Compañeros de trabajo
Una semana en la playa con mis compañeros de trabajo, siendo yo la única chica.
Mi trabajo en aquella empresa estaba acabando. Había llegado el verano, y ya terminaba la última semana por la que me habían contratado para poner en orden los procedimientos de calidad. Habían sido tres meses en los que había trabajado muy a gusto. Era mi primer trabajo, y con 21 años no me podía quejar de lo que estaba cobrando, además, el taller estaba lleno de hombres y de chicos, y me habían tratado como a una reina. Sí, está claro que también me miraban con ojos de deseo, pero eso me halagaba, y además estaba muy acostumbrada, ya que me cuido bastante, y eso se nota, sin olvidarnos de que mis ojos verdes, mi pelo moreno y mi sonrisa amplia, ayudan bastante a que tenga una cara digamos agraciada, no lo digo yo, suelo oírlo bastante a menudo.
Los más jóvenes de la empresa, aquellos que no estaban casados, ni tenían una novia que les amarrara demasiado, habían organizado una semanita en la playa. Yo me llevaba genial con ellos, así que el martes por la mañana de la última semana, uno de ellos se acercó a mí y me propuso que me fuera con ellos, que nos lo pasaríamos bien en la playa; sol, juerga, buen ambiente Yo en principio puse algunas pegas, iba a ser la única chica entre tanto chico, pero me dijeron que me tratarían como una más de la cuadrilla, que no me preocupara, que no me iban a comer ni mucho menos. Me lo pensé esa noche, y al día siguiente les di el sí.
Quedamos ese viernes por la tarde para salir hacia la playa. Era un largo viaje de cuatro horas en coche. Uno de los tres coches en los que íbamos a ir era el mío, cuando llegué a la puerta del trabajo ya estaban todos esperándome, y ¡vaya sorpresa!, sólo los había visto vestidos de buzo azul para trabajar, y ahora que estaban arregladitos, la verdad que me causaron una gran impresión. Éramos diez chicos y yo, que partíamos hacia una semana de vacaciones, que más se puede pedir.
Llegamos al hotel casi a la hora de cenar, nos repartimos las habitaciones y al ser 11, yo me quedé con una habitación para mí sola. Como se nos había hecho un poco tarde, quedamos en un cuarto de hora en el vestíbulo del hotel para ir a cenar. Me duché y me di cuenta de que no me había depilado, con lo cual tendría que hacerlo antes de que fuéramos a la playa. No es que tuviera demasiado vello, pero sí un poquito, así que al día siguiente me depilaría antes de bajar a desayunar. Dudé unos instantes sobre la ropa que ponerme, y finalmente me decidí por una camiseta de algodón y tirantes, de color verde oscuro con unas ovejas dibujadas en el pecho, que me encantaba y que además me hacían un escote muy bonito pero nada escandaloso, me puse también unos pantalones color arena muy finitos que compatibilizaban perfectamente con el color de la camiseta y que con las altas temperaturas que padecíamos, aliviarían el calor. Me miré al espejo y me percaté de que las braguitas que llevaba se me notaban demasiado a través de la fina tela del pantalón. No había problema, porque esas eran las únicas braguitas que había llevado, todo lo demás eran tangas, así que elegí unas y me las puse. Volví a mirarme al espejo, y aunque la tela del pantalón delataba mi prenda interior, se me veía un culete precioso.
Volví a ser la última en llegar al punto de encuentro y tuve que aguantar las típicas bromas sobre lo que tardamos en arreglarnos las chicas, aparte de las bromas, también pude darme cuenta de que mi camiseta les causaba sensación, ya que me marcaba mis redondos pechos y dejaba ver el arranque de lo que se llama canalillo. La cena estuvo genial, apenas paramos de hacer bromas y reírnos, tanto fue así que a punto estuvieron de echarnos de la terraza donde cenábamos. Tomamos un par de copas y nos volvimos al hotel todos excepto tres que se quedaron un rato más. Estábamos agotados y la semana sería lo suficientemente larga como para que hubiese más días de juerga. En el trayecto al hotel, Carlos, un chico rubio y de piel un poco más clara que el resto, me comentó que se quemaba con facilidad en la playa y que también se le resecaba la piel rápidamente, que a ver si tenía alguna crema hidratante para ponérsela antes de salir del hotel y antes de darse el bronceador, le contesté que sí, que fuera a la habitación por la mañana y que se la dejaría.
Eran las nueve de la mañana, y sonó el despertador, salté de la cama y pude ver por la ventana de la habitación como hacía un día radiante de sol y calor, estaba contentísima. Me fui a la ducha y me depilé, primero las piernas, luego las axilas y finalmente el vello púbico. No me depilé el pubis totalmente, si no que me dejé una fina tira en medio, me gustaba ese tipo de depilación, y las experiencias que había tenido con varios chicos, me confirmaba que a ellos también les excitaba. Ya estaba, ahora un poquito de agua, un poco de crema para que no se me irrite, limpiar los restos de vello que se quedan en la bañera y limpiar el corta-pelos. Limpiando éste estaba, cuando oí que llamaban a la puerta de la habitación. Me enrollé a una toalla y abrí. Era Carlos, que venía a por la crema hidratante.
Me dijo que si podía usarla allí mismo, para no tener que andar pasillo arriba pasillo abajo, y le dije que sí, que usara el baño. Le cerré la puerta del baño y yo me quedé en la habitación. Saqué un vestido de gasa blanco que usaba para ir a la playa y un bikini color naranja con un girasol amarillo en la braguita y otro en una de las copas del sostén. Había llevado tres y los tres eran del mismo corte, no eran tipo tanga, pues no me agradaban demasiado para ir a la playa, pero sí que eran bastante pequeños, de esos que se anudan a ambos lados de las caderas y que te tapan bastante menos de media nalga, pero sin llegar a ser tanga. Me puse la parte inferior y cuando estaba colocándome la parte superior oí como se habría de repente la puerta del baño. Nos vimos en una situación un poco embarazosa. Supongo que Carlos había llegado a ver parte de mi pecho, a mi no me importaba, porque habitualmente tomaba el sol en la playa sin la parte de arriba del bikini, pero él se cortó, y se le notaba en la cara enrojecida. No comentamos nada más, me puse el vestido blanco encima y nos bajamos a desayunar.
Durante el desayuna se podía adivinar sin demasiado esfuerzo quienes eran los tres que la noche anterior habían alargado la juerga, así que esta vez les tocó a ellos ser el blanco de las bromas. Nos dirigimos a la playa y una vez allí elegimos un sitio que estaba cerca de un chiringuito, alguno quería seguir la juerga nocturna de día y en la playa. Tenía un gran dilema en mi cabeza, me quitaba o no me quitaba la parte de arriba del bikini. La playa estaba repleta de chicas sin la parte de arriba del bikini, practicando lo que se llama top-less, y yo misma lo practicaba habitualmente, además, a mí no me gustaban las marcas que se quedaban en mi pecho debido a la parte superior del sostén del bikini. Finalmente, y viendo las miradas que me dedicaban mis compañeros, decidí no quitármelo, quizá mañana, pensé.
Comprobé que muchos de ellos me miraban a hurtadillas y pasaban largos ratos tumbados boca abajo, sin darse la vuelta, para a continuación levantarse de espaldas a mí e ir rápidamente a bañarse. También comprobé como cuando yo me metía al agua, eran mayoría los que se bañaban a la vez. Sin duda los tenía muy excitados, y algunos aprovechaban los juegos acuáticos para rozar mi piel en incluso meterme mano más o menos descaradamente. El día de playa transcurrió sin más sobresaltos, y por la noche salimos dispuestos a llegar muy tarde (o muy temprano según se mire). Pero no pudo ser, una de las ensaladas que tomamos estaba demasiado aliñada, y me empezó a repetir en el estómago, con lo cual no me sentía bien, así que a las 3 de la mañana me fui al hotel, me acompañaron Carlos y Pedro. Les dije que no hacía falta que me acompañaran, pero insistieron, y además me comentaron que ellos también estaban un poco cansados y que ya había sido suficiente juerga por esa noche. Nos despedimos, nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones y me metí al baño. No lo pude evitar, y vacié todo lo que había cenado en el retrete. Me lavé dos veces la boca para quitarme el amargo regusto que me quedaba y me metí en la cama. Mañana sería otro día.
Eran las 12 del mediodía, y un rayo de sol impactaba en mi cara, había dormido plácidamente, pero el comedor estaba cerrado, así que decidí desayunar en el chiringuito de la playa. Desayuné y vi a Carlos y a Pedro que estaban ya bajo una sombrilla. Me preguntaron si me encontraba bien y les dije que sí. Ese día no me lo pensé, me tumbé al sol boca abajo y me desaté la parte de arriba del bikini, me la quité y pude ver como la cara de los dos chicos se iluminaba. Me di la vuelta y a los pocos minutos Pedro salió raudo a bañarse, el bañador delataba el calentón que llevaba, mis pechos se veían espléndidos y habían provocado una reacción fisiológica inevitable para él. Carlos había tenido la misma reacción, pero supongo que le daba corte ponerse de pie para dirigirse al agua, o quizá no quería perder detalle de mis pechos. Al poco rato me preguntó si practicaba el top-less habitualmente, a lo que yo le contesté que sí. Volví a ver como se ruborizaba, y aquella expresión me encantaba en su cara, hacía que tuviera un gesto como de niño bueno, que me volvía loca, así que decidí que no perdiera ese gesto y le pregunté si le gustaban mis pechos.
Tras esta pregunta parecía que su cara le iba a explotar de enrojecida que estaba y yo me estaba poniendo muy excitada. Balbuceó y dijo que sí, que claro, que a cualquier chico le encantarían. Pedro volvía del agua, sin duda el frío del mar había hecho su efecto y ya podía pasearse sin problemas por la playa, yo le propuse a Carlos que nos bañáramos y el aceptó, se levantó tratando de disimular su abultado paquete, era impresionante, esa cara aniñada y ese tremendo paquete me habían puesto a cien. Nos llevamos una pelota y jugueteamos con ella, yo aprovechaba la menor ocasión para rozar su entrepierna. No podía aguantar más. Miré a la playa y vi que Pedro se había quedado dormido. No lo dudé, me sumergí, le bajé el bañador y agarré aquel enorme miembro con mis manos. Era tremendo y precioso. Salí a tomar aire y comprobé que Carlos tenía una cara como si hubiera visto un fantasma. Le dije que a mí me encantaba su pene, y no dijo nada, solo soltó una sonrisa complaciente, me volví a sumergir y me introduje su enorme instrumento en mi boca, era un contraste impresionante, entre el sabor salado y frío del mar y el calor de su miembro, de vez en cuando tomaba aire y veía sus ojos prácticamente en blanco y su cara de felicidad. Llegó por fin su semen a contactar con mi garganta, me saqué aquella enormidad de mi boca e hice que sus últimos espasmos los diera con mi mano agarrada a su pene y yo viendo como se retorcía de placer. Estaba excitadísima, así que me aparté el bikini a un lado, cogí su mano y la acerqué a mi cuevita, intentó masturbarme, pero supongo que lo embarazoso de la situación le había mermado la habilidad, torpemente tocaba mi clítoris e intentaba introducir uno de sus dedos en mi vagina, lo que hacía que lejos de proporcionarme placer, me proporcionara dolor, así que aparté su mano y me masturbe yo misma, intenté disimular en mis gestos, cosa que me resultó bastante difícil.
Cuando llegué a la toalla ya habían bajado todos a la playa y las miradas más o menos disimuladas fueron constantes. Era lógico ya que mis pechos son redondos y aunque no demasiado grandes, si que debían de verse espectaculares los pezones endurecidos y agrandados por el frío del agua, además el desafío al que habitualmente someten a las leyes de la gravedad, se veía acrecentado por ese endurecimiento y apuntaban bastante arriba.
Durante toda esa tarde, Carlos, apenas si me dirigió la palabra, y eso me tenía muy mosqueada. Quizá no le había gustado lo que había pasado al mediodía en el agua, quizá no lo había hecho bien No sabía el motivo, pero era algo extraño. A lo mejor era por esa timidez característica de Carlos. No lo sabía, pero esa noche iba a ir a por él.
Llegamos al hotel, no paraba de pensar en Carlos y en lo que llevaba entre las piernas, también le daba muchas vueltas a su frialdad durante toda la tarde. Así que cuando salí de la ducha abrí el armario y escogí cuidadosamente lo que me iba a poner. Al principio pensé ponerme una camisa con un escote espectacular, pero al fin me decidí por una camiseta de lycra, de color verde lima, que dejaba mis hombros al aire, lo que hacía lógica la ausencia de sostén, además era lo suficientemente corta como para llevar también el ombligo al aire. Me puse una falda blanca, que sin llegar a ser mini-falda, si que era lo suficientemente ceñida como para que me marcara mis caderas y mi trasero. Me coloqué un tanga del mismo color que la camiseta y bajé al vestíbulo. A través de la lycra, se me marcaban claramente los pezones y eso hizo que nuevamente fueran el objetivo de las miradas de mis compañeros.
Al segundo bar que llegamos aproveché que Carlos se quedó solo y le dije que nos fuéramos, que nadie se iba a dar cuenta, y que cuando se dieran cuenta sería demasiado tarde. Él dudo, pero finalmente aceptó, y nos fuimos al hotel. Llegamos a mi habitación y me abalancé sobre él. Lo besé y lo abracé como si fuera el eje que sustentaba el mundo, el me tocaba por encima de mi falda y mi camiseta, yo me levanté ambas prendas y el siguió metiéndome mano, pero no se atrevía a quitarme mi tanga, que estaba muy pero que muy mojada, así que lo empujé encima de la cama, me la quité yo misma y me decidí a desnudarlo.
Me volví a abalanzar sobre él, y chupé su miembro de manera frenética y cuidadosa, acerqué mi chochito perfecta y regularmente depilado a su boca, y él empezó a chuparlo, pero otra vez lo hacía de manera torpe, lo aparté de su boca y le pedí que me acariciara, pero sus caricias no lograban excitarme, era como si tuviera sus manos incapacitadas para acariciar, como si se hubiera puesto unos guantes de cemento. Me tumbé boca-arriba, y aunque mi excitación ya no era tanta como cuando me subí a la cama, si que estaba lo suficientemente lubricada como para que me penetrase. Intentó alojar su enorme pene en mi cuevita, pero no acertaba, y cada vez que fallaba me hacía bastante daño, cosa que provocaba que mi excitación bajara a niveles mínimos, por fin logró penetrarme, pero mi vagina estaba tan seca que me produjo un dolor intenso que me hizo soltar un grito corto pero agudo. Salió de golpe, y se disculpó. Entonces nos vestimos y nos sentamos en la cama. Me explicó que a pesar de sus 24 años, nunca había estado con una chica. Yo al principio no me lo creí ya que Carlos era un chico realmente atractivo, si bien la experiencia que había tenido con él, apuntaba a que me decía la verdad. El me contó que su timidez se lo había impedido y que se sentía un poco desgraciado por ello, que había intentado acercarse a chicas que le gustaban, pero que nunca llegaba más lejos que a ponerse rojo como un tomate. Le consolé y le dije que no se preocupase, que con tranquilidad y auto-estima lo lograría.
Allí estábamos los dos, sentados en la cama y contándonos cosas íntimas, cuando de repente se abrió la puerta del balcón. Era Pedro. Nos dijo que no nos asustáramos, que su habitación era contigua a la nuestra y había pasado a través del divisor del balcón. Yo le pregunté a ver cuanto tiempo llevaba tras el cristal, y nos dijo que desde que Carlos había confesado que era virgen. Pedro nos había seguido. Nos había seguido porque esa mañana se había percatado perfectamente de lo que había ocurrido en el mar entre Carlos y yo, y también se había dado cuenta de la conversación que tuve con Carlos, invitándole a irnos de aquel bar.
Le dije que era un cerdo, y un degenerado, pero en el fondo no había visto nada del otro mundo. Además la mala sensación interior que sentía no era porque Pedro hubiera salido detrás del cristal, sino por haberme quedado con las ganas sin haber llegado a nada cuando todo parecía indicar lo contrario. Pedro asumió que un poco degenerado quizá lo era, pero que él podía tener la solución a los problemas de Carlos. Se ofreció a ser el "profesor particular" de Carlos. La idea me parecía un poco fuerte, pero creo que el líquido que empezaba a inundar nuevamente mi minúsculo tanga suavizaba las aristas que podían raspar en aquella situación. Pedro se quitó la camisa y luego el pantalón.
No marcaba el paquete de Carlos, ni mucho menos, pero sus movimientos eran mucho más sensuales, yo me saqué mi falda y vi como se abultaba el boxer de Pedro. No era un gran abultamiento, pero sí que se le notaba claramente. Me dijo que siguiera, así que me saqué mi camiseta y mis pechos quedaron ante sus ojos, ojos que casi se le salen de las órbitas. Se bajó su boxer y pude ver que su colita, era eso, una colita, que en plena erección apenas llegaba a los doce cm. Además la erección había provocado que un gran anillo de pellejo se formara detrás de su glande. Me quité el tanga y al observar mi cosita perfectamente depilada, como el césped recién cortado sin que hubiera un vello que fuera más largo del milímetro, hizo que el arito de pellejo se desinflara un poquito provocado por una erección mayor. Erección que aún y así no sobrepasaba los doce cm., a pesar de estar al máximo de sus posibilidades. Pedro me abrazó, y me empezó a acariciar como nunca antes lo habían hecho. Le comí su pollita y el a su vez metió su cabeza entre mis piernas haciendo que me corriera varias veces, mientras yo me metía toda su cosita en mi boca, apenas llegaba a tocar mi garganta. En dos escasos minutos sentí todo su jugo deslizarse hacia mis estómago mientras yo seguía retorciéndome como una serpiente de puro placer.
Con mi boca llena de saliva y de semen seguí con aquel pene dentro de mi boca. Pedro por su parte seguía y seguía proporcionándome gozo. Ahora su pollita apenas llegaba a tener siete cm. Estaba flácida y lo que antes era un arete de pellejo tras su glande, ahora era un pellejo de verdad que cubría su glande por entero. Poco, muy poco tiempo tardó en recobrar el arete y la dureza anterior. Era una gozada notar como algo flácido y pequeño, se endurecía y se agrandaba dentro de mi boca. Cuando consideré que había llegado al máximo de sus posibilidades, me la saqué de mi boca y me tumbé encima de él, estaba segregando por mi chochito como nunca. Pedro me volteó y me puso a cuatro patas en la esquina de la cama.
Era una cama alta y Pedro no tenía la altura de un jugador de baloncesto precisamente, así que llegaba muy ajustado a la entrada de mis labios vaginales, jugo con su pene en mi clítoris, y eso me hacía estallar, ya no llevaba la cuenta de las veces que me había corrido, una vez, otra, y otra , de repente me di cuenta de que Carlos estaba al otro lado de la habitación, mirando con interés y con cara de deseo. Pedro siguió con su trabajo, haciéndome hervir, y le dijo a Carlos que se desnudara, éste le hizo caso, de repente noté los dedos de Pedro dentro de mi ano, para lubricarlos solamente tuvo que tocar mi chorreante vagina. También noté como se ponía de puntillas y zas , le dije que por ahí no lo había hecho nunca, pero ya era demasiado tarde, tenía los doce cm. de su pene dentro de mi culito. Era una sensación diferente para mí, pero muy gratificante. Miré a Carlos y estaba totalmente desnudo, con un mango descomunalmente grande, yo hubiera asegurado que era el doble que el de Pedro.
Pedro le pidió que se pusiera boca arriba debajo de mí. No me podía creer lo que iba a ocurrir, pero en pocos segundos estaba ensartada por detrás con una pollita y por delante con un pollón de más de 20 cm. Sentía ambas dentro de mí, les pedí que no hicieran movimiento alguno, que las mantuvieran metidas hasta el fondo y comencé a contonearme, a masajear con mi vagina y con mi ano ambos penes. No tardó en correrse Carlos, pero le pedí que no saliera y seguí con mi contoneo. En dos minutos escasos, aquel enorme trozo de carne que tenía dentro de mi cuevita, parecía resucitar y empezaba a tener de nuevo vida propia, y una dureza enorme. Entonces mi masajeo particular se detuvo y Pedro le dio indicaciones a Carlos sobre como acariciarme y como moverse dentro de mí. Empezaron a moverse frenéticamente, yo me sentía levitar y sentía orgasmos uno detrás de otro. Pedro fue el primero en correrse esta vez, al poco rato lo hizo Carlos.
Tumbados los tres en silencio encima de la cama, pensé que aquella había sido la mejor sensación de mi vida y que nunca volvería a ocurrirme nada parecido, pero me equivocaba. Todavía nos quedaban cuatro días de vacaciones, pero esa ya es otra historia.