Compañeras de piso (23)

Vero en la Oficina

VERO EN LA OFICINA

El otro día, estando en la oficina, mi supervisor me llamó a su oficina, algo raro ya que nunca lo había hecho en años. El caso es que allí fui, cuaderno en brazo. Entro y cierro la puerta, aunque su despacho tiene las paredes de cristal y se ve todo, pero al menos así no se oye nada. Nada más entrar me repasa de arriba abajo, aunque yo iba como siempre, blusa blanca y falda azul. Me dice que tiene que ver unos informes conmigo, unos números que no le cuadran, que me ponga a su lado.

Nos ponemos a mirar números, gráficas y tal, y noto que su mano toca a la mía, como por casualidad. Yo también me he ido arrimando a él un poco, porque es que me pone súper cachonda. Ya os dije que era apuesto, alto, pero muy serio, aunque ahora mismo no se le notaba nada serio, todo lo contrario. El caso es que me dijo algo así como: “Verónica, llevas ya unos años en la empresa, estoy muy contento con tu trabajo, pero creo que es hora de que des un paso más”.

En un principio me dejó un poco a cuadros, no me lo esperaba la verdad, casi nunca me había dirigido la palabra, aunque sus miradas últimamente se habían vuelto más lascivas. Y ahora mismo me estaba mirando con deseo, era evidente. Entonces pensé, quizá no tenga otra oportunidad, y le cogí el paquete con la mano, directamente, sin mediar palabra, a lo que él respondió separando su silla de la mesa e invitándome a que pasara debajo.

Dicho y hecho, me metí bajo su mesa, escondida lo máximo que pude, no quería que me pillaran. El sitio no era el más grande, pero yo tampoco, así que me pude apañar. Mientras me colocaba ya le había bajado la bragueta a mi supervisor. Aún no estaba en su máxima dimensión, pero ya se veía que el hombre calzaba bien, se veía como una morcilla, grande y pesada.

Comencé dándole unos besitos, un dulce y cálido saludo. Noté como se iba llenando de sangre, despertándose a cada roce de mis labios, disfrutando de mis apasionados besos. Poco a poco, se fue poniendo dura, erecta, transformándose en una infinita fuente de placer. La gente pasaba por la puerta del despacho, sin tener la menor idea de lo que allí debajo pasaba.

Mi saliva comenzó a caer sobre la punta de aquel miembro viril, que ya no era un trozo de carne colgandero, se había transformado en casi una botella de agua. Era muy gruesa, y relativamente grande. No me esperaba encontrarme semejante trabuco delante de mi boca, así que necesitaría lubricarlo bastante bien.

Mi lengua comenzó a deslizarse lentamente, de arriba abajo, recorriendo cada centímetro, que eran muchos, por el derecho y por el revés. Era una delicia poder saborearlo así, lentamente, notando como se iba poniendo más y más dura. Me detuve en la cabecita que asomaba por su prepucio, quería chuparla suavemente, deleitándome en este punto.

Notaba como se estremecía, sus piernas se estiraban y doblaban constantemente. Succionar lento, notar cada pliegue con mi lengua, cada vena, como palpitaba mientras mi boca iba entrando en ella, sin dejar mis manos quietas, frotando esos pedazos de huevos que le colgaban. Echar un poco de saliva en mis manos y recorrer toda esa polla haciendo que se deslizara por mis manos.

Desabroché mi blusa, mientras intentaba meterme semejante tranca en mi boca, cosa que me costaba bastante, pero a la vez me hacía mojar más aún, cosa que ya notaba al recorrer un tímido hilo bajar por mis muslos. Mi cabello se mezclaba con mi saliva mientras iba haciendo hueco en mi garganta. Estaba seguro que quería que me la metiese toda en mi boca, y tenía que complacerle, a fin de cuentas, era mi jefe.

Poco a poco fue llegando a mi garganta, la sentía rozar y comencé a atragantarme con ella. Al fin la tenía toda dentro de mi boca. Era un verdadero manjar, muy caliente y sabroso. La sacaba y metía, ahora con más facilidad, mis labios habían dilatado lo suficiente para dejarle paso. Mi saliva chorreaba por ella y caía en el suelo. Entraba y salía completamente con lubricada facilidad.

Sentía que él no duraría mucho más en esta situación, así que no dudé en bajar mis braguitas, subir mi falda, darme la vuelta, y como buenamente pude, enfoqué su polla hacia mi jugoso coño, húmedo y chorreante como no podía ser de otra forma. Sólo pude meterme la puntita, pero eso me hizo dilatarme más de lo esperado. Temblé de placer, también por imaginar lo que me podía hacer con el resto.

Entonces, sus manos gigantescas cogieron mis caderas y me alzaron un poco. Era lo que necesitaba para que entrara un poco más. Comenzó a moverme como a él más le interesaba. Yo ahí metida debajo de su mesa poco más podía hacer que no fuera dejarme llevar. Su movimiento cada vez fue más y más fuerte, tanto que mi culo comenzó a dar contra la mesa, se notaba que estaba a punto de correrse.

Y así fue, de un empujón saco toda su polla de mi coño, por lo que rápidamente volví a por ella con mi boca. Comencé a mamarla a la vez que le masturbaba, rápido, muy rápido. Con mis labios la mordía mientras notaba como ardía. Mi lengua de ida y vuelta, quería mi boca bien rellena. Y así no duró mucho.

La saqué de mi boca sólo para pasar la lengua por la punta, mientras que no paraba de meneársela. Un disparo paso por encima de mi cara, cayendo por mi pelo, el segundo fue directo a mis ojos y el tercero y sucesivos fueron a parar justo en mi boca. Ingente cantidad de su néctar de placer que no me esperaba. Lo recogía todo con mi lengua, succionando incluso lo que quedaba dentro de su polla, chorreante aún.

Poco a poco se fue bajando su erección, estaba seca. Cuando me dijo, salí de debajo de la mesa. Él estaba sudando. No pude verle la cara, pero seguro que tuvo que ser todo un poema. Me abroché la blusa, bajé mi falda, cogí mis cosas y salí de su despacho. Estoy seguro de que tendré más reuniones como esta. O mejores, nunca se sabe.