Compañerismo

Sexbussines

Alicia es una compañera de trabajo, de 36 años y muy sexy, aunque no excesivamente guapa. El caso es que casi todos los hombres de la empresa le andan tirando los tejos.

Por eso me sorprendió tanto cuando un viernes, a punto de despedirnos todos hasta el lunes, se acercó a mí y me dijo:

-S i tienes tiempo y pues, ¿podrías venir mañana por la tarde a mi casa? Tengo que pedirte un favor importante para mí.

-Bueno –Respondí-, poder si puedo, pero si es algo del trabajo…

-No, es un motivo personal.

-De acuerdo. Pero hay una pega, que no sé dónde vives.

Me dio una tarjeta de visita y me dijo.

-Te estaré esperando a eso de las siete de la tarde.

Ni que decir tiene que me pasé el resto del viernes y la mañana del sábado especulando sobre lo que querría de mí.

A las siete en punto estaba llamando a su puerta.

Me acomodó en el sofá del salón y me ofreció lo que quisiera para beber. Tras servirlo se sentó junto a mí y me dijo:

-Verás, el favor que necesito de ti es que me dejes hacerte una paja.

Lo insólito de la petición me dejó con la boca abierta. Y no menos el desparpajo en la forma de proponerlo. ¡Pero mucho más lo que vino a continuación!

-Veo que te asombras, es natural. Verás, tú me gustas y quiero que nos corramos juntos, pero hay una condición inexcusable: nos masturbaremos mutuamente pero nada más. Nada de penetración ni algo parecido.

-Bueno, yo… -No salía de mi asombro.

-Naturalmente sería cuando caldeáramos un poco el ambiente, no así en frío y de sopetón.

Tras recuperarme un poco pensé que por qué no, después de todo la cosa tenía su morbo, sobre todo por la novedad, aunque no entendiese de la misa la media.

-Bueno –Accedí-, podemos probar.

-¡Qué bien! Voy a preparar esto un poco entonces, tú no te muevas.

Manipuló las luces de manera de dejar la estancia en semipenumbra.

-En un minuto vuelvo.

Y salió del salón.

Lo hizo en poco más del minuto prometido. Se había puesto un picardías rojo, transparente, sin sujetador pero con un tanga minúsculo también rojo. Encendió el televisor; en el que ya tenía preparado un vídeo porno; y se sentó muy cerca de mí.

-¿Me dejas que te desnude yo? –Preguntó.

-Claro.

Las pajas mutuas; pues fueron más de una; resultaron esplendorosas. Ella gemía y gritaba desaforadamente cada vez que tenía un orgasmo, y recogía con su mano mi esperma cuando yo eyaculaba para llevárselo a la boca, pero en ningún momento intentó una mamada.

No tengo que decir que yo tenía unas ganas locas de follarla, pero ni siquiera lo propuse, atendiendo al “pacto”.

Tras casi tres intensas horas dio la sesión por terminada diciendo:

-A mí me ha parecido estupendo. ¿Y a ti?

-También.

-Pues ya te avisaré cuando necesite otro favor. Ahora, sintiéndolo mucho, tienes que marcharte.

-De acuerdo. Hasta lunes –Dije cuando estuve vestido y en la puerta.

-Sí. Y no se te ocurra dejar traslucir nada de esto en la empresa.

Con más o menos el mismo ritual, la cosa se repitió con frecuencia. En realidad casi todos los sábados.

Pero aquello, sin yo sospecharlo, tenía que dar más de sí.

Fue una de esas semanas en que Alicia me preguntó terminando el viernes:

-¿Puedes mañana?

-Desde luego –Contesté- A la postre me estaba gustando el juego.

-Pues a la hora de siempre.

Cuando llegué el sábado y fui a acomodarme en el sitio habitual, al otro extremo del sofá estaba sentada otra mujer. Alicia hizo las presentaciones, se llamaba Paula y supuse que se había presentado sin avisar.

Me equivocaba, porque Alicia me dijo:

-Paula quiere participar en nuestro juego. ¿Podrás con las dos?

¡En aquella casa a mí ya no me extrañaba nada!

-Pues no sé –Respondí-, pero haré lo que pueda.

-Te advierto que yo no entro en las normas de Alicia –Habló Paula por primera vez.

Supuse lo que quería decir y no me pareció nada mal.

Alicia comenzó con el ritual de las luces, el vídeo, y salir para ponerse la “ropa de faena”, sólo que esta vez fueron las dos las que salieron juntas del salón.

A Alicia ya la había visto con toda su vestimenta erótica, pero Paula me sorprendió con una especie de faldita hawaiana hecha de tiras de apenas dos cuartas de largas, ¡y absolutamente nada más!

-¡Madre mía que cachonda estoy! –Exclamó Paula.

Me hicieron poner en pie para desnudarme entre las dos con sus manos recorriendo todo mi cuerpo. Luego se agacharon ante mí para jugar con mi polla. Aunque Alicia siguió fiel a su costumbre de no acercársela a la boca, Paula no tuvo inconveniente alguno en darla unos buenos lametones y metérsela en la boca casi entera.

Más que sentarnos nos dejamos caer en el sofá. Mis manos fueron cada una a un coño mientras Alicia se puso a meneármela con entusiasmo.

Las dos mujeres se movían convulsivamente y acompañaban con sus dedos las “exploraciones” de mis manos.

Al poco Paula farfulló, más que dijo:

-Anda Alicia, déjame que le haga una buena mamada.

-Como no, adelante.

Se puso a chupármela con un entusiasmo y maestría dignos de encomio. Aunque me hacía dar saltos de placer, no dejé de manipular el coño de Alicia, que ya se había corrido una vez por sus inequívocos gritos en tales momentos.

Tras un rato, en el que tuve que hacer esfuerzos titánicos para no correrme en su boca, levantó la cabeza y gimió:

-¡No puedo más! ¡Necesito que me lo coman o que me follen!

-¿Y por qué no las dos cosas, putona? –Preguntó Alicia.

-¡Lo que sea pero ya!

-Anda, hazla correrse como una cerda con tu lengua.

Lo hice, y logré que se corriese mientras lloraba y gemía, pero no pareció tener bastante.

-¡Más! ¡Más! ¡Quiero más!

-¿Quieres que te folle aquí, o prefieres en la cama? –Le preguntó Alicia.

-¡Me da igual, donde sea pero que me folle ya!

-Vamos a la cama, estaremos más cómodos.

Fuimos casi a la carrera hasta el dormitorio. En cuanto se tumbó en la cama abrió las piernas y las levantó poniendo los pies a la altura de su cabeza.

-¡Por favor, clávamela ya!

Lo hice, por supuesto. Se corrió por segunda vez apenas tuvo la punta dentro, luego lo hizo otras tres veces. Yo también eyaculé dos veces sin sacársela siquiera en unas de las corridas más salvajes que he tenido en mi vida.

Alicia, mientras, tumbada a nuestro lado, se destrozaba el coño con las dos manos en medio de orgasmos continuos que denotaba con sus particulares gritos…

Está visto que el ser buen compañero tiene a veces recompensas muy satisfactorias.