Compañera decente se desata en la universidad 3

Tras la pillada, Doña Mercedes intenta explicar a mi compañera que a pesar de ser profesora y alumno no había nada malo en que fuéramos amantes pero entonces Irene la sorprende exigiéndola de malos modos que le comiera el chumino. RELATO REESCRITO Y VUELTO A SUBIR. Contiene LESBICO.

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Como os habréis imaginado de antemano, aunque me había sorprendido y me había preocupado el haber sido sorprendido por mi compañera, no se podía comparar mi estado con el terror con el que la profesora. Completamente acojonada por la pillada, se enrolló una toalla alrededor y todavía empapada, salió a dar explicaciones.

Doña Mercedes nunca se imaginó encontrarse con su alumna tranquilamente sentada en un sofá del salón. Nada más verla, se intentó disculpar aludiendo que ambos éramos mayores de edad y que era una relación consensuada.

Es más, la oí decir:

―No hacemos mal a nadie.

Irene, que se había mantenido impertérrita durante dichas excusas pintándose las uñas, aguardó a que terminara para decirle sin subir la voz:

― ¡Zorra! Me apetece tomar un café mientras hablo con Gonzalo.

La estricta catedrática pegó un respingo al oír el insulto, pero sabiendo que esa morena la tenía en sus manos, se calló y fue sumisamente a hacerlo a la cocina. Mientras tanto yo acababa de salir del baño. Me había dado tiempo solo a ponerme unos pantalones y por eso con el torso desnudo, le pregunté qué quería. El cerebrito, esa cría que parecía no haber roto en su vida una regla, me señaló una silla y me ordenó que me sentara.

Una vez había obedecido, con gesto serio, me soltó:

― ¿Sabes que me he levantado de la cama para estar contigo? Llevo deseando que me des una oportunidad desde que empezamos la carrera y cuando pienso que al fin tendría una ocasión durante estos dos días, me encuentro que te estas follando a esa puta estirada.

Su confesión me cogió fuera de lugar porque desconocía no solo sus sentimientos sino incluso que tuviera alguno, porque esa niña se dedicaba solo a estudiar. Sin saber cómo contestar, esperé a que siguiera hablando. Si ya estaba suficientemente confundido, cuando escuché sus condiciones me quedé perplejo:

―En fin― dijo tomando aire – estoy muy jodida y no creas que no pienso en hacértelo pagar.

Sus palabras que escondían un chantaje me encendieron y casi gritando le contesté que por mi podría contárselo a todo el mundo porque me traía sin cuidado. En ese instante se nos unió Doña Mercedes con el café, de forma que fuimos los dos los que escuchamos su amenaza. La muy zorra, muerta de risa, nos explicó:

―Mira chaval. Si esto llega a oídos del rector, la guarra de tu amante puede darse por despedida y tú serías expulsado porque ya me ocuparía de convencerles de que te has beneficiado de tu amoralidad.

Tratando de mantener la cordura, la madura replicó:

―Irene, ¿no te has dado cuenta de que nadie te creería? Al final es la palabra de una niñata celosa contra la de una profesora de fama intachable.

Reconozco que estuve de acuerdo con la cuarentona, pero entonces mi compañera soltó una carcajada diciendo:

― ¡Mejor te callas! ¡Zorra! – y dirigiéndose a mí, me dio su móvil:― Gonzalo mira el mensaje que me acabo de mandar a mi email.

Todavía sin conocer el alcance de sus pruebas, empecé a ver el archivo y ni siquiera hizo falta que se lo contara a la profesora porque el sonido era lo suficientemente aclaratorio:

¡Nos había grabado!

Fue entonces cuando la rubia se desmoronó y llorando, le imploró que lo borrara.

―Realmente me toma por imbécil― Irene contestó sin inmutarse: – Os tengo a los dos en mi poder y pienso aprovecharlo.

― ¿Qué quieres? ― intervine de muy mala leche sin creerme el cambio dado por esa chavala.

―Es fácil, para empezar: ¡quiero que esa zorra se arrodille y me descalce!

Intenté razonar con ella, pero entonces comprobé que la profesora le hacía caso y se estaba agachando:

―De nada te sirve, humillarla.

Riendo y mientras la que en teoría era su superior le quitaba un zapato, me respondió:

―No solo voy a humillarla, pienso usarla durante dos días del modo que me venga en gana – y señalando a la mujer que tenía a sus pies, dijo: ―Siempre he querido tener una esclava y gracias a ti, la he conseguido.

Asustado, pero en parte excitado, pregunté:

― ¿Y yo? ¿No querrás qué sea tu sumiso?

Poniendo cara de putón, contestó:

―Todavía no lo he decidido. Deja que lo piense mientras me chupa los pies.

Mi respeto por esa rubia se diluyó al ver que, cediendo a los caprichos de la alumna, Mercedes estaba lamiendo los dedos de la muchacha. No me podía creer que la afamada geóloga se comportara de un modo tan servil, pero entonces me fijé que sus ojos brillaban con un fulgor extraño y alucinado, me di cuenta de que ese duro trato, estaba estimulando su lado más oscuro.

Irene, viendo que tenía su control, dio otro paso en su dominio diciendo:

―Gonzalo, ¿no te parece ridículo ver a una perrita envuelta en una toalla? ¿No crees que estaría más guapa sin ella?

La cuarentona me miró pidiendo ayuda, pero no la encontró porque para entonces, me estaba gustando el jueguecito de mi amiga. Al percatarse de ello, casi llorando se levantó y se quitó la franela. La cría no pudo reprimir una risita al ver que la profesora cumplía a rajatabla sus peticiones y por eso, tomó una decisión que me afectaba diciendo:

―Sabes, nunca me ha comido el coño una mujer. ¿Te apetecería ver como lo hace?

Olvidándome del poco o mucho cariño que tenía por esa rubia, respondí que sí. No me pasó inadvertida la mirada de odio de mi profesora al oírme, pero sin darle tiempo a reaccionar, Irene se levantó la falda y le dijo:

―Ya has oído. ¡Cómemelo!

Incapaz de desobedecer, doña Mercedes se arrodilló entre las piernas de la cría y dirigiéndose a su captora, preguntó si le quitaba las bragas. El tono sumiso con el que realizó su pregunta me dejó claro que iba a ceder a todo lo que Irene le pidiera, aunque ello supusiera convertirse en su puta particular.

La morena, sonrió y quitándose ella misma el tanga, respondió:

―Hazlo lento, ¡quiero disfrutar!

Os confieso que no pude retirar los ojos y que, con un calor enorme, contemplé la escena que esas dos mujeres me estaban regalando. La mayor de la dos desnuda arrodillada mientras la joven con la falda levantada y enseñándome el coño, le exigía que se lo zampara.

― ¡Me encantará verlo! ― exclamé sin percatarme todavía de mi papel de convidado de piedra.

Irene sonrió al escucharme y dirigiéndose a la sumisa que tenía en frente, le exigió que comenzara, tras lo cual, se concentró en ella. Las manos de la profesora comenzaron a recorrer las piernas desnudas de mi compañera con una dedicación no impuesta. Con mi pene ya erecto, disfruté de como la cuarentona le empezaba a besar los tobillos y como lentamente iba subiendo por sus pantorrillas.

Para entonces, la morena, cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras doña Mercedes se empezaba a mojar al sentir la excitación de ser mandada. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al oír los gemidos de su alumna, más afectada de lo que le hubiese gustado reconocer por sus maniobras.

― ¿Vas a ser una esclava obediente? ¿Verdad?

―Sí― masculló entre dientes sin dejar de besar cada centímetro de sus muslos.

Al sentirla tan cerca de su meta, mi compañera se desbrochó la camisa, dejándome observar por primera vez, la perfección de sus pezones rosados. Maravillado por esas dos maravillas, acomodé mi pene bajo mi pantalón y buscando una mejor posición, seguí espiando. Os confieso que tuve ganas de saltar sobre esos pechos juveniles casi adolescentes, pero cuando ya estaba a punto de hacerlo, Irene se dio cuenta y me dijo:

―Todavía no es tu turno.

Cabreado pero estimulado por la escena, admiré el modo tan sensual en el que la profesora se apoderó del clítoris de la muchacha. Lo primero que hizo fue separar esos labios ya hinchados y con una delicadeza brutal, sacó su lengua y se puso a lamer tan codiciado botón.

― ¡Dios! ¡Cómo voy a disfrutar con esta puta! ― soltó Irene al sentirlo y presionando contra su pubis la cabeza de la rubia, le ordenó que no parara.

Su víctima, ya poseída por la lujuria, se dio un banquete al sentir que se aproximaba el orgasmo de la que era su dueña. Usando su lengua como cuchara, fue recogiendo el flujo que manaba del coño de la chavala e involuntariamente, usó una de sus manos para masturbarse mientras tanto. Los gemidos de ambas me llevaron a un estado tal que, sin ser capaz de retenerme, me saqué el pene y cogiéndolo entre mis manos me empecé a hacer una paja en su honor.

Irene miró mi dureza con deseo y pellizcándose duramente los pezones, me preguntó si ella no estaba más buena que nuestra profe:

―Sí― respondí sin mentir porque esa morena estaba buenísima.

Satisfecha por mi respuesta, se dejó llevar y clamando su éxtasis se corrió dando gritos. Creyendo que mi turno no tardaría en llegar, estimulé su placer diciéndole lo mucho que la deseaba. Tal y como había previsto, la cría se retorció al oírlo, pero tras dos minutos donde unió un orgasmo con el siguiente a manos de doña Mercedes, se desplomó agotada.

Os juro que estaba convencido de que en ese momento iba a tomar el puesto de la profe. Desgraciadamente tras descansar un breve rato, mi compañera obligó a levantarse a la rubia y cogiéndola del brazo, le dijo:

― ¡Puta! Hoy no dormirás hasta que yo te lo diga. ¡Y eso no va a ocurrir hasta que me hayas dejado satisfecha!

La cuarentona sonrió al escucharla y sumisamente se dejó llevar hasta la habitación. Casi corriendo, las seguí y fue entonces cuando pegándome con la puerta en las narices, Irene me soltó:

―Lo siento Gonzalo, hoy has perdido tu oportunidad. ¡Mañana hablamos!

Sin todavía llegar a asimilar su desplante, señalé mi pene diciendo:

― ¿No me dejarás así?

Soltando una carcajada, respondió:

― ¡Hazte una paja!

----------------------------------------Continuará----------------------------------

Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

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No quería saber nada del hombre que me había dado la vida, lo odiaba. Nos había dejado a mi madre y a mí cuando era un niño.   Por eso cuando me informaron que había muerto, no lo sentí. Me daba igual, Ricardo Almeida nunca fue parte de mi vida y una vez fallecido menos.

O al menos eso quería porque fue imposible. Si bien en un principio cuando me enteré que ese grano en el culo al morir me había dejado toda su fortuna la rechacé, al explicarme mi abogado que si hacia eso mi mayor enemigo se haría con mi empresa tuve que aceptar, sin saber que irremediablemente unidas a su dinero venían cuatro científicas tan inteligentes y bellas como raras.

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