Compañera de trabajo

Hace tiempo que la miro de una forma distinta pero nunca me he atrevido a insinuarle nada. Los saludos de rigor y alguna que otra invitación pendiente a un café, que nunca se ha dado. Pero la otra noche soñé con ella y...

Hace tiempo que la miro de una forma distinta pero nunca me he atrevido a insinuarle nada. Los saludos de rigor y alguna que otra invitación pendiente a un café, que nunca se ha dado. Pero la otra noche soñé con ella y, en la mañana, me atreví a comentarle algo por el chat de la empresa donde las dos trabajamos.

  • Sabes, Claudia, anoche soné contigo.

  • ¿Sí?

  • Sí. Soñé que estábamos juntas, en una especie de reunión de trabajo. Yo estaba a tu lado porque te apoyaba en algo que estabas proponiendo, en algo que querías hacer con tu equipo, pero que no contaba con el apoyo de todos. Nosotras sí estábamos juntas en eso e intentábamos convencer al resto de cumplir con tu proyecto.

Ella se quedó callada un instante. Y luego, preguntó, como imaginándose que eso no era todo :

  • ¿Pasó algo más, amiga?

Y yo quería contarle todo lo que había pasado. Quería contarle que nos cubría una especie de manto, bendito manto, que permitió que mis dedos se aventuraran sin permiso sobre su piel.

Recorrieron, primero, la parte alta de sus piernas, justo al borde de la falda. Suaves, suavísimas, más de lo que me había imaginado. Mis manos nunca habían recorrido más piel femenina que la mía. Yo visualizaba ese bronceado eterno que ella tiene todo el año. Ella no dijo nada. Para mí, ya era suficiente que no rechazara esa caricia aventurera. Pero fue lo máximo cuando sentí sus piernas abrirse lentamente, guiando mis dedos hacia su entrepierna y la intensa mirada que me dedicaba.

Los ojos de Claudia siempre están húmedos. Son enormes y oscuros, con unas pestañas aún más negras que le hacen un marco precioso. Y cuando me mira, se sonríen solos. Luego su voz... perfecta para esos ojos tan intensos. Es suave y dulce. Toda ella es armoniosa, con su cabello largo y liso hasta la cintura, y un cuerpo espectacular. Pero, a pesar de tanta belleza, si tuviera que definirla con una sola palabra sería misterio. Creo que eso es lo que me atrajo de ella, lo que me hizo descubrirla cuando tímidamente, se me acercaba o cuando, calladamente, trabajaba en su computadora.

Esa noche de sueños me dejó recorrerla, y sentir como se humedecía. Mis dedos la iban sintiendo y la imaginaban sin nada encima, nublando mi visión. La sentí, empapadita. Con una dulzura extrema recorrí su clítoris, que se endurecía y entreabrí sus labios, que cedieron sin ninguna resistencia. Luego, me deslicé en su río. Quería saborearlo, pero no me atreví. Seguí bajando y dibujé circunferencias pequeñitas sobre sus hoyitos. La sentí temblar de repente. Y todo lo hice debajo de ese manto bendito que me permitía juguetear delante de todos y sin que nadie se diera cuenta.

Claudia estaba fascinada. Me lo decían sus ojos, más húmedos que nunca, y esa sonrisa tímida que me dedicaba. Pero, sobretodo, su mano que, debajo del manto, acariciaba la mía y la apretaba, como si no quisiera soltarla nuca.

Yo tampoco pensaba soltarla jamás. Después de tanto deseo, de tantas ganas de tocar su piel.

Todo eso era un sueño, como ya dije, y yo quería contárselo íntegro, mientras le tomaba la cintura, la acercaba y la abrazaba. Pero no me atreví a nada de eso. Sólo le respondí:

  • Creo que sí pasó algo más, Claudia, pero no me acuerdo muy bien qué fue.