Compañeros y amantes
Una joven y solitaria esposa encuentra lo que buscaba y necesitaba en la otra preciada posesión de su marido, un hermoso perro de raza.
COMPAÑEROS Y AMANTES Zoo. Una joven y solitaria esposa encuentra lo que buscaba en la otra preciada posesión de su marido, un hermoso perro de raza. (Lugar: cocina y patio interior de lavadero, Cd. Juarez.) Cd. Juarez, Chihuahua, México. 11:30 a.m. M. Gicela es una joven esposa desatendida, casi abandonada, emocional y fìsicamente por su marido. Y todo esto increíblemente pues ella es una mujer muy atractiva, de buena figura y lindo rostro. Con unos senos medianos y bien formados, con pezones que se levantan como borrador de lápiz a la mínima provocación. Pero lo que la hace más atractiva aún es su natural sensualidad, nada rebuscada y casi infantil a sus lozanos 30 años. Una sensualidad que se desborda en fogosidad cuando se siente correspondida, producto quizás de una falta de atención en su niñez o simplemente porque es una de esas mujeres que llaman "de fuego".
Una de esas mujeres que a la menor muestra de cariño, a sus ojos, o la menor provocación, a los ojos de los hombres, se entrega como la mejor de los amantes. El sueño de todo hombre, pendiente de atender cada capricho o fantasía de su hombre, y aumentando su intensidad pues aparentemente cualquier fantasía que se le ocurra a un hombre ella ya la ha tenido o llevado a cabo. Distraída, Gicela, prepara la comida que su marido muy probablemente no comerá, como siempre, él comerá en el trabajo y como regularmente lo hace de ahí saldrá a solo él sabe donde a pasar las noches en parrandas con sus amigos. Mientras ella arde sola por las noches en un fuego que cree la consumirá una de esas desesperadas veladas sin sueño.
Lo imaginaba en juergas de juego y bebida con sus amigos y retorcidamente, lejos de enfurecerla, en su retraimiento, esto la excitaba pues se imaginaba a su marido apostándola como había oído que un vecino había hecho con su mujer según rumores, y se imaginaba en los brazos de hombres desconocidos dispuestos a saciar en ella su torpe y alcoholizado deseo. Al despertar de su fantasía deseaba estar en el lugar de su vecina que, según las malas lenguas, periódicamente se veía forzada a complacer a los compañeros de juerga de su marido. Cuando el placer de su fantasía disminuía Gicela se daba cuenta de su soledad y olvidando su necesidad física la invadía la melancolía y el enojo, pero nunca se atrevía a contrariar a su marido pues pese a que nunca lo había visto violentarse temía, por alguna oscura razón, que la golpeara, y sobre todo porque aún lo quería, aunque fuera de una manera algo masoquista. Muchas veces pensó en imitar a alguna de las mujeres de las que oía hablar y conseguirse un amante, pero la peligrosidad de la ciudad en la que vivía la hacían arrepentirse casi de inmediato y refugiarse de nuevo en sus locas y ardientes fantasías. Mientras preparaba la comida se perdía en sus pensamientos y veía por la ventana, absorta, el patiecito donde está el lavadero y desde donde ladraba el perro guardián que su marido había llevado a casa semanas atrás. Un extraño día, en el que él estaba de buen humor, llegó con el animal, fino y hermoso, y hasta algo orgulloso, diciendo que seria la envidia de todos sus amigos. Varios días llegó a la casa acompañado de uno o dos hombres, a los que ni siquiera se ocupó de presentarle a su mujer, y les presumía "su animal" como él lo llamaba pues tenia la teoría de que un animal fino no debía de encariñarse mucho con sus amos. Una y otra vez les repetía a los diferentes amigotes que llevaba a su casa las credenciales y cualidades anatómicas del fino animal y este se erguía orgulloso como si comprendiera lo que se estaba diciendo de él. Pero un día las visitas cesaron y el marido de Gicela pareció olvidarse del animal y este se convirtió, de un día para otro, en un mueble más de la casa como ella, por lo que M. Gicela se compadeció de él y comenzó a cuidarlo como su mascota. El olor de la comida estaba enloqueciendo al perro pero Gicela estaba tan distraída en sus propios pensamientos que no cayó en cuenta. Cuando, sin mucho ánimo, hubo terminado la comida, Gicela salió al patio a lavar algo de ropa interior, la cual le gustaba lavar a mano pues le parecía que así quedaba mas limpia. En cuanto hubo puesto un pie a través de la puerta el animal ya estaba saltando y ladrando de gusto. M. Gicela le sonrió tristemente. "Feliz de tener una compañera de tristezas?" Le dijo retóricamente mientras distraídamente ponía la ropa sobre el lavadero. El gran animal, por toda respuesta, saltó poniendo sus patas delanteras sobre los hombros de la mujer. Gicela, al no tener mucha experiencia con mascotas, mucho menos con perros, no sabía lo que esto significaba, solo rió y lo dejo lamerle el mentón y luego lo hizo quitarse y se puso a trabajar. El animal seguía oliendo la comida y no entendía porque esa mujer que antes había sido buena con él ahora ignoraba su hambre por lo que una vez más le ladró solo que ahora con voz de mando para ver si así reaccionaba. Gicela sintió cosquillas en la nuca a consecuencia del fuerte ladrido y esto la hizo salir de su estupor. "Por Dios, muchacho!" Dijo de pronto, sorprendida de su propio descuido. "Pero si te has de estar muriendo de hambre". De prisa, para continuar con su labor, entró a la cocina y buscó que darle al animal y no encontró nada. Pensó por un rato y recordó como él estaba tan abandonado como ella por el mismo amo y sonriendo tomó el plato favorito de su marido y sirvió en él la porción que le tocaría a él si llegara a comer, cosa que muy probablemente no ocurriría. Gicela tomó el plato con comida y lo llevó al patio donde lo puso en el suelo al alcance del perro para que comiera. "Después de todo tu me proteges y pasas más tiempo conmigo que él y mereces su parte de comida por representar su papel de marido" le dijo riendo maliciosamente y regodeándose en su infantil travesura vengativa. Al ver como el animal comenzaba a comer Gicela se puso en cuclillas y lo acarició sobre la cabeza, este levantó su cabeza y lamió la mano de su benefactora para inmediatamente continuar comiendo. Gicela se puso de pie suspirando y se concentró en la ropa que tenia por lavar. Primero se ocupó de separarla por colores para remojar las prendas por grupos y separó las de su marido para lavarlas a lo ultimo. Luego, cuando separaba su propia ropa interior para remojarla antes de lavarla, oyó un fuerte ladrido que la asustó y la hizo arrojar su ropa en todas direcciones. Al voltear vio al animal moviendo la cola y brincoteando como si quisiera jugar. "Pobrecito!" Le dijo riendo "tu también necesitas cariño verdad? Pero ahora no puedo perrito. Y no vuelvas a ladrarme así porque me enojo contigo" Gicela se agachó a recoger sus prendas de ropa interior y las arrojó sobre el lavadero donde se puso inmediatamente a lavarlas. No se dio cuenta de que justo detrás de ella había dejado unas bragas, las cuales despertaron la curiosidad del animal que comenzó a olisquearlas con suma atención. Pronto sintió el aroma que dejó un día de deseo insatisfecho, y la complacencia en solitario sobre el sillón de la salita. No era precisamente ésta la imagen que veía el animal, pero sí percibía perfectamente la sensación, el extracto en bruto, el deseo salvaje y puro de una hembra genuina como hacía mucho que no olía. A Gicela le extrañó el repentino silencio y paró en seco su labor. Al darse la vuelta se sintió sacudir de pies a cabeza. Ella vio al animal concentrado, con su nariz metida en el montoncito de tela que habían formado sus bragas en el suelo. Por su mente pasó el recuerdo de la tarde anterior en la que mientras veía la tele se sintió invadida, como ya era costumbre, por el deseo insatisfecho y como, poniendo su hábil mano entre las piernas, había alcanzado varios orgasmos hasta calmarse un poco. La joven mujer se asustó bastante ante la sorpresiva imagen que se presentaba ante sus ojos pero, calmándose, rió nerviosamente al pensar que sus miedos eran infundados. Se rió de sí misma al pensar que el animal podría entrar en celo al oler los jugos vaginales de una mujer, y aun si esto ocurriera no había ningún peligro real. Recogiendo su prenda íntima del suelo Gicela regañó juguetonamente al animal y puso la prenda en el lavadero con las otras y siguió remojándolas, solo que ahora distraídamente. Pronto sus pensamientos comenzaron a volar hacia sus habituales fantasías pues la adrenalina liberada por el susto la había excitado inadvertidamente. Recordó las visitas de su esposo cuando aun alardeaba de su viril perro y pronto sus fantasías incluyeron a los amigos de su esposo y ella se convirtió en el centro de su atención y de sus halagos. Recordó como su marido presumía del tamaño "de la verga" de su perro ante sus amigos y como estos se maravillaban y como, medio en broma, medio en serio, decían que le envidiaban esa parte de su anatomía para complacer a sus mujeres y como de reojo volteaban a verla a ella a través de la ventana de la cocina. Así como recordaba que su marido elogiaba al animal así ella se imaginó que su marido alardeaba ante sus amigos del cuerpo de su mujer y de su capacidad en la cama. Casi podía sentir sus lujuriosas miradas recorrer... no, acariciar su cuerpo. Sentía como, en su fantasía, humedecía sus pantaletas mientras su marido, su amo, apreciaba y arengaba a sus amigos a acariciar sus suaves muslos. Uno de los hombres, extraños para ella, comenzó a meter su mano bajo la falda y lentamente bajó las pantaletas hasta sacarlas. Hecho esto los demás vieron maravillados mientras el hombre se llevaba la prenda al rostro aspirando profundamente en ella como lo había hecho momentos antes el animal en la realidad. Así el hombre se excitó y Gicela vio como una tremenda erección salía de su pantalón, como si este se hubiera convertido de una materia extraña que dejara pasar la materia. Entre mas se excitaba el hombre sus ropas iban transformándose y Gicela se excitaba más también. Pronto el hombre cayó de rodillas en una posición extraña y su ropa ya era una especie de abrigo de pelos que le cubría el cuerpo. Gicela despertó sobresaltada de su ensoñación al sentir un empujón sobre sus nalgas. Al voltear hacia atrás vio al perro sentado en sus patas traseras, moviendo la cola y con una expresión casi como si sonriera. "Perro enfadoso!"- le dijo riendo, todavía ensimismada. "Aún quieres jugar?" Luego siguió lavando sus ropas tratando de ignorar al perro y volver a sus fantasías. Pero el panorama para el animal era demasiado tentador. Desde donde estaba sentado veía sus hermosas y redondas nalgas moverse cubiertas apenas por la ligera tela de la larga camiseta que usaba como minivestido. Con cada restregón que le daba a la ropa sus nalgas se movían rítmicamente, de arriba a abajo, casi como lo haría una perra al invitar al macho a hacer su trabajo. Esto, aunado al increíble olor de excitación que salía de entre sus piernas, volvían loco al animal. Gicela casi da un brinco cuando el perro ladró fuertemente a sus espaldas. El cabello, que siempre lleva corto, se le erizó en la nuca y le provocó un extraño cosquilleo que le comenzaba a agradar cuando sintió que le golpeaban las nalgas de nuevo, pero esta vez con más fuerza. "Pinche perro cabrón" le dijo ella dándose la vuelta, pero con su voz dulce y casi infantil de siempre. Sin ningún tinte de amenaza o verdadero enojo que el perro pudiera distinguir. Gicela buscó a su alrededor y en el suelo junto a un cartón lleno de botellas vacías encontró la pelota de goma con la que el animal se entretenía. "Toma atrápala!" Le dijo recogiéndola y lanzándola en su dirección. El animal, hábilmente la atrapó en el aire y hábilmente también la arrojó de forma que cayera bajo el lavadero. "Perro tontito" le espetó Gicela torciendo la boca y con los brazos cruzados sobre el pecho, como siempre en broma. Doblando un poco las rodillas para no hincarse y ensuciarse las piernas, Gicela se agachó para tomar la pelota y de nuevo sintió que la empujaban por las nalgas. Gicela no pudo evitar caer de rodillas y conteniendo por el susto su enojo se dio la vuelta sin levantarse. El animal al ver que ella volteaba a verlo se puso entonces de perfil, henchido de orgullo, cuerpo tieso y prieto, cabeza alzada, cola erecta, blandiéndola en el aire. Pero lo que llamó poderosamente la atención de Gicela, tanto que no podía despegar sus ojos de ella, era una creciente erección rojiza que la hizo estremecerse de pies a cabeza. En segundos los razonamientos parecieron inundar su atribulada mente y cree darse cuenta de lo que en realidad está pasando. Que el animal está tan necesitado como ella en TODO, y ella piensa que él se da cuenta de esto y que ahora, agradecido por haber comido, también se ofrece a calmar la otra necesidad de ambos. Gicela siente como las palabras se agolpan y se ahogan unas con otras en su garganta, pierde el aliento y cae hacia enfrente, deteniendo su caída al poner las manos sobre el piso. Confundida y asustada al darse cuenta de que su necesidad es tal que la idea no le parece descabellada del todo y mucho menos desagradable. Desde el primer día en que lo llevó su marido a casa, le pareció un animal muy apuesto, musculoso, muy viril y peligroso, esta ultima cualidad siempre le había parecido muy atractiva en los hombres, y porque no en un hermoso macho?, un verdadero macho. Ya antes le había llamado la atención ver su erección a través de la ventana y se había masturbado imaginando como si hubiera visto la erección de un hombre impúdico. Pero ahora la tenia a unos cuantos centímetros de su rostro. Veía claramente su estirada y brillosa piel rojiza, parecida a la del glande del hombre pero menos porosa, veía cada saliente vena que cubría la superficie del pene y que latía evidenciando su poder y excitación, veía el brillante y lubricado extremo puntiagudo, lo veía y sabía que se lo estaban ofreciendo directamente a ella y a nadie mas que para ella y su placer y esto la llenó de un mórbido y delicioso orgullo de hembra y subconscientemente un deseo profundo de venganza. Pero lo que sobresalía sobre todo era el desesperado llamado de su cuerpo por satisfacción, por satisfacer su dolorosamente contenido deseo. Su instinto se apoderó de su mente y a gatas se acercó al animal. Embebecida olisqueó su pene y cuando por casualidad lo tocó con la punta de su delicada nariz, el pene saltó creciendo un poco más aprisa. Gicela se sorprendió y maravilló de su peculiar forma, color y creciente tamaño y el olor la estaba embriagando tanto que, poniendo sus ojos en blanco sacó la punta de su deliciosa lengua y con ella recorrió la superficie expuesta de la verga animal. Con su lengua Gicela pudo sentir como la verga crecía mas cada vez que lo tocaba y golosa comenzó a lamerlo con todo la superficie de su lengua. Pronto se dio cuenta de que de la punta escurría un líquido y se apresuró también a lamerlo y saborearlo como adicta al tiempo que se subía la camiseta sobre las nalgas y caderas pues pensaba que el animal ya estaba listo para POSEERLA. Gicela se hizo hacia atrás y empujó al animal en los cuartos animándolo a hacer lo que le tocaba. Este, nervioso como poderoso caballo, el cuello recto y las orejas pegadas a la cabeza, rodeó a Gicela moviendo rígidamente la cola parada. Metió su fría nariz en el culo de la hembra y ésta se sacudió de pies a cabeza al contacto, encogiendo los dedos de los pies y levantando la cabeza en reacción y arqueando la espalda instintivamente para levantar el trasero y dar mejor acceso al macho de su elección. Y mientras él comenzaba a lamer de panocha a culo, de arriba a abajo, ella gemía y repetía muy quedamente "te quiero, te quiero". Lentamente Gicela sentía como, a pesar de su posición, la sangre le subía a la cabeza, sentía su rostro hirviendo y como la sangre le palpitaba en los labios, las orejas, en los pezones y sobre todo entre las piernas. El animal se hizo hacia atrás para respirar y quizá "pensar" su próximo paso, al mismo tiempo que la ardiente hembra, agitada, respiraba por la boca abierta y temblaba sin control. Y al hacerlo le daba al animal un hermoso espectáculo. La vulva que, hinchada y púrpura, se abría y cerraba como una flor en cada latido. Pero lo que mas llamaba la atención del animal era el hermoso culo que con cada excitada respiración de la mujer se abría y cerraba visiblemente como si por ahí también respirara, o como si "rogara" el ser atendido. El llamado era muy poderoso, casi tan animal como él y el perro no pudo resistirlo por mucho tiempo más. Cuando Gicela sintió la lengua que penetraba su culo casi saltó del placer que inundó su cuerpo con una fuerte, caliente y uniforme oleada. Sus brazos se vencieron, doblándose por los codos y obligándole a reposar el rostro sobre el dorso de las manos que se apoyaban en el suelo. En esa posición se levantó aún más su trasero, exponiendo sus turgentes genitales a su macho-amante. Inclusive su culo se abrió aún más por la posición en la que estaba al estirarse su cuerpo y separarse sus nalgas, circunstancia que el animal aprovechó para penetrarla aún más profundamente con su hábil lengua. El cuerpo de Gicela reaccionó violentamente liberando un primer y potente orgasmo que la hizo gemir casi a gritos, un orgasmo como el que no había disfrutado en años. Con el temblor incontrolable de su cuerpo y la posición, la camiseta de Gicela comenzó a resbalar por su cuerpo hasta quedar cubriendo solo su cabeza por lo que con un movimiento reflejo y casi solo por instinto para no perder concentración de su placer, sin moverse de la misma posición, Gicela la jaló y arrojó lejos quedando entonces completamente desnuda. "Mi amor, mi cielo" comenzó a decirle cuando comenzó a bajar del orgasmo y pudo articular palabra. Agradecía fervientemente a su "compañero" que aún lamía su apretado culo con fruición. De pronto Gicela salió de su delicioso estupor para notar que su "generoso benefactor" ya no la complacía. Sorprendida levantó la cabeza para llamarlo, pero al abrir la boca, y antes de poder abrir los ojos, sintió su húmeda y tibia lengua hurgando en su boca. Gicela se estremeció como nunca antes en su vida. Extrañamente para ella no sintió asco. El ser besada como solo un hombre la besaría, pero de una manera como ninguno lo había hecho, le pareció algo aún más íntimo que el sexo mismo y lo prohibido aunado a la intimidad que comenzaba a sentir con el bestial macho, su igual en sufrimiento y abandono, la hicieron sentir el beso con el máximo de placer posible, como la mas íntima de las penetraciones. Gicela correspondió acariciando la fugaz lengua del animal masajeándola con su propia lengua, tratando de mantener el ritmo pero sin perderle la pisada a sus propias inéditas y maravillosas sensaciones. Ella gemía al dar y recibir semejante beso y sonreía con la boca abierta a las caricias bucales de su recién descubierto amante. Sonreía ante lo increíble de la situación, y lo maravilloso de las sensaciones que su amante le estaba dando y que estúpida mente por tanto tiempo se había privado de ellas por su ignorancia. Sonreía al pensar lo estúpida que había sido deseando ser la mujer del vecino que pasaba de hombre en hombre cuando en su propia casa tenía lo que necesitaba, y a raudales!. Maritza Gicela Comenzó a "separar" las sensaciones. chupando y jugando con la lengua de él dentro de su boca, pronto pudo distinguir que la parte superior era rasposa y áspera y la inferior suave y escurridiza, y aprendió a disfrutar ambas sensaciones, suave y fuerte, a intervalos. Cuando creía que esas sensaciones iban a durar para siempre, el animal retiró su lengua de la boca de Gicela cuyos labios y mentón quedaron cubiertos en caliente saliva, mezcla de la de ella y la de su amante animal. En un segundo abrió los ojos y los volvió a cerrar cuando sintió la lengua de su amante acariciar uno de sus senos desde un costado. Así sintió la parte áspera de la lengua del animal recorrer sus deliciosamente sensitivos senos desde el erecto pezón hasta la base misma para luego repetir la operación, muy lentamente. Gicela gemía casi dolorosamente y se encogía ligeramente por el estómago, doblando los dedos de los pies y apretando sus ojos cerrados. Siempre ha sido una debilidad suya el que le presten especial atención a sus ultrasensibles senos. Gicela se dio cuenta de como el "tratamiento" que estaba recibiendo tenía evidentes resultados en ella pues tenía la clara sensación de como sus lubricantes vaginales, producto de la tremenda excitación, le corrían abundante mente por los muslos desde su vulva. Y en ese mar de sensaciones sentía como la lengua de su amante se extendía hasta tocar el otro seno. Pronto el animal agachaba la cabeza para acercarse más a su otro seno dándole el mismo tratamiento que a su gemelo perfecto. Las sensaciones explotaron cuando su amante comenzó a mordisquear ligeramente los largos y duros pezones, jalándolos pero tratándolos con cierta delicadeza. Gicela se doblaba por el estómago encogiendo ligeramente su figura pero luchaba contra esta reacción natural de su cuerpo para no arrebatar sus sensibles pezones a la boca de su nuevo amante. Gicela sentía sus pechos calientes y cubiertos de saliva y sentía el corazón como si se hubiera duplicado y palpitara ahogándola en su garganta y su vulva. Algo se estaba acumulando en su caja toráxica. Era un poder, una energía que no podía ni tenía el tiempo, ni la concentración para describirla. Pero iba en aumento y comenzaba a subir por su pecho hasta contenerse apenas en su garganta. El cabello enmarañado, las mejillas sonrojadas como sus labios, la boca abierta y respirando por ella como un animal salvaje, la imagen era para provocarle una erección inmediata a un hombre hecho de hielo, pero a ningún hombre Gicela hubiera puesto atención en ese momento pues tenía al mejor amante que podía desear. Esa energía acumulada Gicela sintió que se le quería escapar con el aliento por la boca abierta. Sentía que le lastimaba la garganta, que le quemaba. Levantó la frente y abrió la boca aun más para darle paso libre, y de su garganta surgió una suplica grave y animal que quiso ser palabras, apenas inteligiblemente sus labios le dieron forma a la "suplica". "cooogemee!" rogó en algo que no fue grito ni susurro. "coogeme... por... favor!" le repitió casi gruñendo como un animal. El perro se separó de ella unos pasos y la escuchaba moviendo la cabeza de lado a lado como si intentara entenderla. Gicela se dio cuenta de su actitud y de que no sabía que era lo que le pedía, pues, de entenderla, rápidamente y más que dispuesto a complacerla se hubiera puesto en acción. Pero Gicela veía que él, su amante, había perdido el rumbo y ya no sabía quien era el que guiaba y quien obedecía. En segundos, el instinto le dijo a la hembra que hacer y en cuestión de instantes se convirtió en parte hábil mujer seductora y parte salvaje perra en celo para incitar a su amante a completar su trabajo. Lentamente se movió para apuntar su trasero hacia el expectante animal y con esta actitud de sumisión y con voz dulce y suave lo arengó. "Soy tuya mi amor" le decía con la voz temblorosa y quebrada por el deseo "puedes poseerme porque soy tu hembra y tu mi amo. Soy tuya para desahogarte ahora y siempre que lo desees" Lentamente Gicela comenzó a moverse hacia atrás empujando con las nalgas el hocico del animal en una actitud de absoluta subordinación ante él. "Pero ahorita desahógate conmigo, te lo... ruego... hazlo ya... móntame mi amor... móntame por favor" le decía y repetía sin dejar de empujar su trasero contra su pretendido amante. El animal había visto este gesto antes, con otras hembras, perras deseosas de monta, y esta no era muy diferente, por lo que supo inmediatamente que era él el que mandaba, era él el animal superior en esa situación, y sabía lo que tenía que hacer a continuación. Gicela agachó la cabeza y viendo hacia atrás pudo percatarse de como el pene del animal había crecido y, cerrando los ojos, se imaginó las delicias que le haría sentir. casi en éxtasis de vísperas pudo sentir las patas delanteras de su compañero animal posarse en la parte superior de sus nalgas, Gicela comenzó a temblar de nuevo. Cuando sintió el peso del animal sobre su cuerpo ella arqueó la espalda un poco más para soportar mejor la poderosa carga. El perro aprovechó la maniobra y acercándose más a ella, empujándose con sus patas traseras, la sujetó fuertemente por la cintura con sus patas delanteras, tanto que Gicela creyó sofocarse por unos instantes hasta que el animal se reacomodó para comenzar a bombear. Todos los músculos del estupendo ejemplar de macho se dibujaban tensos ahora como los de un potente caballo pura sangre y Gicela no podía sino imaginar el "delirante" y ardiente cuadro que ambos ahora representaban. Aquella imagen de potencia sexual del macho y de deseo puro y sin inhibiciones de la hembra, en la posición tan enardecedora en la que se encontraban, hubiera sido suficiente no solo para despertar la envidia de cualquier mujer con sangre en las venas, sino de orillarla o casi obligarla a buscar el mismo desahogo inmediatamente. Al irse acercando el perro comenzó a mover con más vigor las caderas, midiendo el espacio que lo separaba aún de su hembra, tanteando con su sensible pene el camino hacia el desahogo sin condiciones ni remordimiento, sin miramientos ni cuidados, un desahogo bestial, simplemente animal. Gicela sentía como la verga de su amante toqueteaba con fuerza y rapidez sobre sus muslos y el exterior de su vulva. El contacto ardiente y húmedo de su verga la hacía levantar aún mas las nalgas, buscando acercarse más a él y al objetivo de ambos. En este intento Gicela apoyó la cabeza sobre sus manos en el suelo y no solo logró levantar más su trasero sino que así la parte superior del cuerpo del animal, sujeto a ella por sus patas delanteras, se deslizó lentamente hacia adelante hasta quedar sus patas delanteras sujetándola justo debajo de los pechos. La sensación de la fricción del pelambre animal sobre su sensible espalda desnuda la hizo prácticamente derretirse de placer al tiempo que al llegar la cabeza del animal a la altura de la de ella, podía sentir también su ardiente aliento sobre parte de su cuello y oreja provocándole un delicioso e íntimo placer. El animal se movía cada vez con más fuerza y ahora lograba, con cada empuje de sus caderas, golpear fuertemente y de lleno su enorme verga sobre la vulva de la hembra que pretendía reclamar como suya. Pero, aún así, no lograba penetrarla correctamente. Por un minuto Gicela se perdió en las increíbles sensaciones que le provocaba ese incesante golpeteo sobre sus genitales pero luego se dio cuenta de que el animal no encontraba el camino para conquistar su más plena intimidad y reclamarla como suya como ella misma lo deseaba. Deslizando una mano de debajo de su enrojecido rostro la llevo entre sus muslos y atrapó el casi incontenible pene de su amante. El animal, sin dejar de bombear, y por su misma lubricación natural, pudo moverse dentro del puño abierto de Gicela a ella le agradó la sensación y lo dejó hacer por un par de minutos disfrutando su tamaño, textura y potencia bruta. Al sentir esto y creyendo haber conquistado la abertura de su hembra, el animal se acercó aún más y comenzó a bombear su verga más profundamente, circunstancia que Gicela aprovechó para, lentamente, ir guiando el imparable miembro hasta la entrada de su vagina. Casi inesperadamente para Gicela, en el segundo en el que la punta de la verga encontró la entrada de la vagina, la penetró con fuerza, llenándola casi a tope. Instintivamente Gicela tuvo que retirar su mano de entre sus muslos para apoyarla de nuevo en el suelo y mantener el equilibrio. Con la boca abierta jalaba aire con desesperación, ahogando un grito de doloroso placer. Cuando su vagina se ajustaba trabajosamente al tamaño de la tremenda verga y recuperaba el aliento comenzó el verdadero ataque. El animal sentía la estrechez de su hembra, por lo que retiró su verga, sin sacarla por completo de su presa sexual, luego la empujó de nuevo con más fuerza, tratando de meter tanto como le fuera posible y romper de una vez por todas toda resistencia de algo que consideraba suyo por derecho propio, el derecho que la naturaleza le confiere al macho superior sobre su hembra. Gicela trataba desesperadamente de no gritar pero no se oía a si misma gemir y llorar de placer, jadeando como animal. Al sentir menos resistencia el animal comenzó entonces a bombear con mas rapidez y fuerza como solo un potente perro como él podría. El cuerpo entero de Gicela se estremecía con cada tremendo empujón de su amante animal que clavaba inclemente su verga en ella como si quisiera reclamar no solo su cuerpo sino su voluntad y su misma alma. Gicela le agradecía a su brutal amante todos sus esfuerzos, cooperando en lo que podía, moviendo las caderas al ritmo contrario al que él la penetraba para darle más placer, sintiendo como la bolsa testicular de su macho la golpeaba en los muslos con cada embestida. Ocasionalmente jalando con su boca la larga y caliente lengua de él que colgaba junto a su rostro, chupándola y acarician dola con su propia lengua, saboreando la mezcla de saliva de ambos. Por momentos ella se perdía en sus sensaciones, momentos que alternativamente le parecían eternidades o segundos de gloria sexual. Después de, para ella, una incalculable cantidad de tiempo y placer Gicela sintió como su amante bajó el ritmo pero penetrándola aún más profundamente, tocando con la punta de su verga su delicada cervix. En eso ocurrió algo que, por su inexperiencia, Gicela no esperaba. La verga, que genuinamente la tenía empalada, comenzó a ensancharse en su base, expandiendo y llenando a límites que ella creía imposibles la entrada de su vagina y aún parte de su interior. Después descubriría que eso era el nudo que provoca el amarre entre un perro y su perra durante el acto, y que la estaban asegurando, amarrando como a una perra para llenarla de caliente esperma. La sensación de estar completamente llena en su intimidad era ligeramente dolorosa pero enormemente gratificante para Gicela, era algo que nunca antes había sentido ni se había imaginado siquiera que podría llegar a sentir. Ella sudaba copiosamente, tensando todos sus músculos, su cuerpo siendo recorrido por infinidad de pequeños impulsos eléctricos que no pueden ser descritos sino como cientos de pequeños orgasmos. "Soy una cogeperros" se decía mentalmente sin cesar y cada vez que lo hacía las delirantes sensaciones parecían multiplicarse "Soy una puta de lo peor y me encanta" repetía casi inconscientemente al tiempo que las lagrimas de desahogo sexual surcaban su ardiente y enrojecido rostro mientras sentía los ahora cortos pero profundos empujones de la verga de su amante y al mismo tiempo sentía como en su bajo vientre se acumulaba una fuerza, un tremendo orgasmo que se activó y explotó en todo su cuerpo, invadiendo sobre todo su cabeza, al sentir el chorro de esperma que la comenzó a invadir a su vez desde su vagina, llenando su vientre y cuyo calor se repartió uniformemente sobre todo su cuerpo, dejándole un placer sedante y confortador. El mundo había desaparecido alrededor de su ardiente y sudoroso cuerpo y el de su amante animal que aun daba estocazos con ahínco en su castigada pero agradecida vagina. Pasado un minuto de deleitarse en aquellas sensaciones, Gicela recuperó la fuerza suficiente para, lentamente, sacar de su vagina el pene de su amante y liberarse de su amoroso abrazo, deslizándose por debajo de él y, aún a gatas, voltear a admirar al macho que tanto placer le había dado. Gicela sentía como el esperma de su amante corría en un continuo flujo por sus muslos desde su vagina hasta el suelo y su calor la seducía dulce y placenteramente. Al ver a su amante vio como su pene colgaba aun con buen tamaño, chorreando esperma. Sin pensarlo siquiera se abalanzó sobre él poniendo de nuevo la caliente verga en su boca, saboreando el gusto de sus propios jugos vaginales con el esperma y lubricante de él. Masajeaba delicadamente el glande con su lengua al tiempo que succionaba y bebía los restos de esperma. Cuando decidió que lo había recompensado lo suficiente pensó que era justo que estando ella también cubierta de esperma él debería darle el mismo tratamiento y limpiarla como ella lo había hecho. dándose la vuelta y sin levantarse dirigió su trasero hacia el hocico del animal, moviendo las nalgas de lado a lado, esparciendo su aroma sin saberlo y abriendo su culo por el rítmico movimiento. El animal por instinto sabía lo que tenía que hacer y comenzó a lamer sus muslos, limpiándolos hasta llegar a la vulva donde puso más esmero en limpiar cada doblez y rincón. Gicela disfrutaba esto, acumulando energía que explotaría en un nuevo orgasmo, al tiempo que se imaginaba a los ojos de su amante la mas deliciosa de las putas, imaginándose también las muchas tardes que, antes tristes y vacías, desde entonces estarían llenas de pasión desbocada, y las posibilidades infinitas que le ofrecía este nuevo tipo de relación, tan íntimo y secreto, entre una ardiente y delicada mujer y un verdadero macho. FIN P.D. Este como los otros dos relatos que con anterioridad publiquè en esta pagina de Todo Relatos, los escribi hace un par de años, todos basados en hermosas mujeres reales, amigas de las que se algo de su pasiòn y fantasias. Este relato en particular mas que de zoofilia, es acerca de la pasion mal contenida de una mujer, su necesidad mas alla de las apariencias, y el hecho de que una mujer puede ser tan ardiente o mas, segun mi opinion, que un hombre, a pesar de lo que digan los estereotipos. Sobre todo las fantasias de una mujer, he descubierto, siempre seran mil veces mas candentes y alocadas que las nuestras. Espero pronto terminar el relato nuevo que estoy haciendo y publicar mas nuevos. y que hayan disfrutado este homenaje a la cachondez de Maritza, una de mis mejores musas.