Compartida en familia

Una pareja, astiada de la rutina, decide probar cosas nuevas.

Compartida en familia I

Mi nombre es Eva. Tengo veintiocho años. Llevo varios años casada con Carlos, mi marido. No tenemos hijos. Desde hacía unos años, nuestra vida sexual discurría por una monotonía que nos había quitado las ganas de follar. Los que estéis casados comprenderán mejor el problema. Los mismos horarios, las mismas posturas, las mismas situaciones...

Yo quiero a mi marido, por eso, cuando supongo que después de pensarlo mucho me expuso claramente su punto de vista, traté, después de salir de mi estupefacción, de comprenderlo.

-¡Si cariño! ¡Lo digo en serio! ¡Deberíamos de probar cosas nuevas! ¡Fantasías! ¡Otros matrimonio jóvenes lo hacen!.-

-Pero Juan...Explícame a que te refieres

  • ¡Pues ropa excitante, situaciones picantes! ¡Yo que sé! ¡Cosas!-

Yo soy pelirroja. Auténtica pelirroja. Una pelirroja de pelo rizado y largo, de piel blanca, muy clara y de ojos marrones claros, cálidos y rebeldes. Mido 1,70 metros y peso 70 kilos. Tanto mi marido como yo mimamos mucho nuestra forma física y yo me considero una chica sensual y elegante. Voy a gimnasio, principalmente a hacer aerobics, mientras mi marido se machaca en las pesas. El es muy agraciado y fuerte. Mide 1,78 y pesa ochenta kilos. Pura fibra. Formamos una unión "somática", muy basada en las relaciones sexuales. El es leo y yo géminis. Los dos nos vigilamos en el gimnasio. Yo vigilo a las chicas, y el a los chicos, aunque luego nos reímos y nos envilecemos mutuamente, con "ahí que ver que miraditas te echa Pepita o Juanito"

Quizás fue de estas situaciones, y no se de quién partió el primer comentario, sobre si alguno de los chicos del gimnasio. ¡Ah! ¡Ya me acuerdo! Creo que Carlos leyó una publicidad sobre un pub. "Ambiente particular". En el trabajo le explicaron qué tipo de pub se comentaba que era ese. El me lo comentó a mí y yo se lo tomé por una insinuación.

-¡No creo que nosotros necesitemos acostarnos con personas que no conocemos para estimularnos, cariño!.-

-Pero..Pero, Eva...Yo sólo te he comentado eso por que me ha llamado la atención.-

-¡Si hombre!.-

Mi marido no siguió discutiendo. No se si lo hizo pro un motivo u otro. El caso es que desde ese momento, ambos empezamos a manejar las posibilidades que nos ofrecía el mundo de los intercambios de parejas. Analizamos los pros y los contras.

-Podríamos ir a ese pub a probar.- decía Carlos

  • No me fío. Nos tacharían de degenerados nada más entrar...y luego, qué referencias tendríamos de la pareja que nos entrara o a la que entráramos.-

  • Hablaríamos con ellos.-

  • Nos contarían lo que quisieran.-

Pero cuando empezábamos a ver la idea como descabellada, empezábamos otro tipo de conversación. – desde luego, tendrían que ser sin experiencia, como nosotros-

  • Sí, y de nuestra edad o más jóvenes.- Apuntaba yo

Nos sentamos un día delante del ordenador, y por internet buscamos portales y páginas dedicadas a este tipo de relaciones. Descubrimos muchas cosas nuevas para nosotros. Las mujeres se exhibían como mercancías. Los hombres nos enseñaban sus miembros erectos. Era difícil encontrar parejas en nuestra misma ciudad o área, y sobre todo, con los requisitos que buscábamos, de edad, experiencia...Y además, no las conocíamos de nada. Desconfiábamos.

De igual forma, nos dimos cuenta que también se ofrecían chicas para parejas, sólo para ella, para él, para ella mientras él miraba, para ella y sólo para ella. Chicos en los mismos términos. Nos gustó más la idea de encontrar una persona para formar un trío.

-Pero Eva, cariño ¿Un trío?-

-Pues ¡Si, Un trio!-

  • Es que si es un chico, yo no soy maricón, y si te lo va a hacer a ti, no me voy a sentir bien.-

-¿Y si es una chica?-

-Mujer, ¡Tú dirás!-

No sabía que responder por que ni yo misma sabía la respuesta. No me agradaría nada ver a mi marido follando con otra, y hacero yo con ella...Yo sabía que eso le debía encantar a mi marido, porque se que las escenas de lesbianas le ponen muy cachondo.

-¡Joder, Carlos! ¡Se trata de hacer cosas nuevas! ¿No?-

-Ya, pero yo comprendo que si metemos a una chica, entonces soy yo el que gano-

-¿Por qué?-

  • Hombre, si me la follo yo, entonces el gusto es mío, y si se lo hace contigo, entonces, el gusto también es mío.-

  • ¿Qué pasa? ¿Es que crees que una mujer no me puede dar gusto? – Carlos me miró sorprendido.

-¡Qué inocente eres!.-

Carlos cayó y no volvimos a poner la conversación sobre la palestra en una semana, pero finalmente, después de otra monótona sesión de sexo conyugal, volvimos sobre el tema.

-¿Debería ser una desconocida o un desconocido?- Me preguntó al fin.

-Mira, somos nuevos en esta situación. Una mujer es más manejable. Si le tienes que dar dos tortas y echarla de casa, es mejor a una mujer que a un hombre...Por otra parte, una tía no me va a dejar preñada-

  • ¿Es mejor una desconocida o una conocida?.-

La pregunta de Carlos me dejó sorprendida. Era, desde luego, mejor una conocida, pero cómo encontrar a una conocida. –Mejor una conocida...Pero ¿Cómo la vas a encontrar?-

  • Seguro que entre nuestros amigas, compañeras de trabajo, vecinas hay alguna que lo haría. Hoy hay mucho vicio. Es cuestión de tiempo, ya que lo tenemos claro.-

Estuvimos los dos ojo avizor, con las antenas puestas durante mucho tiempo y no encontramos nada. Las mujeres somos más intuitivas para estas cosas, y la verdad es que ninguna me parecía. Casi desechamos la idea, por eso , una vez que quedé con mi hermana Rosa de compras, en vista del panorama, me dediqué a buscar ropa sexy, muy sexy, como alternativa "light" a nuestra fantasía.

Mi hermana miraba boquiabierta el par de conjuntitos que me había comprado. Cuando descansamos de la compra tomando un café en un tranquilo bar del centro, Rosa me cogió del brazo con seguridad y me preguntó con un tono entre incrédulo y de cachondeo -¡Eva! ¿No te habrás echado un amante?-

Me desternillé de risa –No, Rosa, No. No me he echado un amante. ¡Eso quisiera yo! ¡Ja ja ja!.-

-Es que como te veo que te estás comprando estas ropitas...-

-Es para darle una sopresa a Carlos-

-¿Sorpresas a Carlos? ¿ A los siete años de casados?-

Me empezó a incomodar la conversación. No me gusta mentir y la verdad es que no me falta confianza con mi hermana para contarle la verdad.

-Es que, verás, estamos pasando una crisis de inapetencia sexual. Ya sabes, la monotonía. Bueno, tu no lo puedes saber por que ni tienes novio ni estás casada. Pero cuando llevas muchos años casados, el ardor sexual decae.-

-¿Y piensas que con un par de braguitas monas lo vas a recuperar?

-Algo hará!-

-Algo hará durante un mes. Lo que tienes que hacer es cambiar el chip. Inventarte fantasías, historias. Los hombres son muy juguetones, seguro que eso es mejor.-

Mi hermana parecía, como siempre, saber más del tema que yo, por eso le conté toda la historia.

  • Eso pretendíamos, Rosa. Estuvimos mirando parejas en internet.-

Rosa fijó los ojos en mí, boquiabierta, realmente sorprendida. -¡Parejas!-

  • Sí, para intercambios-

-¡Intercambios!-

-Pero luego buscamos una chica-

-Una chica.. ¿Eres lesbiana, hermanita?-

-No, pero es lo que mejor encajaba-

Rosa salió de su asombro y empezó con la monserga feminista -¡Muy bien! ¡Y por que no te buscas un negro con una buena polla para ti y para él.-

-¡ya estamos, Rosa! ¡Fui yo la que decidió que fuera una chica!-

-¿ Y por qué?-

  • ¡Por que un negro le puede pegar una paliza a Carlos y luego violarme! ¡Por que me puede dejar preñada! ¡Por que los tíos son más guarros que las tías! ¡Por que me dan más miedo!-

  • Pero ¡Tu no eres lesbiana!-

  • ¡Pero quiero probar cosas nuevas, coño!

Mi hermana abandonó la monserga feminista para adoptar el tono maternal y positivo de hermana menor emancipada, soltera y sin compromiso...y feminista

-¿Cuál es entonces el problema?-

-Pues que no encontramos ninguna conocida. Si no encontramos ninguna conocida, imaginaté que encima nos guste-

-¡Perdona, cariño, que te guste!-

-¡Bueno! ¡Que me guste!-

-¡Si el lo único que va a hacer es mirar, pues tú me dirás!

Mi hermana miró el fondo de la taza de café y dijo tranquilamente.- Por que tú, con esa ropa, seguro que le gustas a cualquiera.- Me reí y le agradecí el cumplido

-Luego está el tema de los celos...Carlos es muy celoso. Él dice que no le daría celos el verme en brazos de una mujer, pero ¿Y si no es así? –

-¿Perdona?-

-¡SI! Y si al verme gozar... se siente celoso-

-¡Jo! ¡Cómo os complicáis la vida! – Rosa hizo un gesto al camarero, que trajo la cuenta al cabo de un momento.

Mi hermana tiene veinticinco años. Trabaja en un banco y es independiente. Es también pelirroja como yo, pero tiene la estúpida manía de cortarse el pelo. Es tan pelirroja, que a menudo piensa quien la acaba de conocer que se pinta el pelo de ese color. Tiene la piel clara, con muchas pecas; pecas que salpican graciosamente su cara, sus hombros, su espalda. Pequitas que se van perdiendo en su escote. Sus ojos marrones, como yo, pero más expresivos. Su cara es larga, al contrario que la mía, redonda, No es demasiado sensual, por que está demasiado delgada. Tiene pechos de jovencita, brazos y piernas demasiados delgados y ni soporta ni la soportan los hombres.

Por eso, mi marido se extrañó tanto que lo llamara a la oficina, más aún sabiendo como sabía el número del móvil. Nunca ha existido una química especial entre ambos

-¡Hola Rosa! ¿Que tal?-

-Bien, ¿Y tú?- No le dejó responderle –Quiero hablar personalmente contigo-

-¿Es algo malo?-

-¡No! ¡Que va!-

-¿Entoces?-

  • Quiero hablar contigo en persona, Carlos, No te lo puedo decir por teléfono-

  • ¡Hija! ¡No entiendo este misterio! ¡Bueno! ¡Pásate a tomar un café mañana a las once!-

  • Vale, pero...ni una palabra a Eva-

  • ¡Joder con los secretos! ¡Me llamas y bajo! ¡No subas que aquí estoy rodeado de chismosas!-

Mi marido volvió al cabo de un par de días con la cantinela de los últimos meses. Estábamos acostados los dos, a punto de dormir después de un día monótono de trabajo, en los que habíamos establecido un acuerdo tácito de que nada de nada de sexo -¿Cómo te gustaría que fuera tu amante?-

-¡Otra vez con lo mismo! Me gustaría que fuera. Guapa y simpática, educada..-

-¡Cómo te gustaría que fuera sexualmente!-

Me quedé pensando y desnudé mi fantasía delante de mi marido. –Pues un poco extraña, amachotada, vestida de hombre y con gestos un poco varoniles...No sé, un poco dominante, autoritaria. Tú sabes que yo soy muy dócil...Me gusta dejarme hacer....¡Uhmm, A ver!- Decía mientras metía mi mano en sus calzoncillos y le sobaba el nabo, que crecía en mi mano, en parte por mis palabras y en parte por mis estímulos.

-¿Conocida?- Me dijo Carlos

-¡Si! ¡ya lo sabes!-

-¿Muy conocida?-

-¿Cómo mi amiga Gely? No, esa es muy femenina-

-Digo si así de conocida, conocida de toda la vida-

-¡Uhmm, eso sería delicioso...Una amiga con la que he jugado a las muñecas, que hemos meado juntas, que nos hemos visto desnudas en los vestuarios de la piscina, desde los diez años...Pero Gely es de "acción católica", cariño-

Lo de acción católica, es una expresión que utilizo mucho para hablar de gente muy conservadora. Gely, de ninguna forma aceptaría ningún plan de esta naturaleza, entre otras cosas, por que estaba casada y tenía tres hijos. Si yo le contaba por encima, las divagaciones de mi marido y mías durante los últimos meses, seguro que dejaba de hablarme.

-De todas formas, cariño, no te fíes demasiado de las apariencias. Las personas que crees conocer mejor te pueden dar una sorpresa- Me dijo mi marido en un tono que me pareció un poco burlón.

Un día, mi hermana Rosa me llamó para hablar conmigo. Tenía ganas de verme, de saludarme, de tomar un café. Empecé a hacer planes para quedar con ella. ¿Mañana? ¡Qué va! ¡Imposible! ¿El jueves? ¡No no! ¡Tengo cita en la peluquería! Nunca había tenido tantos problemas para quedar con ella, aún con las ganas que demostraba en verme. Al final, ella misma se invitó a casa.

-¡Mira! ¿Por qué no quedamos el sábado?-

-Es que el sábado tengo aquí a Carlos en casa y no le gustará que salga. Seguro que dice que por qué no quedamos otro día.-

-¡Siempre el pesado de tu marido…mi cuñado! ¡Bueno! ¡Iré a tu casa a tomar café!-

Rosa hacía un gran esfuerzo, desde luego, en venir a casa estando Carlos. Casi se me olvidó comentarle a mi marido la visita de su cuñada. Se lo dije el sábado por la mañana, por si quería darse una vuelta y no tropezarse con ella. Pero en contra de lo que esperaba, no pareció importarle mucho. Es más, pude apreciar una sonrisita de satisfacción que ni entendí ni a la que le di mayor importancia.

Durante la comida, ese sábado, mi marido sacó de nuevo la conversación del trío. Yo creía que lo hacía para excitarse mientras lo pensaba y hablaba conmigo sobre ello, por eso, le seguía el juego, aunque a veces no estuviera muy segura de aceptar lo que decía ni de entenderle.

-Cariño, creo que he encontrado la chica ideal para el trío.-

-¿sí?-

-Si, es imposible que yo le tenga celos…y además, te conoce bien-

-¿la conozco bien? ¿Cómo de bien?-

-¡Pues casi de toda la vida!-

-¿Ah sí? ¿Y me vas a decir quien es?-

  • Lo sabrás antes de lo que crees. Pero prométeme una cosa…Prométeme-

-¿El qué?-

-Prométeme que sea quien sea no la vas a rechazar.-

-¡Hombre! ¡Si ella está convencida!-

-Ella está deseándolo…además, creo que lo desea desde hace años-

Aquella conversación me dejó un poco inquieta. ¿Quién sería la mujer elegida por Carlos para seducirme? Mi hermana tocaría el timbre de la puerta hora y media más tarde. Al abrir la puerta me dejó sorprendida. Venía monísima. Algo inhabitual para un encuentro entre unas hermanas que se ven a menudo. Se había pelado con gomina, dejándose el pelo hacia arriba. Me miró y sonrió pícaramente mientras me saludaba y me daba un par de besos en su mejilla. Olía a un perfume caro y penetrante. Llevaba unos pantalones vaqueros muy ajustados y un suéter negro que marcaba su figura debajo de su chaqueta de cuero. Era un suéter que dejaba al descubierto su cuello de cisne.

-¡Hola! ¿Se puede?- Le preguntó a mi marido que acudía desde el otro lado del salón para saludarla. Después de un rato en el que ambos mostraron una desconocida cortesía, fui a preparar el café. Los sentía hablar en voz baja, pero no sospeché nada de lo que tramaban entre los dos. Cuando les llevé el café, Rosa comenzó el bombardeo.

-Carlos, ¿Te ha dicho Eva que se ha comprado una ropita muy mona?-

-¿Y eso?. Me dijo Carlos mirándome mientras acariciaba mi pelo

-SI, fuimos las dos de compras-

-¡Pero no veas lo que se compró! ¿No te lo ha enseñado?-

-Pues …No.- Dijo Carlos

-¡Ay! ¿Por qué no se lo has enseñado? ¿Es que lo guardabas para una ocasión especial?-

Rosa empezó a mosquearme. Ella sabía que me lo había comprado para una posible fantasía de mi marido. Me obligó a contestarle a Carlos, sonrojándome -Si, las compré por eso que tú sabes.-

Rosa siguió empujándome contra las cuerdas. -¿Por qué no te pruebas la ropita que te la vea Carlos?-

-¡Si! ¡Anda y pruébatela!-

Me fui al dormitorio y cogí del final del cajón de la ropa interior uno de los conjuntitos. Eran unas braguitas muy sexy, un tanga que sin ser exclusivamente una tira, hacía detrás un triángulo, que al llegar a los cachetes, se estrechaba, de manera que se me arrugaba arriba y se metían entre las nalgas. El sujetador era una mínima expresión, y además, muy flojo y suave. Me desnudé y me coloqué ambas prensas con la puerta cerrada, con un pudor inexplicable hacia mi marido y mi hermana.

Al salir, los dos se habían servido un combinado y me esperaba a mí otro. Carlos escrutó mi cuerpo con lascivia, Rosa sonreía satisfecha.

Rosa se levantó y me tomó por los hombros, haciéndome girar para que Carlos me viera. Me miró un momento a los ojos, con esa mirada de cuando éramos jóvenes y después de mucho discutir se salía con la suya, sonriendo. Levantó mis brazos y siguió girándome lentamente. Después, me dejó de espaldas a mi marido. Pegué un respingo al sentir pasar sus manos de uñas afiladas por mis nalgas, arañándolas con suavidad, enfatizándole a mi marido la desnudez y voluptuosidad de mis nalgas.

Luego me cogió de la mano y me llevó hacia el sofá donde estaba mi marido, colocándome entre los dos. Al fin acerté a preguntarle a ambos -¿Qué significa todo esto?-

  • ¡Bueno, Eva!- Dijo Carlos con tranquilidad. Rosa me llamó y me contó que tú le habías comentado nuestros planes. Ella no sólo estaba dispuesta, sino que estaba deseándolo. En realidad desea estar contigo desde hace diez años, pero tú no te has dado cuenta, y ella, lógicamente no se atreve-

-¡Pero es mi hermana!-

-¡Es perfecta! Yo no me puedo sentir celoso de ella, es de tu total confianza, nunca va a hablar de esto fuera de nuestro círculo. Es perfecta-

Mientras Carlos hablaba, Rosa, comenzó a mordisquearme el cuello y a pasar su mano suave, delgada, femenina sobre mi muslo. Sus labios eran azúcar y sabían como calentarme. Me lamía el lóbulo de la oreja y todo el cuello, hasta el hoyo que forma en los hombros, suplicándome cuando nos callamos -¡Venga, Eva! ¡Que tengo mucha hambrecita de ti!-

Era una situación comprometida. Carlos se aprovechaba de mi falta de carácter. Rosa tiró de mí mientras sonaba una melodiosa música de mi primera juventud. Me abrazó y juntas, con nuestros zapatos de medio tacón, éramos igual de altas. Puso sus manos en mis nalgas y me obligó a unirme a ella, a mezclar nuestra cabellera y a oler nuestro perfume, y por debajo de él, nuestro íntimo olor corporal. Me agarraba las nalgas con decisión.

Mi marido me miraba sin dejar de arrascarse el prominente paquete de su entrepierna. Rosa me besaba e iba buscando mi boca, pero antes comenzó a decirme cosas en el oído a las que no sabía como responder, cosas que no sabía si me gustaban o me disgustaban.

-Venga, Evita, lo vamos a pasar muy bien juntas. Tal vez sea el inicio de una nueva etapa entre las dos…Pon tus brazos en mi cuello- Y mientras tanto, me desabrochó el sujetador.

Me arrancó el sujetador, sin miramientos, sin prisas pero sin pausas. Me entró una calentura de 100 grados y la abracé por el cuello. Mis pechos estaban libres y ella me agarró aún más hacia ella, de forma que sentí su suéter suave en mis pezones, y tras el suéter, una masa de carne suave y blanda como la mía. Ví dirigir su boca hacia la mía y la recibí dulce y dócilmente,

Dejé que me comiera la boca. Nunca me la habían comido así, con tal dulzura, tan tiernamente. Poco a poco dejamos de bailar, y la música dejó de importarme. Mientras me besaba seguía magreándome las nalgas. De repente sentí que agarraba mis bragas desde detrás y tiraba hacia arriba. Aquel tirón hacía que la tela de las bragas me rozaran y se me incrustaran en la raja, el clítoris, e incluso el ano. Dejé de besarla y me aparté a un palmo de su cara. Rosa me miraba con ojos de lujuria, y de un bocado, extendiendo su cuello de cisne atrapó mis labios y comenzó a comerme la boca de nuevo.

Carlos se había puesto de pié. Sentía su respiración acelerada. Nos apartó de un empujón impetuoso, casi violento. Me tomó de la muñeca. Creí que estaba enfadado, que de repente se había arrepentido. No era así. Sin decirme una palabra me llevó al dormitorio. El iba hacia allí, llevándome a remolque, casi a la fuerza. Yo sentía que la sesión con Rosa hubiera acabado. Rosa nos vio enfilar el pasillo y dijo un sarcástico -¡Adiós!-

Mi marido me tiró sobre la cama. El apenas se bajó los pantalones y los calzoncillos y tiró de mi pierna, sin miramientos, colocando mi cuerpo, al borde de la cama, atravesado por la parte más estrecha. De un tirón me sacó las bragas por los pies.

Estaba hecho un mulo, excitado al máximo y nunca antes había demostrado tanta prisa. Yo estaba bastante caliente, pero él estaba a reventar. Me la metió rápidamente, sin dejarme prepararme y pronto me sentí insertada. Se acercaba y olía su aliento a ginebra y naranja, mientras ponía mi mano sobre su pecho, y tocaba sus músculos en tensión, endurecidos.

Mi marido me embestía con la mandíbula encajada. Me follaba como un animal en celo, y yo, dócilmente me acoplaba a él, intentando seguir el ritmo de su cintura, abriendo mis piernas y aguantando sus embestidas.

Oí un ruidito y miré a la puerta. Rosa estaba mirándonos desvergonzadamente. Carlos comenzó a correrse, moviendo sus caderas contra mí, trotando contra mi vientre, rociando mi vagina con su semen y mojándome. Miré al techo. Mis pezones ardían, mi vientre se convulsionaba, mi clítoris me escocía muy por debajo de la piel. Cerré los ojos y comencé a gemir mientras sentía como si las zonas sensuales de mi cuerpo fueran grifos por donde fluía el orgasmo.

Fue un orgasmo muy fuerte y duradero. Mi marido estuvo meneándose, ya sin fuerza, mientras yo me movía y gemía de placer. El quedó sobre mí. Estuvimos hablando un rato, diciendo las cosas que se dicen dos personas cuando acaban de echar el polvo de su vida. Carlos no se había dado cuenta de la presencia de Rosa, por eso, cuando al cabo de un buen rato, ella entró en la habitación, se bajó la camisa y se subió los calzoncillos y los pantalones.

-¡Vaya vaya! ¿No creerá la parejita que aquí se ha acabado todo? ¿Verdad?-

La miré detenidamente. Rosa sólo llevaba puestas unas minúsculas bragas de color violeta. No eran como el tanga que yo había utilizado, pero sin duda, eran excitantes a la vista. Mi marido también la miró. No se lo reprochaba. Rosa tenía unos pechos pequeños pero esculpidos como si de una estatua de mármol se tratara. Las pecas desaparecían alrededor del pezón, de un color caramelo de café con leche. Desnuda aparecía aún más delgada y estilizada, y su pelo parecía más rojo.

Me cogió de la mano y me obligó a levantarme a abrazarme a ella. La súbita sensación de su cuerpo suave y femenino junto al mío, la tierna sensación de sus pechos en los míos, de sus manos suaves en mis nalgas, de sus labios entre los míos y de su lengua recorriendo mi boca, me excitó de nuevo. Yo miraba a través del espejo de la cómoda, y veía la espalda de mi hermana y su cuello, y sus cachetes, asomar a ambos lados de las bragas, redondos y bien formados, como los de una muchacha

Y luego se agachó y sentí arder mis pezones en sus labios húmedos y calientes, mientras me veía y veía a mi marido observándonos e intentando revitalizar su miembro decaído hacía poco.

Rosa metió la mano entre mis muslos y rozando mi interior me dijo al oido- Estás llena de él, por eso no te voy a comer todavía...pero no te vas a librar de mí- Y dicho esto, comenzó a masturbarme, magreando mi coñito con sus dedos mientras tiraba de mi pelo hacia detrás. Su pierna se hundía entre las mías y empujaba su mano, que se llenaba de mí.

De repente, de un estirón al brazo, se puso detrás mía, frente al espejo. Ahora era yo la que me veía frente al espejo. Ella me miraba desde mi espalda y contemplaba como yo, mi coño atrapado por su mano y mis tetas y mi pezón escabullirse entre su mano y sus dedos mientras seguía hincando su pierna, pero ahora desde detrás, subiendo a veces su muslo para llenarlo de mi flujo.

Hincaba el dedo en mi sexo y yo gemía. Estaba ya a punto, cuando de nuevo, me tomo el pelo por la nuca y me obligó a ponerme sobre la cama. Primero apoyé los brazos y ella tiró de mis caderas hacia detrás, con lo que me puse con el culo en pompa, de pié. Sentí su vientre rozarse en mis nalgas. Parecía que quisiera rozar su sexo con el mío. Tiraba de mi pelo hacia atrás y me forzaba a rozarme íntimamente, extendiendo los brazos, hasta que de golpe, me soltó y dándome un azote, me invitó a ponerme a cuatro patas sobre la cama. -¡Vamos, hermanita! ¡A cuatro patas! ¡Como en el ginecólogo!-

Me puse como ella me pedía, y pronto sentí su mano acariciarme las nalgas, cada vez más a bajo y mas cerca del centro, hasta que su mano se deslizó por mi raja y se hundió de nuevo, profundamente, provocándome una nueva turbación y excitación.

-¡Cógele la polla a tu marido!- Miré a Carlos. Estaba extasiado y con el miembro ya a medio gas, cuando lo atrapé en mi mano y obedecí sin rechistar las siguientes instrucciones –Y ahora, cómele los huevos.-

Chupé el escroto de Carlos y le pasé la punta de la lengua por los testículos, como ella me decía. El miembro de Carlos crecía, también estimulado pro mis manos. Mis pechos caían hacia el colchón y el miraba su sexo, mis pechos y la figura de Rosa, que de rodillas, en la cama, volvía a colocar su pierna entre mi sexo y tomándome de las caderas, me obligaba a rozarme. Ella forzaba la situación y volvía a meter su mano, pasando por mi vientre, en mi rajita, y me empujaba, dándome puntazos con su pelvis, que hacían que perdiera el equilibrio y mi lengua transmitiera a Carlos, la fuerza de sus envites.

No podía dejar de comerme los huevos de Carlos a pesar de mi excitación. Paraba un instante y volvía, mientras ella me hacía suya. Cuando comencé a correrme, abandoné a Carlos, que aunque muy excitado, no parecía a punto. Levanté mi cara aunque seguí con su polla entre mis manos y con el cuello estirado, comencé a gemir de placer, mientras Rosa me follaba con su pierna, atrapando mi clítoris con sus dedos y moviéndomelo a un lado y a otro. Mientras me corría, ella recorría mi espalda con sus dedos, arañándome suavemente.

-¡Ya no puedo más!- Me dijo Rosa mientras de nuevo me tomaba por la mano. Carlos nos miraba, no se si asustado, excitado, extasiado... Rosa se quitó las bragas y se sentó en el sillón del dormitorio. Se abrió de piernas mientras tiraba de mi brazo obligándome a ponerme de rodillas. Yo me imaginaba lo que quería. Delante de mí estaba su maraña de pelos rojizos, y en medio, su sexo húmedo y de picante olor. Yo sabía lo que ella quería y ella me dirigía, agarraba mi cara y la dirigía a su sexo, que probé al instante.

-¡Venga ya y cómeme!- Hundí mi cara entre sus cálidos muslos y sentí cerrarse las piernas. Me imaginé los que Carlos veía y me afané en lamer una y otra vez, primero el clítoris, y luego la raja. Mi hermana decía cosas que me ofendían y me excitaban.- ¡Hay hermanita! ¡Qué bien lo podíamos haber pasado juntas en nuestro cuarto!...¡Que bien me lo comes! ¿Seguro que es la primera vez que lo haces?...-

De repente, dejó de hablar y la sentí enloquecer bajo mi lengua. Me atrapó la cabeza por los pelos y comenzó a moverse contra mi cara, llenándome toda de ella, mientras su boca chirriaba placer y gozo. Yo permanecí entre sus piernas hasta qie la sentí apaciguarse y abandonarse, aunque tuvo fuerzas para atrapar mi cara y besuquearme la boca. Fue poco tiempo, porque Carlos se había levantado y esperaba de pié junto a mí.

No me tuve que levantar ni nada. Allí, me levanté sobre mis rodillas. Su miembro erecto y brillante ya me decía lo que esperaba de mí. Tomé el pene en mi mano y pasé la lengua por su capullo un par de veces, hasta que de repente, poco a poco primero y luego de golpe, me lo metí en la boca. A mi marido le encanta que cuando se lo hago así le mire a los ojos con cara de tonta.

El resto es aplicar la técnica. Mis dedos se hundieron en su escroto mientras la punta de mi lengua buscaba en la base del capullo, su punto sensible. Mis labios se cerraron en torno al capullo y comencé a mover la cabeza hacia él y separándome, hacia él y fuera de él.

El me acariciaba la cara y la cabeza, cuando de repente, cuando mejor me lo estaba pasando, sentí los dos golpecitos en el hombro. Aparté mi boca y seguí sobándole con las manos. Presentí la proximidad de su orgasmo. Se iba a correr. Me levanté ligeramente y comencé a sobar mis pechos contra su pene, y empecé a sentir su semen caliente, escaso ya, emanar de su pene y embarduñar mis pechos.

Me levanté y le abracé. El también me abrazó, y por detrás mías, Rosa me abrazaba también.

Rosa susurró a mi oído. -¡Pobrecita! ¿A ti no te lo come nadie?- Miré a Carlos con cara de rencor fingido, con cierto coqueteo y meneé la cabeza. A Carlos no le gusta comérmelo. Rosa debía de saberlo. Se lo debía de haber contado. Rosa me llevó al servicio y humedeciendo una esponja, me limpió el sexo con agua templada. Era un alivio sentir el agua, que caía por la parte interior de mis muslos. Mojábamos el suelo, pero no nos importaba. Carlos nos miraba, descolorido, desde el marco de la puerta. Su sexo estaba exhausto por el momento y no comprendía nuestra voracidad femenina.

Mi excitación aparecía de nuevo en mis pezones. La esponja hacía tiempo que se dedicaba, más a calentarme que a limpiarme. Luego Rosa me secó con la toalla, de la misma forma en que me había limpiado, y de nuevo, y apartando a Carlos de la puerta, como si de un estorbo inútil se tratara, me llevó al dormitorio y me tendió en la cama.

Ella iba ahora directa al grano. Avanzó desde los pies de la cama hacia mis piernas, que se doblaron y abrieron para recibir su boca. Tomó mis piernas entre cada uno de sus brazos y pronto sentí su lengua en mi sexo, haciéndome perrerías y guarrerías. Carlos había colocado el sofá justo frente a mi sexo y a su culo. Rosa lamía, metía la lengua y mordía con sus labios, y hasta en un momento, me pareció que me sorbía el sexo.

No me importaba que Carlos me viera, ni siquiera si miraba mi sexo o el de Rosa, ni siquiera el que Rosa no fuera mi marido, ni siquiera el que ni fuera ni hombre. No me importaba ni siquiera que fuera mi hermana. Me acariciaba los senos yo misma y me pellizcaba los pezones mientras miraba al techo, o cerraba los ojos, disfrutando, gozando y esperando que llegara el nuevo orgasmo y que fuera lo más fuerte, largo y profundo que hubiera sentido nunca.

continuará

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