Compañeros de Piso
Todo iba bien en el departamento y con mi compañero de piso, Rodrigo. Hasta que, cada mañana, después de coger con otros chicos, siempre amanecía lleno de semen.¿Acaso todos se masturbaban conmigo durmiendo y les gustaba correrse encima de mi? Comencé a sospechar de Rodrigo, el único constante allí.
Compañeros de piso.
Mi nombre es Santiago y tengo 20 años. Mido 1.68, de complexión delgada, aunque siempre he intentado mantenerme en forma, y tengo un trasero duro y redondito.
A un par de meses de iniciar un nuevo semestre en la Universidad, me encontré en la necesidad de buscar otro lugar para vivir. La casa donde estaba compartiendo con seis chicos más, simplemente dejó de agradarme.
El compartir el día a día con tanta gente llega a ser demasiado cansado. Al inicio era agradable, nos llevábamos bien y, aunque no lo admitiría nunca frente a ellos, me deleitaba con ese desfile de cuerpos semidesnudos, y en ocasiones completamente desnudos, que formaba parte de mi rutina.
Ellos sabían que era gay, pero como nunca hice ningún intento con ellos y, cuando me ponía muy caliente al verlos en pelotas por la casa o masturbándose en el sillón durante el día, calmaba mis pasiones con algún compañero de clase o desconocidos en bares, nunca hubo problema. Claro que había un par de mis compañeros con los que fantaseaba. Tenían un cuerpo bien esculpido y sus pollas eran muy grandes. Cuando me tocaba verlos desnudos, de inmediato llamaba a alguien para que me follara, porque la tentación era muy grande. Si algo siempre me quedó en claro era que no debía intentar nada con un compañero de casa, tan solo para evitarme problemas a la larga.
No fue por esto que decidí mudarme. Era demasiado el deleite de verlos desnudos como para irme solo por esa razón. No. Fue algo más sencillo: en una casa, no tan grande, con seis personas viviendo en ella, nunca te sentías solo.
Quizás por eso eran tan desinhibidos y hasta se masturbaban con uno cerca. Pero a mí no me sentaba bien eso. Era hijo único y nunca había sentido que no tenía espacio personal en mi propia casa.
Así que, alegando que quería algo más cerca de la Universidad, decidí mudarme.
No fue tan fácil como imaginé.
Tras semanas de ver anuncios, contactar caseros y visitar departamentos y habitaciones, estaba casi tirando la toalla.
Fue entonces que me enteré que el conocido de un amigo estaba buscando compañero de departamento. Vivía en un edificio cercano al campus, y aunque el departamento no era nuevo ni muy espacioso, solo viviría con una persona más y cada quién tendría su habitación. De inmediato, me contacté con él.
Así conocí a Rodrigo, un estudiante de Ingeniería de mi misma Universidad, un par de años mayor que yo.
Mediría casi 1.80, lo que lo hacía más alto que yo, no era exactamente atlético, pero tenía buen cuerpo. Su tez era morena y tenía un par de ojos verdes que contrastaban muy bien. Era atractivo, a mi parecer, aunque no actuaba como si lo supiera o le importara.
Me explicó que el departamento había sido de su abuela y que se lo había dejado para cuando inició la universidad. Tenía dos habitaciones, un cuarto de baño, una cocina con lo necesario aunque no era muy espaciosa, una mesa con dos sillas que la hacía de comedor, una sala con un solo sillón algo viejo y un televisor que parecía ser lo más nuevo de todo el departamento. También había un pequeño cuarto de lavado, pero la lavadora se veía algo destartalada.
-Pensaba comprar una nueva, y una secadora. No me gusta tener que subir a la azotea a tender la ropa.-me explicó, mientras me iba a mostrar el que sería mi cuarto. No era muy grande, pero tenía lo necesario y una gran ventana. De alguna forma, me agradó el lugar, así que acepté irme a vivir allí.
Llevé mis cosas antes al departamento y me regresé a mi casa por las vacaciones, aunque me mantuve en contacto con Rodrigo.
Era agradable, no muy conversador, y le gustaba de verdad lo que estudiaba, porque, aunque fueran vacaciones, siempre estaba metido en algo.
Regresé para el inicio de curso, dispuesto a disfrutar de mayor privacidad.
Las semanas pasaron sin problema alguno. Nos entendíamos bien y, como estaba tan metido en sus proyectos, no se acercaba a hacerme plática todo el tiempo. Era agradable tener tiempo a solas.
Lo que sí noté era que también gustaba de andar semidesnudo por el departamento. Aquello me impresionó las primeras semanas. No era que tuviera unas abdominales de muerte, porque la verdad no se le marcaba. Tenía buenas piernas, pero nada fuera de lo común. Lo que me llamó la atención, y me hizo fantasear con él esas semanas, era el bulto que se podía adivinar en su entrepierna. Morbosamente, tenía ganas que se la sacara y se masturbara en el sillón, como si no le importara tener público, de la misma forma que mis compañeros anteriores lo hacían. Quería conocer su polla, ver cuán grande era.
Pero nunca lo hizo.
Se sentaba en el sillón a trabajar en sus cosas, sin tocar su miembro en ningún momento. A decir verdad, ni siquiera parecía muy interesado en el tema del sexo. Nunca lo atrapé viendo una porno ni llevando chicas al departamento.
Pasadas unas semanas, en las que me puse tan cachondo de imaginar cómo tendría su polla por lo que terminaba llamando a alguien para que me cogiera hasta quitarme esa calentura, terminé por acostumbrarme a verlo así.
Mi morbo desapareció, reemplazado por la indiferencia. Estaba claro que no iba a verle el pene nunca, y era lo mejor.
Así que me concentré en mis estudios, salía a ligar o a coger ya muy de vez en cuando, y todo iba más que bien con mi nuevo compañero.
Una tarde, pasados los exámenes, decidí hacer la colada. Llevaba semanas sin lavar mi ropa, por lo que ya no me quedaba nada limpio que ponerme. Estando solo en la casa, y disponiendo de lavadora y secadora, me saqué el pantalón y la camiseta que llevaba puestos, y los metí también. Puse la ropa a lavar y, viendo el estado en que teníamos el departamento tras dos semanas de descuido por nuestros exámenes y proyectos, me decidí a limpiarlo.
Acababa de poner a lavar la ropa de Rodrigo, meter la mía a la secadora y terminaba de limpiar unas repisas en la cocina, cuando éste apareció en la puerta. Dejó algunas cosas en la sala, me saludó sin voltear y fue a su habitación. Sabía que solo se quitaría la ropa, quedándose en la interior, y regresaría a buscar de comer. Ya era rutina todo eso.
Seguí limpiando la repisa, cuando sentí una nalgada en mis glúteos. Me volteé, sorprendido.
Rodrigo me miraba con una sonrisa.
-¿Entonces ya confías en mí?-preguntó, lo que me sacó mucho de onda.-Lo digo porque nunca te habías quitado la ropa. ¿Ya agarraste confianza?
Al ver que su mirada no era ni lujuriosa ni sus manos me estaban acariciando ni nada, me relajé. Vi cómo iba al refrigerador y sacaba algo de comer.
-Ya no tenía ropa limpia y aproveché a meter la que traía.-respondí.
Después de eso, todo siguió como si nada esa tarde, aunque creo que le entró algo de culpa ver que yo me había puesto a hacer todo en la casa, así que se ofreció a ser el encargado de la colada a partir de ese momento.
Acepté y seguimos con nuestra rutina.
Aunque, tras ese día, nada más llegaba al departamento y me quitaba la ropa, excepto mis bóxers, que casi siempre eran más una segunda piel. Pero como Rodrigo no me miraba de forma extraña, no le tomé importancia al asunto.
Así pasaron los días. Una noche de viernes, salí a tomar con unos amigos a un bar cercano. Dos de ellos se fueron tambaleando, buscando aún alguna chica con la que coger, dejándome solo con Alberto. Ya sin aquellos dos allí, comenzamos a besarnos y tocarnos.
Alberto era compañero mío, y desde hacía casi un año que follábamos. No era una relación. Si se nos antojaba tener sexo y no teníamos a nadie más, nos llamábamos y cogíamos rico hasta caer rendidos.
Esa noche, me estaba calentando demasiado. Su mano estaba metida en mi pantalón, apretando mi nalga y me decía obscenidades al oído. Me estaba excitando demasiado. Me describía cómo iba a cogerme, y sentía su polla ya dura bajo sus pantalones.
Salimos del bar, sin dejar de tocarnos.
Al ser estudiantes y no tener mucho dinero, no podíamos darnos el lujo de ir a un motel. Y ya que su casa quedaba retirada, tuve que proponer ir al departamento a que me cogiera allí.
No había metido a nadie hasta ese momento, pero en medio de la calentura, no pensé en que Rodrigo pudiera molestarse.
Fuimos al departamento, encontrándolo a oscuras. Le pedí a Alberto que no hiciera ruido, pero entre lo borrachos que estábamos, seguramente hicimos más escándalo del que creía.
Llegamos a mi habitación y antes de que pudiera cerrar la puerta, me empujó en la cama y se puso sobre mí, besándome torpemente.
Había sido un error pensar que podríamos tener una noche de sexo duro y caliente cuando estábamos así de borrachos. Alberto apenas pudo meterse el condón, y cuando quiso meterme la polla, tuve que ayudarlo a dar con mi entrada.
La cosa duró menos de lo normal, con él viniéndose dentro del condón, el cual solo aventó al suelo el muy marrano.
Cayó a mi lado, dormido, y yo solo me quedé con las ganas. Pero la ebriedad pudo más y caí rendido, desnudo y con un borracho roncando a mi lado.
En la mañana desperté antes que Alberto, que seguía roncando. Me senté, con la cabeza dándome vueltas y la boca seca. Me paré para buscar mis boxers, cuando me di cuenta que tenía el cuerpo pegajoso y mis labios tenían sabor a semen. Volteé a ver a Alberto. El muy cabrón se había despertado en la noche y se había masturbado, a saber si usándome a mí de alguna forma, y me había dejado el cuerpo lleno de su corrida. Seguro me había pasado la verga por los labios.
Me limpié como pude con mi camiseta sucia y me puse los boxers.
Abrí la puerta y fui al cuarto de baño.
Un poco después, me ligué a un tipo en un bar y terminamos yendo al departamento a follar. Este sí me dio duro y tendido por un rato, antes de pedirme que me tragara toda su leche, porque “no quería que se desperdiciara en un condón”, así que se corrió en mi boca. Nos quedamos dormidos, y cuando desperté, ya no estaba. Ni mi ropa interior. El muy cabrón había tomado un recuerdito antes de irse.
Suspiré y me levanté, entonces notando algo: mis labios estaban húmedos, así como mi cuerpo. ¿Se había masturbado y corrido encima de mí?
Probé el semen que aún tenía en los labios. No tenía el mismo sabor que la noche anterior.
Decidí olvidarme del asunto y bañarme.
Cada vez que llevaba a alguien a que me follara, se repetía que por las mañanas amanecía lleno de semen. Primero solo eran mis labios y mi torso, pero a veces tenía las nalgas llenas también. Nunca les pregunté si se habían masturbado conmigo durmiendo. Y cuando despertaba solo en la cama, mi ropa interior había desaparecido. Aquello me estaba preocupando. Era una especie de patrón lo que había allí.
Comencé a sospechar de Rodrigo. Era el único constante allí. Pero este no me miraba de forma extraña y, cuando hacía la colada, mi ropa interior seguía allí.
Aún así, decidí poner a prueba esa sospecha.
Llamé a Alberto una noche y nos fuimos al bar. Dejé que bebiera, pero me mantuve sobrio.
Fuimos al departamento y nos tiramos en la cama. De inmediato quiso follarme, pero con lo borracho que se puso, no me daba. Yo estaba alerta, pero también traía ganas, así que se la puse bien dura y me monté sobre él. En medio del éxtasis que me daba, sentí una mirada en mi espalda, pero no volteé.
Alberto se vino dentro del condón, y cayó dormido.
Me hice el dormido también, y después de un rato, sin que pasara nada más, caí de verdad.
Desperté al sentir cómo me volteaban de lado. Estaba apenas iluminado mi cuarto, así que ya era de mañana. Creí que sería Alberto, que se había levantado caliente y con ganas de follar. Al menos eso fue hasta que escuché su voz.
-Aaah, me muero de ganas de meterte mi verga…-susurraba en mi oído, mientras su pene se restregaba con mi culo.
Era Rodrigo.
Intenté voltear a verlo, pero este me tenía bien agarrado.
Aunque pude notar cómo se quedaba completamente inmóvil. Seguramente había pensado que no despertaría hasta más tarde.
-¿Qué haces?-pregunté. Su polla se puso más dura contra mis nalgas.-¿Eras tú? ¿El que se masturbaba sobre mí?
-Lo siento, Santiago… -me abrazó, poniendo su rostro contra mi hombro. –Desde que pude ver tu cuerpo, no pensaba en otra cosa… Me masturbo con tu ropa interior sucia y después la lavo para que no te des cuenta… Cuando vi cómo te estaban follando esa noche… me quedé mirando, tocándome. Quería sentirme dentro de ti. Te vi durmiendo y no pude evitarlo. Quería verte cubierto de mi leche. –me dio un beso en la nuca –No sabes cuánto te deseo, Santi. Aprovecho que te cogen otros para poder masturbarme pensando en poseerte así.-una de sus manos bajó y comenzó a acariciar mi miembro, que iba despertando por ese tacto. –Pero no era suficiente. No lo es… -su verga, que se sentía tan larga y gruesa, pasaba ahora entre mis muslos. –Deja que te folle, Santi.
Tragué saliva, sintiendo que mi erección aumentaba. Me estaba poniendo muy caliente, y el imaginar esa verga dentro de mí…
Me solté de él, volteando a verlo. Estaba completamente desnudo, con una mirada llena de deseo y una verga bien parada. Acerqué mis labios y le di un beso en la punta. Emitió un gemido, mientras se acomodaba boca arriba.
Me arrodillé a su lado y tomé su miembro con mis manos. Palpitaba y estaba mojado. Se lo comencé a chupar, lentamente, saboreando aquél líquido conocido. Lo escuchaba gemir, pedirme más. Fui metiendo su polla en mi boca, pasando mi lengua alrededor, degustando tan deliciosa carne. La metí y la metí, pero era más grande de las que mamaba normalmente. Con mis manos le apretaba los huevos, haciendo que jadeara.
Le di una buena mamada, pero no dejé que acabara. ¿Quería follarme? Entonces iba a dejar que lo hiciera.
Me senté sobre él, a horcajadas, sintiendo su duro pene chocando contra mi culo. Me miró, comprendiendo lo que haría. Llevé unos dedos a mi boca y los lamí sugestivamente. Me levanté lo suficiente para que pudiera ver cómo me acariciaba el ano y, lentamente, iba metiendo los dedos. Gemí, agarrándome con fuerza de la sábana, pero seguí metiendo y sacando, dilatando mi ano para poder alojar esa tremenda polla.
Llevó sus manos a mis nalgas, separándolas y dándome más espacio para seguirme metiendo los dedos. Me apretaba y jadeaba, en la espera de que metiera su verga dentro de mí.
Saqué mis dedos y lo miré.
-Ahora me vas a dar una buena follada.-le dije, comenzando a meter su verga dentro de mi, lentamente. Era muy grande y dolía conforme la metía más.
-Aaaahhh, qué rico… -gimió.
La saqué y la metí, llegando más profundo ahora. Y así seguí, lentamente, hasta que sentí sus huevos contra mi culo. ¡Me la había podido meter entera!
Me quedé inmóvil. Aún dolía y quería acostumbrarme. Pero el muy cabrón, deseoso por follarme, comenzó a mover su pelvis hacia arriba y abajo, metiéndome y sacándome la verga sin compasión.
-¡Paraa, paraa, así nooo! Aaah, nooo, duelee-intenté que parara, pero era en vano. Me había deseado por tantas semanas y ahora no iba a detenerse.
-¡Me gusta cómo se siente!-gritó, antes de detenerse un momento. De repente nos giró y yo terminé debajo de él. –Te voy a coger bien, Santi.-me dijo, antes de besarme y separarme bien las piernas.
Comenzó a embestir, y creí que me iba a partir primero. Pero tras unas cuantas veces, al fin llegó el placer. Me estaba cogiendo con ganas. Puso sus manos en la cabecera de la cama, y yo atraje más su cuerpo con mis piernas. Siguió embistiendo tan salvajemente que la cabecera y la cama chocaban contra la pared y rechinaban.
-¡AAAAHHH, SÍII, ASÍIII! ¡QUÉ APRETADITO LO TIENES!-gritaba, sin importar quién nos pudiera escuchar.
-AAAAHHH MÁS MÁASS DÁME MÁS-grité. Era de las mejores cogidas que me habían dado en la vida. Quería que siguiera dándome hasta perder el conocimiento. Nada me importaba ya. Solo quería sentirlo más.
Hice que parara y me separé de él, antes de ponerme a cuatro patas en la cama.
-Métemela toda-le dije, dejando mi culito alzado. Ni bien terminé de decirlo, me la metió de una vez. Solté un grito y abracé la almohada. Me tomó de las caderas y volvió a embestir. Era una bestia, pero me estaba cogiendo tan rico que hasta le echaba el culo hacia atrás para que me diera bien. Estaba en completo éxtasis. Me corrí sin darme cuenta que era la segunda vez esa mañana.- FÓLLAME, FÓLLAME, ASÍII, AAAAH, ASÍII, DAME DURO AAAAAH, RODRIIII, ASÍII
-¡ME VENGOO, ME VENGOO!-gritó, dejando salir chorros de semen dentro de mí. Se desplomó sin quitarse de encima.
Lo moví un poco para que quedáramos de lado, y cuando quise que me sacara la verga, que ya estaba volviéndose flácida, me abrazó y no me lo permitió.
-Así puedo seguir cogiéndote cuando se ponga dura de nuevo.-me dijo al oído.
El muy cabrón se quedó dormido, con su polla dentro de mí. Pero tan buena cogida me había dado, que ni me quejé.
Después de ese día, hubo quejas de los vecinos, de que no volviéramos a golpear la cabecera contra su pared. Bueno, no volvimos a hacerlo.
Teníamos todo el departamento para coger donde fuera.
Rodrigo, siempre tan ocupado con sus cosas, ahora parecía otro. Llegaba de la escuela y se abalanzaba sobre mí, cogiéndome en la mesa de la cocina, en el sillón, en el baño, en pasillo, contra la lavadora… Realmente le había agarrado el gusto, y yo, ni lento ni perezoso, ya no llamaba a Alberto ni salía de ligue. Tenía una verga y un macho bien dispuestos a follarme cuando quisiera.
Mudarme a aquél departamento, había sido mi mejor decisión.