Compañera de trabajo
Una hermosa mujer, de 36 años, casada, bajita y delgada, un bombón que es la razón de mis pajas...
Acabamos de cerrar el Messenger, y son mil las cosas que me dan vueltas en la cabeza. Estoy levitando, escuchando música, vos a 10 metros de mi, en otra oficina, sentadita muy derecha, con la cola hacia atrás, en la punta de la silla, bien derechita, la cintura sensual, los senos parados, la cabeza derecha...
Así te imagino cuando comienzo a tocarme pensando en vos. En algún lugar muy tranquilo, una habitación de hotel, cálida, a media luz, con un gran espejo en una de las paredes y otro en el techo. Te sueño sentada en esa cama, en la punta, con las piernas abiertas, con un juguetito en la mano, metiéndotelo en la boca, pasándole la lengua y prohibiéndome acercarme.
Yo me veo sentado en un sillón, frente a vos, mirándote, excitándome como nunca, recostado, desprendiéndome la camisa.
Vos me tirás esos besitos perturbadores entre chupada y chupada a esa pija plástica de aspecto muy real, incluso con venas y una cabeza grande.
Me preguntas si me gusta lo que veo. Te contesto que sí, que me encanta. Suguerís que puedo hacer lo que quiera mientras te veo. No dudo y me saco la camisa, desabrocho el cinturón y el pantalón. Me lo bajo, me lo saco. Quedo sólo con calzoncillos, unos boxer ajustados negros, que me elogias.
Vos me imitás y te sacás un sweter de hilo verde oscuro, una remerita y el pantalón, de corderoy. Sólo te quedas con un conjunto muy sexy de corpiño y bombacha blanca, de algodón con algo de encaje.
Te sentás como antes, en la punta de la cama, con las piernas muy abiertas, con la espalda muy derecha. Y te pasás el juguete por la entrepierna, por sobre la telita blanca de la bombacha, que se empieza a mojar.
Yo en mi sillón te observo, te quemo con la mirada, quiero devorarte, quiero cogerte con furia, con violencia, penetrarte esa conchita a punto, húmeda, presta, tibia, imagino que deliciosa...
Pero no me dejas pararme. Me querés ver. Me decís: Tocate despacio. Y eso hago. Paso la mano por encima del calzoncillo, hinchado resistiendo una erección casi dolorosa. Te gusta eso. Lo noto en tus ojos, que no se apartan de lo que insinúa la tela que evita que mi pija quede libre.
Insisto con tocarme sobre el calzoncillo, hasta que decido meter la mano por debajo y tener el primer contacto con mi pija, la cual no reconozco por el nivel de la erección. Noto que está húmeda por las primeras gotas de semen, que han lubricado la cabeza y han manchado el calzoncillo.
Me acaricio así, por debajo de la fina tela. Y en eso la saco. Estoy recostado en el sillón, con las piernas abiertas, el calzoncillo en los muslos, mi mano derecha en mi pija, pajeándola muy despacio, la mano izquierda acariciando mis pezones, duros como piedras.
Te gusta el panorama. Se nota por cómo me mirás. Tu excitación crece y decidís metértelo. Hacés a un lado la bombacha y te metés un par de dedos. Los sacás empapados y los chupas. Te miro con odio porque quiero probar tus jugos.
Acomodás la pija plástica y te la metés. Veo cómo quebrás la espalda, casi regalándome tus telas, y mirás hacia arriba, donde el espejo te devuelve una excitante vista de vos y una panorámica de mi, pajeándome frente a vos, a escaso metro y medio.
Apurás el ritmo de la penetración, y eso me pone como loco. No puedo creer la imagen que veo, tan nítida, tan cerca, perturbadora por completo.
Yo hago lo propio y me empiezo a pajear con fuerza, tensando los músculo de todo el cuerpo, sin sacarte lo ojos de encima.
Sé que estás por acabar, y me paro, me lanzo sobre vos. Te saco el juguete, empapado en tus flujos y te tiro boca arriba en la cama. Te la meto de una embestida, doy otra, y otra, y siento que me vengo. Vos gemis fuerte, y me abrazas con fuerza, con los brazos y las piernas. Y nos vamos, acabamos en el cuarto movimiento. Te lleno de gran cantidad de leche caliente, espesa, poderosa, que sentís entrando en vos, llenándote la concha ardiente, cálida, jugosa.