Compañeros de clase (3)

Confesiones de un marido en la intensa y caliente crisis de su matrimonio, que recibirá sorpresa tras sorpresa.

Mientras se secaba tras salir de la ducha, Mercedes me miraba con una sonrisa confiada, poderosa, sensual, como de quien sabe de sobras los efectos devastadores de todos y cada uno de sus gestos. Yo imagino que se trata de la verdadera inteligencia, la que consiste en saber realmente los límites de la propia persona, la de quien conoce y valora de la forma más objetiva posible todos los rincones de su cuerpo y de su alma. La desnudez de Mercedes, sin ser la de una modelo, o siendo la desnudez de una modelo retirada hace diez o quince años, era a mis ojos bien rotunda. Creo que de nos ser porque hacía menos de diez minutos me había vaciado a conciencia, me hubiera masturbado allí mismo delante de ella sin esperar a nada más, celebrando su sonrisa, contemplando como se secaba y se frotaba a conciencia los senos, los muslos, su vientre, las nalgas, su sexo, sabiendo que así turbaba mis pensamientos, siempre tan débiles.

Ahora se secaba el pelo. La veía casi de espaldas, el espejo me dejaba ver sus senos cansados y abundantes, su bello vientre y su punto de redondez en el estómago tan propio de su edad. Quizá lo más perfecto, para mi gusto, era su culo, redondo y amplio, bastante duro todavía. Me pregunto de dónde sacaría el tiempo para ir al gimnasio dos o tres veces por semana. Seguía mirándome de reojo y sonreía. Con ella mi secreto, que también era el suyo, estaría bien guardado. Mercedes tenía la sabiduría y los años suficientes para separar el buen sexo de las emociones, y con ella nada de lo ocurrido o por ocurrir sería motivo de inquietud para nadie. Pero no me dejaba de chocar esa extraña tranquilidad suya, si tenemos en cuenta que acababa de follarse sin miramientos al marido de su mejor amiga, como quien se toma el té de las cinco. Para mí casi había sido el polvo del siglo, para ella no lo parecía para tanto. Ya dicen bien que nunca sabe uno con quien se juega los cuartos.

Y aunque no soy ningún atleta (por muchos partidos de tenis que me meta en el cuerpo), algo de energía límite comenzó a subirme por todo el cuerpo. Todavía me hallaba tumbado sobre la cama, y permitidme la expresión, tocándomela a gusto mientras la observaba maniobrar con el secador. Mi inquieta empuñadura se encontraba todavía algo morcillona, revoltosilla y con renovadas ganas de caer rendida definitivamente. Puede que mi estado de euforia vital se deba mi buena estrella en el trabajo, y fuera de él, la vida me sonríe y he decidido tomar todo aquello que quiero sin preguntar, aprovechar cada débil intersticio que la fortuna me ofrece. No lo sé exactamente, pero el caso es que me encuentro formidable de forma y no renuncio a nada. Saco fuerzas de flaqueza de donde no las hay y las invierto en lo que más deseo, que es follar y follar. De modo que sacudiéndomela para espabilarme me levanté de la cama y en dos pasos me puse tras Mercedes y por detrás la agarré de las caderas.

Juan, otra vez no, descansa un rato que esto no se gasta.

No me entretuve ni en convencerla ni en contestarla. En todo caso mi respuesta se limitó a cogerla por detrás (siempre por detrás) de la cabellera con un breve tirón y propinarle una ligera y sonada palmada en el trasero. Ella se limitó a soltar un tímido gemido a medias entre la rendición y la sorpresa. Y apenas con una breve preparación, la ensarté de golpe por la retaguardia notando todavía la frescura del agua en su vulva. A nuestro frente el espejo me dejaba ver como sus tetas bamboleaban al ritmo de mis embestidas. Sus pezones, que giraban desacompasadamente, iniciaron su abrupta erección en el centro de dos moradas y amplias aureolas. Con una mano manoseaba sus muslos, su vientre, la agarraba de los pechos mientras no dejábamos de movernos, ella apoyada al lavabo y girando la cara con la boca abierta para recibir mi lengua, que de su cuello iba y venía a su boca sin descanso.

Esa vez me costó bastante, estando tan reciente la última encerrona en plena escalera. Ella se había corrido al menos un par de veces. Yo lo notaba, mi verga se deslizaba dentro de ella con facilidad suma, pero Mercedes no hacía gestos de retirarse. Al contrario, ahora era ella la que proyectaba su culo con inusitada fuerza y ritmo aplastando mis testículos, que ya comenzaban a quemarme de gozo y desesperación. Advertí cómo se me contraía el estómago, cómo se estiraba y se tensaba la verga, hasta que súbitamente y no sin algo de dolor eyaculaba de nuevo en su interior en varios espasmos acompañados de gritos proferidos por ambos. Los últimos empujones nos sorprendieron con mis manos agarrando con fuerza sus pechos. Como siempre, no me retiré de ella hasta que no vertí hasta la última gota de mi ser.

Entramos luego a la ducha.

Juan, no son las nueve todavía, ¿salimos a cenar?

Como quieras, mañana no cogemos el avión hasta casi las doce, no tenemos que madrugar. Además, se supone que esta noche era la que teníamos que utilizar para congeniar con nuestros colegas germanos.

Mejor los dejas tranquilos, que ya han hecho bastante por nosotros -me dijo mientras se subía un tanga de color negro.

También es verdad.

Era una noche fresca. Había llovido con abundancia, pero al parar el viento había limpiado el cielo de nubes y refrescado bastante el ambiente. De no ser por las luces de la ciudad, hubiéramos podido contemplar una noche completamente estrellada. El taxi, a petición mía, nos dejó a un par de manzanas del restaurante. Se trataba de un establecimiento que nos habían recomendado de cocina mediterránea cerca del distrito financiero. Lo regentaban unos alemanes pero en la cocina mandaba un chef gallego y en un alarde de cosmopolitismo habían decorado profusamente el local con motivos procedentes de todas las culturas del Mediterráneo. Me parecieron especialmente originales las redes pescadoras que colgaban por todas partes, las ánforas gigantes que descansaban en los rincones, el techo repleto de estalactitas emulando una caverna submarina, el juego de luces que junto a las redes daba un aire brumoso a todo el establecimiento y permitía un juego casi laberíntico de reservados a media luz que hacían de aquel local casi una sugerente cueva de piratas.

Vino blanco de aguja, una docena de ostras normandas, salmón y gambas del Mar del Norte, una sopa marinera, y por último, unos filetes de emperador. Ese era el menú que habíamos elegido y que tanto Mercedes como yo cogíamos con tantas ganas dado el despliegue de fuerzas que habíamos desarrollado en apenas un par o tres de horas. El vino, que entraba sólo sin darnos cuenta, iba lentamente haciendo mella en nuestro chispeante ánimo. Se nos escapaban las sonrisas. Nuestra conversación resultó animada, entre otras cosas, recreamos hasta el último detalle los gloriosos momentos de nuestra exposición ante los directivos y consejeros alemanes, la satisfacción que nos embargaba siendo conscientes de una tarea espectacularmente bien realizada.

Mercedes me miraba con calidez especial. No creo francamente que fuera alguna extraña especie de enamoramiento incipiente. Eso me hubiera aterrado, y decidí no llevar la conversación por ese derrotero. Yo creo más bien que su cariño por mí había culminado en una camaradería que llegaba al extremo de lo más carnal, pero de una forma aséptica, casi profesional diría yo, nada que ver con los sentimientos. Aún así, esa mirada entre tierna y sedienta ciertamente me asustó por unos momentos. Por mi parte, he de confesar que por unos instantes tuve la involuntaria y romanticona reacción de querer alcanzar sus manos para acariciarlas como si de un novio primerizo se tratara. Pero me contuve a tiempo. De repente, sonó su móvil para recordarnos dónde se hallaba cada uno. Era su marido, en casa todo iba bien y le enviaba un beso y felicitaciones. Mi esposa, sin embargo, un par horas antes se había despachado con un escueto mensaje mandándome recuerdos y besos que me sonaron a demasiado formales. Le retorné el mensaje con idéntica pasión.

Tu amigo Pedro. Que te dé recuerdos y que te felicite por la actuación.

Que tú marido me felicite por la "gran actuación" es algo conmovedor, pero un poco exagerado, ¿no te parece?

No seas socarrón. Se refiere al trabajo, bien que lo sabes.

¿Crees que Pedro sospecha algo?

En absoluto. Como si fuera la primera vez que tú y yo volamos juntos a Alemania

En cierto modo así ha sido

Y además, creo que en el fondo le da lo mismo. Su actividad sexual dentro del matrimonio se puede calificar apenas de "correcta".

¿Dentro del matrimonio, has dicho? ¿Crees que Pedro está también liado por ahí?

No tengo ni idea. Es algo que jamás pienso, ni creo que deba pensar. Bastante tengo con llevar mi vida y la de mis hijos.

También es verdad. Supongo que no le dirás jamás nada a Natalia. Las mujeres sois muy dadas a sinceridades y complicidades.

Estate tranquilo. Tengo menos ganas de problemas que tú. Además, creo que tu mujercita tampoco sufre mucho de celos, o eso me parece a mí, vamos.

Pues sí la que conoces bien.

Somos muy amigas, ya lo sabes.

¿Te ha dicho algo sobre eso?

Pues no, precisamente me cuenta muy poco sobre vuestra vida en pareja. Por eso lo digo.

Ya veo.

Creo que mi vanidad se vio algo magullada por ese último comentario. Era cierto el hermetismo emocional de Natalia era algo ya casi legendario. He de confesar, sin embargo, que igual que a veces me enervaba, casi siempre me excitaba. Era como un reto permanente el tratar de lidiar semejante carácter indomable. Ella no sabía amar de otra forma, si es que realmente me amaba. Su forma de querer era leal pero distante, sinceramente fría. Por eso cuando hacíamos el amor me "ponía" tanto, porque era como ver rendirse una vez más a alguien que lucha denodadamente por no entregarse.

En eso que, cuando no habíamos acabado el gustoso emperador, alguien nos interpeló desde mi espalda en un detestable castellano.

"Vuesnnas noschies, senioress ".

Era Günter Stressmann, el presidente de nuestra compañía en España. Un tipo distinguido, ya maduro, de mejillas sonrosadas, pelo escaso y rubio, que era capaz de seguir vistiendo corbata hasta en las más hostiles circunstancias. Nos felicitó por nuestra ya famosa exposición. Lo cierto es que tanto Mercedes como yo apenas lo conocíamos de un par de reuniones, en las que además asistieron todos los cuadros intermedios de la empresa en nuestro país, por tanto tampoco es que fuéramos muy íntimos. Tanto es así, que estaba convencido que él apenas nos reconocía. Y de hecho así fue, más tarde cuando nos presentó al resto de comensales que le acompañaban, tres distinguidos caballeros teutones y una dama, al parecer todos colegas nuestros en Baviera, se equivocó con nuestros respectivos cargos. Pero por cortesía, tampoco fuimos capaces de corregirle en ese entonces ni Mercedes ni yo.

  • ¿Por qué no se unen a nosotros? -dijo ya en inglés.

Así lo hicimos. Mandamos que nos enviaran el postre a su mesa, en un reservado que se hallaba al fondo del salón, tapado con enorme cristales opacos que dejaban ver el resto del local desde dentro. Günter pidió cava de nuevo. Sobre la mesa se veía un par de botellas de cava recién exprimidas y los vasos de vino habían sido utilizados con profusión. La rubia no paraba de sonreír a la mínima tontería que surgiera de cualquiera, lo cual me confirmaba lo avanzados que están siempre estos alemanes en cualquiera de los terrenos. Ella me sonaba de haberla visto en alguna otra ocasión, puede que en una convención, acaso otra de nuestras reuniones decisorias con los jefes alemanes, no logro recordar dónde, pero sí perfectamente su cara... Lo cierto es que no era una mujer como para perder el oremus, estaba entradita en años, quizá cerca de los cincuenta, muy alta y fuerte pero muy bien cuidada y para esa hora, la verdad, era más de lo que yo podía aspirar. Iba muy escotada, eso sí, se había quitado la americana y dejaba ver una blusa de tirantes con los hombros al aire y un aire divertido al llevar las gafas un poco ladeadas. Para mi gusto enseñaba demasiada pintura, los mofletes demasiados sonrosados y el lápiz de labios un poco subido. El pelo que al principio del encuentro iba recogido, al cuarto de hora se dejó caer largo sobre los hombros cuando por primera vez fui capaz de contestar a uno de sus susurros.

Günter, que se había sentado al lado de Mercedes en una especie de sofá-rinconera, redondo, rojo, de piel, adosado a la pared y que circundaba a la mesa, no paraba de brindar una y otra vez por el futuro de la empresa, de sus trabajadores, de sus directivos, del mercado... Mercedes, que se veía rodeada de alemanes, me miraba relajada y sin parpadear, como advirtiéndome de la batalla que estaba a punto de iniciarse. Rita no paraba de sonreírme y comenzó a hacerme ridículas confidencias al oído que apenas yo alcanzaba a comprender, puesto que su inglés se degradaba por momentos con el paso de las copas de cava. Al cabo de un cuarto de hora de varios brindis seguidos sin respirar, puede que diez o doce, Gunter comenzó a su vez a hablar con Mercedes como más de cerca. Pude incluso llegar a advertir como Mercedes permanecía impertérrita ante el indisimulado ataque del teutón, que comenzó sobándole los muslos con su mano derecha de arriba abajo y sin detenerse bajo la falda. Yo por mi parte, comenzaba a quedar conforme con los poderosos encantos que demostraba Rita tras su blusa y por debajo de su falda, ya atacada hasta las bragas por una de mis manos.

El camarero entró con dos botellas más y atendió a Günter, que le requirió algo al oído, y que luego acabó siendo un servicio que vino en forma de camarera de mediana edad, de rasgos hindúes, que para mi sorpresa se deshizo de delantal y coletero allí mismo y pasó a sentarse entre los otros dos teutones, con una copa en la mano, y con la otra acercándose una de las piernas de sus clientes. Huelga decir lo familiarizada que la camarera parecía con este tipo de encuentros amistosos y multitudinarios.

Yo creo que por su parte Rita hacía horas que estaba predispuesta para todo, toda vez que apenas mi mano izquierda paso a magrear su pecho derecho momentos antes, abundante y pesado sobre la blusa, fue directa hacia mi bragueta, y sin yo apenas darme cuenta, vi enseguida que mi polla se hallaba al aire fresco siendo agitada con violencia de arriba a abajo. Nos besamos a lengüetazo limpio como dos lascivos y viejos amantes. Y la verdad sea dicha, en principio no confiaba mucho en una tercera corrida por mi parte en un solo día, algo que para mí significaba un record espectacular y nunca visto, pero retomé las esperanzas al comprobar que Rita se merendaba mi verga sin ningún tipo de remilgos a base de chupadas profundas y lametones intensos como nadie nunca me había obsequiado.

Mientras entornaba los ojos de placer gracias a la "mamada" de Rita, que ya dejaba ver sus hermosos pechos al aire cuando mis manos lo permitían, pude comprobar como Mercedes, apoyada sobre el mantel, todavía vestida, se hallaba con el tanga en los tobillos y se disponía a recibir por detrás la tremenda y rubia polla de Günter, que me sorprendió por sus generosas medidas y su enhiesta dureza. Y Mientras Günter, cincuentón en buena forma, se acomodaba la polla dentro de Mercedes, ésta maniobraba con la bragueta de otro teutón para zamparse una segunda y voluminosa verga nibelunga, comenzando a chuparla con avaricia de loba hambrienta.

La camarera de rasgos hindúes no había perdido el tiempo y se hallaba bien abierta de piernas sobre el sofá, con la camisa abierta y las tetas al aire, con un pezones amplios y muy negros y enhiestos, tan negros como su vagina, peluda y morada. Se la veía, tan dispuesta a recibir polvo tras polvo, una mujer divertida que gozaba por una noche de servicio, por fin algo más agradable de lo habitual.

El primero en correrse al cuarto de hora fue Günter, que ya dejó bien servida a Mercedes y que quedó sentado sobre el sofá, sonriente y satisfecho, meneándose la verga para ver si se reanimaba a tiempo para volver a reincorporarse a la fiesta. Le sustituyó su compañero en el consejo de administración, que también tomó a Mercedes por las caderas, todavía con semen cayéndole por las piernas hacia abajo, y la comenzó a penetrar con iracunda posesión, lo que hizo que Mercedes comenzara a gemir como nunca la había visto, una perra en celo a la que valía cualquier macho que por allí pasara.

De hecho, ver a Mercedes siendo penetrada por varios tíos con violencia me estaba excitando tanto como la mamada de Rita, sino más. La camarera, que de repente se veía desocupada, pues todos hacían cola para Montarse a Mercedes, que tenía sus dos agujeros bien llenitos y las tetas presas de multitud de manos, buscó objetivo con el que ocuparse de nuevo su negro y hambriento coñito. Así es, se acercó lenta como una leona al acecho, ya desnuda, y me quitó a Rita de la polla para besarla y magrearle las tetas. Parece que Rita con esto no contaba, viendo los titubeos que mostraba en un principio (incluso llegó a girar la cara como rehusando la solicitud), pero cerraba los ojos y se abría de piernas, ya sin falda ni bragas, con los pantys rasgados, seguro que sorprendida por ese placer primero que a juzgar por lo que todos veíamos, la estaba encantando de lo lindo. Era la primera vez que una mujer la poseía, y la estaba volviendo loca. Primero fue solo el índice, pero luego fueron cuatro dedos los que le metía la camarera, viéndola como jadeaba Rita que no paraba de correrse una y otra vez.

Günter observaba la escena y sonreía. Era evidente que sabía de sobras la que se estaba organizando y contemplaba el suceso con la misma vanagloria que un pintor mira su cuadro acabado. Su camarera preferida estaba matando de gusto a Rita, a base de meterle cuatro dedos por la vagina y mordisquearle las tetas, y no se iba a detener ahí. Y ahora era Rita la que se agarraba a dos poyas que ocasionalmente iba chupando a discreción mientras la camarera le lamía el clítoris a la vez que se lo rasgueaba como una guitarra. Rita se había corrido ya varias veces, pero menos veces que Mercedes a la que en un despiste pude colocar mi polla en su boca mientras el último de los teutones se la había beneficiado y su vagina rebosaba de semen por todas partes. Creo que acertó a decir antes de comerse mi pene sin rechistar, un débil y poco convincente "no puedo más". Pero como digo, creo que fue un ruego con la boca pequeña, puesto que Mercedes se había revelado como la folladora más extraordinaria de toda nuestra empresa multinacional, con permiso de Rita y la camarera.

Uno a uno, los seis tipos allí presentes nos fuimos corriendo sin remedio, casi todos dentro de la pobre y agradecida Mercedes, si bien las otras también pillaron goteo, tanto era el ir y venir de parejas de un lado a otro del reservado. Cuando los seis varones coincidimos sentados con un whisky en la mano, ya exhaustos buscando un respiro que nos permitiera de nuevo volver a joder como posesos, las tres mujeres nos sorprendieron buscaron acomodo por su lado. Esta vez fue Mercedes la que centraba sobre la mesa el ansia canina de sus compañeras, y aquello que vi, sin poder evitarlo, me hizo pensar. La india de pezones negros la besaba con inusitada pasión mientras le frotaba el clítoris mojado y blanquecino con los dedos. Luego era Rita la que se apresuraba a meterle los cincos dedos sobre la mesa, casi hasta los nudillos, mientras Mercedes agitaba la cabeza a un lado y a otro muerta de pura excitación. Se notaba que Mercedes era un plato muy del gusto de ambas hembras y Mercedes no perdía comba, ya era la reina indiscutible de la fiesta, se dejaba hacer completamente desnuda y no sacaba sus labios de la boca de la madura hindú. A continuación, la camarera bajó su boca para comerse completo el coño de Mercedes, mientras Rita le comía las ya muy castigadas tetas y se masturbaba sin reparos ante nuestra aviesa mirada de caníbales sexuales. Yo me frotaba el pene, pero ya no respondía, una cuarta vez, simplemente, hubiera sido demasiado.

Günter, que al parecer me había estado observando, se acercó a mí y me pasó una pequeña píldora mientres Mercedes seguía sobre la mesa siendo pasto de sus compañeras de orgía. "No puedes perderte la mitad de la fiesta", me dijo Günter. Y yo me tomé la píldora sin replicar. Como por ensalmo, a los diez minutos mi verga se hallaba tan dispuesta y erecta como al inicio de la noche, y el pecho me quemaba por dentro de puro deseo sexual. Lo que sucede, es que a mí ya no se me ocurría que más podía pasar allí. Estábamos todos hartos de follar con todas, y ellas ya hartas de follar como leonas entre sí.

Me acerqué a Mercedes, con la que todos allí habíamos acabado copulando y que restaba estirada sobre la mesa, como adormecida de tanto placer como de golpe había recibido. Le acerqué un vaso de agua y se volvió a estirar. Estaba tan bella sobre la mesa… Rita y la camarera se habían retirado y se estaban atizando el coño la una a la otra, las dos estiradas en el suelo de una esquina, mientras eran objeto de contemplación por parte del resto de compañeros. El cristal que nos separaba del local se hallaba ya completamente empañado, comenzaba a hacer un calor tremendo en ese habitáculo pese a estar todos completamente desnudos. Miré a Mercedes y le acaricié con dulzura el vientre y los senos. Me miró y acertó a decir: "uf, qué pasada, Juan, estoy agotada".

Pero Günter, follador siniestro e incasable, ahora tenía cuerda de nuevo, y yo también. Sobre la mesa le dio la vuelta y Mercedes se dejó hacer. Günter se acercó un tarro de mantequilla que había sobre un rincón de la mesa y le untó el esfínter anal hasta comprobar que el dedo índice le entraba y le salía del todo sin resistencia ninguna. Mercedes, con la cara sobre el mantel empapado de cava, ya con la pintura desdibujada sobre los ojos, fruncía el ceño y gemía con un poco de dolor, pero sin apartar su culo del dedo de Günter, que ya entraba y salía con cierta rapidez del orificio. Se atrajo el culo de Mercedes sobre el borde de la mesa y penetró con su magnífica verga, bien untada en mantequilla, su ano de repente y sin cesar. Mercedes reprimía los gritos, pero estaba claro para mí que aquello le encantaba tanto como lo demás, era una formidable todoterreno. Seguidamente, no sé bien cómo fueron los pasos previos a causa del sopor del whisky tras el cava, pero me vi follando sobre la grupa de Mercedes, que se hallaba aplastada sobre Günter que se la follaba por la vagina, los tres a un ritmo acompasado impensable en tres que hasta entonces eran casi desconocidos.

La camarera india y Rita fueron víctimas complacidas del mismo juego, las dos muy bien folladas por ambos lados en medio de un coro de gemidos cuyos autores era imposible distingur. Me corrí en el culo de Mercedes casi con dolor, pero con un gusto que no sé si podré repetir de nuevo alguna vez. Notaba su espalda mojada de sudor, el interior de su ano completamente dilatado y muy caliente y ahora mojado, mis testículos sudorosos frotando sin querer los de Günter. Creo que de puro gusto estaba a punto de desfallecer.

Espero que lo sucedido esta noche no cambie nuestro juicio respectivo sobre el otro -me dijo Mercedes, a la que rodeaba con mi brazo en el taxi.

Yo creo, por mi parte, que lo mejora y de qué manera. De todos modos, lo que importa de veras es que seamos capaces de trabajar como si tal cosa.

No te quepa ninguna duda de eso. Mañana, de vuelta a casa, todo volverá a la normalidad.

Pues qué fastidio -dije mientras ambos sonreíamos.

Al día siguiente, en el avión de vuelta, Mercedes dormía plácidamente sobre mi hombro. Mirando su cara, todavía algo descompuesta por una memorable batalla, apenas parecía haber vivido aquella intensa noche recién pasada. Intenté recrear los olores, sus olores, su sabor, los pezones negros, los sonrosados… Todo parecía un sueño, nada más que un lejano y vaporoso sueño, pero no lo era. Realmente había pasado y aquella mujer, qué admirable y nueva mujer para mí, me había acompañado servil y leal en todo momento. Sin fisuras, sin remilgos, como si me entregara su cuerpo, como si me debiera su vida…Quedaba una hora para volver, tenía que dormir algo… Qué me esperaba los meses siguientes de mi nueva vida, me preguntaba yo…Enseguida os cuento.