Compañeros de piso

La relación entre dos estudiantes compañeros de piso toma un cariz especial y extraño. El final queda abierto a las interpretaciones de los lectores y me gustaría saber que conclusión habeis sacado.

Elías, a pesar de ser también el casero, era un estupendo compañero de piso. Ambos éramos estudiantes desplazados a la ciudad desde nuestras localidades de origen. Elías disponía de un piso, que su familia que había conservado para este momento, no muy grande; pero suficientemente capaz para albergar a dos personas y había decidido compartirlo (estaba convencido de que sin el conocimiento de sus padres) como fuente adicional de ingresos y a mí me permitió tener, a un precio más que razonable, un lugar donde vivir, cómodo, sin la falta de privacidad de una residencia de estudiantes y sin la masificación de un típico piso de estudiantes.

Nuestra relación personal fue muy buena desde el principio y pronto le confesé mi condición de homosexual, cosa que hasta ahora nunca había hecho abiertamente a nadie de mi entorno ni de mi familia. Él no sólo afirmó que le daba igual, si no que su comportamiento hacía mi no cambió en absoluto. Continuó con su costumbre de pasearse desnudo por el piso, a la salida de la ducha o buscando ropa, de una manera totalmente espontánea y natural; lo que me llevó a mi a hacer lo mismo, sólo por mantener la naturalidad en nuestra relación.

Elías pronto se lió con una chica, no sé si se le podía llamar noviazgo; pero me pedía con una cierta frecuencia que le dejara el piso libre para sus encuentros con ella. Yo aceptaba gustoso y le hacía algún comentario jocoso sobre su vida sexual a los que el contestaba con otros referidos a mi homosexualidad y la envidia que ella me daba. Yo disimulaba; pero en cierto sentido tenía razón.

Accidentalmente, algunas veces había vuelto a casa antes de que la chica se hubiera marchado y sus gemidos y jadeos llenaban el reducido ambiente del piso. Yo me cerraba en mi habitación evitando que ella supiera que estaba allí; pero algunas veces la puerta de su habitación no esta cerrada y reconozco que los espiaba. Unas veces era ella la que cabalgaba sobre él, agitando sus turgentes pechos al aire; pero otras podía ver como la penetraba, colocado entre sus piernas que se aferraban a su cintura. Observaba el rítmico movimiento de su trasero impeliendo su polla hasta que sus huevos chocaban con ella, arrancándole un gemido a cada envestida. Y en esos momentos si sentía envidia de ella, de que podía tocar su polla, de cómo la sentiría deslizarse en sus entrañas, de vivir las palpitaciones y la calidez de su miembro.


Un día, Elías llegó a casa, triste y abatido. A duras penas conseguí que me explicara que había roto con su chica; pero no quiso volver a hablar de ello. Aunque yo intentaba que saliera conmigo, que viviera la vida, no conseguía arrancarlo del piso si no era para ir a clase o a la biblioteca. Me resigne a no poder ayudarle y continué haciendo mi vida.

Una tarde de sábado me había ido al cine con unos compañeros dejándole, a mi pesar, solo. Al entrar en el piso de vuelta, me hice notar con un:

Hola, Elías. Ya he vuelto

Pero no recibí respuesta. Puse atención y sólo escuche unos leves suspiros, que llegaron a asustarme. Al entrar en el comedor, lo que vi me dejó perplejo: Elías estaba sentado en una silla, completamente desnudo y de espaldas a la puerta; se estaba masturbando de una manera lenta y pausada y siguió haciéndolo a pesar de mi presencia. No era posible que no se hubiera percatado de mi llegada.

Me acerqué por detrás y desde la altura pude ver como se estaba acariciando los huevos y la polla. No parecía que tuviera intención de provocar una eyaculación, era como si sólo se estuviera excitando y era evidente que lo estaba. La verga erecta marcaba las venas en tensión y el glande carmesí brillante aparecía como la cabeza de un ariete, coronando la columna de su miembro.

Aquella visión me excito sobremanera. Como ya sabéis, lo había visto desnudo en innumerables ocasiones; pero, excepto cuando lo había espiado follando con su chica, en un contexto no sexual. Sentí una presión bajo mi ropa, mi polla reaccionaba a lo que veían mis ojos y de modo casi automático me desnudé. Elías seguía igual, como si yo no estuviera allí.

Me situé tras su cuerpo desnudo y le abracé, sintiendo por primera vez la tersura de su piel. Le besé en el cuello y mi lengua jugueteó con el lóbulo de sus orejas. Percibí como se estremecía todo su cuerpo y como su polla se cimbreaba con mis estímulos; pero seguía sin decir nada, se comportaba como si estuviera flotando en un sueño.

Temeroso, alargué mi brazo hasta rozar su miembro y el retiró sus manos, dejándome hacer. Rodeé su polla con mis dedos y la sentí palpitar tibia bajo la presión de mi mano. En ningún momento había abierto los ojos y ahora reclinó hacia atrás la cabeza, haciéndola reposar sobre mi hombro mientras le masturbaba.

Cuando note en mi mano las primeras gotas de líquido seminal coronando su verga y derramándose por el glande, cambié de situación colocándome de rodillas frente a él. Acerque tímidamente mis labios a la punta de su sexo y lo besé. Todo su cuerpo se estremeció; pero continuó con los ojos cerrados, gimiendo levemente y dejándose hacer. Con la punta de la lengua, recorrí la corona del glande, el frenillo y el orificio por el que espasmódicamente iban apareciendo una tras otra gotas claras y brillantes que yo lamía con fruición. Deslicé repetidamente mis labios rodeando ajustadamente el mástil de aquella polla hasta que su pubis cosquilleaba en mi nariz.

De tanto en tanto, yo me acariciaba la verga; pero era tal mi excitación que no lo hubiera necesitado para mantener la erección. Por unos breves instantes, Elías alargó sus brazos y me acarició el pelo caracoleando con él, tomó mi cabeza entre sus manos y dirigió mis movimientos, sólo unos segundos, para dejarlo de inmediato, como si se arrepintiera de ello, volviendo a su actitud de total pasividad.

Decidí dar el último paso, me erguí y, dándole la espalda, dirigí con mis manos su polla a mi ano. Cuando sentí el glande encajado, me dejé caer y sentí como su polla me penetraba sin obstáculos hasta que sus huevos y los mío hicieron contacto y dos gritamos de placer llenaron el ambiente. Durante unos instantes, me quedé con su verga clavada hasta el fondo, acariciando sus cojones y los míos y su polla se dilataba y endurecía en respuesta a mis caricias.

Comencé a cabalgar sobre él y a masturbarme mientras lo hacía y entonces algo cambió en él. Me abrazó y asió mi polla con sus manos, yo retiré la mía y le deje hacer. Elías, me hacía una paja al ritmo de mis movimientos y yo sentía que no podría aguantar mucho más. Un hilillo de líquido seminal se deslizaba desde la punta de mi polla, goteando al suelo y en mi interior, el roce de la verga de Elías me estaba volviendo loco.

Estallé entre sus dedos y el siguió agitando mi polla, que iba cubriendo de una pátina brillante de semen. Entonces, se detuvo, apretó fuertemente mi polla por la base y sentí como el calor de su corrida llenaba mis entrañas. Los dos quedamos inmóviles hasta que noté por sus gestos que estaba incomodo con mi cuerpo sentado sobre el suyo.

Me levanté y él ni me miro; seguía con los ojos cerrados y el cuerpo laxo, como si no hubiera nadie más en el mundo. El semen seguía goteando de mi verga, que ahora pendía oscilando con mis pasos, y de mi ano un reguero cálido empezó a deslizarse por la cara interna de los muslos. Es una sensación que me encanta después de un buen polvo, sobre todo si mi pareja de cama y yo acabamos jugueteando ente besos y caricias; pero Elías no estaba por esa labor, así que me fui a la ducha.

Cuando salí de la ducha, todo estaba limpio y recogido (incluso mi ropa) y Elías estaba en su habitación. Tendido sobre la cama, leía una revista, y al oír que me asomaba, levantó la mirada y simplemente me dijo:

¿Ya está libre la ducha?

Sí, ya puedes entrar. – Conteste totalmente descolocado


En ningún momento, ni ese día ni los sucesivos, comentó nada de lo ocurrido. Era como si no hubiera pasado nada. Yo estuve a punto de sacar el tema alguna vez; pero me acobardaba hacerlo.

A partir de aquel momento, Elías estuvo más animado y alegre. Empezó a salir como antes, a hacer chistes y a gastarme bromas; pero absolutamente nada que remotamente pudiera relacionarse con el sexo ni, por supuesto, nada sobre nuestro polvo salvaje e improvisado.

Una noche no volvió a la hora acostumbrada, no había dicho nada; pero, como no era la primera vez, no me preocupé. Cené y me fui a dormir. Al poco de apagar la luz, le oí llegar; pero no me dijo nada, así que seguí durmiendo. No sé cuanto tiempo habría pasado, cuando una presencia en mi cama me despertó. De inmediato, reconocí a Elías que, desnudo, me abrazaba cogiéndome por detrás. Duermo desnudo y pude notar sin estorbo alguno como la polla de Elías, dura y húmeda se deslizaba entre mis posaderas. Su mano buscó mi verga y unas pocas caricias bastaron para ponerla en erección. Percibí su mano en mi culo sosteniendo su polla para ayudarla a encontrar el camino y yo me dejé llevar, me relajé y cambié ligeramente de posición para facilitar la penetración.

Entró en mí como un torbellino y empezó a moverse dentro de mí. Primero con golpes secos profundos que me hacían gemir a cada envite y poco a poco con un ritmo más cadencioso y acompasado. Mientras me follaba, me masturbaba; pero creo que me hubiera corrido de todas maneras sólo su polla taladrándome. No escuché un solo sonido salir de su boca, sólo su respiración entrecortada y cada vez más agitada me indicaba el grado de excitación que tenía y que estaba gozando el momento tanto o más que yo. Yo sí que gemía y gritaba, pidiéndole que siguiera follándome de aquella manera, diciéndole que su polla me volvía loco y que quería correrme así, unido a él mientras me penetraba.

Me corrí con un grito y el me dio la vuelta poniéndome de cara al colchón. Sentía mi esperma aún caliente en mi piel, mientras él no paraba de follarme. Inmovilizado contra la cama, sus caderas imprimían a su polla el movimiento rítmico y salvaje que yo había visto cuando se follaba a su chica. A pesar de haberme corrido, el placer seguía embargándome y deseaba que no parara de follarme nunca. Entre su polla moviéndose en mi culo y la mía frotándose apresada entre mi cuerpo y la cama, iba en camino del segundo orgasmo. Su sudor goteaba sobre mí y su pecho empapado se pegaba a mi espalda también sudorosa. Su cuerpo se arqueó hacia atrás, separándose del mío y penetrándome profundamente. Se detuvo así un breve instante y escuché por fin un alarido salir de su boca, para finalmente caer desplomado sobre mi cuerpo agotado.

Los instantes que permanecimos así, cuerpo contra cuerpo, sintiendo si aliento en mi cuello, su polla todavía enterrada en mis entrañas y la mía en estado de erección y apunto de correrse, fueron maravillosos. Pero duró poco. Se levantó y en silencio abandonó mi habitación. Descargué mi tensión corriéndome restregándome contra las sábanas y me quede dormido empapado de sudor y semen.

A la mañana siguiente, cuando me levante, Elías ya lo había hecho y me había preparado el desayuno. Estaba muy alegre y no paraba de canturrear. Comimos en silencio, él no me decía nada de lo ocurrido la noche anterior y yo no sabía que hacer ni decir. En eso, me miró fijamente con una cara rebosante de alegría.

No puedo callarlo más. Tengo que decirte una cosa. - Dijo con una sonrisa abierta cruzando su rostro.

Mi corazón dio un brinco. Estaba eufórico, llego de alegría, era feliz, muy feliz. ¿Sería por mi? Me pregunté ilusamente.

¡Estoy enamorado!

Exclamó, deteniéndose inmediatamente, como para dar suspense a su revelación. Después de cómo me había follado la noche anterior, yo no sabía que pensar. Pero la ilusión duró poco.

¡He conocido a la chica de mis sueños!

Me derrumbé, no entendía nada. ¿Cómo después de la sesión de sexo homosexual puro y duro de ayer, podía decirme eso con toda la tranquilidad del mundo?. Estuve a punto de preguntarle que lo de anoche que había sido; pero finalmente sólo le dije:

Enhorabuena


Nuestra vida volvió a ser la del principio de nuestra relación y Elías no tardó en pedirme que les dejara el piso libre una tarde. Evidentemente, lo hice sin rechistar; pero aquella vez volví a casa temprano de manera intencionada.

Estaban en su habitación; pero ahora no se escuchaban los gemidos y jadeos a los que me había acostumbrado en sus anteriores andanzas amorosas. Tuve que poner el oído en la puerta de la habitación para poder escuchar unos leves murmullos. Podría decir que no pude contenerme; pero mentiría. Había vuelto temprano con la única intención de verlos follar y aquella puerta cerrada no iba a impedírmelo. Así que entreabrí la puerta.

Ambos estaban desnudos sobre la cama, abrazados y besándose como locos en medio de risitas y murmullos. Elías le besaba los pezones y ella le respondía acariciándole la polla y diciéndole cosas en voz baja. No podía entender lo que decía, sólo escuchaba palabras sueltas: lengua, besos, tetas, cachonda. Pero era suficiente para comprenderla. La tumbó boca arriba e hizo como que la inmovilizaba, sujetando sus manos extendidas contra la cama. Poco a poco, fue descendiendo por su cuerpo besando y lamiendo cada rincón y ella se retorcía entre gemidos y la oí gritar

Me vuelves loca.

Cuando tuvo el coño de la chica a su alcance, levantó la mirada hacía ella antes de lanzarse sobre el sexo húmedo y palpitante. No lo podía ver con claridad pero, sus movimientos me dejaban adivinar como jugaba alternando la lengua deslizándose entre sus pliegues y sus labios chupando el clítoris, las ninfas y haciendo desaparecer todo el coño en su boca. La chica se agitaba como una posesa y ella misma se lamía los pezones. La postura de Elías me permitía ver con claridad su polla erecta y vibrante, deseosa de entrar en combate. Ella no paraba de pedir que se la metiera, que empezara a follársela de una vez.

Se situó en la posición adecuada y la penetró lentamente sin prisas, abrazándola y volviendo a chupar sus duros pezones, como al principio. Con la polla clavada hasta el fondo, ella le abrazó la cintura con sus piernas y ambos empezaron a moverse sinuosamente sin separar sus sexos. Volvieron los besos y los susurros y las palabras entrecortadas:

Tu polla me vuelve loca.

Y a mí tu coño

Ella volvió a gritar, exclamando:

¡ Fóllame!

Elías comenzó a moverse rítmicamente, el inicio cada clavada iba acompañada de un beso, que poco a poco fueron dejando paso a un ritmo cada vez más frenético. La chica parecía estar en un orgasmo sostenido y observé como Elías introducía su mano entre ambos cuerpos, seguramente buscando estimular directamente el clítoris y provocar la explosión final. No tardó en conseguirlo y, tras unas cuantas convulsiones, la chica quedó sobre la cama inmóvil y exangüe. Elías la beso con delicadeza y se retiró suavemente.

Tumbado sobre la cama, su falo erecto se mostraba en toda su potencia, húmedo y brillante por efecto de los flujos vaginales. Parecía evidente que todavía no se había corrido. La chica se incorporó ligeramente y se quedó mirando el sexo de su amante.

¿Y tú? – Preguntó con ternura – No has llegado al final.

No hay prisa. Reposa, toma fuerzas y volveré a hacerte gozar. Quiero darte todo el placer que pueda antes de acabar.

Ella le sonrió. Acarició la polla de su amante y se inclinó para besarla e iniciar una felación.

No, no lo hagas – Gimió Elías

Pero ya estaba en el punto sin retorno y el placer sacudió su cuerpo. La boca de la chica había hecho desaparecer la polla de Elías en su interior y al retirarse lentamente, una masa blanquecina y viscosa se deslizó suavemente hacia la base de la verga. Ella volvió a avanzar y la mezcla de semen y saliva volvió a hacerse invisible a mi vista.


Sudoroso sobre mi cama, mi cuerpo asimila los últimos espasmos de placer y de mi polla fluyen, escurriéndose entre los dedos, últimos estertores del orgasmo y mí mente no es capaz de discernir que ha sido realidad, sueño o fantasía. Sólo una idea clara prevalece en mi mente:

"No puedo seguir viviendo por más tiempo es esta casa"