Compañeras de Piso (22)

Vero en el Parque

Era un día cualquiera, a media mañana, fui a comprar el pan y, antes de subir a casa, me di cuenta que me había dejado las llaves dentro. Mi casero tiene que estar aburrido de mí, no es la primera vez que me pasa, y como sabía que tardaría en venir, decidí sentarme un rato en el parque de enfrente de casa, hacía buen día y siempre viene bien tomar un poco el sol.

En estas que se sienta al otro lado del banco un chico alto, fuerte, macizorro como yo los llamo, guapo, aunque no de estos de catálogo, con pantalón corto y camiseta, mirando el móvil, como buscando algo. Entonces me preguntó si conocía donde estaba cierto número de la calle.

Me puse hasta nerviosa, porque era mi bloque. Seguro que se me pusieron las mejillas sonrojadas, y creo que él lo notó. Estuvimos hablando un ratito, un poco de mí, un poco de él, todo muy fluido. El caso es que, poco a poco, casi sin darnos ni cuenta, nos fuimos acercando en el banco. Claro, ya nos habíamos contado que estábamos los dos sin pareja y las miradas se fueron haciendo cada vez más sugerentes. Obviamente, yo al ver semejante bigardo, ya se me habían mojado las braguitas, y cada vez que miraba su paquete, veía su bulto cada vez más abultado, valga la redundancia.

Llegados a este momento, quien no arriesga no gana, y quizá por coincidencia, o no, ambos pusimos la mano sobre el muslo del otro al mismo tiempo. Nos miramos fijamente, nos reímos pícaramente y supimos que ese rato en el banco iba a durar un poco más. Ya habíamos roto el hielo, así que poco a poco me fui acercando a meter mi mano por dentro de su pantalón, quería coger ese bulto que tanto se notaba.

Y normal que se notara, era una polla muy dura, gruesa, con una gota que salía de su puntita cuando la toqué con mis dedos. Me relamía con la lengua mientras él me miraba y se sonreía. Pasaba mis dedos suavemente, casi rozándola, provocando pequeños escalofríos en su cuerpo.

No me había dado cuenta, pero él también había metido su mano en mi pantalón de chándal y estaba buscando el camino para tocarme el coñito. Supongo que se daría cuenta que tenía ya las braguitas como cuando salen de la lavadora sin centrifugar. No tardó mucho en encontrar mi punto débil y comenzar a frotarlo. Lo hacía muy bien, muy suave, apretaba lo justo para hacerme suspirar. Cada vez que me rozaba yo le pegaba un apretón en la polla, hasta que en uno de esos se la saqué del pantalón, aunque solo la puntita.

Y que deliciosa se veía, toda mojadita, con mi dedo pasando sin cesar por ella, recorriendo cada centímetro de ese manjar. Entonces, miré alrededor, no parecía que hubiera nadie. Lo miré a él mientras me relamía y no lo dudé, y me agaché por ella. Primero le di un beso y luego la lamí un poco, quería en mi boca ese lubricante natural, que tan rico sabía. Abrí la boca y me metí esa cabecita dentro, quería sentir su calor en mi boca.

Seguro que notó que me encanta chupar pollas, porque en cuanto me meto una en la boca, mi coño se hace agua. Y así fue, me puse tan mojada, que no me valía sólo con chuparle la punta, la quería toda en mi boca, y comencé a avanzar más y más. Mi lengua la masajeaba mientras la recorría para introducirla toda, la quería hasta la garganta. Quería atragantarme con ella, que mi saliva la recorría hasta sus huevos. Notaba como sus dedos temblaban en mi coñito, le estaba gustando.

La sacaba de mi boca para meterla toda entera de golpe. Eso lo estremeció tanto, que me cogió de la cabeza y comenzó a moverla de arriba abajo. Yo comencé a escupir saliva, notaba que me ahogaba con ella dentro de mi boca.

Con un hilo de saliva uniendo mi boca con su polla, me levanta. Viene alguien, un hombre mayor pasa cerca. Nos mira extrañados, a lo que nosotros aprovechamos para besarnos. En cuanto pasó el hombre, no le di opción, y me volví a meter su polla en mi boca, entera, hasta bien abajo. Era increíble notar como le palpitaba. Con mi lengua comencé a lamer sus huevos. Casi me ahogo con esa tranca en mi boca.

Pero no era suficiente, quería más, así que me la saqué, escupiéndole todo lo que me quedaba en la boca. Me bajé un poco el pantalón, aparte mis braguitas y me subí encima suya, de espaldas, apoyando mis rodillas en el banco. No hizo falta mucho para meterla en mi coño. Él me tomó de la cintura y comenzó a moverme, arriba y abajo. Eran tan excitante que me tenía que morder los labios para no gemir fuerte. Mi culo chocaba contra sus piernas, cada vez más rápido, más duro.

Una pareja pasó lejos nuestra. Sólo nos miró, sonrieron y se fueron, menos mal. Yo ya no podía más y comenzaba a gemir fuerte, era algo inevitable. Él empezó a apretar mis tetas sobre mi ropa, a la vez que me frotaba el clítoris con su mano. Yo movía mis caderas de adelante a atrás, muy rápido, con fuerza. Mi coño no paraba de chorrear, no me quedaba mucho para correrme, pero quería sentirlo más adentro.

Así que cogí y me di la vuelta, lo iba a cabalgar como se merecía. Mi respiración agitada en su cuello, en su boca, tenía ganas de verle la cara de placer que le estaba proporcionando. Saqué su polla y me la metí de un sentón, lo que me hizo gritar de un placer inmenso. Y lo volví a hacer, varias veces. Me agarré a sus hombros y comencé a botar como una loca. Sus manos en mi culo me apretaban hacia él, no me quería dejar escapar.

Parecía que me iba a partir el coño de lo duro que estábamos follando. Notaba las venas de su polla como me rozaban por dentro, muy dura, muy caliente, y yo comencé a chorrear un poco más. Su camiseta estaba ya llena de mis jugos y no iba a parar hasta que él se corriera dentro de mí. Quería que nuestros flujos se mezclaran.

No hizo falta decirle nada para que me entendiera, y comenzó a darme más duro aún. Yo me curvaba hacia atrás mientras mis ojos se ponían en blanco. Noté como su polla palpitaba a la vez que su semen caliente me inundó, mis piernas comenzaron a temblar, y sin parar yo también me corrí, echándole encima un buen chorro de mis jugos a la vez que grité de alivio.

Con las piernas temblando, saqué su polla chorreando de mi coño. Mi cuerpo estremecido expulsó lo que aún quedaba dentro sobre ese miembro que aún permanecía duro e impasible. Quería probar esa mezcla, así que me agaché para recogerlos con mi lengua. Cuando tuve la boca bien llena, me levanté y lo besé, compartiendo nuestros sabores.

Un beso apasionado para cerrar nuestro primer encuentro. El casero salía por la boca del metro, así que era el momento de adecentarse un poco y despedirse, pero no sería un adiós, sería un hasta luego, seguro.