Compartí piso con un cincuentón que me tomó 2
Ya estaba entregada a él, ahora su amiga estaría presente viendo como el me hacía.
Por la mañana en el desayuno, le dije a mi casero que aceptaba a su amiga en el piso, y que me prestaba a ella para sexo y algún azote; como me pidió Enrique para poder seguir yo en el piso. Decidí decir que si por el mismo motivo que me entregué a mi casero; por un alquiler de cien euros, que era mi salvación para poder estar en la uní. Pero eso fue al principio, porque desde que me entregué a Enrique sentía una excitacion superior a mí al ser tomada y azotada por él, de tal modo que deseaba que me azotara cada día y le mostraba mi trasero para recibir su zapatilla. Mi casero me dijo muy serio:
-Mariló, te agradezco el decisión de dejarte hacer tambien por Elena, pero anoche le dije a mi amiga que si se venía aquí sería sin hacer nada contigo; que lo había decidido yo. Que solo podría mirarnos hacer nuestras cosas; Mariló, solo tu decidirás si tienes algo con ella o no ¿Te parece bien que ella sea nuestra mirona?
-Si, me parece bien que mire; y muchas gracias señor Enrique por dejarme decidir a mi.
-Mariló, ella iba a venir a quedarse con tu habitación y ocasionalmente lo haría conmigo, pero no íbamos, ni vamos, a compartir habitación como pareja. Así que, aunque no tengas sexo con ella, tenéis que compartir las dos, tu cuarto y tu cama. Esto no tiene discusión.
-Como usted diga señor Enrique.
Me gusta tener mi habitación para mí y, compartirla con una mujer que ni conozco me crispa. Pero no quería iritar a Enrique.
Llegó ella, Elena, una morenaza alta de unos cincuenta años; estábamos en escala compartiendo piso: yo con veintitrés años,
la nueva con cincuenta y E
nrique con cincuenta y cinco.
Nada más presentarnos vi en la mirada de Elena que se había prendado de mí, ella miraba mi melena rubia, mis pechos pequeños y firmes y mi cintura delgada sobre mi culazo. Soy como se dice un pimpollo. Ella es guapa, más corpulenta que yo, de uno ochenta de altura; yo mido uno sesenta y ocho. Se la veía muy normal, vestía falda vaquera y blusa. Me dijo Elena:
-Me dijo ayer Enrique que compartiremos habitación, no te de vergüenza compartir habitación conmigo, soy muy limpia y te respetaré . Eres preciosa Mariló.
-Gracias, usted también es muy guapa Elena.
-Tratame de tú, chiquita, que me haces mayor.
-Vale, jajaja.
Le brillaron los ojos al ver mi risa expontanea y sin haber estado nunca con una mujer, imaginé en ese instante como sería hacerlo las dos y me ruboricé.
Las clases en la uní iban muy bien, buenas notas para ser mi primer año. En el piso estudiaba en una silla en el salón mientras ellos dos veían la tele. "La parejita" trabajaba por las mañanas y yo tenía las clases también por las mañanas. Dormir con ella era una experiencia nueva, nunca había dormido junto a nadie. Ella se movía menos que yo y a veces me despertaba yo echada mi cabeza contra su hombro, y me sentía bien, acompañada. No intentó nada, esos primeros días. Enrique estuvo varios días sin tomarme ni anotarme, era como si le diera vergüenza estando su amiga allí; a mí también me dio vergüenza y no le mostré mi trasero al volver de la uní como solía hacer para que me azotara el pompis.
Una tarde de estudio, estando sentados ellos dos en el sofá y yo en la silla, Enrique se levantó y fue a darse una ducha. Al ser solo media tarde estaba segura de que me usaria y mis cachetes temblaron recordando con deseo su zapatilla de paño. Al volver venía vestido con sus vaqueros y su camisa de cuadros, cogió su vaso de cerveza, me miró y me dijo él señor Enrique sin llegar a sentarse:
-Mariló, por favor, desnudate y súbete sobre la mesa en pompa.
No dije nada, solo los miré a los dos con una cerveza en la mano cada uno y me puse roja como un tomate. Sería la primera vez que ella me viera desnuda y además a gatas sobre la mesa, como una perrita en exposición. Recordé que hasta llegar a este piso sólo había tenido una experiencia rápida con un chico, aquí despertó una parte de mi que no conocía.
Me puse de pie y me desabroché la minifalda, los botones de la blusa y doblé las prendas sobre la silla. Después desabroché mi sujetador blanco y me saqué por los pies mis braguitas también blancas con encajes y las dejé sobre mi ropa.
Mi cuerpo de piel clara resplandecia con la luz de la lámpara, puse las manos entre el cenicero con sus colillas y la bolsa de pipas. Mi culazo apuntaba hacia sus rostros. Yo sabía que mi chocho rasurado y rosado me salía por detrás como un pastelito. Sentí como los labios menores se me salían, los sentía húmedos y ardiendo.
Enrique se levantó del sofá y se quitó una zapatilla de paño de su pie derecho, después, vi de medio lado como la alzaba y agaché la cabeza esperando el golpe. Me sentí muy excitada por hacer pública mi sumisión a él, aunque solo estuviera Elena, también sentí vergüenza y me ruboricé. Su zapatilla me golpeó muy suave, me temblaron los cachetes como un flan... después otro, y otro, cada vez más fuerte y más seguidos, plaz, plaz, plaz. Mis cachetes estaban ardiendo y un hilo de flujo resbaló desde mis labios internos hasta los externos. Giré el cuello hacia atrás y miré a Elena, se estaba mordiendo los labios y sus ojos eran solo deseo.
Enrique se puso por el otro lado de la mesa, frente a mi cara. Desabrochó sus vaqueros, bajo la cremallera de su bragueta sonoramente y acercó su pene a mi boca. Al azotarme se sintió tan crecido que alcanzó una erección fuera de lo común: las venas de su miembro estaban abultadas y su glande brillaba morado como una ciruela. Elena se levantó del sofá y se puso junto a Enrique, para ver bien mi felación.
Saqué la punta de la lengua y con ella atrapé una pelusa que tenía en al glande, de los calzoncillos, después me la quité de la boca con los dedos. Luego dí con con mi lengua suaves pasadas a todo alrededor de su glande. Por debajo mi lengua trabajó un rato su frenillo y unas gotitas brotaron por el agujero de su pene. Abrí mucho la boca y me tragué su glande, que me llenó la boca, apreté mis labios sobre su tronco, justo por debajo del glande.
En ese momento me quedé inmóvil con esa bola de carne dura en mi boca y miré a los ojos a Enrique y a Elena. Los ojos de los dos eran un poema de frenesí. Me sentía muy excitada al saberme observada por Elena, exibiendome con su polla atrapada en mi boca. ¡Deseé que mucha gente pudiera verme así, con su polla en mi boca!, supe que deseaba exibirme. Agarré su culo desnudo e hice por tragar y sentí como su polla se adentraba por mi garganta, poco a poco, a golpe de voluntad. Una vez clavado su pene en mi garganta, moví mi cabeza adentro y afuera cada vez más fuerte, no sentí arcadas, parecía tener yo buenas tragaderas. Sus huevos peludos golpeaban mi barbilla, y mi nariz se sumergia en su pubis a cada "trago". Con una mano rocé su escroto por debajo, sopesando sus huevos y mis uñas acariciaron la entrada de su ano. Enrique gritó y su miembro se tensó elevando mi cuello. Un chorro de semen recorrió el resto de mi garganta; caliente, muy caliente.
Me la sacó de la boca de un tirón y mis labios sonaron como un taponazo de champán. Tosí y una gota de semen blanco como la leche cayó sobre la mesa.
Esa noche Elena estuvo varias horas en la cama de Enrique, follaron intensamente, se oía todo desde mi habitación. A mi me había follado solo la boca y mi raja era un poema caldoso.
Volvió Elena de madrugada y se quedó dormida enseguida, natural; yo en cambio no podía dormir.
Al siguiente día, recordaba todo mientras escuchaba al profesorado, los labios internos de mi sexo habían salido al exterior, hinchados, húmedos mientras estaba en clase. Esa mañana me puse la minifalda más larga que tenía, una azul marino de vuelo; la cogí larga porque no me puse braguitas, deseaba sentir mi chocho al caminar, sentir el aire y los cambios de temperatura ambiente en mi sexo. Un compañero me dijo de salir, le dije que no. Solo deseaba seguir explorando mi lado oculto que hasta yo estaba extrañada de no saber que existiera en mi. Mientras estaba en clase decidí seguir arrodilladome al llegar al piso cada tarde, y poner mi trasero en pompa a Enrique, sin que me lo pidiera el, para que me azotara; como había estado haciendo cada tarde antes de que estuviera Elena. Lo haría aunque ella estuviera presente.
Esa tarde al llegar al piso cogí el felpudo de pelo recio de la puerta de entrada y lo llevé al salón, donde solo estaba Elena, supuse que Enrique estaría en el aseo. Lo solté en el suelo cerca del pasillo que conduce al aseo y clavé mis rodillas en el suelo, con una mano alcé mi falda azul marino sobre mis espaldas, mi culazo y mi chocho sin bragas ese día apuntaban al pasillo y mi cabeza al sofá.
Esperé de rodillas más de cinco minutos, al final, me dijo Elena mientras encendía un cigarrillo y soplaba la cerilla:
-Mariló, te queda un rato de espera, Enrique ha ido a comprar. Si tu quieres, ya que estás preparada como una buena perrita, te azoto yo ese culazo que tienes, rubita.
Mi culo en pompa y mis rodillas en el suelo me pedían doblegar mi voluntad ya, le dije a Elena:
-Vale, te dejo hacérmelo. Las zapatillas de Enrique están bajo su cama.
-¿Quién necesita zapatillas zorrita?
Se puso en pie, se desabrochó el cinturón de sus vaqueros y se lo sacó cogiendo la evilla en su mano cerrada. Al ver yo su ancho cinturón de cuero negro, sentí como mis cachetes se contraian por el temor...............
(La continuación de esta experiencia la pondré en sexo con maduras pronto)
Mariló 2022