Compartida por primera vez

Mi marido me comparte por primera vez en un after party

Todavía recuerdo cuando mi madre me dijo alguna vez: ¡la gente nunca cambia!, pero supongo que para cada regla siempre hay una excepción.

Y entonces un día llegó mi marido y me dijo: la fiesta de fin de año va a terminar muy temprano, como a eso de las 7 y luego de ahí nos vamos a la casa de alguien al after party, quiero que me acompañes y que vayas muy elegante.

Cuando comencé a escoger lo que me iba a poner, mi marido inmediatamente intervino y me dijo que no me quería tan "conservadora", y le pedí que me dijera entonces qué tenía él en mente. Y eligió un traje formal de pantalón y saco que hacía por lo menos un año que no me ponía

  • a ver si entro aquí - le dije

Cuando me lo puse mis sospechas se confirmaron, me quedaba super apretadísimo porque había subido de peso en todo ese tiempo

  • ese está bien, te ves perfecta -

  • ¿perfecta? ¡me queda apretadísimo! además me veo muy nalgona, todos van a estar viéndome - reclamé

  • si, te ves deliciosamente nalgona, ese está bien, tenlo listo para ese día -

Ese último comentario me dejó muy sorprendida, realmente el pantalón se me untaba y de por sí soy muy nalgona, y a él no parecía importarle que fuera a llamar la atención.

El día de la fiesta llegó y mi marido regresó a casa para irnos al after party y yo estaba muy nerviosa, no había considerado que ya con los tacones mi trasero se moldeaba más. Pensé que iba a pedirme que me cambiara, pero no.... solo me miró con deseo y me apuró a subir al auto.

Llegamos a una casa grande por el sur de la ciudad, había mucha gente, me daba la impresión de que toda la compañía había ido a seguírsela ahí.

En efecto había muchas esposas muy bien arregladas acompañando a sus maridos, pero de todas las mujeres ahí no vi a una sola que fuera vestida provocativa, y la verdad me sentí un poco incómoda, a ver si no iban a pensar que era una buscona.

Estaba un poco oscuro, había música a muy alto volumen y tanta gente, que creo que nadie se daba cuenta así que empecé a socializar y todo fue normal por un momento.

Al paso de las horas después de mucho bailar y sobre todo mucho beber, la mayoría de los caballeros comenzaron a ponerse ebrios, y muchas esposas prudentes comenzaron a llevárselos a casa. Supongo que debí haber hecho lo mismo.

Se quedaron los hombres y mujeres que no tenían pareja, y entonces comenzaron los bailes sensuales y las pláticas en lo oscurito.

Justo cuando iba a sugerirle a mi marido que nos fuéramos a casa, se acercó uno de sus compañeros, ya notablemente afectado por el alcohol y me sacó a bailar.

Se movía bastante torpe y arrastraba ya mucho las palabras, pero bailamos la primera pieza sin problemas.

En la segunda canción sus manos se volvieron pesadas y comenzaron a deslizarse desde mi cintura hacia mis caderas, y entonces presentí peligro de que mi marido se fuera a poner como bestia de los celos y hubiera un pleito en plena fiesta, pero no.... mi marido veía divertido desde la silla de plástico en donde estaba con su vaso en la mano animándome con señas a seguir bailando.

Entonces su compañero de trabajo se descaró y de plano me empezó a manosear las nalgas, y yo pensé: ¡claro! la culpa la tengo yo por ponerme esto

Voltée a ver a mi marido a ver si me rescataba, pero en vez de eso se quedó solo mirando lo que pasaba y diciéndome que sí con la cabeza. Pensé: ¡este también está borracho! lo que me faltaba

Cuando la canción se acabó ví mi oportunidad y me despegué del borracho y me fui a sentar con mi marido, lo que me dijo me dejó fría

  • ¿te gustó? -

  • ¿qué cosa? - pregunté con sorpresa

  • pues que te agarraran la cola

  • ay no inventes, ese tipo está ya muy borracho y a eso no se le puede llamar bailar

  • esa no fue mi pregunta ¿te gustó que te tocara?

  • pues no, claro que no

  • a mi sí - dijo muy convencido

Me quedé callada porque no supe si era broma, el alcohol o si se había vuelto loco. Luego se paró y me dijo: vénte, vamos a saludar a otros amigos

Me presentó a otro de sus colegas, que se veía todavía sobrio así que me relajé. Luego de las presentaciones y un rato de plática, mi esposo se disculpó y fue al sanitario en el segundo piso.

Su amigo que hasta ese momento se había portado serio y hasta caballeroso, comenzó a recorrerme toda con la mirada, y así sin el más mínimo tacto me dijo:

  • con todo respeto Camila, pero qué buenas nalgas tienes

Casi le escupo en la cara lo que estaba bebiendo, nunca imaginé que lo fuera a decir. Y cuando vió que yo no contestaba nada, siguió:

  • seguro cuando sales a la calle te han de decir de todo ¿verdad?

Yo seguía sin responder, pero inmediatamente vino a mi mente la vez que iba caminando por reforma y desde un auto alguien me gritó: ¡con ese culo has de cagar bombones! - Y me sonrojé

  • mejor voy a buscar a mi marido - de verdad estaba tan sacada de onda que fue lo único que se me ocurrió decir

Y justo en ese momento llegó mi marido diciendo

  • aquí hay mucho ruido, ¿y si subimos a la azotea? hay un jardincito con mesita y sillas para tomar el fresco -

Yo mientras estuviera con mi marido, no tenía problema.

Subimos y ahí no había nadie, los pocos asistentes que quedaban seguían en el patio bailando y bebiendo junto con los anfitriones

  • ustedes se mueven con mucha confianza en esta casa - mencioné para recuperar la conversación

  • si, es que venimos los viernes luego de la oficina a jugar cartas con el dueño de la casa, somos de su confianza - dijo el amigo de mi marido

  • y hablando de confianza, Daniel es mi amigo y confío mucho en él. Por cierto que me comentó que le pareces muy guapa - completó mi marido

  • "y si supieras que no solo le parezco guapa, además le gustaron mis nalgas" - pensé mientras solo asentía con la cabeza

  • ¿qué te gusta más de mi esposa? - preguntó mi marido, mientras yo, por segunda ocasión, estuve a punto de escupir mi bebida

  • me fascinan tres cosas de ella: que es alta, que tiene el cabello largo y que está gordibuena - contestó Daniel mientras me miraba las tetas bien guardadas bajo la blusa

Yo no daba crédito a lo que estaba pasando, y cuando iba a reclamar, Daniel continuó diciendo

  • Cómo me gustaría una mujer así para mi, ve nomás que tetotas, ¿qué talla eres Camila? -

Casi se me salen los ojos de la sorpresa y miré a mi marido para que dijera algo coherente, pero solo siguió el juego

  • son 36D ¿quiéres tocárselas? -

  • óyeme no!!! ¿qué te pasa? - reclamé ahora si enojada

  • no pasa nada amor, nadie ve, ¿qué te quita? déjalo que te las agarre tantito - me pidió mi marido casi en tono de súplica

Entonces sí que me encabroné y pensé: ¡a la chingada!, pero donde se arrepienta después que ni me reclame, que se joda

  • ¿ah eso quieres? pero luego no me estés chingando, fíjate las pendejadas que estás diciendo - le advertí aún enojada

  • no te enojes mi vida, te prometo que no va a pasar nada, es solo una travesura - dijo mi marido

Y entonces cedí, más por desafíar a mi marido que por otra cosa. Daniel inmediatamente se acercó a mí y comenzó a sobarme los senos mientras mi marido miraba con expresión de morbo. Poco a poco el enojo se disipó y pasé de sentir solamente un vil estrujamiento mamario a verdaderamente disfrutar cómo me acariciaba.

Luego de un rato ya estábamos en medio de un delilcioso faje en el que me dejé meter mano por debajo de la blusa y el brassiere, también me dejé besar. Pero lo que verdaderamente me encendió fue cuando quise corresponder y toqué la entrepiera de Daniel. Pude sentir su mástil durísimo y de dimensiones que en ese momento estimé muy pero muy disfrutables.

De verdad estaba sumida disfrutando ese faje hasta que la voz quebrada de mi marido me sacó del trance

  • ¿te gusta su pito?

  • ajá - fue la única respuesta que pude articular mientras Daniel jugaba con su lengua dentro de mi boca

  • siéntate en el amor, ¿no se te antoja darte unos sentones? - pidió mi marido

entonces me paré, mientras Daniel abría sus piernas y acomodaba su herramienta aún debajo del pantalón para recibirme

Y entonces reposé mi abundante trasero en su mástil tieso, comencé a menearme encima de él y el comenzó a mover su cadera para empatar el ritmo.

Podía sentir su pene durísimo justo en medio de mis nalgas, mientras sus manos que me acariciaban las piernas y las caderas, eventualmente hallaron su camino hasta mis senos de nuevo.

Mi marido que hasta ese momento solo había estado observando, se levantó, se abrió la bragueta y sacó su pene también durísimo y lo acerco a mí para que se lo chupara. Pude apreciar una gotita de líquido pre-seminal en la puntita, síntoma inequívoco de que llevaba rato excitado.

Nunca imaginé que me fuera a excitar tanto, pero es que los estímulos venían de todas partes, visuales, sonoros y táctiles y me inundaban los sentidos

Sentía dos penes, uno arriba y otro abajo, los dos duros por mí, sentía dos pares de manos recorriendo mi cuerpo, mirarme de reojo en el reflejo de la puerta de cristal a nuestro lado como subía y bajaba dándome de sentones en Daniel mientras tenía el pito de mi marido en la boca.

Pero la cereza en el pastel era lo que ambos me decían, atropellando las palabras por la excitación y al mismo tiempo:

  • siéntate en el mi vida, gózalo, ¿te gusta cómo te pica? - mi marido

  • que rico culo, te quiero partir a la mitad - Daniel

El primero en acabar fue mi marido, justo en mi boca, y al retirar su pene, un poco de semen se salió de mi boca y quedó colgando de mi barbilla

Luego Daniel se vino frotandose fuertemente contra mi trasero, y fue hasta entonces que noté que había abierto su bragueta también para sacar su pene, porque inmediatamente sentí su semen tibio mojandome las nalgas.

Me levanté y me preocupé cuando vi todo ese semen embarrado en mis pantalones ¿ahora cómo iba a salir de ahí así? ¡que vergüenza!

Pero cuando bajamos, yo llevaba el saco de mi marido tapándome la cola, pero de todas formas nadie se hubiera dado cuenta, abajo quedaban muy pocas personas y los pocos aún ahí estaban ya muy ahogados de alcohol.

De regreso a casa casi no hablamos, yo no sabía que decir y él tampoco decía nada, pero lo veía tranquilo y sin atisbo de arrepentimiento.

Esa pequeña travesura fue el inicio de verdaderas aventuras, las cuales dejaré para relatos posteriores