, ¿la tiene bonita?

  • ¡David! – volvió a exclamar dándome un cachete.

  • ¿Sí o no? –insistí.

  • Bueno… Sara tenía razón. Jorge está bien equipado.

Los dos nos reímos. Irene, un poco más envalentonada, añadió:

  • Y sin un pelo. ¿Tú sabías que se la depilaba completamente?

  • Pues claro. ¿O pensabas que no se la había visto nunca?

  • Ya, ya. La verdad es que se ve bonita y parece más grande.

  • ¿Me estás tirando alguna indirecta? – le pregunté con una sonrisa en la boca.

  • ¿Yo? – preguntó inocente- ¡Qué va! – dijo sacando la lengua y guiñándome un ojo.

Ese sábado Jorge salió dejándonos a Irene y a mí solos en el piso. Aprovechamos nuestra soledad y, después de una cena romántica y de beber más vino del que hubiera sido recomendable,  hicimos el amor apasionadamente, con la puerta totalmente abierta y gritando como si no hubiera mañana. Irene, de hecho, desde que vivía con nosotros estaba más fogosa, más caliente y desatada. Después del apoteósico polvo, caímos rendidos, con nuestros cuerpos bañados en sudor.

Me desperté temprano. La luz se colaba por debajo de la persiana e iluminaba levemente la habitación. Irene dormía a pata suelta completamente desnuda. Con el calentón, no nos habíamos acordado de cerrar la puerta, así que quizás Jorge, al volver de fiesta, habría tenido una buena panorámica de mi novia.

Salí dirección al lavabo. El salón olía, igual que nuestro cuarto, a sexo y alcohol. Seguro que Jorge había hecho de las suyas. Al pasar por delante de su habitación, mis teorías se confirmaron. Jorge dormía plácidamente con una morena despampanante a su lado. No puede evitar fijarme en la muchacha. Totalmente desnuda, dormía con los pechos apuntando al techo y las piernas separadas. Me fijé en su bonito coño, semiabierto y enrojecido por el sexo de la noche anterior. Instintivamente, mi polla, delante de esa belleza, dio un brinco y se puso morcillona. Me la acaricié levemente y me dirigí al baño. Era primera hora de la mañana y el calor ya era insoportable, así que opté por darme una refrescante ducha.

Estaba en ello cuando la puerta se abrió y la morena apareció desnuda ante mí. No llevaba muy buena cara y sus ojos delataban su estado medio dormido. De hecho, no se dio cuenta de mi presencia hasta que se sentó en el lavabo y levantó la cabeza.

  • ¡Ostias! – gritó cubriéndose los pechos.

Su grito me pilló por sorpresa e instintivamente me cubrí.

  • Perdón – se disculpó. – Ya salgo.

  • Soy David, el compañero de piso de Jorge.

  • Yo Raquel. Perdón, no te había visto. Pensaba que no había nadie.

  • Tranquila. – dije cogiendo el jabón y mostrando mis atributos a Raquel.

Delante de mi gesto, Raquel comprendió que era absurdo que se cubriera y destapó sus lindos pechos.

  • ¿Supongo que os lo pasasteis bien con Jorge, no? – pregunté para romper el hielo.

  • ¡Joder! – exclamó. – No recuerdo muy bien la noche. Eso sí, la follada en el sofá de vuestro salón no la olvidaré durante mucho tiempo.

  • ¡Joder con Jorge! No se corta ni a sabiendas de que Irene y yo estamos en el piso. – dije.

  • Ah… ¿Irene es la chica castaña? – preguntó.

-Sí ¿cómo lo sabes? – pregunté curioso.

  • Porqué nos pilló de lleno – respondió tranquilamente, como si encontrar dos personas follando en el sofá fuera lo más normal del mundo. – Supongo que ya te lo explicará.

Ante esa respuesta e imaginando a Irene contemplando la brutal follada, mi polla di un brinco que no pasó desapercibido a la chica.

  • Ups – dijo mirando directamente hacia mi polla. – Creo que aquí sobra alguien.

Cogió un trozo de papel, se levantó levemente, se secó con total descaro su bonito coño y, después de tirar de la cadena, salió del baño contorneando su fabuloso culo. Como podéis imaginar, me faltó tiempo para empezar a masturbarme salvajemente. Al poco rato, cuando salí de la ducha únicamente ataviado con una toalla atada a la cintura y pasé por delante de la habitación de Jorge, la puerta estaba cerrada y se oían unos leves gemidos al otro lado. Llegué a la habitación y cerré la puerta tras de mí. Irene se estiraba perezosa con los ojos medio abiertos. Me desaté la toalla y la tiré al suelo. Mi polla ya volvía a apuntar al cielo.

  • Buenos días león. – dijo desperezándose.

  • Buenos días. – le dije saltando a la cama y poniendo mi cara entre sus piernas. – Creo que tienes que contarme algo.

Sigue el relato Irene:

Después de la salvaje follada de la noche anterior, dormí plácidamente hasta que unas ganas inaguantables de mear me hicieron levantar de la cama. Medio dormida y desnuda como estaba, salí de la habitación y me dirigí al baño.

Estaba pasando por el salón, cuando reparé en que la luz estaba encendida. Me froté los ojos y miré a mí alrededor.

Entonces los vi. Una chica morena y Jorge me miraban sorprendidos desde el sofá. Lo primero que me vino a la cabeza fue que iba desnuda y que les había sorprendido mi falta de vergüenza, por lo que me cubrí con las manos. Sin embargo, al despejárseme más la mente, vi que ellos también estaban totalmente desnudos y que ella tenía la polla de Jorge totalmente insertada en su coño.

Como pude, me disculpe y corrí hacia el baño, cerrando la puerta detrás de mí. Me senté en el lavabo y meé mientras mi mente pensaba en qué tenía que hacer. Sin embargo, la imagen de la polla de Jorge y del chorreante coño estaba grabada en mi retina y no me dejaban concentrar. Finalmente, opté por esperar sentada unos minutos y así darles tiempo a ir al cuarto.

A pesar de los minutos de tregua, cuando salí, no sé si por el alcohol, por la excitación o por ambas cosas, allí seguían, follando en el sofá. Únicamente, habían cambiado la posición y ahora ella recibía los embates de Jorge a cuatro patas.

Al verme salir, Jorge simplemente bajó el ritmo de la follada y me miró a los ojos con una mirada penetrante y llena de lujuria. Yo me fijé como su polla empapada en flujos entraba y salía una y otra vez de ese dilatado y enrojecido coño.

Al cabo de un rato que se me hizo eterno, llegué a la habitación y sin cerrar la puerta me eché a la cama. Tendida boca arriba, no dejaba de oír los gemidos de la chica y de visualizar la polla de Jorge entrando y saliendo. Noté un cosquilleo en mi coño y, al tocármelo con la yema de los dedos, lo noté totalmente mojado. Me empecé a acariciar lentamente y progresivamente fui incrementando el ritmo. Ya me estaba masturbando en toda regla cuando un pensamiento cruzó por mi mente. Intentando hacer el mínimo ruido posible, me levanté de la cama y me acerqué cautelosamente a la puerta. La pareja seguía follando salvajemente. Ella jadeaba y Jorge estaba cubierto de sudor. La polla, totalmente hinchada, marcando las venas y cubierta por flujos, entraba y salía, entraba y salía, no dejando ningún tipo de descanso a ese envidado coño. Desde mi posición y vigilando de no ser descubierta, continué mi masturbación. Esta vez, pero, de una manera más frenética. No tardé mucho en llegar al clímax. Mis piernas cedieron y por poco caigo al suelo. Al mismo tiempo que me apoyaba en la pared exhausta, tuve que morderme la lengua para no gritar de placer y delatar, así, mi escondite. Después de eso, caí rendida y no me levanté hasta que David salió para ir al baño.

Sigue el relato David :

Después de que Irene me explicara su intensa experiencia nocturna, terminamos follando, poseídos por una excitación que pocas veces habíamos sentido. Al otro lado de la pared, se oían los gemidos de la morena. Al parecer, a Jorge no se le gastaban las pilas.

Ese día Jorge no comió en el piso y no coincidimos con él hasta la noche. Como no sabíamos si vendría o a qué hora llegaría y el calor era insoportable, Irene únicamente llevaba puestas unas bragas y yo iba desnudo.

Estábamos sentados en el sofá, ese sofá donde horas antes había tenido lugar una descomunal follada, cuando Jorge entró por la puerta. Esta vez llegaba solo.

  • Buenas noches parejita. – nos dijo sonriendo y sin inmutarse por nuestros “atuendos”.

  • Buenas noches – respondimos al unísono. Irene no hizo ningún amago de cubrirse.

  • ¿Hoy vienes solo? – le pregunté.

  • Sí – contestó enrojeciéndose un poco. – Voy a darme una ducha que estoy muy acalorado y vengo con vosotros.

Al cabo de un cuarto de hora, Jorge salió de la ducha con una toalla atada a su cintura que a duras penas le llegaba a medio muslo.

  • Voy a ponerme algo y ahora vengo.

  • ¿Por qué? – le pregunté yo. Tanto Irene como Jorge me miraron asombrados. – Con el calor que hace puedes quedarte así. Como ves, Irene y yo estamos bien fresquitos.

Jorge, quizás para no contrariarme, se sentó en el sofá con la toalla. Su posición dejó al descubierto buena parte de sus muslos y poco le faltaba para que asomara su polla.

  • ¿Cómo ha ido el día? – le pregunté.

  • Bien, bien… - respondió.

Hubo un silencio un poco incómodo y luego continuó.

  • Quería pediros perdón…

  • ¿Por qué? – preguntamos los dos.

  • Por el espectáculo de ayer por la noche. Judit y yo bebimos demasiado y nos dejamos llevar por la calentura y el momento pasional. No volverá a pasar.

  • Tranquilo, no le des más importancia. – le tranquilicé.

  • No lo digo por ti sino por Irene. Supongo que ya te lo habrá contado. Espero que no te sintieras muy incómoda y violenta. Estás en tu casa y sería lo último que querría.

  • Hombre, no te voy a negar que al primer momento me quedé un poco parada. De hecho, si quieres que te diga la verdad, no sabía muy bien qué hacer. Pero bueno – sonrió – ya vi que vosotros no le disteis tantas vueltas al asunto.

Los tres nos reímos y la tensión bajó. A continuación, estuvimos un rato hablando de su ligue y yo expliqué a Jorge la anécdota del lavabo. Recordándolo, no pude evitar que mi polla se pusiera morcillona, lo que no pasó desapercibido a Irene.

  • Veo que la morena te ha gustado más de lo que parece. – dijo riendo.

Los tres reímos de mi calentura y Jorge propuso bebernos unas cervezas.

  • Perfecto – dijo Irene.

Jorge se levantó para irlas a buscar y, cuando ya nos daba la espalda, Irene alargó un brazo y de un tirón le quitó la toalla. Jorge quedó un poco pillado pero Irene y yo nos reíamos a carcajadas.

  • ¡Menuda cara Jorge! – exclamé.

  • Así vamos a ver si a ti también se te pone morcillona – dijo Irene pícaramente.

Al poco, volvió con tres cervezas y su polla moviéndose de un lado a otro. Se sentó a mi lado y nos entregó las cervezas. Al tenerlo tan de cerca, vi que su polla, pese a que la mía estaba morcillona, era más grande y gruesa.

  • El otro día Irene me tiró una indirecta para que me la depilara como tú. – le dije – Dice que así se ve más bonita y más grande. Aunque creo que lo del tamaño no es un problema de pelo.

Irene me dio un codazo un poco enrojecida y Jorge y yo nos reímos de su reacción.

  • No me fijé bien, pero creo que ella no es un buen ejemplo para decírtelo.

Irene levantó una ceja un poco descolocada.

  • ¿Cómo que no? ¿Si no se lo dice su novia quién se lo va a decir?

  • No lo digo por eso mujer. Lo digo porque el otro día me pareció que llevabas el coño peludo.

  • ¡Zasca! – grité chocándole los cinco. – Esa sí que ha sido buena.

  • ¿Cómo que “peludo”? – se indignó Irene. – No debiste fijarte mucho porque solo llevo una fina tira de vello.

  • Como puedes comprender, no pude fijarme mucho. Estaba “ocupado”.

Los tres nos volvimos a reír.

  • Venga Irene, enséñaselo. Que vea que no lo llevas “peludo” sino muy bien arreglado.

  • ¿Cómo? – exclamó. - ¿Quieres que le enseñé el coño?

  • No seas tontaina. Hace rato que le ves desnudo y ayer le viste follar. Además, él ya te ha visto desnuda.

Irene se lo pensó unos segundos y quizás por la experiencia de la playa, donde después me había dicho que no había para tanto, se levantó y, llevándose las manos a los elásticos de las bragas, se las bajó de un tirón, dejando delante de nuestras narices su hermoso coño coronado por una fina tira de vello castaño.

  • ¿Contento? – preguntó haciéndose la indignada, pese a que su voz decía otra cosa.

Jorge rompió la tensión.

  • Pues es verdad que no lo llevas “peludo”. Lo llevas muy bien arreglado. Tus labios se aprecian perfectamente.

Ante el atrevimiento de Jorge, Irene quedó un poco parada.

  • Gracias. – dijo escuetamente y rápidamente se sentó.

Los tres estuvimos hablando de nimiedades, que si el verano, que si el calor… Poco a poco el tema fue derivando hacia la desnudez. Jorge nos estuvo contando que él suele ir a playas nudistas y sus experiencias en esos sitios. Inevitablemente, la polla se le puso morcillona, cosa que no pasó inadvertida a Irene. Más de una vez vi como sus ojos se dirigían disimuladamente a la polla de Jorge, que ya denotaba cierto estado de calentura. La verdad es que, al menos desde mi perspectiva, los tres estábamos cómodos, disfrutando con normalidad de nuestra desnudez. A Irene se la veía más tranquila y natural, haciendo bromas y riéndose a carcajadas. El que parecía un poco más cortado era Jorge, que seguro que pensaba en lo surrealista de la situación. Por mi parte, me encantaba ver a Irene contenta y, para ser sincero, exhibiéndose delante de Jorge. Demasiadas veces había visto los ligues de Jorge paseándose por el piso en paños menores. Ya estaba bien que ahora él viera mi novia y que sintiera un poco de envidia.

Ya había pasado la medianoche, cuando nos levantamos para ir a dormir. Irene se acercó a Jorge y le dio dos besos de buenas noches. Creo que era la primera vez que lo hacía, pero supongo que era en parte por la extraña pero al mismo tiempo caliente situación. Cuando llegamos al cuarto nos faltó tiempo para ponernos a follar. Irene me empujó a la cama y se lanzó a comer mi polla. Segundos después, ya la tenía como una estaca. Irene, con la boca pringosa, se puso de cuclillas sobre mí y se insertó de golpe la polla. Empezó a cabalgarme salvajemente, entre besos y gemidos de pasión. La cama golpeaba furiosa la pared mientras mi polla aparecía y desaparecía en su húmedo coño. Sería ser muy generoso decir que duré más de cinco minutos. La excitación de la noche pudo conmigo y eyaculé abundantemente en el coño de Irene.

Sigue el relato Irene:

La verdad es que la rapidez con la que se corrió David me dejó un poco asqueada. Estaba muy caliente y me faltaba muy poco para llegar al clímax. ¡Joder! ¡Ya podía haber aguantado unos minutos más! Noté una sensación viscosa en mi pierna y vi como su esperma salía de mi coño y empezaba lentamente su descenso por mi pierna. Con la idea de limpiarme, me levanté de la cama y miré a David. Después de la corrida, se había quedado completamente grogui.

Salí de la habitación y me dirigí al baño a limpiarme. Al acercarme a la habitación de Jorge, me di cuenta de qué la puerta estaba abierta de par en par. Cuando pasé por delante, vi a Jorge echado en la cama, con las piernas abiertas y una mano cogiéndose firmemente la polla, totalmente empalmada.

Iba a acelerar el paso para pasar de largo, cuando oí que me llamaba.

  • ¿Qué, no puedes dormir?

Me detuve y lo miré a los ojos. Él me mantuvo la mirada. Su mano subía y bajaba lentamente, continuando con la masturbación, como si fuera lo más normal del mundo.

  • No. Pero veo que tú tampoco.

  • ¿Y te extraña? – sonrió – Con el escándalo que habéis montado no hay quien duerma…

  • Lo siento. – me disculpé.

  • No tienes que sentir nada, sino disfrutar tú que puedes.

Vi que bajaba su mirada y luego me acordé que el semen de David salía sin prisa pero sin pausa de interior mi coño.

  • Veo que David ha disfrutado. ¡Menuda cantidad!

  • Iba muy caliente.

  • No me extraña. – me dijo mirándome intensamente a los ojos. En ese momento dudé si lo decía por la situación anterior o por mí.

Jorge continuó.

  • Además, ya he visto que ha durado poco…

Ese comentario me molestó un poco, pero a la vez me excitó más. Jorge continuaba masturbándose y su polla aún se mostraba más dura y palpitante, con las venas totalmente hinchadas.

Después de un enorme esfuerzo, separé mi mirada de su polla y me encaminé al baño.

  • Voy a lavarme. – le dije ya estando a medio camino del lavabo.

Llegué al baño y cerré la puerta. Me senté en el lavabo y me llevé los dedos directamente al coño. Mis fluidos se mezclaban con el semen de David. Me empecé a masturbar como una posesa, pensando en la polla de Jorge, hinchada, vibrante y enorme… Con su mano, agarrándola con fuerza… Con su capullo, morado, escupiendo cantidades de semen sobre su dueño…

Estaba llegando al clímax cuando la puerta del baño se abrió de golpe. ¡Mierda! no la había cerrado con pestillo.

En medio del marco de la puerta apareció Jorge con la polla aun totalmente erecta pero completamente embadurnada de semen. De su capullo, pendían unos gruesos hilos de semen que iban de un lado al otro.

  • Vengo a lavarme – me dijo como si fuera lo más normal del mundo.

La visión en directo de su polla me hizo llegar al clímax y con un fuerte gemido me corrí. Mi cuerpo se convulsionó y quedé rendida en el lavabo...

Esa fatídica noche marcó un antes y un después en la vida diaria del piso. Cuando me desperté a la mañana siguiente, solo tenía una cosa en mi mente: la polla de Jorge totalmente empalmada, con las venas hinchadas y completamente embadurnada de semen. Pese a no haber intentado nada la noche anterior al encontrarme totalmente expuesta y en mi clímax, recordé perfectamente su cara de satisfacción al verme correr como una cerda. Obviamente, el muy capullo sabía que me había corrido pensando en él. Sin embargo, lejos de intentar algo, él, “muy caballerosamente”, se había lavado el semen que embadurnaba su polla enfrente de mí y, dándome las buenas noches, había salido del baño como si no hubiera pasado nada, como si encontrarme corriéndome como una posesa fuera lo más normal del mundo.

Miré a mi lado y vi que David ya se había levantado. Miré al despertador y vi que eran las 10 de la mañana. Entonces recordé que era lunes ¡Mierda! Me había dormido e iba a llegar tarde al trabajo. Desnuda como estaba, salté de la cama y me dirigí corriendo a la ducha.

Sin embargo, de camino al baño, oí unas voces que llegaban de la cocina. Me dirigí allí sin pensarlo y me encontré a Jorge y David, quienes estaban desayunando tranquilamente y completamente desnudos. Al verme aparecer por la puerta, me dieron los buenos días y David añadió:

  • Veo que tú también le has cogido gusto a esto de ir desnuda ¿no?

  • ¿Cómo? – pregunté.

Entonces recordé que también iba desnuda y, instintivamente, cubrí mis partes como pude.

  • Es que iba a la ducha y no esperaba encontraros en casa.

  • No hace falta que te cubras. – dijo Jorge. – Ayer ya te vi – añadió haciendo referencia a nuestro encuentro nocturno.

  • Es verdad. – replicó David. – Ayer ya te vio en el sofá.

Pobre David, pensé. Si él supiera…

Bajé las manos y dejé mi cuerpo a la vista. Entonces recordé que eran las 10 e iba a llegar tarde al trabajo.

-¡¿Qué hacéis aquí tan tranquilos?! ¡¿Qué no vais a trabajar?! – exclamé nerviosa.

  • ¿Qué no sabes qué día es hoy? – preguntó con una sonrisa en la boca David.

  • Por supuesto. Lunes.

  • Efectivamente, pero lunes 1 de agosto. Así que… ¡estamos de vacaciones! – exclamó.

Mi cuerpo se relajó de golpe y me sentí inmensamente aliviada.

  • Es verdad… - respiré tranquila.

  • De hecho, ahora estábamos hablando con Jorge sobre qué podíamos hacer. ¿Te apetece ir a la playa?

  • ¡Por supuesto! – exclamé dando saltitos y aplaudiendo con las manos.

En ese momento, vi como Jorge contemplaba como mis pechos saltaban animadamente y noté como su intensa mirada recorría todo mi cuerpo. Literalmente, me estaba comiendo con los ojos. Y a mí, lejos de molestarme, cada vez me gustaba más. No pude evitar que mi coño se humedeciera y que los flujos empezaran a emanar. Por este motivo y antes de que fuera demasiado evidente, di una excusa tonta y me marché a la ducha. Eso sí, me marché moviendo sensualmente el culo de un lado a otro.

Después de preparar todos los cachivaches y la comida para un día de playa, subimos al coche y nos encaminamos a la playa donde Jorge nos había llevado unas semanas atrás. Sin embargo, al llegar, fue imposible encontrar aparcamiento debido a la cantidad de gente que, como nosotros, empezaba las vacaciones. Estábamos un poco decepcionados con la idea de tener que regresar sin poder bañarnos, pero Jorge encontró la solución y nos propuso ir a otra playa que quedaba a una media hora de distancia y a la cual se llegaba después de una carretera con muchas curvas.

  • Solo tiene un inconveniente. – dijo – Es nudista. Pero me imagino que, visto lo visto, no tendría que haber ningún problema ¿no?

El “inconveniente” no nos hizo dudar ni un segundo y, quizás todavía con más ganas, nos dirigimos a la playa nudista.

Llegamos un poco mareados después de tantas curvas pero no tuvimos ningún problema para aparcar. Cogimos los cachivaches playeros del maletero y nos dirigimos a la playa a través de un pequeño y empinado sendero. Cuando llegamos a la arena, vimos que no había mucha gente, así que pusimos las toallas donde quisimos, clavamos la sombrilla y, sin dudarlo ni un instante, nos desnudamos completamente. De hecho, Jorge tenía razón: “Visto lo visto”.

Sin tiempo para las dudas, los tres salimos corriendo hacia al agua y de un salto nos zambullimos en el mar. El agua estaba bastante fría, pero el calor exterior era insoportable. Entonces, más relajados y habiéndonos quitado el gusanillo del baño, estuvimos nadando un rato cada uno a su bola hasta que David salió en busca de la colchoneta. Con una mancha y mucha, mucha paciencia, logró hincharla. Después, una vez preparada, vino corriendo hacia nosotros, se subió encima de la colchoneta y empezó a decirnos lo bien que se estaba allí tumbado. Jorge y yo nos miramos y, con una sonrisa malévola y como tiburones hambrientos, nos dirigimos uno por cada lado hacia la colchoneta. Sin el menor aviso, la cogimos y la tumbamos de golpe, tirando a David de cabeza al agua.

En ese preciso instante, empezó un despiadado “combate” para hacerse con el control de la colchoneta, donde todo estaba permitido: empujones, aguadillas, forcejeos…

En dos ocasiones conseguí subir a la colchoneta y en ambas ocasiones volví a caer al agua en un santiamén. Durante el juego, no solo noté más de un toqueteo en mi culo y mis tetas, sino que en alguna ocasión, noté alguna mano hurgando cerca de mi coño. Con la emoción del momento, no hubiera sabido decir quién de los dos había sido, lo que sí que estaba claro es que el juego les gustaba. Una vez que Jorge consiguió aguantar encima de la colchoneta pude ver su polla morcillona. También, en un forcejeo con David, pude comprobar con la mano como su polla estaba totalmente empalmada. Al cabo de un rato, totalmente agotados y sin un claro ganador, decidimos parar un momento para coger aire. Así que nos dirigimos a las toallas y, apiñados debajo de la sombra de la sombrilla, comimos unos ricos bocadillos de jamón serrano y nos bebimos unas frescas latas de cerveza.

Después de la comida, Jorge y David se echaron una siesta mientras yo cogía la colchoneta y tomaba el sol llevada por la parsimonia de las olas. Estaba medio dormida y totalmente relajada, cuando una presencia hizo que abriera los ojos. Miré hacia mis pies y vi, allá donde terminaba la colchoneta, a Jorge mirándome.

  • Hola Belladurmiente. – me dijo con una sonrisa en la boca.

Estiré los brazos, perezosa. Le devolví la sonrisa y entonces me percaté que, desde su posición, tenía una visión perfecta de mi coño.

  • ¿Llevas mucho rato allí? – le pregunté pícara.

  • Bastante – dijo sonriendo todavía más.

Entonces, sin dejar de sonreír ni un segundo, cogió la colchoneta y la tumbó. Caí al agua y me desperté de golpe.

Cuando salía a la superficie, Jorge ya estaba encima de la colchoneta y con una erección más que considerable.

  • Ya veo que sí que llevabas bastante rato mirándome. – le dije sonriendo.

Entonces, miré hacia las toallas y vi a David durmiendo a pierna suelta. Esta es la mía, pensé para mí. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, conseguí tumbar la colchoneta y tirar a Jorge al agua. Estaba subiendo a la colchoneta otra vez, cuando una mano, como un tentáculo que salé de debajo del mar, me cogió con fuerza del tobillo. No pude más que sonreír. Empezamos a forcejar para subir a la colchoneta. Sin embargo, con la excusa del juego, nos empezamos a magrear. Le toqué su culo, sus pectorales, sus piernas… Jorge no se quedaba quieto y también me tocaba los pechos, metía mano a mi culo…

En un momento en que estaba subiendo, noté su polla, totalmente dura, hacer presión contra mis nalgas. Para zafarme de su abrazo, hice lo que no se esperaba: presioné todavía más mi culo contra su polla. El movimiento le dejó aturdido y conseguí huir y subir a la colchoneta, dejando, por un fugaz momento, mi culo y mi sexo en todo su esplendor a unos escasos centímetros de su nariz. En ese momento, Jorge también hizo algo que me dejó totalmente aturdida. Simulando que también quería subir, hecho su cuerpo hacia arriba, así que su cabeza se adelantó y su nariz quedó incrustada entre mis nalgas, tocando levemente mi ano. Por supuesto, no me lo esperaba. Mi primera reacción fue separarme tanto como pude y, en ese intento de huir, caí otra vez al agua por el lado contrario.

La lucha, obviamente, no terminó allí. Yo, pese al agua, estaba que ardía y Jorge no se quedaba atrás. En otro de nuestros forcejeos, Jorge, para que yo no subiera, me rodeó con fuerza con sus musculosos brazos, quedando su polla otra vez prisionera de mis nalgas. Intenté zafarme con el mismo método que había utilizado momentos antes. Tiré mi culo hacia atrás y presioné su polla. Sin embargo, esta vez Jorge ya se lo esperaba, así que, más que dejarlo aturdido, mi movimiento le supo a gloria. Para ser del todo sinceros, ese movimiento también me transportó al paraíso a mí. Notar ese pedazo de carne, totalmente empalmado y palpitante entre mis nalgas, no tenía precio. Estuvimos unos segundos así: yo presionando hacia atrás y él hacia delante. No obstante, por mucho que me gustara, no podíamos pasarnos toda la tarde así. Por eso, moví mi mano hacia atrás y le cogí con fuerza la polla. ¡Buff! ¡Qué sensación! ¡Caliente, palpitante y enorme! ¡Sí hubiera podido me lo habría follado allí mismo! De hecho, estuve tentada, muy tentada. Pero al levantar la cabeza y mirar hacia la playa, vi que David se empezaba a despertar y que en breve iba a incorporase. ¡Mierda! ¡Qué aguafiestas! Estrujé más la polla de Jorge en mi mano y este me dejó de golpe.

  • ¡Auuu! Joder, que daño. – exclamó enfadado. - ¿Qué mosca te ha picado?

  • Te lo mereces, por no dejarme subir a la colchoneta. – le dije.

Quedó un momento desconcertado, pero al mirar hacia la toalla y ver a David desperezándose lo entendió todo.

Después de nadar hasta la orilla, salí del agua y me dirigí andando hacia David. Obviamente, Jorge no lo tuvo tan fácil como yo y tuvo que esperar a que el “tiburón” se calmara.

El resto de la tarde lo pasó sin más acontecimientos dignos de ser narrados. Estuvimos en las toallas jugando a las cartas hasta poco antes de marcharnos, cuando nos dimos el último baño.

Cuando llegamos a casa, nadie se molestó en vestirse después de la obligatoria ducha para quitarnos la sal. Cenamos una ligera y refrescante ensalada y nos sentamos los tres al sofá dispuestos a ver la televisión.

David en más de una ocasión me dijo la suerte que tenía de tener dos hombres tan guapos y buenorros como ellos dos a mi disposición y yo, con la mirada altiva y orgullo en la voz, les empecé a decir mis hombres.

Esa noche, David y yo follamos como unos posesos. Yo gritaba y gemía mientras él me embestía desbocado. Por suerte para mí, esa noche David estuvo a la altura de las circunstancias. Por mala suerte para él, no pude dejar de pensar ni un instante en la polla de Jorge.

Los primeros días de esa primera semana de agosto pasaron sin pena ni gloria. Jorge se fue tres días con unos amigos y David y yo aprovechamos para repetir varias veces la visita a la playa nudista.

El jueves por la noche volvimos a coincidir los tres en el piso. Nosotros, pero, estábamos cansados de un día de sol y playa, y Jorge estaba cansado de las noches de fiesta y no dormir con su grupo de amigos.

Cuando me desperté al día siguiente, David no estaba en la cama. Primero me sorprendió, pero luego recordé que ese viernes tenía que ir a hacer unos recados y que no volvería hasta tarde.

Me levanté desnuda y me dirigí a la cocina dispuesta a disfrutar de un buen desayuno. Estaba sacando unas doradas tostadas de la tostadora y terminando de exprimir el zumo de naranja, cuando Jorge salió de su habitación camino del baño.

  • Buenos días dormilón.

Él se frotó los ojos y medio dormido me saludo levantando la mano. Al mirarle de arriba abajo, pude comprobar que no toda su anatomía estaba tan dormida como él. Su polla se levantaba imponente e hinchada ante mis atentos ojos. No pude evitar morderme levemente el labio y notar unas cosquillas en mi entrepierna. Sin embargo, Jorge, muy a mi pesar, no vino hacia la cocina sino que entró en el baño y desapareció de mi campo visual.

Un cuarto de hora más tarde, cuando ya estaba limpiando los platos del desayuno, Jorge salió del baño con el pelo mojado y algunas gotas de agua bajándole por sus pectorales. ¡Joder, qué visión más sexy!

  • Buenos días. – me dijo con una sonrisa.

  • Buenos días. – le respondí. – Veo que ahora sí que ya te has despertado.

  • Sí. Jajaja. – se rió. – Por cierto, antes he visto que te fijabas mucho en mi polla. ¿Qué tengo algo que no hayas visto?

¡Joder con el tío! Y parecía dormido.

  • No, no. Todo normal. – me reí. – Solo que se ve muy bien así totalmente depilada. Ojalá David también la llevara así.

  • Mujer, tú tampoco vas del todo depilada.

  • ¿Perdona? – me piqué. – Yo llevo los labios totalmente depilados y solo una fina tira de vello corona mi vagina.

  • No te lo digo para picarte. – se disculpó Jorge. – Lo digo porque quizás si David te viera totalmente depilada él también se animaría.

  • No sé. – dudé. – Hace mucho que lo llevo así y me gusta.

  • Anímate. Seguro que un cambio de look te va bien. Además, le vas a dar una sorpresa a David.

  • Bueno. Por probar no pasa nada. Total, si no me gusta, dentro de poco volveré a tener mi linda tira.

  • ¡Así me gusta! – exclamó Jorge. Se le veía muy animado y de hecho su polla se estaba poniendo morcillona. – Mira, yo tengo que repasarme los huevos, así que, si quieres, lo podemos hacer juntos. Así tú me das tu opinión y yo la mía.

Será cabrón, pensé. Lo tenía todo bien planeado el muy caradura. Sin embargo, reí por mis adentros imaginándome su cara viéndome depilar.

  • De acuerdo. ¿Cómo lo hacemos?

La cara de Jorge era un poema. Supongo que se imaginaba que iba a poner un poco más de resistencia.

  • Aaa… - balbuceó. – Tú vete al baño que yo voy a coger mi kit de depilar.

Seguidamente, me dio la espalda y se fue corriendo hacia su habitación. Me imagino que quería ir rápido por temor a que cambiara de opinión. Por mi parte, me dirigí con una leve excitación hacia el lavabo. Que Jorge me viera depilándome, un acto muy mío que David pocas veces había visto, me daba mucho morbo.

Cuando llegué al baño, entré a la ducha y abrí el grifo. Jorge llegó segundos después.

  • ¿Qué haces? – me preguntó. – ¿Que no nos depilamos?

  • Sí, sí. Pero siempre, antes de depilarme, me gusta darme una ducha para qué mi piel esté más suave y blanda. Si quieres tú puedes ir depilándote.

  • Aaaa… - respondió Jorge un tanto decepcionado.

Jorge se sentó en el váter y se extendió espuma de afeitar por la parte inferior de la barriga y por los huevos. Seguidamente, cogió un recipiente, lo llenó de agua caliente de la ducha y lo dejó a su lado. A continuación, cogió la cuchilla y empezó a depilarse. Era muy metódico. Primero un lado de arriba abajo. Luego repetía la acción al otro lado. Me hacía mucha gracia ver como se tenía que ir aguantando la polla para que no le molestara.

  • Veo que hay alguien que no te pone las cosas fáciles.

  • Pues no. Jajaja. Por eso me gusta más cuando me depilan en la estética. Allí no tengo que preocuparme de nada.

  • ¿Y no te molesta o incomoda que otro hombre te toque la polla? – pregunté curiosa.

  • No me molesta básicamente porqué no lo hace un hombre.

  • ¿Cómo? – pregunté.

  • Pues que me lo hace una mujer.

  • Ya, ya… Pero, ¿te da igual que te vea desnudo?

  • Por supuesto. Qué más da. Además, ya hace muchos años que voy al mismo sitio.

  • Creo que a mí me daría reparo que un hombre desconocido me viera totalmente expuesta.

  • A mí no. Por cierto, tanto reírte podrías echarme una mano ¿no?

  • ¿Cómo?

  • Veo que hoy no oyes demasiado bien ¿no? – se rió. – Que me ayudes.

  • Ya, ya… pero no sé.

  • ¿Qué más da? Si en la playa ya me la tocaste.

Touché . Allí me había dado. Además, ¿por qué disimular? Lo estaba deseando.

  • De acuerdo.

Salí de la ducha, me sequé levemente el pelo y el cuerpo, y me arrodillé delante de Jorge.

  • ¿Qué quieres que haga? – le pregunté ya sabiendo y deseando la respuesta.

  • Que me sujetes la polla mientras me depilo.

Alargué la mano y le cogí la polla. Estaba caliente y morcillona.

Entonces, Jorge, como si nada, continúo depilándose. Mientras, la cuchilla iba y venía, noté como alguna cosa estaba cobrando vida. Noté la polla palpitar, dar pequeñas sacudidas mientras iba creciendo dentro de mi mano.

  • Veo que te gusta depilarte. – bromeé.

Jorge se rió.

  • Sí. La verdad es que me ha pasado más de una vez.

  • ¿En la estética también? – pregunté sorprendida.

  • Pues sí. El primer día quería morirme, pero la reacción de la mujer, muy profesional, me tranquilizó. Supongo que ya están acostumbradas. No te molesta ¿no?

¿Qué iba a decirle? ¿Qué sí? ¿Qué me molestaba tener una polla grande y dura entre mis manos? Menudo tío.

  • No, no. Tranquilo. – respondí.

Cuando terminó con la parte superior, continuó con los huevos.

  • ¿No te duele? – le pregunté.

  • No, si voy con cuidado no. Solo me corté una vez, un corte muy pequeño, aunque picaba un “cojón” el muy cabrón.

Los dos nos reímos. Terminó con los huevos y se levantó.

  • ¿Cómo se ve? – preguntó de pie delante de mí, con la polla apuntándome orgullosa.

  • Muy bien. – le dije. Aunque por dentro pensé “Enorme”.

  • Te importa mirarme si me queda algún pelo por la zona del culo.

  • No, no. – respondí.

Jorge se giró y apuntó su culo hacia mí. Con las dos manos, separó sus nalgas y me mostró su ano y, un poco más abajo, sus enormes huevos colgando.

Vi que llevaba el culo perfectamente depilado, sin ningún pelo que osara salir y romper la harmonía.

  • No. – le dije. – Está perfecto.

Jorge se giró contento y, con una sonrisa en la boca, me dijo.

  • Pues ahora es tu turno.

Cogí su sitio en el váter y me senté. Seguidamente, cogí el bote de la espuma de afeitar y me puse un poco en la mano. Lentamente y sin mirar a Jorge, me la extendí por mi vello púbico y por mi entrepierna. Al pasar mis dedos por mis labios vaginales, los noté calientes y palpitantes. De hecho, mi vagina daba claros síntomas de no haber sido nada indiferente a la depilación de Jorge. Mis labios exteriores se habían abierto como una flor, dejando asomar los tímidos labios interiores y ligeramente mí enrojecido clítoris. Además, el húmedo brillo que los cubría delataba a la perfección mi estado de calentura. Sin embargo, hice como si no pasará nada y seguí “indiferente”, como una buena profesional.

Una vez cubierta la zona a depilar, levanté la cabeza para pedir la cuchilla a Jorge y me encontré con su polla recién depilada apuntando hacia el techo.

  • Veo que te gusta que me depile. – le dije picarona.

  • Mujer solo a un bobo no le gustaría lo que veo.- contestó con una sonrisa en la cara y los ojos comiéndome entera.

  • ¿Me pasas la cuchilla por favor?

  • Por supuesto.

  • Vigila no te cortes eso tan bonito que te cuelga entres las piernas. – me reí.

Jorge también se rió.

  • Vigila tú no te cortes estos labios tan carnosos y suculentos.

El ambiente estaba caldeado a más no poder. Para no ser responsable de ninguna tontería, cogí rápidamente la cuchilla que Jorge me ofrecía y bajé la mirada para no quedar hipnotizada por ese pollote que ahora se encontraba a escasos centímetros de mi cara.

Vigilando de no cortarme, como había definido Jorge, esos “labios carnosos y suculentos”, empecé a pasar la cuchilla y a retirar, al mismo tiempo, la espuma y el vello. Pasada tras pasada, mi coño se estaba quedando sin un solo pelo, como cuando apenas era una niña. Verlo así me hacía sentir indefensa, desprotegida y todavía más enfrente de la atenta mirada de Jorge. Sin embargo, esa indefensión aumentaba, mejor dicho, multiplicaba por mil mi lívido, mi calentura. Mi vagina, ahora más expuesta que nunca, se abría y emanaba lentamente un pringoso y denso flujo vaginal. Jorge, obviamente, se tuvo que dar cuenta. Sin embargo, restó expectante, no gozando romper la magia del momento.

Cuando terminé, mi vagina se veía libre, desnuda, brillante e inmensamente suculenta.

  • ¿Qué te parece? – le pregunté ya sabiendo la respuesta.

  • Está espectacular, maravillosa… Vienen ganas de comérsela.

Después de esta frase, se hizo un leve silencio y Jorge me miró a los ojos. Quizás para no sobrepasar la línea, añadió:

  • Seguro que esta noche David disfrutará de lo lindo comiéndosela.

  • Gracias – le dije con una sonrisa en la boca y las mejillas enrojecidas. En eso momento, no me hubiera importado y, de hecho estaba deseando, que hubiera sido Jorge el que me comiera la vagina de arriba abajo.

  • Toma, la cuchilla. – le dije.

  • ¿Cómo? – preguntó. - ¿Qué no te depilas el ano?

  • Nunca me lo he hecho y, que yo sepa, David nunca me ha dicho que tenga ningún pelo.

  • A ver. – dijo.

  • ¿Cómo? – pregunté.

  • Que te gires.

Dudé unos instantes. Una parte de mí estaba deseando exponer mis partes más íntimas, pero una voz interior, seguramente la mala consciencia, me frenaba. Obviamente, dejé a un lado el angelito que me decía que no lo hiciera y me puse de cuatro patas delante de Jorge.

Hubo unos instantes de silencio en que solo oí la respiración de Jorge.

  • ¿Puedes separarte las nalgas? Así lo voy a ver mejor – se justificó.

Como un autómata sin personalidad, obedecí. Mis dedos separaron mis nalgas y Jorge tuvo un primer plano de película.

  • Veo que tienes algunos pelitos pequeños. Si quieres te los quito.

  • Bueno, ya que estamos. – contesté con la voz entrecortada por la calentura.

Jorge cogió el bote de espuma y se puso un poco en los dedos. Seguidamente, muy lentamente, empezó a esparcirla por mi ano hasta llegar al inicio de mi coño.

Giré levemente la cabeza y vi, sorprendida, que mientras con una mano me esparcía la espuma con la otra se acariciaba ese enorme mástil que tenía entre las piernas.  Volví a girar hacia delante la cabeza para que no viera que lo había visto y me dediqué a disfrutar del tacto de sus dedos, que circulaban por mi ano y acariciaban disimuladamente mi coño. En una ocasión, uno de sus dedos, no sé si voluntariamente o por culpa de la resbaladiza espuma y de mis flujos vaginales, se adentró en mi vagina haciéndome ver la estrellas y provocándome un leve gemido que intenté disimular. Su voz varonil me sacó de la catarsis.

  • ¿Me pasas la cuchilla?

  • Por… por supuesto. – le dije.

Al moverse hacia delante para llegar a mi mano, su polla, como un martillo que golpea un yunque, golpeó mis desprotegidas nalgas. Cuando tuvo la cuchilla, se concentró en el trabajo. Ahora, pero, su mano libre se dedicaba a separar mis carnes para que la cuchilla pasara mejor. Al terminar con los pelos rebeldes, me pasó una toalla húmeda por la zona para que no quedara ni rastro de la espuma.

  • ¡ Voilà ! – exclamó.

  • ¿Ya está? – pregunté deseando volver a sentir sus dedos sobre mi piel.

  • Sí, ha quedado magnífico.

  • No lo sé, nunca me he visto desde esa perspectiva.

  • Ven – me dijo cogiéndome de la mano y, arrastrándome fuera del baño, me llevó a su habitación

  • Ponte a cuatro patas. – me dijo.

  • ¿Cómo? – le dije incrédula.

Él me miró a los ojos y se echó a reír.

  • Esa para hacerte una foto y que veas el resultado.

  • Ahhh… - respondí sintiéndome muy tonta.

Me puse a cuatro patas sobre su cama y vi como cogía su móvil de la mesita de noche. Su polla estaba a tope, con el capullo morado e impregnado de líquido preseminal. Se puso detrás de mío y me pidió que me separara las nalgas. Obedecí, oí el ruido del móvil y vi el flash aparecer.

  • Mira. – me dijo poniendo la pantalla delante de mi cara. – Ni un pelo.

La fotografía que vi me dejó impactada por su grado de erotismo y sensualidad. Mi espalda, con algunos de mis cabellos bajando por mi cuello y cubriendo parte de esta, terminaba en dos rotundas nalgas abiertas de par en par que dejaban mi rosadito ano totalmente expuesto. Un poco más abajo, mi coño, completamente depilado y brillando levemente por la luz del flash, delataba mi grado de excitación. En la fotografía, tirada desde la perspectiva de Jorge, también aparecía, muy cerca de mi muslo, su capullo morada.

  • Buf… que fotografía más explícita.

  • Y que lo digas. – añadió Jorge. – Estás magnífica.

  • Creo que alguien se ha colado en ella. – dije haciendo referencia a su venosa polla.

  • ¡Jajaja! – se rió Jorge. –La pobrecita también quería salir en la foto.

  • Pues si quería salir que me lo hubiera dicho. Trae el móvil – le dije quitándoselo de las manos y sin darle tiempo a reaccionar.

Le empecé a hacer fotos a su polla, la cual, a cada nuevo flash, parecía más animada.

  • Creo que tu polla es un poco exhibicionista. ¡Mira como se está poniendo!

Jorge se la cogió con una de sus fuertes manos y la sujetó firmemente delante de mi cara.

  • ¿Qué tal así, fotógrafa? – preguntó.

  • Perfecto. Me encanta cuando una mano varonil coge firmemente una polla dura y preparada para la acción.

Le hice unas cuantas fotos de él en distintas posiciones cogiéndose y acariciándose su polla hasta que se quejó.

  • Bueno, creo que ahora tengo demasiado protagonismo. Déjame sacar alguna foto tuya.

Yo ya estaba tremendamente excitada así que no dudé y le pasé el móvil.

  • Toma – le dije dándoselo y poniéndome otra vez a cuatro patas.

Sosteniendo el móvil con su mano derecha y acariciándose la polla con la izquierda, sacó unas cuantas fotos de mi culo y mi coño desde atrás, incluido unos cuantos primeros planos. Para tener una mejor visión, me hizo separar las nalgas con las dos manos y los labios vaginales con los dedos, por lo que tuvo unos primeros planos magníficos. Entre foto y foto, no podía evitar acariciar levemente mi clítoris, quien pedía a gritos mi atención.

  • Gírate. – me ordenó.

Le obedecí y empezó a fotografiar mi parte delantera, principalmente mis tetas y mi coño. La proximidad de su polla, su manera de pajearse, su musculoso cuerpo, su olor, mi indefensión… me llevaron a empezar hacer posturas más sensuales, provocativas… Me mordía el labio, me acariciaba los pechos, me pellizcaba los pezones, me separaba los labios vaginales… Al ver que Jorge se empezaba a pajear más rápidamente, ya sin ningún disimuló, me empecé a acariciar el clítoris y a meter un dedo en mi coño.

Jorge rompió el momento al preguntarme.

  • Me gustaría salir en alguna foto contigo. ¿Te importa?

Obviamente, llegados a esos niveles no me pude negar. Jorge cogió una cámara también de su mesilla de noche y puso el disparador automático.

En la primera fotografía Jorge se puso a mi lado y pasó su brazo por mi cintura. Miramos la foto resultante. Los dos salíamos sonriendo y su polla salía apuntado a la cámara.

En la segunda, Jorge se puso detrás de mí. Unió sus manos sobre mi barriga y se arrimó, con lo que noté su candente polla haciendo presión en mi culo.

En la siguiente foto repitió la posición, pero esta vez, sin pedirme permiso, cogió mis pechos con sus firmes manos. Al ver segundos después la fotografía, los dos nos reímos de mi cara de sorpresa.

Jorge repitió la operación y volvió a ponerse detrás de mí, poniendo sus manos sobre mis pechos.

  • Ahora no me vas a pillar desprevenida – le dije.

Sin embargo, antes de que se disparara la cámara, llevó su mano derecha rápidamente a mi coño y mi boca se abrió en el mismo instante en que saltó el flash. Pese a que la foto ya había sido tomada, Jorge mantuvo unos segundos su mano en mi empapado coño, frotando levemente mi clítoris con sus dedos.

En la siguiente foto, propuse a Jorge que fuera yo quien estuviera detrás. Mientras la luz naranja marcaba los segundos que quedaban, le arrimé mis pechos a la espalda y puse mis brazos alrededor de su cuello. Los dos sonreímos alegres a la cámara.

En la siguiente foto, quise devolverle la jugada a Jorge. Antes de que saltara el flash, llevé una de mis manos a su polla, cogiéndola con fuerza. Obviamente, Jorge se quedó con la misma cara de pasmarote que yo unas fotos antes. ¡Madre mía, qué bien que nos lo estábamos pasando!

La siguiente foto fue igual pero yo ya no disimulé y desde el mismo instante en que puse el temporizador le agarré bien la polla con una mano y la otra la llevé a sus hinchados testículos.

En esos instantes, ya habíamos superado una línea: la del tocamiento directo a los genitales del otro. Quizás por ese motivo, Jorge me propuse que me abriera de piernas para que él simulara que me hacía sexo oral. Mi consciencia me hizo dudar unos instantes, pero acepté.

Mientras Jorge preparaba la cámara, me abrí de piernas, mostrando mi coño totalmente abierto. Jorge pulsó el disparador automático y acercó su cara a escasos centímetros de mi coño. Tenía unas ganas increíbles de que Jorge diera el paso y lamiera mi coño de arriba abajo, pero eso no pasó. Cuando miramos la foto, se notaba bastante que en realidad no me estaba practicando sexo oral, así que le piqué:

  • Tendrás que esforzarte un poco más, porqué se nota mucho que no me estás comiendo el coño.

Obviamente, repetimos la escena, pero esta vez Jorge sacó la lengua y la dejó quieta encima de mi expuesto clítoris. No se movió ni un milímetro, pero solo el contacto de su lengua fue suficiente para hacerme ver las estrellas.

  • Vamos mejorando, vamos mejorando. – le dije al ver la foto. – Pero creo que tendremos que sacar una más para terminar de dar credibilidad a la foto.

Jorge se puso de nuevo entre mis piernas y esta vez su lengua se abrió paso entre mis labios vaginales, penetrándome levemente. No pude evitar que unos leves gemidos de placer se escaparan de mi boca. Cuando se separó, sus labios estaban pringosos y brillantes de mis flujos vaginales.

  • Mmmm… - dijo pasándose la lengua por los labios. – Sabe muy bien.

  • Creo que ahora me toca a mí tomarme una foto haciendo ver que te practico sexo oral, ¿no?

Por supuesto, Jorge no puso ningún impedimento a mi petición.  Se puso de pie, con su venosa polla apuntando hacia el techo, y esperó que pulsara el disparador automático. Fue corriendo y me puse delante de él de rodillas. Con una mano le cogí la polla, mientras acercaba la cabeza y sacaba la lengua, tocando levemente su capullo. Al ver la foto, Jorge utilizó el mismo método que yo había usado antes.

  • ¿Esto es una chupada? – preguntó con voz incrédula.

Repetimos la operación, pero esta vez, en lugar de sacar la lengua, abrí la boca y la dejé a escasos milímetros de su capullo. Jorge volvió a copiarme.

  • Vamos mejorando, vamos mejorando. – dijo. – Pero creo que tendremos que sacar una más para terminar de dar credibilidad a la foto. Que me copiara mi estratagema una vez tenía un pase, pero dos ya no. Puse el disparador automático y me acerqué a él lentamente. Me arrodillé delante de él y con la mano derecha le cogí firmemente la polla. Le bajé al máximo la piel, dejando totalmente descubierto su palpitante capullo, y acerqué mi cara con la boca abierta como en la fotografía anterior. Cuando ya estaba a la misma distancia que en la foto anterior, levanté la mirada y le miré a los ojos. Después, sin darle tiempo a reaccionar, bajé la boca y me tragué la mitad de su polla.

Notar ese enorme trozo de carne llenándome completamente la boca, me excitó de tal manera, que llevé mi mano libre al coño y me empecé a masturbar. Vi el flash, pero me mantuve unos segundos en esa posición, notando como Jorge se moría de ganas que me moviera, que le chupara la polla. Sin embargo, como él, le volví la jugada y, después de haberle provocado, le dejé con las ganas. Me saqué la polla de la boca. Estaba completamente empapada de babas y saliva.

Cuando Jorge cogió la cámara, le pregunté.

  • ¿Qué? ¿Mejor?

Jorge levantó la cabeza y me miró. Su mirada me heló la sangre. Estaba llena de lujuria, de excitación, de deseo… Sin decirme nada, vino hacia mí y me empujó hacia la cama, dónde caí de cuatro patas. Antes de que tuviera tiempo de protestar, se echó sobre mí, llevó su lengua hacia mi rosado ano y lo empezó a degustar con fruición. Primero las lamidas se centraron exclusivamente en mi ano: lamía los contornos, me ejercía una cierta presión con su lengua, me penetraba levemente… ¡El placer era inmenso! Poco después, al ver que no protestaba, que no oponía ningún tipo de resistencia, que solo gemía con los ojos cerrados, bajó su lengua a mi coño y empezó a jugar con mis labios y mi clítoris. A cada nueva pasada de su magistral lengua, mi cuerpo se estremecía. Mi corazón latía con fuerza y mis gemidos, al inicio leves, se empezaron a descontrolar y a convertir en gritos.

Sin previo aviso, Jorge apuntó su polla hacia mi empapada entrada vaginal y de un golpe me insertó esa candente y dura barra de carne al rojo vivo. Me tuve que morder con fuerza la lengua para qué no se me escapara un grito que habría resonado en todo el vecindario. Si antes el placer llegaba en olas que arremetían con fuerza contra mi cuerpo, ahora la sensación fue de un tsunami que se lo quería llevar todo por delante. Jorge, totalmente desatado, desbocado, me embestía con fuerza, casi con violencia, cogiéndome con sus férreas manos por la cintura. Su polla entraba y salía, sus huevos repicaban contra mi coño… Mi vagina era un manantial que empezaba a derramarse en pequeñas gotas por las piernas y las sábanas. El sonido de los flujos, mezclado con el olor a sexo, llenaba cada rincón de la habitación…

De repente, sin previo aviso, noté el intenso latido de su polla en mi interior y una ola de calor recorrió todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies. Cómo hecho adrede, los dos estallamos en un intenso orgasmo que nos dejó totalmente exhaustos. Jorge cayó sobre mí y me aprisionó entre su musculoso cuerpo y la blanda cama empapada de sudor y flujos…

Aquel día marcó un antes y un después en mi relación con David y Jorge. Yo quería a David, le quería con toda mi alma. Sin embargo, no podía dejar de pensar en Jorge. En su cuerpo musculado, en el sabor de su polla, en la manera como me llenaba, en sus embestidas… Verlo todo el rato desnudo por el piso no me lo ponía fácil.

Pese a que no le dije ni una palabra a David sobre nuestro encuentro, creo que notó que pasaba algo raro: la tensión en el aire, las miradas lascivas, los pequeños roces…

Habían pasado cinco días desde que Jorge me había follado cuando David me preguntó:

  • ¿Te pasa algo? Desde hace unos días te veo distinta, y a Jorge también. ¿Ha pasado algo que no sepa?

Aunque la expresión de su cara intentaba ocultarlo, sus ojos mostraban un cierto nerviosismo y preocupación. Delante de esta pregunta, no supe qué decirle. Mi corazón quería contarle la verdad, lo juro, pero mi calentura me jugó una mala pasada y me inventé una explicación para qué entre Jorge y yo pudiera volver a haber algún tipo de roce.

  • Nada, de verdad. El otro día que no estabas le comenté que, visto el grado de confianza, me gustaría que nos hiciera algunas fotos picantes a ti y a mí. Al principio le pareció bien y me respondió que sí muy animado, pero luego le vi un poco cabizbajo. Le pregunté que qué le pasaba y me contestó que en parte nos tenía cierta envidia, ya que él no tenía nadie con quien poder hacerse ese tipo de fotos. Le respondí que no fuera tonto. Que si a ti no te importaba, ya me haría alguna foto normal con él. Eso pareció que lo animaba un poco, pero el tema quedó así. No sé, ¿cómo lo ves?

  • ¿Era solo esto? – preguntó David notablemente más tranquilo. – ¡Qué tontería! Claro que se puede tomar alguna foto contigo. Lo que me extraña es que no me hayas dicho nada de esta sesión hasta hoy.

  • Ya… no sé. Supongo que la situación fue un poco rara y hasta hoy que me lo has preguntado no había pensado en ello.

  • Pues nada. Esta noche cenamos tranquilamente y luego nos tomamos unas fotos todos juntos.

El resto de la mañana y parte de la tarde pasaron sin ningún hecho a destacar. En un breve momento en qué David bajó a comprar, le conté a Jorge mi conversación con David.

  • ¡¿Que has hecho qué?! ¡¿Estás loca?! No ves que todo se nos puede ir de las manos. – exclamó notablemente nervioso.

  • De eso se trata – le dije pícara – De que se nos vaya a las tres de las manos. Así David estará en frente y veremos cómo reacciona.

  • No sé, no sé… – contestó Jorge. Por su cara se veía que no lo tenía muy claro.

  • Tú tranquilo – le intenté calmar – Sigue mi juego y todo saldrá bien.

Acto seguido, no sé si fue por la calentura, que ya empezaba a despertar en mí, me agaché delante de Jorge, le miré directamente a los ojos y, sacando la lengua, le lamí lentamente el capullo, que asomaba levemente. Cuando la “culebra” empezaba a despertar, me levanté y, moviendo el culo exageradamente, me fui a otra parte hacia la habitación. Jorge se quedó a cuadros. Sin pensarlo ni un momento, salió corriendo hacia mí. Sin embargo, cuando ya estaba a escasos centímetros, me giré, le sonreí lascivamente y, alzando el dedo índice y moviéndolo de un lado al otro, le dije:

  • No, no. Te vas a quedar con las ganas. Esto para qué veas que más te vale que esta noche a todos se nos vaya de las manos.

La cena transcurrió como cada día excepto por la bebida. Comimos, como muchas noches de verano, una ensalada y una tortilla, pero nos bebimos, entre los tres, dos botellas de vino. Pese a que aún no íbamos borrachos, los efectos del alcohol se empezaban a notar en el ambiente.

  • Bueno – dije animada – Ahora que ya hemos cenado propongo llevar a cabo la famosa sesión de fotos que hace tanto que deseo. Tranquilo Jorge que ya te dejaremos salir en alguna. Pero antes, ¿por qué no nos preparamos unos cubatas?

Los chicos estuvieron de acuerdo y, mientras recogíamos la mesa, David nos preparó tres cubatas, según palabras suyas, muy cargados. Cuando terminamos de limpiar los platos y ordenar la cocina, nos dirigimos juntos hacia el salón. Durante ese período de tiempo, pese a ser breve, ya nos habíamos bebido el famoso cubata de David. No sé si fue pero los nervios pero el caso es que David tuvo que preparar otro mientras el alcohol se iba adueñando de nuestros cuerpos y nuestras mentes.

A llegar al salón, Jorge se fue en busca de la cámara a su habitación. En ese momento, un sentimiento culpable se adueñó durante unos segundos de mí.

  • ¿Estás seguro cariño? – le pregunté a David.

  • ¡Por supuesto! – respondió al instante. – La verdad es que me estoy poniendo bastante caliente. Además, así Jorge va a sentir un poco de envidia, que ya son demasiadas las veces en qué he sido yo quien ha visto sus ligues en todo su apogeo.

A los pocos minutos, Jorge volvió. Llevaba la cámara colgando del cuello y un trípode en una mano. Su polla, medio empalmada, se movía de un lado al otro. Era una escena muy erótica, que hizo que sintiera un calor intenso entre mis piernas.

  • Veo que el fotógrafo también está contento – dije haciendo referencia a su leve erección.

Los tres nos reímos por el comentario, pero era una risa nerviosa, llena de tensión sexual y deseo.

  • Bueno ¿por dónde empezamos? – preguntó Jorge cogiendo la cámara y preparando el objetivo.

  • Pues no sé. ¿Qué opinas cariño? – le pregunté a David. Quería que él cogiera la iniciativa, que fuera él quien, inicialmente, decidiera los pasos a dar.

  • Pues… - dudó David.

  • A ver – se avanzó Jorge – ¿Para romper el hielo e ir calentado el ambiente por qué no empezáis besándoos y vamos viendo?

Por dentro pensé que era un comienzo poco prometedor. Era verdad, sin embargo, que habíamos de romper la barrera inicial y que esa quizás era la manera. Sin darle tiempo a David a protestar, me eché a su cuello, rodeándole con mis brazos. De pie, delante del sofá, nos empezamos a besar intensamente. Los labios se tocaban y las lenguas, juguetonas, se buscaban y enroscaban. David me cogió de la cintura y me acercó hacia él. De inmediato noté su erección presionando contra mi abdomen. De fondo, oía los movimientos de Jorge y el clic de la cámara.

  • Muy bien, muy bien, así me gusta ¡Pasión! – gritaba. – David bésale el cuello.

Como si fuera una orden, David empezó a darme tiernos besos y suaves mordisquitos desde las orejas hasta mi hombro. Para animarle en su empresa, que estaba empezando a hacer efecto en mi bajo vientre, cogí su polla con mi mano derecha y la empecé a acariciar lentamente. Esa acción sin duda le gustó, ya que dejó mi cuello en paz para pasar a mi barbilla y empezar a bajar hacia los pechos. Primero se centró en el derecho, amasándolo con las manos, lamiéndolo con la lengua… Chupó, mordisqueó mi pezón… Levantó la cabeza y me miró a los ojos. ¡Estaban llenos de deseo, lujuria…! Repitió la acción con mi pecho izquierdo. Mis pezones estaban hincados, palpitantes, y Jorge dio buena cuenta de ellos. A escasos centímetros de nosotros, iba fotografiando toda la escena, sin perderse ningún detalle. Su polla tampoco se estaba perdiendo el show . Poderosa y orgullosa, apuntaba con el capullo morado al techo. Le miré a los ojos y me pasé la lengua por los labios. Él me sonrió travieso, me guiñó el ojo y continuó con su trabajo de fotógrafo.

De repente David se levantó, me miró serio y, de golpe, me empujó contra el sofá. Apenas aterricé en los cojines, me cogió de las piernas, me las separó bruscamente y se abalanzó a por mi vagina. Esta, húmeda y sonrojada, recibió con gratitud su lengua, que empezó a moverse arriba y abajo, desde mi pequeño clítoris hasta el agujero de mi culo. Sus movimientos eran rápidos, ansiosos. ¡Desde mis labios entrecerrados se escapaban pequeños gemidos que a cada segundo se hacían más audibles!

Llevaba poco tiempo degustando mi néctar cuando se centró a dar pequeñas succiones a mi clítoris. Mientras, aprovechó que la entrada de mi vagina estaba disponible para colarle dos dedos, gruesos y veloces.

Ni en mis mejores sueños me había imaginado que la sesión tomaría tan rápido ese matiz. David estaba fuera de sí, más caliente que nunca, y debía aprovechar ese momento.

– Jorge – pedí entre gemidos mientras empujaba la cabeza de David contra mi húmeda vagina - ¿lo estás capturando todo?

La pregunta sacó a nuestro fotógrafo del trance. Su polla, a escasos centímetros de nosotros, empezaba a emanar gotas viscosas y transparentes de líquido preseminal, lo que daba a su capullo un aspecto brillante y suculento.

  • Sí, sí. – me respondió.

Cómo David, su mirada estaba llena de lujuria. Sin embargo, aguantaba cómo podía sus ganas de echárseme encima.

David, de repente, se levantó, dejando mi coño y mi ano totalmente expuestos y mojados. Mi clítoris sobresalía buscando batalla, mis labios pegajosos estaban abiertos de par en par y mis dos agujeros esperaban expectantes más acción. Sin preguntarme ni darme tiempo de reacción, David me incrustó su polla en mi boca, mientras Jorge aprovechaba para fotografiar desde escasos centímetros mis partes íntimas.

  • ¿Qué, te gusta? – le preguntó David a Jorge, con la cara totalmente pegajosa y oliendo a coño.

  • Buf... Menudo show os estáis pegando. ¡Es digno de campeonato!

  • Pues aprovecha para sacar buenas fotos.

Mientras hablaban, yo chupaba con las manos detrás del culo de David. Su polla estaba tiesa, dura, al rojo vivo. Sus huevos, cargados, me golpeaban en la cara. La saliva me resbalaba por la comisura de los labios y colgaba de mi barbilla.

David sacó su polla de mi boca, me cogió las piernas, las levantó y, de una embestida salvaje, me la clavó con violencia.

  • Buf… ¡Joder! – grité de placer.

David no paraba. Su polla entraba y salía, entraba y salía, taladrándome el coño. No sé si era por el alcohol, la calentura o la situación, pero David me estaba sorprendiendo muy positivamente. Su ritmo no decaía y no mostraba síntomas de estar cerca del orgasmo.

Jorge iba sacando fotografías de distintos ángulos. Para capturar mi punto de vista, puso la cámara justo al lado de mi cabeza. Hizo varias fotos  desde esa posición y se levantó. Lo hiciera adrede o no, su polla golpeó contra mi mejilla derecha.

  • Ups. Perdón. – dijo sin moverse ni un ápice, dejando su falo a escasos milímetros de mi boca.

David me miró. En su mirada había fuego, deseo. Sin pensármelo, cogí la polla de Jorge con una mano y me la llevé a la boca. Esperé expectante si David se quejaba, si decía algo, pero él continuaba follándome, si cabe con más fuerza. Me recreé con ese falo duro, venoso… Le lamí el tronco y los huevos, le chupé el capullo, degusté ese líquido espeso y viscoso que emanaba de su interior…

Al poco, David me cogió de la espalda y me levantó, mientras su polla continuaba incrustada en mi interior. De pie y yo colgando de él, continuó follándome, botando sobre su polla. Notaba como mis flujos salían de mi chorreante coño y se mezclaban con el líquido preseminal de David.

Estando en esa posición, noté como Jorge hacía fotos de mi culo subiendo y bajando, subiendo y bajando… Para que tuviera una mejor perspectiva, David me cogió de las nalgas, con lo cual mi ano quedaba totalmente expuesto y ligeramente abierto.

Jorge, no sin atrevimiento, le pidió a David que aguantara en esa posición, que tenía una fotografía muy buena en mente pero que debíamos estar un momento quietos. Yo no vi qué pasaba y David solo vio como Jorge se arrodillaba con la cámara en la mano. Yo no vi, pero sí que sentí. Noté la polla de David, palpitando clavada en lo más fondo de mi coño, pero también noté un dedo fisgón y travieso que empezaba a jugar con mi ano. Noté, como resbaladizo, pasaba una y otra vez por mi esfínter, ejerciendo una leve presión. Noté como, poco a poco, ejercía más presión, y como mi ano lentamente se abría, invitándolo a pasar. Jorge dejó el dedo allí unos instantes, disfrutando del calor de mis intestinos, y luego lo sacó.

  • Ahora sí. – fue lo único que dijo, y se oyó el clic de la cámara.

Con la foto hecha se levantó de donde estaba y le mostró el resultado a David por mi lado derecho. Desde esa postura, su polla, apuntando hacia arriba, quedó clavada entre mis nalgas, llamando, envidiosa, a la puerta donde, unos segundos antes, había estado su dedo. Recé para qué David se entretuviera mirando la foto, para poder sentir como mi esfínter se iba abriendo lentamente ante la presión de ese falo. Sin embargo, David, no sé si motivado por la foto, propuso hacer una nueva postura. Me dejó en el suelo y me pidió que me pusiera a cuatro patas encima del sofá.

Le obedecí, levantando tanto como pude el culo y mirando atrás, deleitándome con la cara de salidos de los chicos. Los dos, de pie, me miraban completamente excitados. La polla de David, empapada de mis flujos, se mantenía firme. A su lado, el monstruo de Jorge, brillando por mi saliva y por la humedad de mi ano, pedía guerra a gritos.

David, antes de volver a clavármela, se amorró entre mis nalgas, hundiendo su lengua en mis entrañas. Jorge aún tomaba algunas fotos, pero estaba más rato masturbándose que otra cosa. Otra vez noté como la polla de David se abría sitio dentro de mí. Este, cogiéndome con fuerza de la cintura, empujaba, mientras mis nalgas rebotaban en su cadera y sus huevos golpeaban mi coño por el exterior.

Jorge se puso delante de mí según dijo, para sacar una foto, pero yo sabía qué quería, qué deseaba otra cosa. Sin mirar a David, empecé nuevamente a chuparle la polla, esta vez con más ganas si cabe. A cada embestida trasera, la polla de Jorge se adentraba un poco más en mi garganta. Los jadeos de los chicos, sudados y brillante, se mezclaban con los pocos gemidos que la polla de Jorge dejaba escapar de mi boca.

  • Menudo culo tiene tu novia.- dijo Jorge con un tono guarro que me puso a mil. – Te está pidiendo polla a gritos.

David continuó follándome con ganas, pero dirigió dos dedos directos a mi ano. Jugó unos segundos por fuera y a continuación, sin tan siquiera preguntármelo, los clavó en mis entrañas.

Mentiría si dijera que no me dolió. Su brusquedad me dejó desarmada. Quise protestar, pero Jorge no dejó que me sacara su polla de la boca. Empecé a mosquearme, pero el dolor inicial se fue convirtiendo progresivamente en placer, en un placer intenso y diferente. Me dolía, sí, pero quería más. Era un quiero y no quiero que me estaba acercando cada vez más al orgasmo. A David le debió pasar igual porqué, pese a haber aguantado como un campeón, enterrarme los dedos en el culo y ver cómo le chupaba la polla a Jorge fue demasiado para él. Se empezó a correr dentro de mí, inundándome completamente y provocando que yo estallara en un orgasmo extremo, que hizo flaquear mis piernas y correrme como nunca lo había hecho. Empezaron a salir chorro de flujo de mi interior, empecé a temblar y me desplomé en el sofá. David, exhausto, completamente mojado y sorprendido por mi corrida, sacó su polla de mi interior. Miró a Jorge, quien continuaba con la polla completamente erecta, y sonrió.

  • Buf… Estoy reventado. Me voy a preparar un cubata. ¿Queréis?

Jorge asintió con la cabeza y yo dije un tímido sí. Cuando desapareció en la cocina, Jorge se sentó a mi lado.

  • ¿Estás bien? – me preguntó.

  • Mejor que nunca. – le respondí acariciándole la polla y mirándole a los ojos. Estaba cansada, el coño me ardía y aún sentía levemente los temblores que me había provocado el orgasmo. Sin embargo, sabía que no podía desaprovechar esa oportunidad. Sacando fuerzas de mi interior, me levanté, puse una pierna a cada lado de las suyas y lentamente fui bajando. Su polla, ensalivada completamente, entró con facilidad, mezclándose con mis flujos y el semen de David. Pese a la caña que me había dado David, noté como ese monstruo llenaba cada rincón de mi ser. Mirándole a los ojos, empecé un suave movimiento. Me hubiera gustado follármelo a lo bestia, dar brincos sobre su polla, pero mi cuerpo no respondía.

Llevaba unos minutos disfrutando ensimismada de ese falo, con la cabeza apoyada en el hombro de Jorge y los ojos cerrados, cuando noté que algo jugaba con mi ano. ¡David! Me había olvidado completamente de él. Quise girar la cabeza, pero no tuve tiempo. Un cuerpo caliente y duro se abrió paso en mis entrañas. Mi cerebro tardó unos segundos en reaccionar y comprender que ese algo era su polla, que, con la situación, se había recuperado en cuestión de minutos.

Estaba completamente llena y esa sensación me encantó. David empezó a moverse, a clavármela más profundo mientras me cogía de los pechos. Jorge, a su vez, hacía lo mismo, agarrándome las nalgas con fuerza. Los chichos, mis chicos, gemían, bufaban, empapados en sudor... Yo… yo gritaba, exprimiendo al máximo esa sensación completamente nueva y extremadamente placentera. Cada vez los bombeos se hicieron más intensos.

  • ¡Sí, sí! ¡Joder! ¡Folladme! ¡Así, más fuerte! ¡Sí, sí! – gritaba.

El orgasmo me golpeó como un tsunami que arrasa a su paso. La visión se me nubló, el cuerpo me tembló y de mi boca solo se escapó…

  • ¡Joder!

Los chicos aguantaron poco más. Extenuados, se corrieron en mis entrañas, llenándome completamente mis agujeros de semen.

A partir de ese día las relaciones en el piso cambiaron completamente. David aceptó que, de vez en cuando, me follara a Jorge. Eso no quiere decir que todo el día estuviera ensartada en la polla de Jorge pero cuando David no estaba aprovechábamos para darnos un buen meneo. Por su parte, mi querido novio solo puso una condición. Él también quería “catar”, como él mismo dijo, alguno de los ligues de Jorge. Obviamente, este aceptó, argumentado, pero, que estos también tenían que querer experimentar cosas nuevas. La  verdad es que, en más de una ocasión, repetimos el trío, y que tanto David como yo pudimos “catar” algunas de las chicas que Jorge llevó al piso. Sin embargo, eso ya es otra historia.