Compañera de trabajo 1
Sin pretender serles infieles a nuestros respectivos cóyujes surgió hacer el amor.
En cuanto dieron las cinco me dispuse a recoger los bártulos de mi mesa de trabajo para irme a casa donde, tras recoger a los niños del colegio, me esperaría mi mujer. Cumplidos los treinta, hacía ya varios años, me sentía feliz, casado y con dos hijos, por lo cual cuando Laura me pidió que la acercase al centro no puse pegas.
Instalados en el coche, mientas conducía por el infierno de tráfico en hora punta, estuvimos hablando de nuestras respectivas vidas, como solía ser habitual. Yo le contaba los éxitos y frustraciones de mis pequeñuelos y ella me hablaba de que su niño cumpliría pronto dos años. Durante el día muchas veces hablaba con Laura sobre nuestras respectivas familias y era evidente que habíamos creado un clima de confianza entre ambos. Además el que fuéramos los dos únicos de menos de cuarenta años en la empresa ayudaba a que soliéramos buscar la compañía del otro para comer, salir a fumar, etc.
Cuando llegué al sitio donde Laura quería que le dejase, se bajó del auto y al despedirse me recomendó que durmiese bien porque teníamos presentación al día siguiente. Como para olvidarlo estaba yo. Desde hacía dos meses llevábamos ambos trabajando en un proyecto que deberíamos presentar a nuestro gerente al día siguiente. Tras recordarle que le pasaría a buscar al día siguiente me despedí de ella y marché al colegio de mis hijos.
Al día siguiente tras arreglarme bien y vestirme el mejor traje que tengo me despedí de mi mujer y fui a buscar a Laura para acudir juntos a la presentación. Mientras me acercaba donde me esperaba mi compañera pude darme cuenta de que ella también se había arreglado, en vez de los típicos pantalones que solía vestir, hoy se había puesto un traje con falda y se había arreglado el pelo. Nada más montarse en el coche sentí una pequeña excitación debido a su cercanía física que atribuí al nerviosismo por la presentación.
¿Nervioso, Juan? - me preguntó Laura regalándome una simpática sonrisa.
La verdad es que sí. ¿Tú como estás? - le pregunté yo también a ella.
Estoy hecha un manojo de nervios. - me confesó. Hablando de nuestro trabajo en común y muy nerviosos nos dirigimos al lugar de la presentación.
La presentación fue un éxito, a nuestro jefe le encantó lo que le propusimos y nos felicitó por nuestro trabajo. Tengo que reconocer que Laura se ganó a los jefes realizando una exposición magnífica. El caso es que nos dieron el resto de la jornada libre y nos citaron para el día siguiente.
Una vez en nuestras mesas de trabajo estuvimos hablando y calmándonos de nuestros nervios hasta que Laura me propuso.
Oye, es la hora de comer. ¿Por qué no vamos a comer fuera para celebrarlo?
Es una buena idea, además el jefe nos ha dado el día libre y no nos querrá ver por la oficina. - le respondí.
Vale pues vayámonos. - dijo Laura, mientras cogía el bolso y se dirigía a la salida.
Nos montamos en mi coche y fuimos a un restaurante de las afueras a celebrarlo. Una vez instalados en una mesa, situada en la intimidad de un rincón, empezamos a hablar del trabajo; pero al rato ya estábamos hablando de cosas más personales. Había tanta confianza entre ambos que en un momento dado Laura me peguntó.
Juan, ¿Pensáis tener más niños?
No, y además no podría. ¿Recuerdas hace un par de meses que no vine un día a trabajar por una gripe? Pues, lo que pasó es que me hice la vasectomía. - le reconocí.
Y eso, ¿Qué tal va? ¿Te molesta? porque cuando tengamos otro niño quiero pedirle a Luís que se la haga.
Seguimos así hablando, ella me reconoció que tenía un diafragma para no quedarse embarazada y poco a poco la conversación fue dirigiéndose a situaciones más íntimas. Laura me reconoció que con los nervios del trabajo llevaba tiempo sin sentirse satisfecha al hacer el amor con su marido y yo le reconocí que a mí me pasaba lo mismo.
Pero esta noche le pienso agarrar a Luís y me lo voy a comer. - terminó confesándome Laura.
La verdad es que yo también tengo ganas de hacerle disfrutar a Eva. - le dije.
Por cierto, Juan, tú nunca has sido infiel a tú mujer. ¿Por qué? - me peguntó.
Sinceramente, no he tenido muchas ocasiones. Pero más que remordimientos lo que me daría pánico es que se terminara enterando Eva. - le confesé.
-A mí me pasa lo mismo Si le fuese infiel a Luís tendría que estar segura de que nunca se enteraría. Además, no lo veo haciendo el amor con un desconocido, y si lo hago con un amigo, al final seguro que se acaba enterando.
La conversación continuó por esos derroteros y empecé a sentir que la corbata me apretaba. Estaba excitándome pensando en acostarme con Laura tras hacer el pacto de que guardaríamos mutuamente el secreto. Fantaseando con la posibilidad, pude comprobar como ella cada vez estaba más nerviosa, pero seguía hablando de serle infiel a su marido. Al rato estábamos los dos hablando de como serles infieles a nuestros respectivos como si fuese un hecho, pero sin confirmarlo, como bromeando. La tensión sexual se podía cortar con un cuchillo. Cuando llegó la hora de pagar y de irnos pensé que estaba decidido, ahora solo había que encontrar dónde y cómo.
Una vez nos montamos en el coche seguía pensando a donde ir sin que pareciese descarado que quería acostarme con ella, pero no se me ocurría nada. La situación la resolvió Laura cuando me propuso pasar por mi casa para que le prestase unos libros. Mientras nos dirigíamos a mi hogar intentaba decidir en cómo lo íbamos a hacer, porque meter a Laura en casa me daba apuro. Ella en cambio, una vez que se enteró de que Eva no volvía hasta dentro de dos horas y de que no tenía coche se relajó.
Llegamos al edificio donde vivía yo con mi mujer y mis niños. Laura me indicó que guardase el coche en el garaje. Entonces lo comprendí, yo disponía de una plaza de garaje cerrada. Una vez metido el vehículo no nos podría ver nadie dentro de él.
Aparqué el coche, apagué el motor y en cuanto me giré para mirar a Laura, ésta girando la cabeza busco mis labios con los suyos. Nos dimos un beso entre tierno y cómico, parecíamos adolescente en su primera vez. La verdad es que para mí era la primera vez en más de quince años que besaba a una mujer que no fuese Eva y creo que a ella le pasaba lo mismo.
Los besos y las caricias en la cara fue creando una atmósfera de complicidad que iba permitiendo que nos relajáramos para disfrutar de nuestra mutuo contacto. Cada vez los besos eran más apasionados y para hacer nuestra unión más intensa Laura se sentó sobre mí poniendo ambas rodillas en el asiento. Como no teníamos veinte años nuestros movimientos eran lentos y dificultosos, pero la excitación que nos envolvía podía con todo.
Laura me aflojó la corbata y soltándome varios botones de la camisa empezó a besarme el cuello y el pecho. Mientras, con las caderas se frotaba en mi entrepierna. Me estaba transportando a la gloria. Mientras me besaba el cuerpo gruñía y gemía de satisfacción, por lo que decidí acariciarle yo también a ella. Con delicadeza acerqué las manos a sus pechos y tras el gemido de gozo de mi compañera me dispuse a acariciarlos.
Estuvimos así una rato, acariciándonos y besándonos mutuamente, hasta que Laura se separó de mí y mirándome con cara de viciosa, algo que nunca había creído que vería, se fue soltando los botones de la blusa. Yo aproveché para soltarme los botones de mi camisa y quitármela, junto con la corbata. Cuando terminé Laura estaba soltándose el cierre del sujetador y tras retiralo me mostró sus preciosos senos.
¿Te gustan? - me preguntó.
Me encantan. - le respondí, mientras la contemplaba embobado.
Los pechos de mi compañera no se si eran bonitos o feos, pero eran los que tenía delante y en aquellos momentos me parecieron lo más bonito y excitante del mundo. Además pequeños no eran, por lo que contemplarlos me puso a mil. Laura aprovechó la posición para clavarse un poco más en mi entrepierna y yo acerqué la boca a esos senos que ella me ofrecía.
Con la mano fui tanteando suavemente uno de ellos a la par que acercaba la punta de mi lengua a su sonrosado pezón. Mientras los acariciaba y besaba despacio, mi compañera cerró los ojos y se concentró en las placenteras sensaciones que mis caricias le provocaban. A medida que Laura gemía y ronroneaba más fuerte, yo aumentaba la intensidad de mis besos y caricias. Además yo podía sentir como la entrepierna de mi amante se frotaba en mí cada vez más fuerte, cada vez buscando un roce mayor, buscando aumentar su placer. Yo estaba disfrutando enormemente de los senos de mi amiga y además cada vez que ella clavaba las caderas yo intentaba incrementar el contacto de nuestros cuerpos empujando también, pero estando debajo de ella la verdad es que casi no me podía mover.
Al rato la excitación que experimentaba mi compañera era tan grande que se separó de mi e intentó soltarme el cinturón. Rápidamente, y con ganas también yo de pasar al siguiente escalón, me solté el cinturón y me bajé los pantalones hasta los tobillos. Mientras yo me desvestía, Laura aprovechó para, poniéndose de rodillas, subirse la falda y sacar una pierna de las braguitas. Por fin estábamos los dos preparados para la penetración. Nuestros cuerpos anhelaban el momento y, debido a la estrechez de estar en un coche, ya habíamos empezado a sudar bastante.
Nos miramos nerviosos, como primerizos que no saben muy bien qué hacer. Laura, con un pie sobre el asiento aferró el miembro que yo le ofrecía y se lo acercó a su interior. Una vez colocó la puntita sentí una humedad muy placentera, era la vagina de mi amiga que, muy excitada para aquel momento, deseaba alojarlo entero dentro de ella. Laura se apoyó en mis hombros y muy despacio fue descendiendo para ir ensartándose en mí. La ola de sensaciones que ese descenso me provocó es inenarrable. Fue tan despacio que yo pensaba que no iba a terminar nunca de metérsela del todo.
Una vez dentro nos miramos con ternura y nos besamos apasionadamente. Estuvimos un momento quietos, solo besándonos y acariciándonos la cara. Luego Laura empezó un delicado movimiento de caderas hacia adelante y hacia atrás que provocaba que no me saliese y que nuestros pechos resbalasen uno contra otro. Empujón a empujón el movimiento fue intensificándose y Laura empezó a gemir cada vez más fuerte, además separó nuestras bocas para, cerrando los ojos, concentrarse mejor en las sensaciones que experimentaba.
Yo, por mi parte, como no podía moverme mucho aproveché para agarrar sus senos con las manos y besarle los pezones. Al rato Laura se movía cada vez apretándome con más fuerza, como si quisiese aplastarme contra el asiento. Yo creí notar que se estaba acercando al orgasmo y chupaba con más fuerza sus pechos jugando con mi lengua contra sus pezones.
Estuvimos así un rato, hasta que Laura empezó a gemir con más fuerza y agarrándose un pezón que yo había dejado libre, lanzó un par de embestidas para disfrutar del orgasmo que experimentaba. Enderezó la espalda y lanzando un último gemido se corrió. Yo podía sentir como su vagina se humedecía y me chorreaba el miembro que tenía alojado en su interior.
Una vez más relajada se separó un poquito de mí y me dijo.
- Juan, no puedo moverme más. ¿Cambiamos de postura?
Yo la verdad es que a pesar de estar excitadísimo y de estar disfrutando un montón sentí liberación cuando dejó de estar encima de mí. Abatí el asiento, y Laura se tumbó en él abriendo las piernas para recibirme. El problema es que la erección se me había bajado un poco cuando Laura me extrajo de dentro de ella. Cuando ella se dio cuenta me invitó a que me acercará a ella de rodillas.
Como podréis entender moverse en el asiento de un coche es muy complicado, pero conseguí colocarme de rodillas sobre su ombligo, sin llegar a sentarme. Laura sonriéndome empezó a acariciarme por el bajo vientre y la ingle, rozando como sin querer a mi miembro. Mientras con una mano me tocaba con la otra se frotaba un pezón, consiguiendo mantener su excitación. Poco a poco sus caricias fueron surtiendo efecto y noté como mi miembro volvía a ponerse muy erecto deseando penetrar en mi amante.
Cuando Laura se dio cuenta, en vez de introducírsela enseguida, siguió jugando con ella. Me empezaba a poner nervioso, unicamente deseaba volver a penetrarla. Sobre todo deseaba penetrarla estando yo encima y pudiéndome mover, no como había pasado antes que me sentía aplastado por el peso de mi amiga.
Cuando a mi compañera le pareció adecuado, se la dirigió a la entrepierna. Yo ansioso de introducirme de nuevo me coloqué lo mejor que pude en la estrechez en la que estábamos y acerqué la puntita hacia ella. Laura me recibió ansiosa, porque en cuanto metí la punta alzó las caderas para metérsela del todo. Los dos a la vez lanzamos un gemido y nos quedamos quietos contemplando nuestros sudorosos cuerpos. Desde arriba podía admirar como los senos de Laura subían y bajaban acompañando su respiración y al poco empecé a salirme de ella despacio. Laura respondió alzando las caderas otra vez y unidos descendimos los dos hasta el asiento. Repetí la operación y cuando había salido la mitad Laura hizo lo mismo. Estuvimos un rato repitiendo esta sencilla y tierna operación hasta que a medida que la excitación se apoderaba de mí fui aumentando el ritmo de las embestidas.
A Laura le sucedió lo mismo y empezó a mover las caderas arriba y abajo para acompañar mis movimientos. Debido a que yo estaba apoyado con los dos brazos, mi amante gozaba de bastante libertad de movimientos. Sin embargo mientras nos movíamos yo notaba sus líquidos en mi ingle y la visión de sus senos moviéndose arriba y abajo me tentaba a acariciárselos, pero si soltaba los brazos debería apoyarme en ella y eso le restaría movilidad a mi amante. Al final decidí descender la cabeza y buscar con la lengua uno de sus pezones. Laura gimió de gozo y sorpresa, y sin dejar de mover su cintura acercó su seno a mi boca con una de sus manos.
Con una teta en a boca y embistiéndonos mutuamente la excitación recorría todo mi cuerpo. Laura se movía como desbocada y me animaba a seguir penetrándola con monosílabos y palabras de cariño. Yo por mi parte sentía que el orgasmo se acercaba, pero deseaba seguir disfrutando.
Por fin Laura quiso poner fin a nuestro acto cuando agarrándome de la cintura me apretó contra ella y me dijo.
- Juan, córrete. Por favor, córrete ya. No puedo seguir, no puedo más. me dijo, o algo parecido.
Creo que lo dijo porque físicamente no podía seguir moviéndose como se movía. Animada por su palabras la agarré por la cintura, para dirigirme mejor, y la embestí varias veces mientras me corría dentro de ella. Mientras me corría Laura no paró ni un momento de animarme.
- Así, así. Juan. Qué bueno, qué bueno.
Una vez terminé me recosté, como pude junto a ella y nos quedamos mirándonos mientras chorretones de sudor bajaban por nuestras caras. Estuvimos un buen rato sentaditos uno junto al otro.
continuara...................