Compañeros de piso

Dos viejas amigas dispuestas a consolarse en un mal momento, con la compañía inesperada de otro compañero de piso.

Compartía el piso con dos compañeros, Carla y Luis. Nosotras éramos amigas desde la infancia, los sabíamos todo la una de la otra, compartíamos nuestras alegrías y sinsabores, nos alegrábamos cuando la otra conseguía un buen ligue y nos consolábamos cuando los amoríos no funcionaban. Luis era un par de años mayor que nosotras y de alguna manera nos había adoptado al aceptarnos para repartir los gastos del piso.

Nos llevábamos muy bien los tres, tanto, que alguna vez, cuando necesitábamos olvidarnos de algún amor frustrado, él se convertía en nuestro confidente y en nuestro compañero de juegos. Sabía hacernos olvidar los malos ratos. De alguna manera habíamos llegado a formar casi un pequeño "harén". Poco a poco ya no hacía falta que una de nosotras estuviese baja de ánimo para compartir la cama con él. Sin ser nada establecido se habían formado unos turnos no pactados, pero nos desenvolvíamos bien. Si alguno llevaba alguien a casa tampoco pasaba nada, no había una relación seria entre ninguno de nosotros, era como una hermandad muy especial.

Ese día, sábado, él se había despedido poco antes, le tocaba hacer la compra semanal. Carla estaba arreglándose las uñas tras la ducha y yo decidí que era el momento de meterme en la bañera y dedicarme un buen rato a relajarme, la discusión con mi último novio, la noche anterior, no me había dejado dormir bien.

Salí del baño media hora después y, envuelta en un albornoz y con una toalla en la cabeza, me dirigí hasta su habitación.

Entré sin llamar, como era nuestra costumbre cuando no había nadie ajeno a la casa, y la encontré a medio vestir con unos minúsculos tanguitas y una liviana camisa semitransparente que no había abrochado aún, tras la que abultaban unos pequeños salientes, sus pezones. Me eché en su cama y se me quedó mirando, adivinando mi desánimo por las ojeras que adornaban mi cara.

Se acercó hasta mí y se recostó a mi lado, frente a mí. Me quitó la toalla de la cabeza y mi melena mojada cayó sobre los hombros, me besó en la nariz y metió la suya entre mi pelo húmedo. "Hueles bien...", me dijo mientras mantenía mi cabeza cerca de la suya y sentía su aliento en mi cuello. Tras unos segundos así, preguntó:

"Venga, ¿qué te pasa?"

  • Estoy harta de los hombres...

¿Por una pequeña discusión?

  • Estoy cansada, siempre van por libre...

Y noté que me miraba de una forma distinta a cualquier otro día. Se acercó y me besó en la mejilla, muy cerca de la comisura de mis labios... Me extrañó pero no sentí rechazo, al contrario, era dulce, muy dulce, noté sus labios tersos y gordezuelos detenerse un poco más de la cuenta en los míos y sentí un escalofrío.

Cuando se separó su camisa había dejado al descubierto uno de sus senos, grande, redondo, firme, con su pezón apuntándome y, sin saber por qué, por primera vez tuve deseos de acariciarlo, de verla desnuda y admirarla en todo su esplendor.

Aún no sé cómo, su mano desató el cinturón que recogía la bata alrededor de mi cuerpo y su mano se introdujo hasta mi vientre. Me acarició en círculo suavemente, primero con la palma de su mano, despacio pero insistentemente. Sus dedos alcanzaron tímidamente mi vello púbico, que había arreglado primorosamente minutos antes, mientras me miraba a los ojos esperando mi aprobación o rechazo. Mi respiración comenzó a hacerse más rápida y eso la animó a acariciarme el pubis con la punta de sus dedos de arriba abajo, apenas rozando la estrecha cortinilla de vello que daba paso a mi sexo.

Nunca me habían acariciado de esa manera, con tanta parsimonia, dejando que en mi cerebro se clavasen como alfileres las sensaciones. Me dejé hacer, me permití sentir... no se oía nada salvo nuestras respiraciones.

Cuando acerqué mi mano a su seno y mi pulgar acarició delicadamente su rosado pezón, ella presionó ligeramente a lo largo de mi rajita y mis piernas se abrieron para dejarle paso. Con una delicadeza que jamás había sentido las yemas de sus dedos rozaron mi sexo húmedo recorriéndolo ...¡Aaahhh...., qué placer...!. Terminé de acostarme sobre mi espalda y ella se acercó más a mí, me besó en la boca como nunca me habían besado antes, su lengua se introdujo en mi boca de forma tímida, pero enseguida comenzó a besarme de forma apasionada, recorriendo todos los rincones de mi boca y buscando mi lengua hasta sacar de mí una insospechada lujuria, su mano izquierda sostenía mi rostro para que no me alejara de ella. Mientras, mis caricias sobre sus tetas se habían intensificado, pellizcaba suavemente sus pezones bien formados y luego los dejaba sentir en la palma de mi mano, pero no pretendía darle placer a ella, sino conseguirlo yo.

Separó su rostro del mío y me miró. Quitó el albornoz que me cubría y sus ojos me recorrieron con lujuria. Sus movimientos lentos, pausados, mientras cercaba mis pechos con su boca y sus manos, me envolvieron en una nube turbia de sentimientos inconexos, la saliva que dejaba en mis pezones me hacía sentir el frío ambiental y el deseo, y noté como se endurecían y contraían en sus labios mientras los lamía insistentemente o los succionaba en busca de mis gemidos. Al contrario que los suyos, mis pechos era más bien pequeños y cabían en sus manos. Comencé a amasar su culito, incapaz de rehacerme de sus caricias....

Su posición cambió a un 69, y entonces pude ver ese culo en el que nunca me había fijado, duro, moreno, redondo, respingón... Ella alcanzó fácilmente mis labios vaginales con su lengua y yo apenas tuve que apartar su minúsculo tanguita para alcanzar el clítoris. Era la primera vez que yo mamaba un chochito, me gustó su sabor, y me gustó verla totalmente depilada, sin rastro de vello, eso me dejaba ver mejor sus labios menores, también grandes, que sobresalían ligeramente de los otros más gordezuelos. Yo lamía con fruición ese erecto guisantito y mi lengua se perdía entre sus láminas de carne rosada, húmedas y calientes, mientras ella iba dejando chorrear sus jugos en mi boca. Con mi lengua la recorría a lo largo de su sexo y, de vez en cuando, empujaba hasta el fondo de su vagina arrancando gemidos que me volvían aún más loca y hacían más intensos mis movimientos pélvicos.

Carla no se quedaba atrás. Yo no tenía ni idea de si había probado o no otros coños, lo importante era cómo me lo estaba comiendo a mí. Primero suave y dulcemente y luego mucho más rápido, decía que yo se lo estaba mamando muy bien y ella me lo agradecía con unos tremendos lengüetazos que alternaba con otras caricias directamente en mi clítoris, con la punta de su suave y cálida lengua.

Comérselo a ella y sentirme mamada por una mujer ya me parecía morboso, pero si a eso añadimos sus certeras caricias, como adivinando qué necesitaba en cada momento, ya es fácil adivinar que yo estaba al borde de la locura. Los espasmos agitaban descontroladamente mi cuerpo y sentir en mi boca las contracciones de su vagina me llenaban de un tremendo desasosiego y comencé a desear mordisquearla y que me hiciese lo mismo a mí. Me conformé con succionarle el clítoris con todas mis fuerzas y Carla hizo lo propio mientras su lengua incidía en mi clítoris. La fuerte sensación hizo que saliese un grito de mi garganta, no podía soportar tanta tensión.

Nuestros cuerpos se agitaban al unísono y los gemidos podían oírse desde las otras casas, estábamos fuera de nosotras, nunca había sentido nada igual. Estábamos tan ensimismadas en las caricias que ni nos enteramos que Luis había llegado y, asombrado, nos miraba desde el quicio de la puerta sin dejar de masturbarse.

Su mano subía y bajaba a lo largo de su verga, hinchada como una gran tranca, mientras sus ojos no se apartaban de nosotras.

Verlo no nos cortó. Ella me volvió boca abajo e hizo subir mis caderas poniendo las rodillas sobre el colchón, eso dejaba mi culito a su merced, y su lengua acarició mi ano, aún virgen, hasta saltárseme las lágrimas de placer. Luis se acercó a nosotras e hizo o mismo con Carla. Le quitó su tanguita y comenzó a lamerle el culo. ¡Qué gritos y juramentos salieron de nuestras bocas...! Mientras lamía mi ano metió dos deditos en mi vagina y me follaba con precisión y suavidad, era certera en sus movimientos la muy cabrona.

-Más, puta, más...le pedía fuera de mí

Y Carla exigió a Luis: ¡Ese rabo, méteme ese rabo...!

Luis se había empalmado con vernos ya desde la puerta, así que entrar en Carla o en mí era lo menos que podía desear.

"Ya voy zorra, vas a ver que polla voy a meterte en tu culo...!, y la ensartó con fuerza. Ella gimió de placer y dolor, y Luis se curvó sobre ella para amasarle sus tetas mientras Carla disfrutaba chupándome el coño otra vez. Chorreé y grité tanto que mi orgasmo coincidió con que mi esfínter se relajara y una tibia lluvia empapó su cara. Me volví y pude ver como lamía el líquido dorado y tibio que aún quedaba por sus labios.

Luis parecía querer tenernos a las dos. Sacó su tremenda polla del culo de Carla y se tendió en la cama. Yo comencé a chupársela mientras él se lo mamaba a mi amiga y ella cabalgaba sobre su cara.

"Haz lo mismo que ha hecho María, dijo"

Y cuando Carla se desgañitaba. mientras estallaba de placer, su orina cayó sobre la boca de Luis, derramándose la cantidad que él no pudo tragar.

Luis ya no podía más, su polla amenazaba con estallar, nunca había visto nada igual, tanto desenfreno...Penetró mi vagina furiosamente y pidió a nuestra amiga que utilizara una gran banana para masturbarse delante de él.

Mientras Carla, con una cara de viciosa que nunca le he vuelto a ver, metía en su oscura madriguera una verde y grandísima banana mientras acariciaba con la otra mano sus pechos, Luis amasaba mis grandes tetas y entraba furiosamente en mis entrañas golpeando mi culo con sus testículos. Cuando se quedó quieto repentinamente noté cómo un inmenso río de leche me inundaba por dentro mientras gritaba: "Qué fantásticas zorras sois..."