Compañeros de piso (Prólogo)
¿Quién necesita ponerle etiquetas a las relaciones entre personas? ¿Quién cree tener la potestad para juzgar lo dos personas quieren compartir? Tendemos a complicar demasiado las cosas. Dos personas que encuentran el equilibrio en aquello que les hace felices, sin tener que dar explicaciones a nadie
Prólogo: Una situación especial.
La puerta del ascensor se abre y sus pasos se dirigen hacía la puerta de su piso. Tras un día de curro, solo le apetece llegar, darse una ducha y disfrutar que alguna serie cutre en Netflix y quizás comerse las sobras del chino que pidieron ayer. La llave entra en la cerradura y, nada más cruzar el umbral, ya puede oirlo: los gemidos de una mujer en una de las habitaciones.
Sonríe, porque no puede disimular que cada día le sorprenda más el éxito que tiene. Se limita a soltar la mochila y quitarse la camiseta mientras se dirige a la ducha, haciendo el menor ruido posible. No puede evitar mirar de reojo por la puerta entreabierta de esa habitación al pasar, donde una chica de pelo corto y moreno, delgada y con un piercing en la nariz, agarra sus pequeñas tetas mientras gime al recibir una soberbia comida de coño. Sus caderas se elevan de la cama ante un próximo orgasmo, mientras agarra el pelo de su particular «verdugo».
- Esta es nueva...- murmura para sí, Manu mientras sigue avanzando hacia el baño.
El ruido de la ducha amortigua el «jaleo» que viene de la habitación; un momento de relax tras el día de trabajo y de paso deja un poco de intimidad a la pareja. Casi diez minutos bajo el agua y el vaho ha llenado toda la estancia. Ese momento de placer de sentir el agua caliente sobre su cuerpo desnudo y relajarse totalmente. Corta el agua, agarra la toalla para secarse y rodear su cintura con ella; tarda un rato en encontrar su desodorante entre tanto bote. quizás sea la falta de costumbre de compartir piso o ese «desorden ordenado» que impera en casa.
Al salir del baño y dirigirse a su habitación, nota que los gemidos ya han cesado. Quizás ya hayan acabado, aunque no sería la primera vez que una de esas sesiones se prolongan toda la noche. «Seguro que te has masturbado escuchándome con una de mis amigas» le solía decir con esa sonrisa de superioridad jocosa. Pasó a su habitación donde se puso un pantalon corto de pijama y una camiseta ancha para estar cómodo. Al volver al salón, esta vez no miró al interior de la otra habitación: quizás por un «minimo orgullo» o porque ya no habría nada interesante que ver... Se sentó en el sofá, tras pasar por la nevera y coger una cerveza fría. encendió el televisor, justo cuando escuchó el ruido de la puerta del pasillo abrirse. Aquella chica de pelo corto y de punta le miró con la cara desencajada, como si hubiera sido pillada en mitad de un robo. La verdad que estaba bastante buena y la visión de su cuerpo desnudo hace un momento hizo que un cosquilleo recorriera su nuca.
Ho... Hola.- balbuceó la desconocida, mientras cogía su bolso de la mesa auxiliar del comedor.
Buenas noches, ¿una cerveza?- dijo Manu mientras mostraba su botellín.
No, no... Yo me tengo que ir.- dijo la chica con una evidente incomodidad por la situación.
Manu se limitó a encogerse de hombros, hasta que la chica salió del piso con un leve portazo como si quisiera romper con ese momento. Él siguió zappeando con el mando y dando un sorbo a su cerveza.
Vaya, no sabía que estabas aquí.- escuchó desde el pasillo.
No quería interrumpir. ¿Quién era?
¿Te gusta?
Simple curiosidad, ya sabes que me gusta que me cuentes.
Más bien te pone que te cuente.- dijo Silvia mientras se sentaba en el sofá junto a él, con tan solo unas diminutas braguitas puestas y una camiseta de tirantes donde se marcaban perfectamente sus pezones.
Más bien me preocupo por mi compañera de piso.- sonrió ofreciendo su cerveza que su amiga agarró con una sonrisa.
Me gusta esto de ser compañeros de piso... Tiene su morbo.
Si cada vez que llego estás follando, no te quito la razón.
O sea que te gusta oirme y...
¡No! No me he masturbado escuchándote.
Que cortarollos eres, sabes que eso me pone...- dijo Silvia mientras acercaba la cerveza de Manu a la boca, para detenerse antes de beber.- ¿Sabes? Le he comido el coño a esa morena.
Ya...
Y se ha corrido en mi boca.
Siempre lo hacen.- dijo Manu que comenzaba a sentir como su polla reaccionaba.
Sabia perfectamente que a su compañera le encantaba ponerlo en esos apuros. La relación entre ellos era tan cercana como sexual. Ella se presentaba como una persona «sexuada» -aunque él dudara de que estuviera aplicando bien esa definición-, pero lo que ante todo no era, es una compañera de piso comunes. Desde que la conoció, sabía que en su vida. de una forma extraña, había entrado una persona que compartía tantas cosas con él que daba miedo. Nunca habían planteado ser pareja -entre otras cosas porque a ella le gustaban más las chicas- y porque nunca buscaban nada más que tener un compañero que comprendiera esa peculiar forma de entender la vida. «Nunca dejes que nada te impida ser feliz». Un frase que se había convertido en un mantra entre ellos.
Te hubiera gustado probarlo.- afirmó la chica mientras lo miraba con esa media sonrisa.
¿Qué?
Su coño, ese sabor tan especial que sé que te encanta.
Que cabrona eres...
Tranquilo, eso puedo arreglarlo.
¿Haciendo que lo pruebe? Tu amiga ha salido corriendo de la casa...
No me refería a eso...- dijo mientras lo agarraba de la nuca.- Ya te he dicho que se ha corrido en mi boca.
Después de acabar la frase, lo besó con ansia, con mucha lengua. La boca del chico se inundó de ese particular sabor y entrecerró los ojos. Silvia se separó poco a poco para quedarse observándolo.
- Ya sabes, los buenos compañeros de piso lo comparten todo.- dijo mientras se levantaba.
Manu lanzó su mano al culo de Silvia que lo esquivó entre risas, a la vez que andaba hacia la cocina. Sabía que su compañero estaría totalmente empalmado y eso la ponía muy caliente. Pero más caliente la ponía ese equilibrio que había entre ellos y que, tarde o temprano, explotaría. No había reglas en ese piso más allá del respeto y la confianza mutua. Se habían visto desnudos, incluso Silvia se había metido alguna vez en la ducha con él «para acelerar la cosa, que hemos quedado». Eso sí, aparte de algún que otro muerdo como el de ahora o los besos en la boca con los que llevaban saludandose desde siempre, habían construido una amistad partiendo de la libertad sexual que imperaba entre los dos desde que se conocieron... Pero esa es otra historia, que quizás deberíamos contar.